28 feb 2010

El amor en los tiempos del cólera / Love in the time of cholera, de Mike Newell

Miguel Cane

New Line Cinema's Love in the Time of Cholera


Adaptar al cine la obra de Gabriel García Márquez ha resultado ser, tradicionalmente, un albur: nunca se sabe cuál será el resultado y sea cual sea, a los ojos de sus muchos admiradores, siempre se quedará corto en comparación con la prosa original. Cuando en 2005 se anunció que, tras tres años de labor de convencimiento, se iba a filmar El amor en los tiempos del cólera, una de las principales reacciones fue el escepticismo, mismo que sólo se disiparìa hasta el estreno, mismo que a nivel global tiene lugar esta temporada y es ahora que surge la respuesta a la incógnita ¿está a la altura del libro la película? Tiene muchos matices y es difícil de encapsular en una sola opinión.

Javier Bardem in New Line Cinema's Love in the Time of Cholera


Para quienes han leído la novela desde que apareció en 1985, la historia de Florentino Ariza, Fermina Daza y el doctor Juvenal Urbino y sus consecuencias a lo largo de cinco décadas, no tiene secretos y ha sido fuente de admiración. Traducir la prosa de García Márquez al celuloide es una tarea difícil y en este caso recae mayormente en Ronald Harwood, guionista que ha trabajado con cineastas de la talla de Roman Polanski.

Giovanna Mezzogiorno and Unax Ugalde in New Line Cinema's Love in the Time of Cholera


Su guión es en algunas escenas y diálogos sorprendentemente fiel a la novela, aún si al pasar al inglés, algunas de las frases pierden su sentido, pero es el precio a pagar por una producción internacional pagada en dólares. Mike Newell, el director – reconocido por su trabajo sólido en filmes como Donnie Brasco, Cuatro Bodas y un Funeral, y la cuarta cinta de la saga de Harry Potter- hace un trabajo honroso, dadas las circunstancias y Cartagena luce esplendorosa como una locación que se convierte en un personaje más de la trama, en buena parte gracias a la fotografía del brasileño Affonso Beato -- que ha realizado trabajos notables en filmes como La Reina (Stephen Frears-2006), Agua Turbia (Walter Salles – 2005) y Todo sobre mi madre, de Almodóvar- que utiliza a la perfección los escenarios naturales para enmarcar la historia.

No obstante, tanta belleza y recursos resultan inútiles para transmitir una historia que en vez de arrebatar las emociones y provocar reacciones emotivas en el espectador, sólo provoca una creciente sensación de desazón, de desperdicio y en algunas secuencias, de incredulidad y tedio, donde la novela, evidentemente, no podía darse el lujo de caer en ello. Quizá el principal problema es que el conglomerado de personajes que componen el universo de la novela, no consigue encajar del todo en las restricciones de una película, tales como tiempo y ritmo: Javier Bardem, como Florentino Ariza, hace un trabajo interpretativo estupendo, aún si el maquillaje que lo transforma en un anciano es bastante obvio y pobre (lo mismo pasa con los otros personajes), y Fernanda Montenegro, como su madre, también hace un buen trabajo, igual que Catalina Sandino Moreno y Unax Ugalde; sin embargo, hay una falla fatal que afecta al desarrollo de la cinta y esto es la elección de la italiana Giovanna Mezzogiorno como Fermina, que pese a brindar su belleza al personaje, presenta una actuación insegura, viéndose demasiado mayor para parecer una adolescente y demasiado joven para ser la viuda anciana de Juvenal Urbino, quien es interpretado por Benjamín Bratt que no es un actor particularmente convincente y casi siempre parece estar interpretándose a sí mismo.

Giovanna Mezzogiorno in New Line Cinema's Love in the Time of Cholera


La cinta posiblemente gustará a un público que no ha leído la novela y que la tomará por un melodrama de época con suntuosas imágenes. Pero tanto a cinéfilos como a admiradores de la obra del Premio Nobel colombiano, el resultado les sabrá un poco a desencanto, pero ya se esperaba: hay autores a los que no importa cómo se les aproxime un cineasta, nunca será posible recapturar la magia de la narrativa y éste es un caso de esos.


El amor en los tiempos del cólera/Love in the time of cholera
Con Javier Bardem, Giovanna Mezzogiorno, Catalina Sandino Moreno, Benjamín Bratt, Ana Claudia Talancón, Unax Ugalde y Fernanda Montenegro.
Dirige: Mike Newell
Reino Unido/Estados Unidos/Colombia/España 2007


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27 feb 2010

88 Minutos / 88 Minutes, de Jon Avnet

Miguel Cane

Al Pacino stars in Sony Pictures' 88 Minutes


Aunque el título de la más reciente cinta protagonizada por Al Pacino es 88 minutos dura más de la hora y tres cuartos que anuncia y ese es quizá uno de sus problemas: aún quitándole los créditos, la introducción, y los tiempos muertos, resulta demasiado larga.. Pese a tener un reparto más que interesante, una historia más o menos interesante (aunque previsible desde el minuto diez) y todos los ingredientes para hacer una cinta entretenida, fracasa estrepitosamente: la trama rápidamente se disuelve en un rompecabezas sin sentido.

Centrada en la figura de Jack Gramm (Al Pacino, cansado y se nota) un psicólogo forense de fama y éxito – recuerden esto es Hollywood-, que además es un prestigiado profesor universitario, donjuan y que, por si fuera poco, conduce un Porsche. Con su testimonio consigue que Jon Forster (Neal McDonough), un cruel psicópata asesino elevado a la categoría de celebridad, sea condenado a muerte. Sin embargo, horas antes de la ejecución, se comete un brutal asesinato siguiendo el mismo modus operandi del asesino en serie en cuestión, y además Jack comienza a recibir una serie de llamadas amenazantes que le recuerdan los pocos, ochenta y ocho, minutos de vida que le quedan.

Al Pacino in Sony Pictures' 88 Minutes


Qué bien habría ido la cosa si esos ochenta minutos de tiempo fuesen también de tiempo real, al estilo 24. Pero no es así. El guión resulta bastante endeble, con unos giros que nadie entiende muy bien y unos trucos bastante baratos para mantener la emoción, así como unos errores lógicos que insultan la inteligencia del espectador, como puede ser la introducción de personajes que cada vez que aparecen en pantalla ponen cara de malos y tienen actitudes peores, aunque luego no tengan nada que ver con el desarrollo de la historia.

Además, el anticlímax final hacia el que en lugar de caminar se tambalea es un completo ridículo, resolviendo los misterios que se han ido planteando de una manera tal que es humillante. La dirección de Jon Avnet resulta bastante insegura, y esto se traduce en una redundancia de planos totalmente innecesaria y que alarga el metraje sin aportar nada. Por ejemplo, si Gramm sale de su coche, vemos como Pacino da un portazo, como se cierra, un primer plano de la mano de Pacino apretando el botón de seguridad, un primer plano del foco intermitente parpadeando y finalmente un plano general de Pacino con el coche cerrado y el molesto bip tres veces. En esto, se van cerca de dos minutos irrecuperables. Avnet intenta también compensar el guión poniendo emoción donde no la hay. Así cuando Pacino se entrevista con sus alumnos y hace alguna revelación totalmente vanal, la escena está rodada con infinitos primerísimos planos de los ojos de Pacino y de cada uno de los asistentes a la clase, como si lo que dice fuera el más emocionante duelo de Clint Eastwood en una película de Sergio Leone, cuando realmente no pasa absolutamente nada.

