28 abr 2009

Red Moon Rising, de Matthew Brzezinski - por Jacobo Bautista

Jacobo Bautista

Para salir del círculo vicioso película de niños-libro de guerra-película de niños y como el libro de la vida del astronauta Pete Conrad resultó tan bueno, decidí seguir las lecturas en ese tenor y hacerme de otro libro que hablara de la aventura espacial.

En mi multicitada visita a Minnesota pasé toda una tarde metido en un Barnes & Noble discutiendo con uno de los vendedores acerca de los libros de Stephen E. Ambrose y preguntándole por libros que hablaran de exploración espacial porque ya estaba medio cansado de tanto leer de guerra (aunque salí con un par de libros de este tema). Uno de los libros recomendados fue Red Moon Rising.

El asunto es que después de las películas The Right Stuff, Apolo 13, la miniserie de HBO From the Earth to the Moon y el libro Rocketman, sentí que estaba yo muy cargado al lado gringo de la historia…

Claro, tengo un par de libros de la editorial Mir en que hablan de la odisea espacial soviética, pero ¡Diosanto!, qué cursilerías escribían los amigos incitados por la censura, ni un solo problema, todos eran amigos y todos en el país de los soviets resultaba exactamente como y cuando lo planeaban. Claro que hay un par de cursilerías que me hubiera gustado escribir a mí, porque cuando se lo proponían, estos comunistas escribían muy buenas cursilerías.

Buscando algo del lado ruso, encontré un par de libros estúpidamente caros y este, Red Moon Rising, de un tal Matthew Brzezinski, del que no sé nada más que fue corresponsal en Moscú para el Wall Street Journal. Su historia prometía ser la de las rivalidades soviético-americanas que impulsaron la carrera espacial en la década de los 50.

El libro estaba apilado entre una novela rosa, otros tantos libros de guerra y una biografía de un piloto de Fórmula Uno que resultó malísima…

Decía Kevin Arnold que algunos hombres buscan la grandeza… y otros la encuentran cuando están en el baño. Alguna vez corriendo rumbo al baño tomé el primer libro que encontré y dejé que se cocieran esas habas al gusto mientras leía las primeras páginas de Red Moon Rising.

Hay que aceptarlo, el asunto de la exploración espacial no es un tema popular, aquellos que vemos en canal de la NASA, nos emocionamos cuando le ponen un nuevo componente a la Estación Espacial Internacional y que sabemos quiénes son los hombres que pisaron la Luna somos calificados como nerds.

Uno de estos nerds a quien encantan estas historias es Tom Hanks, cuando produjo la miniserie From The Earth to the Moon, Hanks decía que no había que agregar nada a las historias originales porque estas, así como sucedieron, resultan sumamente atractivas.

El problema es saber contar bien las historias y no todo el mundo lo hace así.

Brzezinski comienza su libro con un lanzamiento de una V.2, el primer cohete balístico del mundo, con el que los alemanes esperaban poder ganar la Segunda Guerra Mundial. La crónica cuenta todo desde la perspectiva del cohete, primero de la pesadez de estar truene y truene, vibrando espantosamente y apenas despegándose del suelo unos centímetros.

Matthew sigue contando cómo, luego de apenas avanzar unos pocos cientos de metros, la V.2 había ya gastado la mitad de su combustible y por ende, perdido la mitad de su peso, ganando velocidad… hacia el final de la crónica, que es como la breve aventura de un simpático cohete alemán, el asunto pierde su gracia porque el cohete aterrizó en una casa en Londres, matando a una niña de seis años.

Lo siguiente que hace el autor es contar la historia de un militar americano, llegado a Alemania justo después de su rendición para buscar todo el posible material del programa balístico nazi, cohetes, planes y sobretodo: científicos. Y el asunto es que del otro lado estaban un montón de militares soviéticos haciendo exactamente lo mismo.

El libro, aunque se enfoca en el programa espacial soviético, narra también los pasos de los norteamericanos que se peleaban entre sí –la fuerza aérea contra el ejército- por tener el presupuesto para desarrollar cohetes. La combinación entre generales y políticos armó una maraña tal que el programa sencillamente no despegaba, de hecho resulta divertido leer de tantos y tantos fracasos norteamericanos, porque todo lo que lanzaban o explotaba en la plataforma, explotaba a medio vuelo o sencillamente no volaba.

Del lado ruso resulta más divertido, nada cursi, enterarnos de que el genio detrás de los logros soviéticos como el Sputnik o el haber colocado a Yuri Gagarin en el espacio, Sergei Korolev, estuvo preso en Siberia, trabajando en condiciones espantosas y una vez liberado fue obligado a trabajar con el tipo que lo había denunciado como espía… para colmo, Korolev trabajaba en el más absoluto anonimato, mientras su contraparte en Estados Unidos, el alemán Von Braun, salía en la televisión y hablaba en un programa de Walt Disney sobre la exploración espacial, todos los rusos ignoraban la existencia de un diseñador maestro detrás del esfuerzo espacial soviético, quien trabajaba con la promesa que después de su nombre, darían a conocer al mundo sus logros.

Y como esta, hay muchas historias en el libro, de los pequeños engaños que lograron que un grupo de militares y científicos americanos lograron el presupuesto para mandar una sonda al espacio y de las truquiñuelas que el mismo Korolev usaba para convencer a sus superiores de dejarlo mandar un satélite artificial al espacio. Y curioso, ni el presidente americano ni el premier soviético querían explorar el espacio, ellos lo que querían eran cohetes para echarle bombas encima a sus enemigos.

Nadie quería explorar el espacio, sólo un pequeño puñado de gente entendió que dándole a los políticos cohetes para transportar bombas, les dejarían uno o dos de estos artefactos para poner satélites o mandar naves con gente dentro, pero sólo –y sólo después de- tener un cohete militar.

Matthew Brzezinski lo que logra es contar un chisme sensacional. Si bien ya sabemos que los rusos ganaron la carrera espacial, al poner un hombre en el espacio antes que nadie (y antes que eso el primer satélite artificial), el saber cómo realmente lo lograron es extraordinario… porque la historia está llena de datos y anécdotas que no necesitan ser ‘hoollywoodasas’ para hacer una buena historia… uno de los ingenieros de Korolev, por ejemplo, al detectar una fuga en la tubería del hidrógeno líquido que es parte del combustible de uno de los cohetes, pidió una botella de vodka y un trapo para arreglar la fuga: hizo un nudo con el trapo alrededor de la fuga y se orinó encima, el hidrógeno líquido lo congeló todo y la fuga se tapó.

Como digo en el caso de Ambrose… se le pueden perdonar ciertas inexactitudes, el asunto es que cuente tan bien la historia y Brzezinski, en un tema que suele aburrir tanto, resulta que se aventó uno de los mejores libros que he leído en mi vida.


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Vigilancia extrema / Surveillance, de Jennifer Lynch

Maldad bajo el sol

Miguel Cane





Después de quince años del espectacular fracaso de su debut como directora – la infame Boxing Helena, que Kim Basinger se rehusó a protagonizar y que pese a su interesante guión resultó totalmente fallida- Jennifer Lynch (sí, primogénita del mismísimo David) retorna detrás de la lente para contar una pequeña y aterradora historia en Vigilancia extrema, un thriller independiente que presenta no sólo a una directora madura, si no también a una estupenda guionista que consigue la amalgama de distintos géneros, sin perder un ápice de atmósfera y ritmo, valiéndose de estupendas actuaciones que deviene en una experiencia brutal y memorable para el espectador (especialmente los aficionados al género del cinema de angustia que va desde Hitchcock hasta Argento y Fincher, pasando por el propio Lynch).

La trama, relatada a manera de un Rashomon (es decir, cada personaje da su propia versión de un hecho previamente consumado) se desarrolla en un punto perdido en medio de la nada del medio oeste estadounidense (lo que Capote en A sangre fría llama “out there”). Ahí llegan los agentes del FBI Hallaway (un virtualmente irreconocible Bill Pullman) y Anderson (Julia Ormond, que exuda distinción hasta en situaciones espeluznantes) , para investigar un acto violento ocurrido a plena luz del día en un paraje de carretera y que podría estar relacionado con un asesinato y secuestro – que es la primera secuencia que vemos en pantalla-.






Así pues, mientras proceden los interrogatorios, Hallaway observa a todos los implicados (agentes de la ley, una pareja de adolescentes vagos y una pequeña niña –Ryan Simpkins, que a su edad es extraordinaria- muy perceptiva que ve más allá de lo aparente, en su inocencia) a través de un sistema de circuito cerrado, para averiguar, poco a poco, quién se contradice, quién miente y quién (y por qué) tiene algo que ocultar. Lo que ninguno sabe, es que las cosas son más siniestras de lo que parecen y que la resolución del misterio podría tener ramificaciones aún más horripilantes que los crímenes en sí.

Como directora, Miss Lynch rompe con el molde establecido por su padre, y si bien incorpora algunos elementos de su canon (especialmente en el rango de la fotografía y la interpretación), demuestra que lo suyo es hacer cine más realista y más catártico. Vigilancia extrema es una película lograda, que atrapa al espectador desde la inquietante primera escena y no lo deja ir: juega con nuestras emociones, con nuestras percepciones, incluso con nuestros nervios. Va de la carcajada inevitable al grito asombrado, prácticamente en una misma escena y lo hace con maestría.