Amy Brenneman in Sony Pictures' 88 Minutes


El reparto hace lo que puede, aunque no puede compensar ni de lejos el despropósito argumental y de dirección. La capacidad de Pacino para sobreactuar con total abandono es de sobra conocida, y aquí la explota desafiando el ridículo. Entre sus alumnos destacan Leelee Sobieski y Benjamin McKenzie (de la extinta serie de TV The O.C.), que poco pueden hacer con sus papeles misérrimos, y su alumna de doctorado es la guapa y siempre capaz Alicia Witt, desperdiciada como el “interés romántico” de un actor que podría ser su padre y cuya química es inexistente.
En fin, pese al talento involucrado y la atractiva publicidad, el resultado final es que este es un aburrido intento de thriller que mucho ofrece y sólo consigue hacer sentir que el espectador perdió más de los proverbiales 88 minutos, sin posibilidad de reclamar una devolución.

88 Minutos/88 Minutes
Con: Al Pacino, Alicia Witt, LeeLee Sobieski, Neal McDonough y Ben McKenzie
Dirige: Jon Avnet
Estados Unidos 2008

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3 Mujeres / 3 Women, de Robert Altman

Miguel Cane


Este filme estrenado en mayo de 1977, es uno de los más peculiares dentro del canon del cineasta Robert Altman, que a lo largo de casi cuatro décadas ha contribuido a rediseñar y sacudir los conceptos de lenguaje cinematográfico, para las nuevas generaciones de espectadores, críticos y creadores.

Existe un tipo de película se considera Altmaniana [existen otras a las que según estilo y técnica, se les llama Buñuelesca, Alleniana, Bergmaniana, Kubrickiana, Hitchcockiana, Fellinesca o Polanskiana, entre otras, según el autor]; por lo regular, aún si no dirige Altman, se trata de un filme-mosaico cuya historia se compone de diversas anécdotas, algunas nunca se resuelven del todo; también cuenta con un reparto ecléctico y gregario, revestido de rostros famosos y actores de carácter, muchos de los cuáles son colaboradores habituales del director, quienes se mueven en escenas cuyos diálogos se desparraman e improvisan. Los filmes “modelo” de este estilo son, entre otros, Nashville (1975), La Boda (1978), El Ejecutivo (1992), Short Cuts (1993), Prêt-à-Porter (1994) y Gosford Park (2001).

La influencia de esta escuela ha sido notable y algunos ejemplos de filmes que la han seguido, a manos de otros directores, son entre otros: Magnolia y Boogie Nights (P.T. Anderson -1997 y 1999-), Crash (Paul Haggis -2004-), Network (Sydney Lumet -1976-), 21 Gramos (Alejandro González Iñárritu -2002-) y Traffic (Steven Soderbergh -2000-).

El que hoy nos ocupa, sin embargo, probablemente sea su filme más personal, surrealista y fascinante, aún si es acaso la menos Altmaniana de sus cintas.


De hecho, podría decirse que 3 Mujeres funciona como colofón a una trilogía de filmes concebidos y dirigidos por Altman que abordan temas misteriosos dentro de la psique femenina. La primera, rodada en 1968, se llama Un frío día en el parque / That cold day in the park y presenta a Sandy Dennis como Frances Austen, quedada reseca de clase media alta quien, bajo su aspecto de ser tan dama, tan bien educada y tan culta, disimula una serie de aberrantes perversiones sexuales que florecen violentamente cuando “recoge” del parque afuera de su elegante apartamento a un joven aparentemente mudo.

La otra cinta hermana es un clásico perdido de Altman (literalmente lo estuvo hasta que MGM la restauró en DVD en 2003) titulado Imágenes, de 1972, en que Susannah York (premio a la mejor actriz en el festival de Cannes) es una autora de libros infantiles embarazada – en la vida real York lo estaba y también escribía un libro para niños que sirve para enmarcar el filme - que es literalmente “atacada” en su aislada residencia campestre en Irlanda por personajes que conforman una serie de alucinaciones… que podrían ser reales.

Todas tienen elementos en común: las atmósferas que se dislocan sin previo aviso, las superficies de espejos se disuelven y a veces los reflejos engañan, mientras que los diálogos aparentemente banales dan pie a momentos reveladores de los personajes, de manera casi inesperada.
Igualmente está la presencia (un tanto ambigua) de arquetipos femeninos de tragedia griega en las tres cintas: donde Frances (Dennis) es una especie de versión moderna de Electra en la dualidad entre su austeridad y fanatismo, la rubia Cathryn (York) se va transformando en contraparte de Casandra – su locura profética es ignorada por quienes la rodean- y en cierto modo, Millie, Pinky y Willie representan un aspecto de de las Erinias, también llamadas Euménides (en griego Εύμενίδες, es decir, “benévolas”), eufemismo para referirse a ellas sin suscitar su ira implacable cuando se las conjuraba. A ellas, los mismos dioses del Olimpo les temían; eran las encargadas de castigar crímenes de índole moral, pasional y sobre todo, familiar y para lograrlo eran capaces de perseguir al transgresor hasta el infierno. También son conocidas como las Furias y se les representa como un trío que manifiesta tres aspectos de la mujer (e incluso, de la luna, en algunos casos): madre, doncella y vieja, todas como una conciencia colectiva: una se convierte en dos, dos en tres y tres en una (tal y como reza el slogan publicitario de la cinta) para ejecutar lo que podría ser una forma de justicia implacable o para vivir una a través de la otra y así.

Según Altman, la trama, personajes, actrices y locación se le aparecieron en sueños que tuvo mientras su esposa era sometida a una cirugía de urgencia y con la misma ansiedad de una pesadilla nos introduce al mundo de las protagonistas: la primera es una muchacha de edad y aspecto indefinidos; pálida, borrosa, dibujo a medio terminar.

Dice llamarse (pero ¿será cierto que así se llama?) Pinky Rose (Sissy Spacek, que recién había alcanzado la fama con Carrie). Como llevada por el viento, esta post-adolescente muñeca de trapo llega de Texas a trabajar en un spa geriátrico a las afueras de Palm Springs, California. Ahí conoce a otra asistente de fisioterapia, la locuaz y muy consciente de su atuendo Millie Lammoreaux (pero… ¿será realmente su nombre o se trata de una pose, una extravagancia?), quien se cree el ente más sofisticado en los apartamentos Purple Sage; imposiblemente chic – según ella -, Millie (interpretación magistral de Shelley Duvall) en realidad todo lo que sabe de la vida lo ha aprendido de revistas femeninas que lee fervorosa, mientras habla como tarabilla y salpica su retahíla con toda clase de clichés y frivolidades tomadas verbatim del Cosmopolitan; su neurastenia le impide ver el escarnio (disimulado a duras penas) con que es tratada por vecinos y compañeros de trabajo, que componen el mundo del que, está convencida, es el centro, aún cuando en realidad es poco menos que invisible, ya que todos o la ignoran o la tratan como su burla.

Ambas se involucrarán, en algún momento de la historia con la arisca y ostensiblemente embarazada Willie Hart (Janice Rule, ya fallecida), artista gráfica de cierta edad – por momentos parece de treinta y tantos o puede tener más, todo cambia según la luz - cuya añeja belleza ha sido oxidada por (uno supone) un tropel de sinsabores y desencantos en su vida, así como por el céfiro reseco del desierto y el sol atroz bajo el que realiza insólitas pinturas: murales con figuras de reptiles antropomorfos (¿o serán humanos reptilizados?) de sexualidad ambigua y gesto feroz, que aparecen plasmados en paredes y fondos de fantasmagóricas piscinas.

Como ocurre en dos memorables cintas de Ingmar Bergman a las que ésta rinde axiomático homenaje [Persona -1966- y La Hora del Lobo -1968-], la trama es casi inexplicable, aún si está cimentada en la más prosaica realidad. Cosas tangibles, situaciones ordinarias – una cena, por ejemplo, o una conversación entre dos personajes- se tornan repentinamente en desvaríos; la escena vista se trastoca en espejismo sin que el espectador se de cuenta de cómo o en qué momento sucede. Altman utiliza ese mecanismo de realidad versus quimera, para lograr una atmósfera definida y de este modo atrapar la atención antes de proceder a desplegar el efecto mesmerizante que palpita bajo la piel del filme.

Así, hay elementos explícitamente reales que contribuyen a una sensación de tiempo y espacio que eventualmente se verá perturbada; éstos pueden ser el apartamento de Millie, con decoración cursi en grado superlativo en tonos de blanco y amarillo (a juego con su vestuario); el deprimente spa, con su caterva de ancianos y personal indolente; el bar local, remedo de un set de John Wayne, donde el amo y señor es Edgar Hart – Robert Fortier, como único personaje masculino importante-, presunto ex actor de Westerns para TV, borracho y fanfarrón, con crueldad desdeña a su esposa y pasa las tardes en práctica de tiro mientras coquetea, pedestre, con todo lo que se mueva. Incluso el auto de Millie, un Ford Pinto color mostaza, es uno de los muchos elementos que pasan a formar parte de las imágenes alegóricas ligadas ambiguamente con que Altman ejecuta la cinta.

El que, contra todo pronóstico, Altman haya logrado salirse con la suya para hacer un filme tan personal bajo el auspicio de un estudio grande como 20th Century Fox fue un logro que hoy en día se antoja imposible: 3 Mujeres es una cinta que se percibe totalmente autónoma en su creación y desarrollo. No hubo ejecutivos que intervinieran o impusieran elenco, ni focus-groups que obligaran al director a cortar o cambiar secuencias cruciales para establecer una “coherencia” más accesible (y las más de las veces extraordinariamente estúpida) en la película. Tampoco hay un Happy End puesto con calzador.

Aún si esta es una cinta atípica, se mantiene congruente con el principio del director: nació de un sueño y se desarrolla como tal, por lo mismo, está libre de los compromisos que en una producción de estudio son de rigor.

Altman manda al demonio el rígido y lapidario precepto de algunos que indica, como escrito en piedra, que una cinta sólo funciona (léase: es buena) si consigue lo que pretende con su público objetivo.

Aquí el creador lo que hace es internarse en una serie de imágenes que están abiertas a toda clase de interpretación: cada quien verá lo que quiera ver.

Tanto Shelley Duvall como Sissy Spacek representan a sus personajes con la misma lógica de sueños con que Altman filma la cinta. Todas las idiosincrasias de Millie – hablar de manera incesante aún si el presunto interlocutor no escucha; su obsesión por los prácticos tips ofrecidos por las revistas (“Millie vive en House & Garden,” declaró la actriz en una entrevista de la época), coordinar su atuendo de acuerdo a la decoración de su departamento y actuar con una cierta ambigüedad moral al respecto de su vida sexual (nunca se refiere a sí misma como promiscua, aunque se percibe como una consumada femme fatale, aunque más bien parece el tipo de figura patética con la que alguno tiene o tendría sexo como limosna, aún si ella está convencida en su hueca cabecita de ser importante – fueron creadas por Duvall para darle una muy lograda tercera dimensión al personaje que se siente real en sus patetismos y anhelos.


Todos hemos conocido alguna vez a una mujer como Millie Lammoreaux, que se va todas las noches a la cama preguntándose por qué el mundo no la aprecia si es tan superior al montón.
Por su parte, al principio, Spacek es formidable al presentarnos a Pinky Rose – no es coincidencia la elección de los nombres y su esquema de colores, que va del rosita pálido al fucsia furioso conforme el personaje se metamorfosea- como una suerte de esponja que trata de absorber cuanto puede de la otra, que se fantasea su “supermaestra” y protectora, llegando al punto de emularla en todos los aspectos. Al principio infantiloide e hipotéticamente desamparada, Pinky se instala a vivir con Millie en el mismo apartamento tamaño huevo, y de inmediato se muestra arrobada ante sus interiores chocantes con-cada-cosita-en-su-sitio. El contraste entre personalidades, como es natural, conlleva a un conflicto, aún si Millie no supone que Pinky – de modo similar al empleado por la sigilosa Elisabeth Vogler (Liv Ullmann) con su enfermera, Alma (Bibi Andersson) en Persona- está robándole la personalidad al asomarse a sus pensamientos más íntimos y hacerlos suyos.

Donde en la cinta de Bergman un personaje habla incesantemente, desnudándose – por así decirlo- de manera verbal, aquí Pinky comienza a infiltrarse en los secretos de la otra, al leer a escondidas su diario íntimo y a imitar sus gestos y gustos, así su modo de caminar e incluso, adoptando su nombre e identidad en un acto supremo de mimesis (tema que resurgiría con otras actrices notables, Bridget Fonda y Jennifer Jason-Leigh, en el thriller de Barbet Schroeder Mujer Soltera Busca -1992-. Lástima que en ese caso la confección fuera espléndida y el resultado vulgar.)

Luego de una serie de situaciones humillantes – Millie es plantada por sus “amigos” por lo que se desquita con Pinky, corriéndola a gritos del apartamento cuando llega acompañada de un muy ebrio Edgar-, la joven se arroja a la extraña piscina del edificio de apartamentos y es rescatada, en cierta forma, por la enigmática Willie, que pasea su espectral preñez por todos lados, sin decir palabra casi.


Quizá acosada por el remordimiento, o por el temor de perder a su público cautivo, Millie se torna en la guardiana de Pinky durante un periodo comatoso, del que emergerá como de una crisálida, convertida en una criatura feroz y sensual, capaz de atraer las miradas de todos – incluyendo la del elusivo Tom, galancete del edificio, que automáticamente manifiesta síntomas de resfriado para que Millie no se le acerque- y de alcanzar estatus de reina de la popularidad, que aquella imaginó suyo, en tiempo récord, incluso con Edgar.

A partir de ahí, la película, hermosamente fotografiada por Chuck Rosher, cambia drásticamente de tono y se vuelve una experiencia tenebrosa aún a pleno sol. Las situaciones se apartan de la realidad del primer acto, y mientras la escalofriante banda sonora de Gerald Busby parece irse volviendo inarmónica conforme se acerca el clímax, en los espejos se borran las siluetas, y ya no existe una sola Millie o una sola Pinky. Naturalmente, la resolución será tan alucinante como las secuencias oníricas de los personajes que moran su pesadilla, tan vívida como un juego de representaciones inspirado en uno de esos perturbadores murales sumergidos.

Clásico de culto que por años estuvo perdido en el limbo, 3 Mujeres sigue causando controversia aún ahora. ¿Qué quiso contar el autor? Altman no da muchas explicaciones: en su comentario al DVD de Criterion Collection – primera vez que la cinta está disponible al público después de más de veinticinco años- habla acerca de cómo lo concibió, pero para él es tan incomprensible en algunos aspectos, como lo fue para el público en el momento de su estreno.