El retorno de esta directora al cine es con gloria y logra su propósito con creces. Esta es una de las mejores cintas de género que se han estrenado en lo que va del año (y del año pasado también, que conste), y se deja ver con recompensa para el espectador, donde la presencia de su creadora en el cinema moderno, es causa para observar con detenimiento, cuál será su siguiente paso.

Vigilancia extrema/Surveillance
Con Julia Ormond, Bill Pullman, French Stewart, Pell James y Ryan Simpkins
Dirige: Jennifer Lynch

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Canadá/Estados Unidos/Reino Unido 2008

22 abr 2009

X-Men Origenes: Wolverine / X-Men Origins: Wolverine, de Gabin Hood

Heroismo sin garra

Miguel Cane




La temporada de verano cinematográfico, plagada de event movies, comienza cada vez más pronto, con los grandes estudios disputándose las fechas de estreno mundial de sus productos y la primera en llegar (después de la tibia recepción que tuvieran Los vigilantes) es otra adaptación del noveno arte: X-Men Origenes: Wolverine que funciona como una especie de precuela de la trilogía de los X-Men, con que la Marvel Comics se decide a reciclar la millonaria serie, pero que, pese a los recursos invertidos en ella, se deja ver como una cinta palomera del montón, bastante dispar.

Las actuaciones, a cargo de Hugh Jackman (que saltó a la fama con el personaje hace casi diez años), Liev Schreiber y Ryan Reynolds, son muy buenas, y la cinta está bien dirigida (a cargo del sudafricano Gavin Hood, el director de la oscarizada Tsotsi). El problema reside en un guión mediocre, obra del guionista David Benioff (el mismo de aquél inenarrable bodrio llamado Troya) que se saca de la manga diálogos absurdos y huecos de lógica que sólo contribuyen a crear confusión en una trama ya de por sí complicada desde su antecedente de cómic.





Ahora resulta que los enemigos jurados Wolverine y Sabretooth están increíblemente emparentados (!) y además, de todo, son entes inmortales (¡Ecos de Highlander!). El hecho de que la historia empiece a mitad del siglo XIX ya lo deja a uno desconcertado, con el obvio problema de lógica de cómo un inmortal crece, deja de ser un niño dulce y sensible y se estanca en los treinta años para el resto de la eternidad.

Los problemas del atroz libreto de Benioff, amén de los diálogos telenoveleros y baratones, son dos, marcadamente evidentes: el primero, es que como guionista no tiene ni idea cómo hacer avanzar la (ya de por sí convulsa) trama sin caer en el cliché y debe manipular de modo completamente artificial a la historia para que las piezas del mito de Wolverine caigan en su lugar - la pérdida de memoria, la rivalidad con Sabretooth, el esqueleto de adamantio, etcétera, etcétera -, con lo cual la trama se ve forzada a tomar giros ilógicos que se hacen enormes en el final.




Como película palomera, ésta aventura de superhéroes cumple en cierta forma ya que entretiene, siempre que uno no le preste mucha atención a la coherencia de la historia, compensándolo con espectaculares efectos y alardesd técnicos, aunque pese a lo vistoso, no hay manera de corregir la total falta de lógica en trama, a menos que se filme de nuevo y con otro libretista – a este alguien debería de mandarlo con urgencia a la escuela de guionismo-, un detalle que lastra a un producto que pudo ser superior.

X-Men Origenes: Wolverine/ X-Men Origins: Wolverine
Con Hugh Jackman, Live Schreiber, Ryan Reynolds, Dominic Monaghan y Danny Huston
Dirige: Gavin Hood
Estados Unidos/Australia 2009

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15 abr 2009

Monstruos contra Aliens, de Rob Letterman y Conrad Vernon

Jacobo Bautista

No sé si se hayan dado cuenta, pero últimamente reseño solamente o libros de guerra que contienen harta masacre o películas para infantes.




Aunque, la verdad sea dicha, las películas animadas hechas para el público infantil, contienen, cuando están bien hechas, chistes y líneas argumentales que los adultos disfrutamos muchos… además de la simpleza que hace reír a los niños (y a mí).

Este es el caso de Monstruos contra Aliens, que desde que vi anunciada supe que quería ver, principalmente porque vi el corto en tercera dimensión antes de comenzar Bolt y Coraline.

Nuevamente, la película, cuando más se disfruta es en 3D. No sé si sea buen argumento contra la piratería pero la verdad es que muchas veces sólo así vale la pena –como en el caso de Bolt-, pero en este caso creo que la peli es disfrutable per se.

Armada con lugares comunes, con personajes salidos de otras películas, de entrada la mujer gigante, Susan –cuya voz en español hace la bellísima Jaqueline Bracamontes- está basada en Attack of the 50ft Woman, así como los demás monstruos, que son refritos de varias películas como The Blob, La Mosca, Mosura y la clásica El Monstruo de la Laguna Negra. Esto, sin duda, está hecho pensado en el público adulto y de por sí, podría valer el boleto (pero, como el boleto de una sala 3D cuesta más caro, sigamos…)




El argumento también está construido con lugares comunes: una invasión a la tierra por parte de extraterrestres que buscan recuperar un algo que cayó del espacio, muy poderoso y que implica que destruyan o conquisten la tierra. Tan vulgar es el argumento que incluso lo hemos visto en películas como Transformers.

Pero en DreamWorks no están interesados en hacer obras de arte ni películas para todas las eras, es más, poco tiene esta película para convertirse en clásico sino para ponerse de moda, tal vez vender algunos juguetes (los gelatinosos son la neta), chance en Navidad vender algunos DVD y ya, pasar a la historia como alguna anécdota.

Y lo hacen muy bien, con el cinismo necesario por un lado y el desparpajo necesario de lo ridículo cuando llegan a lo ridículo, porque hay varios momentos que, como en Madagascar 2, simplemente van de lo tonto a lo más tonto y de ahí a lo ridículo, total ¿por qué una película animada tiene que apegarse en nada a lo que podría ser real? Y si de paso se pueden burlar de Hollywood, el establishment y de la política exterior de Estados Unidos durante la era Bush, pues qué mejor… y todo sin dejar de hacer reír a los niños más pequeños.

La protagonista de la historia es Susan (la voz original de Reese Witherspoon), quien el día de su boda absorbe los poderes que trae consigo un meteorito que cae cerca de la iglesia donde se iba a casar. Además de la fuerza que obtiene, pues crece un montón y se convierte en un gigante… el gobierno la captura y la lleva a un complejo militar secreto en donde tienen a otros Monstruos (exactamente la línea argumental de Hellboy) entre los que se encuentran el gelatinoso Bob, el Dr. Cucaracha –otra vez el lugar común, ya que es un científico loco-, el Eslabón Perdido y el Insectosaurio, que es como la mascota…

Al son de Monsters Inc., los Monstruos son los buenos y –como siempre desde El día en que Paralizaron la Tierra- los extraterrestres son los malos. Y tan son los malos que hay una referencia a E.T. El Extraterrestre, cuando llegan los Aliens y son atacados por el ejército gringo, uno de los misiles lleva escrito ‘E.T. Go Home’ con todo y unas notas de la película de Spielberg (a quien hacen otra referencia cuando primero tratan de comunicarse con el primer robot que llega, al son de las notas de Encuentros Cercanos del Tercer Tipo, dirigida también por el socio más notorio de DreamWorks).

Como ven, cualquier cinéfilo se la puede pasar de lujo buscando referencias a varias películas, de este estilo, con Mostros y Aliens… pero para los niños, a quien ultimadamente está dirigida la cinta, pues hay mucho más porque ¿qué niño no disfruta de una gelatina ambulante sin cerebro que se lo come todo?

De hecho, cuando he visto los cortos, el segmento del Bob luchando contra un robot gigante era disfrutado mucho por los niños. Bob, pegado en la suela del robot gritaba ‘¡ya lo tengo! Lo estoy cansando’.

Recuerdo que cuando reseñé Madagascar 2, me quejaba que la historia principal, la de Alex, salía sobrando y si bien servía como hilo conductor, podían cortarla y la película no sufre nada. En el caso de Monstruos contra Aliens, la historia de Susan no solamente no aburre sino que está integrada perfectamente a todos los chistes, la acción y los demás personajes, que al final forman un equipo para luchar contra los malos (el único cliché que no se aventaron fue el de que vinieran de Marte, quizá porque la burla la había hecho ya Tim Burton en Mars Attack).

¿Palomera? Sí, es una buena película para ir a tragar palomas (aunque después del Hot Dog que me jambé, ya no pude con las palomas… pero es disfrutable hasta el último chiste (hay algunos un poco bobos, pero inmediatamente lo retoman con uno mejor…

Monstruos contra Aliens
Dirigida por Rob Letterman y Conrad Vernon
Escrita por Maya Forbes, Wallace Wolodarsky, Rob Letterman, Jonathan Aibel y Glen Berger
Protagonizada (en ingles) por Reese Witherspoon (aquí por Jaqueline Bracamontes).
Estudio: Dreamworks
Esta reseña se refiere a la edición doblada al español y en 3D

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Extrañas apariciones / The Haunting in Connecticut, de Peter Cornwell

Íntimo terror
Miguel Cane

Cuando una película de terror se ostenta como “basada”, o bien, “inspirada en” hechos reales, causa un mayor impacto con el público, y eso se traduce en taquilla. Esto tiene que ver con el miedo intrínseco que suscita lo sobrenatural al manifestarse en la vida cotidiana; asusta más lo desconocido que un zombi o un psycho killer, porque, por inverosímil que parezca es más fácil creer en lo que no podemos explicar, que algo tangible.



Así es como, presuntamente basado en hechos reales, el filme que hoy nos ocupa cuenta la historia de los Campbell, una familia de clase media con tres hijos que se muda a un pueblo en Connecticut para que Matt (Kyle Gallner), el hijo adolescente, pueda someterse a un tratamiento experimental para curar el peculiar tipo de cáncer que padece. Sin embargo, unos fenómenos extraños que se manifiestan en su residencia (que antaño fuera una funeraria – ecos de Poltergeist y El horror de Amityville) alterarán su vida.



Para ayudar a su aterrorizada familia, Sarah, la madre (Virginia Madsen) acudirá a un enigmático sacerdote llamado Popescu (Elias Koteas, de Crash: Extraños placeres y Exótica), quien intentará librar a la casa de las presencias ocultas. Sin embargo, un inesperado giro en los acontecimientos convertirá la vida de Matt en un infierno y pondrá a la familia en grave peligro, a menos que su madre intervenga, arriesgándose incluso a morir.


Partiendo de este argumento Extrañas apariciones es una cinta de género que no está nada mal, puede llegar a entretener, pero le falta ritmo a la historia, contarla de manera que el público se involucre con los personajes, que sientan realmente lo que están viviendo, en lugar de ser sólo meros espectadores.



La película ofrece buenos momentos de tensión y terror con apariciones de muerte que asustan, gracias a que técnicamente es efectista y lograda, valiéndose de la técnica de los flashbacks (experimentados al parecer por la misma casa) tratando de explicar que fue lo que ocurrió en ella. El guión funciona, pese a los abundantes lugares communes, y esto es gracias al reparto, que es sólido y con buenas actuaciones, especialmente de parte de Virginia Madsen, veterana del género (su interpretación en la estupenda Candyman, de Bernard Rose (1992), es aún muy recordada por fans del terror), que logra contagiar no sólo su angustia como madre de un hijo gravemente enfermo, también como una mujer que saca fuerzas de la nada para enfrentar algo que desconoce, pero que amenaza a lo que más ama, algo que contribuye a la identificación del público, especialmente aquél que teme – y disfruta haciéndolo- con estas historias.

Extrañas apariciones/ The Haunting in Connecticut
Con Virginia Madsen, Martin Donovan, Kyle Gallner, Amanda Crew y Elias Koteas
Dirige Peter Cornwell
Estados Unidos 2009

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6 abr 2009

Duplicidad / Duplicity, de Tony Gilroy

Espías de altura

Miguel Cane

Las cintas de espías siempre funcionan como un escapismo total de la realidad – aún si, como la que hoy nos ocupa, están firmemente basadas en ella- y ese es su atractivo. Si además de tener acción y ritmo, tienen una tensión sexual sugerente y sostenida – como sucede aquí con los protagonistas-, el éxito está garantizado. Y, si además se da el caso de que haya humor y diálogos de primera, con un guión inteligente, entonces es una sorpresa en el cine de género y Duplicidad tiene todo esto.

En su momento, Tony Gilroy (director y guionista de Michael Clayton, que no sólo era una fábula moral sobre el mundo del derecho corporativo, también era a su manera, un thriller de espías) declaró que algunas de sus películas favoritas eran los espectaculares filmes de los sesenta, como los dirigidos por John Frankenheimer o bien, Charada, de Stanley Donen, que combina exitosamente varios géneros, entre ellos la comedia romántica y el suspense, contando con la presencia de dos super carismáticas estrellas (Cary Grant y Audrey Hepburn) y que siempre buscaba rendirles homenaje, aquneu mínimo, en su trabajo.

Así, vuelve detrás de las cámaras para contar la historia de dos amantes incapaces de ser honrados, sobre todo tratándose de sus sentimientos, que a su vez, buscan obtener una gran fortuna. Buscó intérpretes que fueran creíbles como espías rivales a pesar de tener una relación amorosa y Julia Roberts y Clive Owen son perfectos para los papeles.

La Roberts, radiante de carisma y bien asentada en la madurez, interpreta con dosis iguales de glamour y sarcasmo el papel de Claire Stenwick, ex operativa de la CIA, mujer manipuladora e inescrupulosa pero irresistible, mientras que Owen es Ray Koval, ex agente de la inteligencia británica que trabaja para una importante corporación, a las órdenes de Richard Grasik (Paul Giamatti) y es el contacto de Claire, con quien le une una historia de amor y traición, para robar secretos industriales a Howard Tully (Tom Wilkinson), cabeza de una compañía rival.

Pronto, valiéndose de llamativos recursos narrativos (la película está muy bien escrita y editada), locaciones y reparto, los personajes se involucran – e involucran al espectador- en una carrera contra reloj para evadir peligros de ambos frentes, salir airosos y con dinero de la aventura… eso si no acaban traicionándose el uno al otro.

Duplicidad es una cinta elegante, que se sostiene en la química palpable de sus estrellas y ofrece más inteligencia de lo habitual en un producto de este estilo, tiene agilidad para no ser aburrida y cualquier elemento inverosímil es pasado por alto gracias al talento involucrado (de hecho, pese a su estructura argumental, con recovecos y todo, la trama no es excesivamente compleja) y se deja ver, muy bien.

Duplicidad/Duplicity
Con: Julia Roberts, Clive Owen, Paul Giamatti y Tom Wilkinson
Dirige: Tony Gilroy
Estados Unidos 2009

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2 abr 2009

Malena, film de Giuseppe Tornatore (01) - David Guzmán

David Guzmán

"Yo tenía 13 años. Un día, a fines de la primavera de 1941, la vi por primera vez..."
Renato Amoroso



Monica Bellucci as Malena Scordia in Miramax's Malena



Hoy, sentado en un restaurante, observé entrar al mismo a una hermosa mujer. Venía acompañada de su pareja; ambos recorrieron prácticamente todo el lugar en busca de la mesa asignada y no pude evitar seguirla con la mirada pues su presencia era en verdad magnética. En un descuido que tuve, volteé a ver a los demás comensales y puedo asegurarles que la gran mayoría la estaba observando…

Digamos que este es uno de los principios básicos de la película de Tornatore. Malena de alguna forma está realizada para el lucimiento de su actriz protagónica, Mónica Bellucci, quien al pasearse por la plaza principal del pueblo de Castelcuto en Sicilia, despierta envidia de mujeres y el deseo de hombres. Toda la historia es seguida y narrada a los espectadores, por un niño de 13 años: Renato Amoroso, quien experimentará –al conocer a Malena-, un proceso de madurez y terminará enamorándose platónicamente de la mujer de la que todos hablan.

El director italiano Giussepe Tornatore partió de la adaptación de un cuento corto escrito por el guionista Luciano Vincenzoni. Vincenzoni (quién escribiera algunos guiones para Sergio Leone) concibió esta historia en base a sus recuerdos de una mujer que altera (con su presencia y estilo de vida) totalmente a un pueblo italiano durante la Segunda Guerra Mundial.

¿Por qué revisitar Malena? A manera de preámbulo les cuento que derivado de comentarios intercambiados hace ya algunos meses con Francisco Peña, le sostuve que Malena no terminaba de gustarme (ver crítica de Malena, por Francisco Peña). No era una cinta que yo recordara especialmente o que incluso, tuviese el deseo de tenerla dentro de mi colección. En esas conversaciones, le comentaba a Paco que no sabía exactamente qué era lo que no me gustaba de la cinta. En una respuesta posterior, mi interlocutor me hizo un comentario que me produjo el efecto inverso por el que supongo Peña me lo había efectuado, diciéndome algo parecido a “bueno…no todo el mundo va por la vida justificando porqué le gusta ó no, algo…” Fue entonces cuando tuve la necesidad de indagar el porqué de mi (aparentemente) injustificada percepción de la película.


Monica Bellucci as Malena Scordia in Miramax's Malena


Volví a verla dos veces más a partir del intercambio de ideas con Paco Peña. La primera de ellas, como un simple espectador que sólo sigue el desarrollo de la cinta, con la inocencia e intención de creer lo que se observa en la pantalla. Pero en la segunda vista puse especial atención a los aspectos técnicos y de realización de la misma, digamos que, con cierto sentido crítico.

Como tal, el resultado que encontré fue interesante: Malena, como simple espectador, es una ‘buena película’ (así, como se dice comúnmente cuando salimos del cine), Mónica Bellucci es impresionantemente bella (con cabello negro o rojizo), la trama es a ratos divertida y en otros angustiante, pero no es una cinta que sienta el deseo de volver a ver una y otra vez, como me ocurre con muchas otras.