Sin embargo, esto no impide que sea uno de sus filmes más aclamados por la crítica, que sus actrices hayan ganado premios en el circuito de festivales y que tenga un lugar muy merecido como uno de los grandes filmes de los 70, que en el tenor de la época, obvia el desenlace convencional y, en un efecto Alicia/Dorotea, propicia que al llegar a la última escena, el espectador tenga más preguntas que respuestas, además de la ominosa sensación de que al menos por el espacio de dos horas, – Poe dixit- lo que fuimos y lo que vimos es un sueño dentro de un sueño.

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1941, de Steven Spielberg

Jacobo Bautista

No sé por qué llegó a mis manos, debió haber sido en formato Beta, pero lo cierto es que desde el primer momento la película me encantó.


En aquellos tiempos el nombre de Steven Spielberg no es no que es hoy, solamente se sabía que había dirigido Tiburón y listo, la película tenía entre sus protagonistas a Dan Aykroyd y Jim Belushi, estrellas en aquellos años (1979) del programa de televisión Saturday Night Live, que de todas formas no se veía en México y al cual éramos ajenos...

La película trata de la histeria que se vivía en Estados Unidos cuando la Segunda Guerra Mundial, está basada en un hecho de la vida real: en 1942 un submarino japonés llegó hasta las costas de California y disparó contra una estructura industrial, el suceso causó alarma en la costa y un día después se armó el caos cuando alguien activó la alarma antiaérea, todas las luces de la ciudad se apagaron y los cañones antiaéreos comenzaron a dispararle a la nada... aunque claro, ellos tenían la firme creencia que le disparaban a aviones japoneses.

El evento sirvió de inspiración para Robert Zemeckis y Robert Gale, quienes hicieron una muy buena parodia del asunto.

Es complicado decir de qué se trata la película, tiene mucho menos sentido contarla porque siempre está sucediendo algo, no tiene prácticamente ninguna pausa. Hay cosas rompiéndose todo el tiempo, gente peleando, gritando, disparando... de hecho, John Belushi, la estrella del filme, aparece como personaje incidental encarnando al Capitán ‘Wild’ Bill Kelso, quien anda por todo el estado en su avión e combate ‘persiguiendo’ a un escuadrón japonés –que no existe-.



Lo anterior ocurre mientras en las calles se pelean miembros del ejército, la marina y los pachucos de Los Ángeles, en medio de lo cual una pareja de jóvenes busca el amor... el papá de la chica, por cierto, ve con orgullo cómo en su patio trasero el ejército instala un cañón antiaéreo –ante el enojo de su esposa–, se da un triángulo amoroso por ahí, un concurso de baile... y unos observadores en una rueda de la fortuna ven al submarino japonés (dentro del cual hay otro drama) que ha llegado a atacar Hollywood.

Pero... los americanos estaban tan ocupados en su relajo que los japoneses pasan desapercibidos...

Cuando salió la película fue un fracaso en taquilla y nadie parece recordarla... dice Spielberg que el problema es que en la pantalla pasa casi siempre más de una cosa a la vez y hay mucho ruido. En aquellos entonces la acción era más lenta, quizá en estos años le iría mejor a la película (aunque es bastante ochentera en el look).

La semana pasada, metido en un MixUp (baboseando) me encontré con el DVD Región 1 de 1941, Edición Especial... la acababan de dar hacía un fin de semana en la tele y se me hizo fundamental tenerla, esta, una de las películas que más he disfrutado en la vida. El mismo día que la compré, por la noche, me desvelé disfrutándola (en una de las primeras escenas, salen un par de tipos bailando en una cocina, al ritmo de una big band vuelan platos y comida, con aire a musical, a comedia, realmente genial).

Esta de 1941 la recomiendo muchísimo... es una comedia ligerita, llena de cosas y para ver, definitivamente, más de una vez, porque pasan tantas cosas que de una pasada uno no la puede disfrutar toda.


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1408, film de Mikael Håfström

Miguel Cane

Dimension Films' 1408


Como es de rigor, la temporada de otoño se enfoca a algunos estrenos más siniestros en su temática, para estar acorde con las festividades de víspera de todos los santos, brujas y etcétera, siendo el momento ideal para estrenar películas de terror.


La cartelera propone varias alternativas para espantarse y una de ellas proviene de la prolífica mente de Stephen King, cuyas obras han sido adaptadas al cine de manera constante desde hace más de treinta años – la primera fue la hoy clásica Carrie (1976) de Brian DePalma, que convirtió a Sissy Spacek, Amy Irving y John Travolta en estrellas-. Ahora, toca el turno al cineasta sueco Mikael Håfström (Descarrilados), basándose en un relato corto tomado de la colección Todo es eventual.


John Cusack in Dimension Films' 1408


La trama retoma elementos muy familiares del canon de King: un escritor escéptico, Michael Enslin (John Cusack), que, tras haber publicado una novela de cierto éxito y de perder a su pequeña hija, se especializa en escribir Guías para Turistas de lugares con características sobrenaturales y viaja por todo Estados Unidos para encontrar los hoteles con fantasmas más aterradores y célebres. Su intención es visitar el Hotel Dolphin de Nueva York, donde una habitación, la 1408, tiene un índice de mortalidad entre sus huéspedes tan alto que han decidido cerrarla permanentemente. Con la intención de comprobar su terrorífica reputación, se presenta en el hotel donde su director (Samuel L. Jackson, en un rol virtualmente desperdiciado) trata de convencerlo de que no es una buena idea pero Enslin ocupa la habitación,misma que poco a poco va jugándole malas pasadas y revelando una atmósfera malévola, y su estancia podría costarle la vida.


Mary McCormack in Dimension Films' 1408


Pese al talento innegable de su reparto actoral (que incluye a Mary McCormack y Tony Shalbhoub, de la serie de TV Monk), la película se siente trillada conforme se va desarrollando la trama, y es que esta anécdota de un escritor atormentado a quien le pesan demasiado los libros que él mismo ha escrito, ya la ha contado antes, con un mayor efecto (en La hora del vampiro, La ventana secreta y sobre todo, en El Resplandor). De hecho, éste es el principal punto débil de la película, la fuerte sensación de dejà vú que persiste en el espectador desde el primer momento en que el personaje de Cusack cruza la puerta de la habitación embrujada. La primera parte, que consiste aproximadamente en los primeros cuarenta minutos, tiene un ritmo execelente y establece una atmósfera impecable con la dosis justa de desazón, que hace presagiar una buena cinta de suspenso, pero esto se desvanece toda vez que el foco del director se desvía hacia los efectos especiales y la trama se desploma, dejando a Cusack, que es un buen actor y lo ha demostrado muchas veces, solo con muy poco qué hacer, mas que contender con todos los estereotipos del cine de terror.


Cuando el ritmo zigzaguea y el guión se desinfla, se nota el desesperado recurso de intentar sorprender con varios giros inesperados que resultan bastante forzados y simplones, que al ser descubiertos decepcionan al espectador. La pena es que no queda muy claro hasta que punto resulta culpable el director, el guionista o el propio King, cuyo relato corto no alcanzaba para dar pie a un largometraje. Quizá ha llegado el momento para que los productores del género busquen ideas más novedosas y aterradoras, pero teniendo en cuenta que las otras opciones para sentir miedo en una sala de cine este fin de semana son la cuarta parte de la atroz saga Saw o el insípido remake del clásico de Carlos Enrique Taboada Hasta el viento tiene miedo, este es, de los males, el menor… aunque no sea tampoco una pesadilla memorable, como otras historias provenientes de la misma pluma.



1408
Con John Cusack, Samuel L. Jackson, Mary McCormack y Tony Shalbhoub
Dirige: Mikael Håfström
Estados Unidos 2007



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Alicia en el país de las maravillas / Alice in Wonderland, de Tim Burton

Sigue al Conejo Blanco

Miguel Cane




Al echarle una mirada al canon de Tim Burton como director, una cosa queda bien clara: su pecho no es bodega y sus obsesiones de la infancia quedan perfectamente plasmadas, de un modo congruente con su manera de ser – esto, a título personal, siento que lo hace un cineasta mucho más sincero que Steven Spielberg, que empezó siendo tan sui géneris como Burton, pero acabó creyéndose el cuento de “ser un director prestigiado” y ahora sólo es una máquina de hacer “event movies”, sin casi ningún tipo de verdadera sustancia bajo la forma habitual-, convirtiendo en cierta forma su trabajo en cine de autor. Uno reconoce una película de Burton desde lejos, no sólo porque lleve a sus actores fetiche (Johnny Depp, Helena Bonham Carter (alias Mrs. Burton), Christopher Lee) o música de Danny Elfman. La reconoce uno por sus texturas y colores; por sus miradas extrañas a cosas y temas aparentemente inofensivos. Por la subversión latente ahí debajo.



En el caso de su versión de Alicia en el país de las Maravillas, Burton toma elementos de las dos clásicas novelas de Lewis Carroll sobre Alicia, la pequeña inquieta que descubre otros mundos más allá de su aburrimiento, en Alicia en el país de las Maravillas y Alicia a través del espejo. Pero lo que hace con esos elementos de marras es crear un universo completamente distinto y deslumbrante y no necesariamente pensado en los niños, al menos no en los de edad, sino más bien en los niños internos de los espectadores adultos.


Rubia, dulce y sensible, Alicia Kingsley (Mia Wasikowska) es ahora una joven de 19 años que es devuelta, tal vez no tan accidentalmente, tras seguir al conejo blanco, a las tierras que visitó cuando era una niñita. Ahí se le encomienda la misión de acabar con el Jabberwock (clara referencia a un poema de Carroll), una suerte de dragón que pertenece a la tiránica Reina Roja (Bonham Carter). Esto es el principio de una trama que poco o nada tiene qué ver con las novelas originales y que se permite recrear a los personajes en un nuevo contexto, mientras hace un comentario sobre temas más cercanos al corazón de Burton, como es el del personaje inadaptado (en este caso, Alicia misma, que no se siente cómoda al verse constreñida a los rigores y formulismos convencionales de la sociedad victoriana) en un mundo que no es el suyo y cómo se adapta a éste: algo que es un tema recurrente en filmes como Edward Scissorhands, Sleepy Hollow, Ed Wood o The Big Fish.

El estilo visual de Burton está totalmente ahí: absorbe todo, permea todo: los personajes animados parecen vivos, los actores (Depp,Bonham Carter, la radiante Anne Hathaway) se integran bien a este mundo raro y le siguen el juego a su director. Los resultados son tan espléndidos como impactantes.


Esta no es una película complaciente – Burton no está trabajando para gustarle a tal o cuál tipo de público. Lo suyo es contar historias mediante imágenes y así lo consigue: ostensiblemente toma un mito conocido y hace con él lo que le gusta. Tal vez esto a algunos espectadores les cause extrañeza, incomodidad y/o enojo (recordemos cuánta gente pensaba que Marcianos al Ataque iba a ser una película uultra-complaciente como Día de la Independencia y nunca entendieron que era una parodia brutal, salvaje) pero eso es lo de menos. Quien entra con conocimiento de causa a ver una película de Tim Burton, ya sabe a lo que le tira. Naturalmente, está diseñada para ser vista en 3-D, aunque también circulará en formato regular. Véanla y si pueden evitar la versión doblada, mucho mejor. Su niño interno se los agradecerá.

Alicia en el país de las maravillas/Alice in Wonderland
con: Mia Wasikowska, Johnny Depp, Helena Bonham Carter, Anne Hathaway, Crispin Glover, Michael Sheen y Stephen Fry.
Dirige: Tim Burton
Estados Unidos/Reino Unido 2010

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Tim Burton en el país de las maravillas

Es uno de los cineastas más sui generis del mundo; admirado, polémico, querido, cuestionado. Con su nueva versión del clásico de Lewis Carroll, retoma las pantallas con su estilo tan singular.

Miguel Cane


La nueva versión de Alicia en el país de las maravillas concebida por la casa Disney con el talento de Tim Burton, será tal vez, en la historia del director, su filme más ambicioso a nivel producción: actores reales son digitalmente “manipulados” y conviven con elementos animados, en tercera dimensión: el efecto es impresionante, unificando dos novelas de Lewis Carroll y dándoles un nuevo enfoque que deviene en una experiencia completamente sin parangón.


Burton es mucho más jovial de lo que se pensaría al verlo con atuendo oscuro y lentes negros que ya son parte del personaje que ha creado como su “persona pública”, la sonrisa y el buen humor son algo sorprendente; uno no esperaría que un hombre que se ve tan contento hiciera cintas películas como el esperpéntico musical de tintes góticos, Sweeney Todd, la enternecedora El gran pez, la deslumbrante Charlie y la fábrica de chocolate o la fabulita siniestra animada El cadáver de la novia— hay que reconocer que el director en cierta forma ha regresado a sus raíces, ya que hace casi treinta años comenzó su carrera como asistente de animación para los estudios Disney, donde realizó sus primeros cortos: Frankenweenie y Vincent. "Era muy joven,” recuerda “no tenía mucha paciencia. Me volvía loco, aunque me encanta. Me gusta trabajar con actores y la inmediatez de las películas 'normales', pero los proyectos de animación me llenan mucho. De hecho, de todos mis filmes los únicos que puedo volver a ver son los animados. No puedo ver los otros. Aunque me gusten mucho.”


Alicia... es su séptima película con Johnny Depp, que en cierto modo se ha convertido en su ‘alter ego’ cinematografico, compartiendo con él tanto el reconocimiento de la crítica (como sucedió con Ed Wood) y el éxito comercial a gran escala. Todo pareciera indicar que Hollywood, en lugar de tratar de domesticarlo, se dio cuenta de que un creador como Burton funciona mejor si trabaja en libertad. Este año, rodarán la octava: Dark Shadows, una adaptación fiel de la telenovela gótica de los años 60 que tanto Depp como él solían ver cuando niños y que tiene un notable seguimiento de culto. El filme, producido por Depp, lo lleva en el rol principal de Barnabas Collins, un vampiro de doscientos años de edad, que regresa a la vida y busca desesperadamente una cura para su maldición y así recuperar el amor perdido. El reparto, aunque aún no confirmado del todo, ostenta nombres como el de Helena Bonham Carter (otra constante en los trabajos de Burton, amén de su pareja y madre de sus hijos), Anne Hathaway, Sigourney Weaver y Carey Mulligan. El rodaje tendría lugar en locaciones de Nueva Inglaterra y los estudios Shepperton de Londres en el otoño de 2010. Pero no hay mucho más que él pueda decir; lo que ahora lo tiene entusiasmado es hablar de la cinta basada en la obra de Lewis Carroll. La idea de producir esta cinta tomó "unos ocho o nueve años, desde un poco después de que terminé El planeta, se trata de una película extraña y emocionante, pero muy diferente a la concepción tradicional de la historia. Y tú sabes, la idea de contar una fábula tan conocida como ésta no es siempre muy bien recibida… pero quisimos aventurarnos y hacerlo a lo grande, en un estilo completamente distinto.”