Como espectador, me gustó la música de Ennio Morricone, me agradó bastante la actuación del adolescente que hizo de Renato Amoroso (Giuseppe Sulfaro), me disgustó sobremanera el episodio del casi linchamiento de Malena por las mujeres del pueblo (lo sufrí, en pocas palabras), me cayeron mal los familiares de Renato y no soporté tanto recreamiento de las fantasías de Renato con Malena, disfruté los paisajes y tomas panorámicas del pueblo de Castelcuto y me molestó la nula cercanía de Renato con Malena durante toda la cinta.

Pero con ojo crítico fue otro el resultado:

Malena muestra a un director que conoce su trabajo. Tornatore se nota experimentado, y hoy por hoy es considerado el mejor y más famoso director italiano de la actualidad y esa fama no es gratuita. Desde el primer momento en el que aparece Malena caminando al inicio de la cinta, se percibe a un director maduro que sabe cómo plantar a sus personajes y la manera de acercarlos al espectador.

Malena camina al compás de la bella música de Ennio Morricone, mientras es observada por los jovencitos sentados a un lado del camino, entre los cuáles se encuentra Renato. El desplazamiento de cámara es elegante, preciso…y de alguna forma se convierte en cómplice de Mónica Bellucci, pues es fiel a su belleza, magnificándola, casi adorándola... durante toda la película. Malena camina cabizbaja, con la mirada al suelo, casi sin percatarse de que está siendo minuciosamente observada por los lugareños.

Bajo este perfil, Mónica Bellucci desarrolla un trabajo que por ser sutil no es valorado en su justa dimensión. Prácticamente sin diálogos que impliquen un arriesgado trabajo actoral por parte de la actriz, Bellucci se convierte en una especie de traductor corporal, pues es con su cuerpo, actitudes físicas o gestos como finalmente nos descubre la personalidad de la Malena de Tornatore: enigmática, sensual, con un dejo de tristeza y una soledad que la acompaña.

Pocas veces he presenciado cintas en las que un prestigiado director no resiste la tentación de ‘apapachar’ a su bella protagonista llenándola de close ups o de acercamientos continuos de cámara en aras de hacer evidente ese rasgo de su personalidad: la belleza. Lo vi por ejemplo en El marido de la peluquera cuando Patrice Leconte se da vuelo mostrando la sensual belleza de la actriz Anna Galiena. Pero en Malena está justificado el tratamiento visual del personaje y es que sabemos de antemano qué derivado de la belleza física de esta mujer, se provocan una serie de sucesos no muy gratos en Castelcuto. “Su pecado es ser bella” dice el abogado que la defiende en un injustificado juicio y Tornatore se encarga de hacérnoslo ver en cada secuencia en la que aparece la Bellucci.

¿Es por ello que se percibe superficial el tratamiento del personaje de Malena dentro de la cinta? Es muy posible. Y no solamente Malena sale perjudicada, sino la gran mayoría de los personajes de la cinta: Los familiares de Renato por ejemplo, son caricaturizados hasta conseguir hacerlos casi insoportables al espectador, pero en el entendido de que esto se logra básicamente por la sobreactuación de los mismos y por la gratuidad de las situaciones que ellos escenifican, percibiéndose esto también en los pretendientes de Malena, aquellos que sólo buscan hacerla suya.

Observando la cinta, se pueden también percibir dos miradas a la historia. No me atrevo a asegurar que así haya sido planeado por el director porque sería muy aventurado de mi parte, así que sólo me limitaré a subrayarlo y me refiero al tratamiento inicial y el giro que se maneja en la óptica planteada prácticamente a la mitad de la cinta…y es notorio con Renato.

Renato inicia la cinta con el diálogo en off que aparece al principio de este texto. Es una forma de compenetrar al espectador y hacerlo partícipe de la historia que está narrando, algo similar a que un conocido venga y nos cuente algo que le haya ocurrido. Este tratamiento lo practicó Tornatore exitosamente en la aclamada Cinema Paradiso.

Bajo este esquema es que nos enteramos de la devoción que el jovencito le profesa a Malena, sus fantasías sexuales (repito: creo que son excesivas y redundantes esas escenificaciones con parejas clásicas de la cinematografía, aunque se entiende que Tornatore decidió hacer un minihomenaje al cine dentro del cine, otra vez –en lo personal, me coartan la visión de la cinta y me distancian-), las cartas que le redacta, sus peticiones al santo del pueblo, etc. Pero a la mitad de la cinta es muy marcado el distanciamiento que como espectadores percibimos en Renato, pues Tornatore ahora se limita a mostrarnos la realidad social de Malena (quién se encuentra sin conseguir trabajo para finalmente terminar prostituyéndose) quedando la mirada cómplice de Renato relegada a un segundo plano, es decir, el recurso narrativo original queda disminuido (casi olvidado) en importancia o es sustituido por uno más plano ó inesperado.

¿Qué ocurre con este tratamiento en los espectadores? Un distanciamiento que provoca que la cinta se perciba en cierto momento lo suficientemente fría como para desmotivar el interés inicial de verla.

Y para muestra, el momento del cuasi linchamiento de Malena por las mujeres del pueblo.

Pienso que (repito, con ojo crítico) hay revisar la duración de ciertas secuencias. Es arriesgado manejar un planteamiento del personaje principal (la mujer sola y bella, que no cruza palabra con nadie, que cuida a su anciano padre y que le es fiel al esposo en batalla) y después sentir la saña –prolongada- del director mostrando a su personaje principal (me refiero a Malena) siendo destruído; esto no implica de ninguna manera que yo piense que el evento no podría ocurrir -aclaro-, pero considero que hay formas de mostrar ciertas situaciones sin arriesgar la intensidad dramática y más aún, sin arriesgarse a alejar al espectador de lo que le estamos contando por ese cambio de tono tan marcado en la narración de la historia.


Y es que es indiscutible que esta es una de las secuencias mejor logradas del film: desgarradora y con un gran simbolismo por la forma en la que fue desarrollada; nos muestra posiblemente el mejor momento actoral de Mónica Bellucci y un trabajo de dirección y edición impecable, pero esa perfección repito, no encuadra con la tónica inicial o planteamiento original de la cinta. Al final, sólo pude lanzar la pregunta: ¿es válido buscar el distanciamiento film-espectador? Me arriesgo a pensar que en el caso de Malena, es un error involuntario de guión, más que de otra cosa.

De los aspectos técnicos o de realización:

La música. Es innegable que Morricone compuso una de sus bandas sonoras que mejor permanecen en la memoria aunque siento que al musicalizador (que no el músico) se le fue ligeramente la mano a la hora de acompañar las imágenes pues utilizan un mismo corte con muy ligeras variaciones en gran parte de la película, por lo que ese aspecto se siente a ratos monótono, salvo dos o tres momentos de la cinta con composiciones de Morricone a la altura de sus mejores trabajos (el del arranque cuando nos presentan a Malena, es exquisito -ver video arriba-), aún así es innegable reconocer que la música ayuda muchísimo a crear esa atmósfera del pasado nostálgico alrededor de Malena y Renato.

¿Qué decir de la fotografía de Lajos Koltai (La leyenda de 1900 y Cuando un hombre ama a una mujer)? Tonalidades naranja delinean las imágenes de Malena Scordia y el pueblo de Castelcuto, con lo que la película se convierte en un gran recuerdo vívido y de sueño a la vez. El estilo y diseño visual es espléndido (ojo –por ejemplo- a los cambios de color en vestuario de la protagonista, así como la recreación de la Sicilia de los años 40, es magnífica) y se convierte en uno de los puntos altos de la cinta.

Como realizador, Giussepe Tornatore puede sentirse orgulloso de su película (el guión es otro boleto), su trabajo ‘artesanal’ es sobresaliente y como lo mencionamos en un principio, se percibe una madurez excepcional que ya se vislumbraba desde Cinema Paradiso y que en Malena se confirma.

Este texto, más allá de cualquier polémica, sólo tiene como fin el buscar dentro de MI percepción, las causas del porque no terminaba de gustarme del todo la cinta; concluyo que aún dentro de mi visión de espectador inocente, Malena ha provocado que mire hacia los otros aspectos, los del papel y la realización; aspectos que a la larga pueden también producir el gozo o disgusto por una cinta; y que en el caso de la cinta de Tornatore, sean sólo detalles los que inquieten mi visión.



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¡Mamma Mia!, de Phyllida Lloyd

Miguel Cane


Adaptar un musical del teatro al cine nunca ha sido cosa fácil. Donde hay algunos que se prestan de manera ideal (La Novicia Rebelde es un claro ejemplo de esto), otros son más difíciles de “traducir” – como Cabaret-. El éxito de Mamma Mia!, el musical fenómeno del West End y Broadway, con canciones de ABBA como tema principal, se deja ver en la pantalla grande, pero no la tiene tan fácil, ya que para funcionar, requiere no sólo las canciones que son éxitos probados, si no también un elenco que esté a la altura de sus requerimientos, cosa que finalmente, consigue.