¿Tienes una conexión personal con Alicia en el país de las maravillas?
Más que los libros de Lewis Carroll, lo que me interesó de él fue todo su mundo, las fotografías que tomó, la música, las canciones que inspiró y que son parte de un mundo más grande que su propia obra, todo lo que tiene ese universo soñado que luego nunca he llegado a ver plasmado en cine pese a las múltiples versiones que existen.


¿Cuáles dirías que son tus referentes respecto al tema?
Conozco todas las versiones en cine y son muchas. Supongo que la primera que vi fue la de Disney, que forma parte de mi infancia, también hay una muy buena, de imagen real, hecha en los años treinta por Norman Z. McLeod con un elenco de estrellas de su época y numerosas adaptaciones para la televisión. Pero todas adolecen de lo mismo. Les falta una conexión emocional. No son más que una sucesión de aventuras que le pasan a una niña solitaria que se encuentra todo tipo de personajes a cuál más raros. Y en mi opinión Alicia refleja un concepto universal, un viaje personal a nuestro subconsciente que todos hemos vivido y con el que me identifico. Ese estado mental que unos solucionan yendo al psicólogo y otros lo hacemos haciendo películas (ríe).

¿Y el libro? ¿Cuándo lo leíste?
Como a los ocho o diez años, en el colegio, pero lo que me dejó mayor impresión fue conocer las ilustraciones de Arthur Rackham, esas que hizo como a principios del siglo XX y que me interesaron tanto como las de Sleepy Hollow. Luego volví a leer los dos libros (Alicia en el país de las maravillas y A través del espejo) cuando estaba en la universidad y me di cuenta de que no son solo libros para niños, sino que tienen una enorme variedad de interpretaciones; siempre ha sido una historia que tenia ganas de contar.


¿Qué tal fue volver a trabajar en colaboración con Johnny Depp y Helena Bonham Carter?
Una vez más Johnny lo dio todo con un personaje icónico como el sombrerero loco, representado en animación, en imagen real y para el que intentó buscar una base para su locura. Johnny siempre trata de hacer eso, encontrar el personaje. Y esta no es la excepción. Y Helena, pues no sé (risas). Conté con ella porque tiene una cabeza grande (risas)... además, viviendo juntos, es muy práctico trabajar juntos también...

¿Y Anne Hathaway?
¡Anne es una delicia! Es una actriz sumamente profesional y una chica estupenda. Se ganó el corazón de todo el equipo técnico y eso ayuda mucho, porque hace un rodaje mucho más cómodo y fácil, sin tensiones. Y creo que cuando un actor sabe hacer eso, es una gran virtud.

Muchos cineastas viven el rodaje como un sufrimiento. Pero tu caso parece el opuesto...
No creas, yo te diría que sí, se sufre bastante (risas). Sobre todo cuando estás en pleno trabajo y andas un poco a ciegas. Pero en este tipo de filme, debo admitir que los que sufren son los actores. Hay que ser una persona muy especial para hacer este tipo de trabajo: interpretar a un personaje y además interactuar con criaturas que no están ahí, sobre todo si no es algo que habitualmente haces. Es todo un reto. Respeto y admiro muchísimo a mi elenco: Johnny, Mia, Anne, Helena... todos estuvieron a la altura de un proyecto que ha sido tal vez el más arriesgado.

¿Por qué apostar por técnicas tradicionales de realización en plena fiebre digital? Creo que tenemos muchas técnicas a nuestro alcance como para no utilizarlas. Por eso preferí una mezcla de animación e imagen real tratada para pertenecer al mismo universo. No soy amante de la captura de movimiento. Creo que si tienes un actor es para usarlo, no para desperdiciar su talento sustituyéndolo... no me gusta cómo se ve. No diré títulos, pero tú sabes a qué películas me refiero. No las siento del todo “ahí”. Prefiero una técnica más cercana a lo que empecé haciendo. Supongo que es algo personal.


Hace unos cinco años que vives en Londres, ¿cómo te sientes en Europa opuesto a Hollywood?
Muy bien. En el extranjero siempre me siento más en casa que en los Estados Unidos. En mi país es donde me siento a menudo un extranjero. Además, mis hijos son ingleses, y mi compañera también lo es. Me siento muy a gusto. Puedo salir a pasear por ahí… nadie se mete contigo. Vuelvo a Hollywood cuando es necesario, pero creo que definitivamente estoy muy bien donde estoy.

En Alicia reaparecen con fuerza dos de sus grandes temas recurrentes: el amor y la muerte. ¿Por qué le interesa tanto abordarlos?
Es que de eso se trata la vida, ¿no?. ¿De qué otra cosa? Amor y muerte. Nuestras más grandes obsesiones. Y yo soy muy obseso (ríe)… y creo que son la base para contar grandes historias. Y eso es lo que más me gusta de mi trabajo. Contar historias.

¿Qué podrías decir que es lo más difícil de tu trabajo?
Pues esto, hacer esto... La promoción de mis películas, siempre se me hace lo más duro., ¿sabes? Me siento un poco como el conejo blanco de Alicia, con el reloj recordándole que llega tarde, tarde, tarde (carcajadas).


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19 feb 2010

5 de chocolate y uno de fresa, de Carlos Velo

Miguel Cane

Hay películas que cuando se originan, tienen grandes ínfulas de ser célebres y acaban estrellándose en el olvido o el escarnio, donde hay otras, que comienzan más modestamente, como una idea que muchos tildan de “extravagante” o “imposible” y acaban convirtiéndose en humildes pero perdurables clásicos; 5 de chocolate y 1 de fresa (hecha 100% en México) es precisamente una de ellas.


Angélica María dice que ésta, de entre todas las películas que hizo, es la que más le gusta. Yo coincido con ella [también me gusta (¡y mucho!) La verdadera vocación de Magdalena, pero por otras razones]. Es posiblemente, en su canon, de lo mejor que hizo y es una rara avis del cinema nacional: una película psicodélica y de la onda.

Lo que es más, y ahora que lo pienso, creo que sólo ésta y la menos conocida pero igualmente efectiva Patsy mi amor (de 1968, con guión de García Márquez y una núbil Ofelia Medina debutante como una pobrecita niña rica a la que Julio Alemán hace polvo el corazón a puntapiés) son las únicas películas que realmente capturan el espíritu de esta manifestación cultural-pop que se hizo aparente principalmente en la literatura, a raíz de la aparición en 1964 de La Tumba de José Agustín y al año siguiente, de Gazapo, debut literario del insigne Gustavo Sainz.

De hecho, es el mismísimo José Agustín, fragante del jonrón que fuera De Perfil, quien se encargó de reformar un lacio argumento del barcelonés Fernando Galiana titulado Ángel o Demonio (sí, ya sé, díganlo conmigo: ¡Wow! ¡Qué original! Brooommm, Barrroooommm!) que era – según cuentan los que recuerdan- una especie de versión lite del popular tema de las personalidades múltiples que tan en boga había puesto Hollywood una década antes con Las Tres Caras de Eva (Óscar para Joanne Woodward en el ’58).

Pepe, que en esa época quedó prendado [y fue correspondido, que conste que no es secreto, aún si no pasó nada al final de cuentas] de la Novia de México, prácticamente deshizo el argumento original y sólo conservó algunos temas centrales, para crear una onda desconocida que en su momento causó estupor entre el público acostumbrado a melodramas o musicales “familiares”, pero que rapidito y de buen modo se convirtió en auténtico hitazo de culto luego de rodarse en 1967.



Decidida a entrarle al quite y desprenderse de su imagen azucarada creada por la publicidad (como un año antes su coetánea Julissa, al hacer la volátil y hermosa Paloma en Los Caifanes), Angélica interpreta con entusiasta gusto y soltura (filtrada por las sensibilidades de la onda, pletóricas de referencias multiculturales, especialmente anglosajonas – por lo que eran mal vista por los más rancios defensores del patrioterismo, er, patriotismo) a la dulce y sensible Esperanza, rubilinda postulanta a novicia que ha crecido en un convento de clausura. Cuando, un buen día Espe – cuyo mayor pecadillo es la gula- tiene la ocurrencia de entrarle con singular alegría a unos frutos de Oaxaca [léase, hongos alucinógenos], agarra un viaje magistral, que literalmente es el principio de todo.

Es así que conocemos a la sensacional y vivaz Brenda (la misma Angélica, con espectacular vestuario totalmente psicodélico, hecho a base de plástico y mica y con unos peinados con harto y alto crepé), una especie de terrorista en minifalda y botas à-go gó, que se cuela en una suntuosa fiesta de Las Lomas donde canta una canción que para todos usos y razones mienta la madre a las buenas conciencias antes de salir pitando en un auto robado, en compañía de cinco niños popis que le servirán de cómplices en sus travesuras; entre ellos viene Miguel Suárez (Fernando Luján, aún no tan buen actor como seria en su madurez, pero divirtiéndose como nunca), tenorio esnob graduado de ciencias, escéptico ante el rollo transgresor de la maquilladísima fille fatale (que resulta tan fatale como un Gansito Marinela) pero que queda derretido por ella.


La secuencia que justifica el título sucede en un Sanborns (recuerden que la ciudad de México, tal y como es descrita y aparece en esta película ya no existe) donde Brenda & Co. se apersonan para robarse seis copas de helado: cinco de chocolate y uno de fresa (¡con mermelada, nótese!). Acto seguido, la película agarra derroteros que tocan a Ionesco – absurdo puro- y que sin embargo, encajan perfecto con su tónica. Se dedican a cotorrear el punto y a atosigar al Comisionado de la Agencia Internacional de Vigilancia (encarnado por Enrique Rambal), vetarro gomoso y pedante que comanda a un grupo de hombres identificados con claveles verdes a los que llama “mis muchachitos” (el subtexto no puede ser más claro y si no lo entienden, me dicen.

Pero conste que no lo inventé yo) y que se encapricha con atrapar a Brenda, igual que el personaje de Luján. En tanto, Angélica aprovecha para lucir atuendos absolutamente fabulosos y cantar un par de rolitas escritas por el mismo José Agustin y donde la acompañan los legendarios Dug-Dug’s.

En la que es probablemente la secuencia más recordada por muchos, Brenda llega al antecesor directo de un antro, más conocidos entonces por cafés cantantes y se avienta un palomazo con una canción pegajosa y eminentemente bailable, cuya letra es la pura onda, nada más chequen el dato:

Una piedra dorada

que guardaré

está en los bosques oscuros

que escondo yo


La gente me dice

¡no vivas así!

Pues hay en mi vida

un mundo de sombra y luz



Quisiera antes que nada

ser sólo yoy hallarme piedras doradas

que guardaré

Si todos me dicen

¡no seas así!

A todo antepongo

el fuego que siento en mí.


La canción es buena. Sin duda hace pensar en qué estaría consumiendo Pepe mientras escribía, pero también funciona como parte de una cápsula del tiempo de algo fuera de lo común en una época en que el rock psicodélico era denunciado como (¡Dios nos guarde!) “extranjerizante”. [Nota bene: de hecho, tengo la canción almacenada en mi iPod y suena bastante bien todavía hoy]

Dirigida por Carlos Velo (en esa época esposo de la productora Angélica Ortiz, una de las mujeres que más sabía de cómo hacer espectáculos, hoy extinta y madre de la protagonista), la cinta fluye con corrección y pese a algunos zigzagueos en que “se le va la onda” y no sabe a dónde ir, se deja querer. Hay algunas secuencias muy logradas (el set piece del café cantante, por ejemplo, con tres números musicales en rápida sucesión) con edición sorprendente para su época y el clímax (con las monjas corriendo de un lado a otro desesperadas gritando ¡sacrilegio, sacrilegio!) es hilarante, aún si hace la concesión que el público espera: ¿y cómo iba a ser de otra manera? Después de todo, hongos mágicos o no, ésta es una comedia de Angélica María y el tierno beso es de rigeur.



Sin duda, 5 de chocolate y 1 de fresa, es una sorpresa que funciona hasta la fecha. Su encanto surge del hecho de que no se hizo pensando en lo que se iba a convertir. El seguimiento de culto que generó se dio con los años y ha trascendido de ser un simple mexican cinema curio a ser un clásico realmente querido por la más diversa cantidad de gente; o bien, asombra lo querida que es la película, considerando que en el momento que se hizo – hay alusiones a la cercanía de las Olimpiadas, pero el espectro del 2 de octubre aún no se hace aparente… pertenece a una era más “inocente” de su tiempo- era algo que no se había hecho, al menos no con una intención comercial (y hay que recordar que Angélica María era, a mediados de los 60, un imán de taquilla).

La película merece ser redescubierta (se deja ver con cierta frecuencia en la tele y existe como DVD como extra en el libro de memorias de Angélica) no sólo por lo divertida que es, sino también por su linaje y como un retrato de un mundo que si bien, ya no existe, de un modo u otro es del que provenimos… amén que Angélica luce divina, demuestra ahí que sí las puede y José Agustín dejó una buena firma, accesible y a prueba del tiempo, además de que nos guía en el viaje, cosa que, si yo pudiera, encantado…

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30 Días de noche / 30 Days of Night, de David Slade

Miguel Cane

Columbia Pictures' 30 Days of Night



Con su impresionante filme debut de 2005, Hard Candy, David Slade demostró ser no solo una vibrante nueva mirada en el panorama cinematográfico contemporáneo, sino también un audaz narrador que se atreve a buscar las facetas desconocidas de un género preestablecido. Ahora, con su primera cinta creada para el público masivo, 30 Días de Noche, aborda un trabajo mas arriesgado: adaptar el medio de la novela grafica a la pantalla la obra de Steve Niles y Ben Templesmith.



Slade lo hace con fidelidad: mantiene las texturas y claroscuros de los dibujos originales, transmitiéndolos al celuloide, de modo que se consolida una atmósfera inquietante y claustrofóbica, que es uno de los grandes aciertos del cineasta para lograr una tensión que no consigue mantenerse del todo, hasta el final.