Donna (Meryl Streep), es una madre soltera, dueña de un hotelito en una idílica isla griega, que está a punto de ver casarse a Sophie (Amanda Seyfried), la hija a la que ha criado sola. Para la boda, invita a sus dos mejores amigas, Rosie (Julie Walters), una mujer práctica, y Tanya (Christine Baranski), rica, locuaz y liberada. Las dos son ex miembros de su antigua banda, Donna y las Dynamos.

Por su parte, Sophie también ha hecho tres invitaciones muy especiales, ya que está decidida a encontrar un padre para que la lleve al altar, invita a tres hombres que visitaron la paradisíaca isla hace 20 años (Stellan Skarsgaard, Pierce Brosnan y Colin Firth) y por supuesto, los enredos románticos y las canciones setenteras no se hacen esperar.




Los primeros compases de Mamma Mia! están destinados a invitar al espectador a dejarse arrastrar por una comedia totalmente retro, estridente, un poco manida, pero muy simpática, donde la Streep brilla como es su costumbre. Poco importa que las coreografías de los números musicales sean nulas, casi tanto como las dotes para la canción de muchos de sus actores; tampoco molesta la evidente falta de experiencia cinematográfica de la directora Phillida Lloyd, que hace su película con más buenas intenciones que otra cosa, pero uno ya sabía que no se trataba de una producción de Robert Wise o Bob Fosse, así que no hay motivo para protestar.

Es todo tan exageradamente desenvuelto, tan fresco, onírico y deliberadamente divertido, que si se es capaz de entrar en su juego la inyección de alegría está garantizada. La Streep, protagonista absoluta del film, aborda a su personaje de manera intrépida, demostrando no tenerle miedo a nada (esto ya se dejó ver en en El Diablo Viste a la Moda), dándole al film una interpretación que es como una descarga de adrenalina (véase el número que da título al filme). Junto a ella, el trío de presuntos galanes y posibles padres de la novia cumple a la perfección pese a sus notables carencias musicales (Colin Firth como cantante es un estupendo actor). Mención aparte merece Pierce Brosnan que por fin adopta un rol acorde a su edad, le entra al guateque, no duda en desgañitarse y así acaba de una vez por todas con su imagen de James Bond.

Así las cosas, éste no es el musical del siglo XXI, ni mucho menos pretende serlo. Su argumento es endeble y baladí, no obstante, la sensación que da es la de una auténtica fiesta, un viaje a una Grecia, en la que el tiempo parece haberse detenido en una paradisíaca reivindicación de los años 70 y esto deja al espectador gozoso, alegre y tarareando las canciones de Benny Andersson y Björn Ulvaeus, por lo que cumple su misión optimista con creces y acaba por ser una experiencia sumamente disfrutable para el caluroso verano cinematográfico de este año.


Mamma Mia!/Mamma Mia

Con Meryl Streep, Amanda Seyfried, Julie Walters, Pierce Brosnan, Dominic Cooper, Christine Baranski, Stellan Skarsgard y Colin Firth.
Dirige: Phyllida Lloyd
Reino Unido/Estados Unidos 2008

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Manderlay, de Lars von Trier

Miguel Cane


IFC Films' Manderlay



Con su filme anterior, Dogville, Lars Von Trier dio inicio a una exploración inclemente a lo que él considera “el lado pesadillezco” del sueño americano, más cercana a una versión Brechtiana con escenarios teatrales casi desiertos y actuación visceral, que suscita la reacción del público de un modo instantáneo y emocional. Ahora, con la segunda parte de su propuesta trilogía, Von Trier vuelca su mirada y pone el dedo en la llaga en otro tema aún más polémico, pero siempre presente: la esclavitud a la que nos sometemos, muchas veces incluso de manera consensual.

Después de haber reducido a cenizas ese nido de mezquindad llamado Dogville y de masacrar a todos sus infames habitantes, Grace (Bryce Dallas Howard, en un rol originado por Nicole Kidman) y su padre (aquí interpretado por Willem Dafoe) continúan su andar por Estados Unidos en los años 30 y pronto se encuentran ante las rejas de la plantación de Manderlay, donde Grace interviene para evitar que un esclavo (sí, como si la guerra civil nunca hubiera tenido lugar) sea azotado.


Pronto, con la ayuda de los “persuasivos” - y armados hasta los dientes- gorilas de su papi, la princesa de la mafia con un bizantino código moral confronta a Mam (Lauren Bacall), el vejestorio que domina la plantación con mano de hierro e indirectamente contribuye a que su precaria salud se colapse.



Bryce Dallas Howard in IFC Films' Manderlay



Así pues, lo quieran o no, los esclavos de Manderlay ahora son libres y la joven decide permanecer temporalmente en la mansión (que, al igual que el resto de la locación, como en la película anterior es estrictamente imaginaria) para “enseñarles” a vivir con esta recién descubierta libertad… aún si los resultados no son lo que ni ella ni el resto de los habitantes locales hubieran previsto, más aún, conforme los elementos en la naturaleza de opresores y oprimidos (ahora con los roles invertidos) y los secretos de la familia comienzan a salir a la luz, demostrando que Grace podría arrepentirse cuando ya sea muy tarde, de lo que ha hecho.

El trabajo de Von Trier es, nuevamente, impecable y el drástico cambio de los principales en su compañía de actores no afecta el resultado: la muy joven Howard - primogénita del director de El Código DaVinci y que había realizado una estupenda interpretación como la heroína invidente de La Aldea- toma con naturalidad el personaje creado por Kidman (que en su momento le sirvió para redefinir su carrera) y lo interpreta con insólita valentía para alguien de su edad. Tiene oficio y el futuro de la actriz será brillante.




Willem Dafoe and Bryce Dallas Howard in IFC Films' Manderlay



La cinta no pierde el interés en ningún momento, pero los espectadores deben estar advertidos: el fuerte de este trabajo son los diálogos y sus implicaciones: cada actor, en un reparto encabezado por el sólido Danny Glover, entrega perfectamente un aspecto de la humanidad que Von Trier plasma en palabras. Pronto, el horror de Manderlay se hace presente y queda tatuado en la mente del espectador.


Muchas veces nosotros mismos hemos estado en la posición de los personajes y muchas veces también, nuestras decisiones han sido similares. Si bien el efecto impactante del escenario desnudo ya no es igual que en Dogville, la segunda parte de esta trilogía presenta una visión tan o más perturbadora del mundo.

Mientras el peregrinar de Grace continúa, el director danés se prepara para seguir haciendo su vivisección del gigante, para mostrar sin sutilezas sus pies de barro. Sin duda, tanto admiradores del cineasta, como de esta saga estarán de plácemes, pero esta cinta no debería ser segregada: todo cinéfilo responsable debería asomarse a lo que ocurre más allá de las rejas de Manderlay. Sin duda será una experiencia inolvidable.

Manderlay
Con Bryce Dallas Howard, Lauren Bacall, Danny Glover, Chlöe Sevigny, Isaac de Bankòle y Willem Dafoe.
Dirige: Lars Von Trier.
Dinamarca/Suecia/Alemania/Francia/Reino Unido 2005

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Mar Adentro, de Alejandro Amenábar

Miguel Cane

Fine Line Features' The Sea Inside


La eutanasia como tema principal de una película, inmediatamente es referencial a un mundo de tristeza, desolación, a un desenlace amargo.

En el caso de la más reciente cinta del llamado “niño prodigio” (aunque ya es un hombre) del cinema español, Alejandro Amenábar, es la excepción. Al comenzar, se sabe de antemano que acabará en lágrimas, pero lo sorprendente y maravilloso de la cinta es que logra trascender esta carga para representar de un modo casi luminoso, la vida de un hombre que por azares del destino podía haber quedado condenado a muerte, y sin embargo, mantuvo un extraordinario y fecundo universo interior.


En 1968, a los 24 años de edad, Ramón Sampedro había dado tres vueltas al mundo, como marinero. Era un muchacho jovial y con futuro, o al menos uno se lo imagina de éste modo, aunque no lo conocemos así. Una mañana, se tiró un clavado al mar de Galicia que conoció toda su vida, pero un error de cálculo y un posterior rescate desesperado le rompieron vértebras, dejándolo cuadrapléjico de por vida.

Convertido a una cabeza clavada a un cuerpo, Ramón se dedicó en los 28 años subsecuentes, a dos tareas de manera casi religiosa e incansable: escribir cartas y poesía, reflexiones y anécdotas, al mismo tiempo que iniciaba una cruzada para poder acabar legalmente con su vida.

Lola Duenas in Fine Line Features' The Sea Inside


Enfrentándose a una sociedad mayormente opositora – que incluye a su padre y hermano-, el hombre no cejó nunca en su afán, haciendo gravitar en torno suyo las vidas de dos mujeres que lo aman: Julia, una abogada especializada en estas situaciones, cuyo cuerpo también está minado por una enfermedad degenerativa y Rosa, una joven de la localidad, madre soltera y de poca educación, pero con gran alegría de vivir.

El amor de ambas mujeres llega a la existencia de Sampedro como una sorpresa, y ambas jugarán papeles muy importantes en la trama, siendo una la pasión y la otra la alegría, llevándola hacia el inexorable desenlace.


Esta película, una de las más conmovedoras y espléndidas en muchos años, es esencialmente una colaboración total de actor y director. Amenábar explora en Bardem todas sus capacidades como intérprete y también como ser humano. El maquillaje es un elemento clave, sí, pero es Bardem quien – prácticamente desde una cama- se va hasta lo más profundo de sus emociones, para lograr una transformación honesta y sensible, pocas veces creada por un actor para un director, que además, es el responsable de la hermosa música de fondo, inspirada en toda la tradición musical de esta región española.

A manera de cómplice, Javier Aguirresarobe (cinefotógrafo fetiche de Amenábar y responsable de la imagen tan particular de filmes como Abre los ojos y la formidable Los Otros) consigue imágenes en movimiento que arrastran literalmente al espectador por los cielos, convirtiéndonos en testigos del proceso de Sampedro para acceder a su derecho de morir.


Esta es una película llena de esperanza, de amor, de gozos y sombras, que nos enseña una importante lección sobre el respeto, y al final, a sonreír entre las lágrimas.


Mar Adentro
Con: Javier Bardem, Belén Rueda, Lola Dueñas, Mabel Rivera, Clara Segura y Tamar Novas.
Dirigida por Alejandro Amenábar. Distribuye 20th Century Fox (2004)

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La marca de la bestia / Cursed, de Wes Craven

Miguel Cane

Dimension Films' Cursed


Había una vez, un director de películas de terror llamado Wes Craven. Este hombre era sinónimo de auténticos shocks, pese a tener presupuestos muy reducidos. Su primera película, La última casa de la izquierda (inspirada en El manantial de la doncella de Ingmar Bergman, aunque usted no lo crea), causó controversia en su estreno, porque la gente se desmayaba o vomitaba de la impresión.

Años después, transformó el folklore del género, al crear a Freddie Kruger, el asesino onírico de la saga de culto Pesadilla en la calle del infierno y se dio el lujo de dirigir a Santa Meryl Streep en lacrimógeno pero optimista melodrama de autoayuda y superación personal (Música del corazón) en el que la cubanísima Gloria Estefan robaba cámara.

Amado y vilipendiado por igual, Craven había logrado volver a tener un mínimo de respeto con la eficaz trilogía Scream (1996-2000), que logró combinar convenciones del género psycho-killer, con diálogos muy “in” y caras nuevas – amén de que los primeros 15 minutos de la primera cinta, actuados por Drew Barrymore y un teléfono inalámbrico, son una muestra magistral de cómo inducir una ominosa y asfixiante sensación de angustia y miedo en el espectador cautivo-.

Por desgracia, si esa saga (hecha al alimón con el guionista Kevin Williamson) le trajo nueva fama, parece ser que también lo afectó para mal… y la prueba fehaciente es su nueva cinta, La marca de la bestia (título que es bastante claro para los espectadores despistados).

Christina Ricci in Dimension Films' Cursed


Retomando la misma técnica narrativa de las otras cintas y los mismos recursos (chavos del Sur de California, todos parecen prófugos de la extinta telenovela Beverly Hills, 90210, humor gringo insípido y metido con calzador, sustos al azar), el director ahora cuenta la historia muy parecida a la que vimos alguna vez en el modesto clásico de John Landis Un hombre lobo americano en Londres (1981).

Ellie (lo que queda de aquella prodigiosa Christina Ricci, que parece hizo sus escenas al tope de algún antidepresivo) y su hermano Jimmy son huerfanitos y viven en una casa medio siniestra en Hollywood. Ella trabaja para un programa de TV y su hermano se la pasa huyendo de los peponazos “tunde-maracas” locales, bastante chafas en su cometido de atormentar al pobre infeliz. Una noche tienen un accidente de auto y se los ataca un licántropo que no sólo hace fajitas de la bomba sexy Shannon Elizabeth (no necesita actuar con ese cuerpazo y lo ha demostrado muchas veces), también los infecta con “su maldición” y ahora son (¡Wow! ¡Qué sorpresa!) hombres lobo (Joe Dante, también en el ’81 lo hizo mejor con Dee Wallace en la memorable Aullido).

Ahí tienen su trama.

El resto son parches y agregados (la película tuvo tantas broncas de producción que tardó dos años casi en exhibirse y probablemente nunca debió), que los muestran en desesperada búsqueda del hombre lobo que los transformó, ya que para “curarse” deben decapitarlo y sacarle el corazón. Los problemas vienen, cuando ni esto, ni las subtramas – que involucran a algunas celebridades menores de la TV gringa- logran provocar risas, sustos o incomodidad. Si acaso, invitarán al bostezo o de plano, al encono por haber pagado por ver semejante bazofia.

Si hay que ser justos, son estupendos los efectos de maquillaje del maestrazo Rick Baker, pero, lástima, se desperdician gracias a un guión comatoso y saturado de personajes antipáticos y engorrosos. Si a esto sumamos un total anticlímax, se darán cuenta de que es un estreno miserable e ignominioso, aunque inexplicablemente haya talento (Craven, Ricci, Baker) involucrado.

Estén advertidos: esta película no merece que tiren su dinero a la basura… podrían ponerse como bestias del disgusto.

La marca de la bestia/Cursed
Con: Christina Ricci, Shannon Elizabeth, Joshua Jackson y Portia DeRossi
Dirige: Wes Craven. Distribuye: Buena Vista Internacional (2005)

La Marcha de los Pingüinos / La Marche de L’Empereur, de Luc Jacquet

Miguel Cane



Warner Independent Pictures' March of the Penguins



Es realmente notable que un documental tenga éxito. Casi nunca sucede, a menos que trate acerca de un tema sensacional o controversial (el caso de Michael Moore es referencia más bien obvia al respecto). Por lo mismo, el que esta cinta, estrenada sin mucho interés en cuatro salas de Estados en junio de 2005 llegara a recaudar una taquilla de 77 millones de dólares, solo en E.U., sin contar con el renombre adquirido por sus exhibiciones alrededor del mundo, es una verdadera sorpresa, más aún si se toma en cuenta de que se trata de una mirada sin artificios a la lucha por sobrevivir de una especie animal y que a lo largo de los ochenta minutos que dura, nunca aparece un ser humano.



Warner Independent Pictures' March of the Penguins



Aquí, lo que atrapa al el espectador y le impide despegar los ojos de la pantalla, es la historia de la batalla de los Pingüinos Emperador por salvar la vida de sus polluelos, en un marco de absoluta realidad, sin ninguna clase de adorno ni efecto especial, ni un happy ending impuesto por los focus groups: esto que vemos es la vida tal cual.

Cuando inicia el otoño, los pingüinos inician su peregrinar hacia los hielos, donde todos nacen, para repetir el ciclo de la reproducción. Cada pareja se elige y aparea. Pronto, vemos cómo cuando la hembra pone su huevo, el macho se encarga de empollarlo para protegerlo de las inclemencias, ya que si el huevo llega a quebrarse o recibir el embate del viento helado, el embrión morirá. Mientras los machos fungen como centinelas de sus hijos nonatos, las hembras se aventuran a buscar alimento, en medio del más crudo invierno, y caminan por meses hasta hallar el mar, que se ha convertido en hielo en buena parte, por lo que encontrar alimento es muy difícil; no obstante ninguna vacila en su esfuerzo, ya que del éxito de esta búsqueda depende la supervivencia de la cría.

Los machos permanecen, mientras tanto, a la espera, de pie, casi sin moverse, agolpados entre todos para que las tormentas de nieve no afecten a los huevos, en total oscuridad, sin comer ni beber por días enteros, y son ellos los que reciben a los pequeños cuando nacen y los que les dan el primer alimento, con lo último que les queda de las fuerzas, mientras cuentan los minutos para que sus madres aparezcan y salven a todos.


Este conmovedor y fascinante relato, engañosamente simple en su estructura y realización, fue filmado por un grupo de cineastas franceses, encabezados por Luc Jacquet, trabajando bajo las peores condiciones climáticas posibles, apoyados por la National Geographic, durante 14 meses, muestra una insólita belleza en medio de la aridez del hielo, narrándonos una hermosa historia de amor que se ve enmarcada en el mensaje de cómo unida lucha una comunidad en la todos se cuidan entre sí.

Muchas veces, no es necesaria una trama pletórica de violentas sorpresas o una lluvia de efectos especiales, para captar los sentidos del espectador, sus emociones y atención, llevándolo de la mano por una experiencia única. Éste es el caso, en que todos son de algún modo testigos de lo que ocurre; el milagro de la vida, algo que contagia de esperanza, al terminar la función.


La Marcha de los Pingüinos/La Marche de L’Empereur
Dirigida por Luc Jacquet.
Distribuye: Artecinema (Francia, 2005)



Warner Independent Pictures' March of the Penguins



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El marido de la peluquera / Le mari de la coiffeuse, de Patrice Leconte

David Guzmán.









Siempre he mencionado entre mis cintas favoritas de todos los tiempos, una película que no es espectacular en cuanto a efectos especiales, ni contiene una trama muy elaborada o complicada; es su gran sencillez la razón por la que ocupa uno de los sitios especiales entre las cintas de mi predilección.

Hay que mencionar que no es una película que se encuentre en exhibición actualmente y peor aún, El Marido de la Peluquera no se consigue en México. La distribuidora que comercializó la cinta en su momento quebró y los derechos de distribución quedaron en el aire sin que hasta la fecha exista alguna compañía que pueda comercializarla. Sin embargo, Paramount tiene los derechos en Estados Unidos y la película puede adquirirse en alguna tienda de comercio virtual como Amazon ó DVDGO.COM para quienes decidan traérsela subtitulada en español directamente de España en DVD región 2. Cuando se estrenó en México, fue exhibida en los peores cines y prácticamente nadie se enteró de su proyección.

La historia está narrada en una forma que ha quedado prácticamente en desuso con las tendencias actuales y por ello me parece que la connotación de joya cinematográfica es por demás merecida. Su director Patrice Leconte, ha sido duramente criticado por los especialistas debido a una supuesta falta de estilo propio, pero más allá de eso, la gran cualidad de este realizador francés es que ha sabido moverse de un género a otro realizando sin lugar a dudas, un cine de autor con un sello muy personal.

Y es que Leconte no ha mantenido una línea homogénea como un David Lynch por ejemplo, que siempre se conduce entre historias obscuras o inquietantes y que caen dentro de un mismo tipo de temática, Leconte está al otro lado de la acera y sus trabajos abarcan la comedia (Tango, la maté porque era mía), el drama romántico (El Perfume de Yvonne), la tragedia (Monsieur Hire) y el cine de época (Ridicule), siendo –como él manifestó- sus diferentes estados de ánimo los que lo han motivado a filmar en diferentes estilos, siempre sin perder su personalidad y resaltando los detalles que hacen reconocible su cine.

Es dos años después de dirigir la magnífica Monsieur Hire cuando realiza El Marido de la Peluquera, una historia mínima de tonalidad optimista, brillantemente contada y que parte de una anécdota que conserva varios elementos de Monsieur Hire aunque sin ese aura de tragedia y pesimismo de ésta última y con la que logra un resultado profundamente conmovedor.

La cinta abre con una toma de un inmenso mar azul y en el centro está Antoine, el protagonista; un niño de 9 años bailando música árabe en forma por demás graciosa. Instantes después, un rostro entrado en años, mira fijamente a la cámara en actitud nostálgica mientras se corta –él mismo- el cabello. Es Antoine (personificado con sutileza por Jean Rochefort - también actúa en la cinta dee Leconte El hombre del tren) 40 años después y en medio de flashbacks que comienzan a suceder, lo vemos en su niñez cuando su principal fascinación era ir a la peluquería del pueblo donde la Sra. Shaeffer (una mujer obesa que aunque soltera tenía fama de tener varios amantes) atendía únicamente a hombres. El gusto del pequeño Antoine por este lugar residía esencialmente en los olores que percibía en cuanto atravesaba el umbral, las lociones y perfumes, pero especialmente el aroma femenino de la peluquera. Es en este sitio donde Antoine comienza a descubrir su sexualidad y que marcará en su mente la idea obsesiva de casarse con una peluquera.






Y aquí ya entramos a los terrenos ampliamente dominados por el cine francés, que me han llevado a preguntarme sobre el porqué son tan fascinantes las películas del país galo. Invariablemente llego a la conclusión de que es un cine que transmite emociones sin necesidad de tanto diálogo. Las imágenes hablan por sí solas, el gesto de los actores, miradas profundas y grandes close ups (que a algunos les parecerán aburridos), logran conmover y eso es algo que muy raramente podemos ver en el cine norteamericano que es el que inunda el mercado mexicano.

Y es que basta ver en El Marido de la Peluquera como Leconte retrata el proceso del corte del cabello, como si fuese un arte, un ritual al que se le da un énfasis muy profundo en la película, de una actividad especial de contacto físico con otra persona, que puede provocar sensaciones encontradas cuando ésta finaliza. Son esas sensaciones las mismas que recuerda Leconte de su niñez y las que lo motivaron a llevar a la pantalla esta singular historia.

En una escena familiar en la que el padre de Antoine pregunta a sus hijos ¿qué es lo que quieren ser de grandes?: el mayor responde que quiere ser Ingeniero y cuando toca el turno a Antoine, el niño fascinado y sin pensar en consecuencias, se limita a decir que él quiere ser... el marido de la peluquera.



Esta promesa que hizo inocentemente en esa reunión familiar provocando el enojo de su padre, se lleva a cabo 40 años después, cuando Antoine conoce a Mathilde.



Y es justo ahí, cuando comienza una de las secuencias más hermosas y memorables de la cinta. Un desplazamiento de cámara que nos va descubriendo poco a poco, con sutileza y encanto fascinantes, la personalidad de la peluquera interpretada con sensibilidad por la actriz italiana Anna Galiena; es Mathilde quien con delicadeza hojea una revista, un gran close up a su bello rostro nos deja entrever la maestría del cinefotógrafo Eduardo Serra; es un momento mágico dentro de la cinta que logra transmitir la fascinación que ejerce Mathilde sobre Antoine, quien a distancia la observa detenidamente en ese cerrado universo formado por la peluquería.

Enmarcando el momento, la espléndida música de Michael Nyman, logrando captar y transmitir todo el encanto de la secuencia. Es obvio que Patrice Leconte se regodea con la imagen de Anna Galiena con escenas en cámara lenta donde la vemos desplazarse con su etérea y sensual personalidad y especialmente cuando ella observa a Antoine; este elemento cinematográfico sirve para enfatizar el nexo que existe entre ellos y el momento que están viviendo.

El score principal de Michael Nyman para la cinta, justifica perfecto el porqué Leconte volvió a llamarlo después de haber trabajado con él en Monsieur Hire. La banda sonora incluye temas árabes de diversos compositores y los escritos por el compositor en su habitual línea minimalista caracterizada por su sencillez melódica, delicadeza y espíritu intimista. Nyman participa incidiendo en la ambientación, subrayando los sentimientos de amor que existen entre los protagonistas y enfatizando también los momentos de sensualidad; que ciertamente existe desplegada en pantalla.

Son los flashbacks los que muestran cómo se fue originando esta historia de amor. En flashback vemos por ejemplo, cómo Mathilde se hizo de la peluquería: un obsequio de su anterior jefe (el memorable Sr. Agopian) que motivado por el tacto que ella tenía para atender a sus clientes no encuentra mejor candidata para cederle su negocio. Hay que remarcar que Anna Galiena está estupenda y no exagero al afirmar que es el mejor papel de toda su carrera; la ví en Jamón Jamón de Bigas Luna y en otras cintas pero nunca con esta personalidad que logra traspasar la pantalla y que hace que su personaje sea absolutamente inolvidable.

La historia está enmarcada en el melodrama romántico, esquivando los clásicos estereotipos como el del galán con la mujer guapa. Antoine, visiblemente entrado en años, conoce a Mathilde todavía joven y aunque la pareja visualmente podría no funcionar para ciertos estándares a los que nos tienen acostumbrados, creo que es de los detalles más acertados de Leconte para hacer más convincente la trama. La anécdota de cómo se conocen es crucial: Antoine (ya adulto) entra a la peluquería a cortarse el pelo y al terminar la sesión sorprende a Mathilde con una pregunta que ha esperado durante 40 años poder realizar:

-¿Se casaría conmigo?

(Nyman de nuevo, con un solo de piano, emotivo y nostálgico, delimitando esta conversación que tienen dos seres maduros y solitarios).

Las secuencias eróticas de la pareja podrían incomodar a más de uno, sin embargo hay que tener presente que lo que estamos presenciando es un amor entre personas maduras. Por ello la cámara de Leconte sorpresivamente realiza tomas sugerentes enfocadas a mostrar la sexualidad de los protagonistas cuyos encuentros se desarrollan siempre en la peluquería. Close ups al pecho de Mathilde, a sus piernas, hay incluso alguna secuencia en la que Antoine la seduce mientras ella disimula cortando el cabello a uno de sus clientes.

Va por ahí que en Estados Unidos la película se vendió con frases como: ‘Más erótica que una docena de Bajos Instintos’ y ciertamente es erótica pero el enfoque de la cinta no es ese. El enfoque es el amor y su consecución, después de muchos años de un anhelo que se tuvo en la infancia finalmente se alcanza; es el anhelo de Antoine materializado décadas después.

-¿Se casaría conmigo?

Mathilde no responde, termina su trabajo en silencio y permanece indiferente mientras hace cuentas y contesta: ‘son 35 francos’.

Antoine se disculpa y se retira.

Con algunas secuencias de la infancia de Antoine, el director nos remarca, en sentido figurado, la premisa principal de la cinta: conseguir a costa de esfuerzo y dedicación, los objetivos o sueños que nos hayamos propuesto.

-"El otro día probablemente usted se estuvo burlando de mí, pero…apreciaría su propuesta si todavía se mantiene en pie y sí… me casaré con usted” -Mi nombre es Mathilde.

La fotografía de Eduardo Serra es como siempre, espléndida y digna de destacarse; está realizada con bases en tonos naranja y un magnífico manejo de la luz. Es esa deslumbrante iluminación que penetra desde el exterior, la que da vida a la peluquería, el reducido espacio en el que los amantes viven su amor y el lugar al que llegan los clientes quienes se convierten en una especie de emisarios con las noticias de lo que acontece en el mundo exterior.

Dentro de los momentos cómicos que existen en todas las películas, vemos que Antoine conserva el gusto por bailar canciones árabes, aunque realmente no tiene ni idea de cómo bailarlas y es este, posiblemente, uno de los pequeños detalles poco afortunados de la película pues sobreviene la sensación de un exceso de secuencias de baile llegando a un punto en el que la gracia tiende a perderse.

¿El amor acaba?

-Abrázame Antoine, abrázame tan fuerte que no pueda respirar...tengo miedo de que llegue el día que ya no quieras bailar conmigo. He conocido a otros hombres, pero nadie como tú, abrázame fuerte... (Mathilde)

Naturalmente y como ya es el estilo de Leconte en este tipo de historias, el toque dramático no puede faltar...tal y como ocurre en la vida real. El miedo de Mathilde de que eso tan bello que están viviendo desaparezca un día, es el detonante para un sorpresivo desenlace, pero al final perdura la sensación de que las emociones y sentimientos experimentados, valieron la pena.

Me quedo con la imagen de Jean Rochefort, sentado en la peluquería, esperando con un cliente...a la peluquera, en una de las más bellas cintas que ha realizado Patrice Leconte y que elevó a Anna Galiena a la cúspide de su carrera. La película es, estimados lectores, un bello ejemplo del (cada vez menos realizado) cine de emociones.

Director: Patrice Leconte Intérpretes: Jean Rochefort (Antoine), Anna Galiena (Mathilde), Roland Bertin (padre de Antoine) Maurice Chevit (Agopian) Guión: Claude Klotz y Patrice Leconte Fotografía: Eduardo Serra Música: Michael Nyman Edición: Joelle Hache Producción: Thierry de Ganay Diseño de Producción: Iván Maussion País: Francia Año: 1990


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Masacre en cadena / The Texas Chain Saw Massacre, de Tobe Hooper

Miguel Cane




Son tres las películas que jugaron un papel decisivo en la americanización del cine de terror, proceso entendido como el paso del horror clásico al horror moderno, ése que no necesita de los mitos literarios como el hombre lobo, el vampiro, o los brujos. La primera fue Psicosis de Alfred Hitchcock que plasmó con perfeccionismo enfermizo el postulado de Quincy de que "el asesinato es una de las Bellas Artes" . La segunda fue La noche de los muertos vivientes de George A. Romero que masificó el zombi y lo usó como vehículo de violenta metáfora política. Y la tercera es Masacre en cadena, por partida triple ópera prima de Tobe Hooper, obra maestra del género, y una de las películas más influyentes en la historia del cine moderno.

La historia lineal, sin complicaciones narrativas de ningún tipo, también cuenta con una fuerte carga política: es la visualización del delirio de terror de la juventud estadounidense frente a las carnicerías de la guerra de Vietnam. De hecho, sus fresones jóvenes protagonistas emprenden el viaje a través de Texas en su vagoneta hippiosa como medio de escape al reclutamiento del ejército. Pero encuentran que la muerte, especialmente en tiempos de guerra, es inevitable. Su destino ya les es ajeno.

Aunque el éxito tanto artístico como comercial del filme de Hooper ha provocado decenas de clones y copias, muy pocos cineastas aprecian el valor de la estética naturalista de Masacre en cadena, en donde sus acciones violentas y brutales son captadas sin artificio alguno. O si se prefiere, son trabajadas bajo el mayor artificio de todos: el estilo visual que aspira a la reproducción de la realidad más inmediata que conocemos. La violencia es cruel y cruda pero no sangrienta. De hecho, el uso de la sangre se mantiene al mínimo.

Su tono naturalista, desprovisto de los engolosines y tremendismos que han infectado el género en los últimos años, parte de una cuidada dramaturgia cuasi documental que domina el relato desde el prólogo en tres partes: introducción narrada por John Larroquete, para después dar paso a una pantalla en negro que sólo es iluminada por flashazos de la policía para revelar lo macabro del hallazgo recién encontrado y rematar con corte a una imagen posiblemente de un cádaver desenterrado del cementerio con distanciado locutor de radio que informa sobre la proliferación de los profanadores de tumbas.

Leatherface (Gunner Hansen) como esa máquina implacable de asesinato de inmediato adquirió status de figura de culto y aún más importante era la confirmación de que el terror ya no se debía buscar hasta Transilvania o los bosques de Europa Central a manera de vestigios de la Edad Media. El terror se podía encontrar en América y podía ocurrir en cualquier momento.
Por sus imágenes aterradoras que parecen no envejecer, por su abrupto final abierto en corte hacia la negra Nada, por su desafiante pertinencia política (aún vigente), Masacre en cadena es de esas pocas películas que bien merecen ser recordadas como parte del legado fílmico esencial del siglo pasado, un legado siempre vivo, proteico.

Para la trivia: Tanto Leatherface, como Norman Bates y Hannibal Lecter fueron inspirados por el mismo personaje de la vida real, el asesino en serie y antropófago Ed Gein.

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Masacre en la cárcel 13/Assault on Precinct 13, de Jean-François Richet

Miguel Cane


The movie poster for Rogue Pictures' Assault on Precinct 13


En Hollywood, casi todo vestigio de originalidad ha salido por la ventana y lo de hoy – de hecho, hace bastante es “lo de hoy”- es el remake. Este puede caer en tres distintas categorías: ignominioso y horrendo del tipo ¿cómo-se-atrevieron?, como Psicosis, La Masacre de Texas, The Stepford Wives o El Planeta de los Simios. Otros son los “in”: indiferentes, innecesarios e insípidos como Sabrina, El quinteto de la muerte o Solaris, y luego están los que se las arreglan para resultar interesantes pese a la sombra del clásico original – son pocas, como El embajador del miedo, Dragón Rojo, o el caso que hoy nos ocupa, Masacre en la cárcel 13, que de hecho tiene la rara distinción de ser remake de lo que a su manera ya fue un remake: es nochevieja en Detroit y durante una nevada, el gángster y asesino Marion Bishop (Laurence Fishburne) es transportado a prisión. Al bloquearse los caminos, la policía decide llevar su carga de asesinos y delincuentes (que incluye al rapero Ja Rule y un casi irreconocible John Leguizamo), a una estación de policía en lo que cede la tormenta.

Ahí, el sargento Jake Roenick (Ethan Hawke), encara los hechos de haber fracasado como policía y el que su delegación será cerrada definitivamente. Los pocos oficiales que quedan después de una desastrosa misión y el personal de oficina (entre ellos Gabriel Byrne, Brian Dennehy, Drea DeMatteo y la sexy Maria Bello como una psiquiatra), no están preparados para hacerse cargo de remesa semejante y se hallan en peligro mortal cuando una falange de desconocidos armados rodea el edificio y exige la cabeza de Bishop. Obligados a aliarse para sobrevivir, policías y criminales se arman con lo que pueden, enfrentándose a un destino incierto y brutalmente violento.

La primera versión de esta historia, es el muy efectivo Western Río Bravo, de Howard Hawks (1959) que en 1976 se convirtió en Asalto a la crujía 13, de John Carpenter, misma que se volvió objeto de culto y lo llevaría a consagrarse con la memorable Halloween.

Aquí se recurre a un replanteamiento de la misma anécdota general, pero el director amplifica la violencia estilizada de Carpenter para lograr una dimensión propia de angustia que transmite al espectador, con la misma crudeza que el original, pero sin olvidar que es un filme contemporáneo. Es así que la cinta, dirigida por el francés Jean-François Richet (director de la cruda y notable État des lieux, filmada en 1995) consigue elevarse de la mera categoría de “refrito a la orden”, para explorar nuevos niveles de tensión en un escenario claustrofóbico. La película es para adultos y esto hay que subrayarlo desde el principio: los chavitos que buscan la “buena onda” de Bruce Willis o The Rock no la van a encontrar aquí.

Toda vez que la película comienza y toma su ritmo, no suelta hasta el impactante desenlace: en esta contingencia no hay “buenos” ni “malos”, sólo gente desesperada que, al verse atrapada, hará lo que sea para sobrevivir. Cualquiera puede ser asesinado en cualquier momento y el espectador no puede despegar los ojos de la pantalla. El mérito de esta cinta es ese precisamente: se atreve a ser congruente con la historia y no hace concesiones; esto se refleja en su regular – más bien pobre- efecto en taquilla en los EU.

A los teenagers que rigen al marketing Hollywoodense parece que de plano no les gustó porque no hay chistes idiotas y sí una ferocidad que induce la ansiedad del espectador, algo que la distingue en un panorama asfixiante de productos genéricos como son, casi por antonomasia, los remakes nuestros de cada día.

Masacre en la cárcel 13/Assault on Precinct 13 (2004)
Con: Ethan Hawke, Laurence Fishburne, Maria Bello, Drea DeMatteo, Brian Dennehy, John Leguizamo y Gabriel Byrne.
Dirige: Jean-François Richet. Distribuye: United International Pictures.

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