Danny Huston in Columbia Pictures' 30 Days of Night



La trama gira en torno a los acontecimientos en Barrow, un pequeño pueblo aislado en Alaska, muy cerca del círculo polar, donde en el invierno, una noche puede durar treinta días. En este poblado, la figura de autoridad es Eben Oleson (Josh Hartnett), el sheriff local, recientemente separado de su esposa, Stella (Melissa George), que no consigue abandonar el lugar junto con otros habitantes, que emigran durante los treinta días de oscuridad, hacia Fairbanks u otros puntos más al sur. La aparición de un misterioso joven anónimo (Ben Foster) resulta en un caos que crece, al preparar la llegada de un monstruoso vampiro llamado Marlow (Danny Huston, hijo del legendario John, en un trabajo actoral realmente estremecedor) que, junto con una legión de chupasangres llega a invadir el pueblo.

Josh Hartnett in Columbia Pictures' 30 Days of Night



Tomando elementos tanto de Stephen King (’Salem’s Lot) como de George A. Romero (la saga de los Muertos), Slade cuenta su historia con ritmo y los efectos visuales durante los taques de los vampiros, que matan espectacularmente a sus víctimas, son estupendos, así como el maquillaje. La tensión crece y se sostiene, hasta la parte en la que los sobrevivientes a la invasión vampírica tienen que tomar refugio y sucumben entonces a los convencionalismos del género, mismos que el director había, aparentemente, buscado desafiar en su composición y diseño. Es de esperarse que estas cosas sucedan cuando se trata de una película dirigida a un público más amplio y el resultado, en sí, no es deficiente, si bien decae un poco hasta la confrontación climática entre policía y vampiro, con un desenlace que para algunos resultará inesperado, donde algunos (especialmente los aficionados a la lectura de novelas de vampiros) lo encontrarán un tanto previsible.

Megan Franich in Columbia Pictures' 30 Days of Night



Josh Hartnett es un buen actor, cuya limitada expresión facial es útil para transmitir un carácter adusto a Oleson, donde la sorpresa la da Melissa George (que ya había aparecido en Mulholland Drive, de David Lynch, así como muchas cintas y series de TV, sin alcanzar el estrellato que bien podría merecer) que hace de Stella una heroína intensa, interesante y muy bien definida. Por su parte, Huston saca la casta y su personaje, siniestro e implacable, consigue generar auténtico terror.


Los que admiraron a la “niña mala” de Slade, encontrarán mucho qué admirar en este filme, que también complacerá a los fans del gore. No es todo lo buena que pudo haber sido, pero funciona y cumple su cometido, que es hacer que, al abandonar la sala y salir caminando en la noche hacia el auto, los espectadores caminen mirando por encima del hombro, con una ominosa sensación de temor que no los dejará del todo por varios días.


30 Días de noche / 30 Days of Night
Con Josh Hartnett, Melissa George, Ben Foster y Danny Huston
Dirige: David SladeCanadá/Estados Unidos (2007)


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300, de Zack Snyder

Miguel Cane

The box art from the 2-disc special edition DVD of Warner Bros. Pictures' 300



Traducir el trabajo de Frank Miller es algo sorprendentemente simple, o al menos así lo han hecho parecer con su trabajo Robert Rodríguez (con la formidable Sin City) y Zack Snyder –responsable del brutal remake de El Despertar de los Muertos- con la espectacular cinta que hoy nos ocupa, 300.


Lena Headey , Gerard Butler and Rodrigo Santoro star in Warner Bros. Pictures' 300


Ahora bien, hay que partir del hecho que si ésta no tiene el estilo tan peculiar de la de Rodríguez (no faltó por ahí hace poco el peponazo retrógrada que, se atrevió a afirmar categóricamente y sin conocimiento de causa: “Por lo pronto, 300 ya ganó mas que Sin City así es que Zack Snyder vuelve a mostrar que es mejor cineasta que Robert Rodríguez”… y las carcajadas se oyen hasta Timbuctú: ¡pobre loser!), sí es verdad que cuenta con una espectacularidad innata para mostrar esta versión muy particular de Miller acerca de la batalla de las Termópilas (si no les suena, consulten la enciclopedia): la película entra al molde de la épica por donde se le mire; la atmósfera opresiva del arte de Miller está muy presente: la luz es extraña como en sus paneles, hay fuertes contrastes de luz y texturas (reflejos en cascos y escudos, los atuendos rojos como la sangre que mana y salpica en la que es la referencia más directa a su origen de cómic).


Leonidas ( Gerard Butler ) fights his way through the first wave of Persian infantry in Warner Bros. Pictures' 300


Los que tengan el privilegio de verla en pantalla Imax, quedarán boquiabiertos y transportados. También hay que apuntar que la trama es muy fácil de seguir y se mantiene fiel a la historia que quiere contar, tan simple como la determinación de trescientos soldados espartanos en una batalla cruenta y desigual, que los convertirá en héroes.




Las dos horas de la cinta parecen volar; el juego cámara rápida/cámara lenta es magistral y funciona muy bien en las batallas o en la secuencia del oráculo, aunque esto es mérito de Larry Fong, el cinefotógrafo. Por su parte, Snyder tiene un defecto: sucumbe a referencias demasiado obvias y hasta pedestres a la nefasta Troya (bodrio de Wolfgang Petersen) y la muy superior cinta de Ridley Scott Gladiador.

Esta ostensible falta de originalidad es el pie del que más cojea la cinta y se nota bastante en algunas partes. Y es en detrimento del director-guionista (que comparte crédito en esta categoría con Kurt Johnstad), que esto sucede, ya que apegándose a la obra de Miller, resultaría fácilmente evitable.


Vincent Regan as Captain and Gerard Butler as Leonidas in Warner Bros. Pictures' 300


Sin embargo, las escenas de batallas son de una espectacularidad pocas veces vista en la pantalla: se logra una monumental coreografía al mostrar el encontronazo entre la horda colosal persa que arremete a los espartanos; la escena es como un Bolshoi ensangrentado y memorable; el espectador – y lo digo por experiencia- no podrá quedar indiferente.

En lo que se refiere al reparto, Gerard Butler se gana su sitio entre los duros (en la misma categoría de Viggo Mortensen e incluso, Harrison Ford) como Leonidas, en una interpretación lucidora y sobria. Por su parte, Lena Heady saca ventaja de tener el rol femenino más prominente del filme, como la Reina Gorgo, consorte del líder. Hermosa y serena, la Headey logra por fin romper el molde de rosa inglesa que le asignaron años de trabajo para la BBC y acaso trassciende hacia el estrellato (y si no me creen, busquen su excelente trabajo en La novia de la novia, para constatar su versatilidad.


The Persian infantry prepares for attack in Warner Bros. Pictures' 300


En el lado de los persas, como cabeza de una ola de monstruos, mercenarios y esclavos, está el joven emperador Jerjes, interpretado por un prácticamente irreconocible Rodrigo Santoro (el galancete brasileño se sometió a una auténtica metamorfosis).

Visualmente hablando, el diseño de producción inclina la balanza un poco hacia el exceso en la imaginería persa, a base de las armas que usan, las escalofriantes máscaras y sus voces distorsionadas para parecer más graves, cavernosas, que los convierten en espectros aterradores ante los soldados espartanos.


Gerard Butler as King Leonidas in Warner Bros. Pictures' 300


La cinta es altamente recomendable, pero sí considero muy importante apuntar que no está a la altura de Sin City por muchas razones, algunas de las cuáles ya ennumeré. Robert Rodríguez es un cineasta de categoría única y su versión del mundo de Miller es tan fiel, que el propio Frank es parte de él.

En cambio, Snyder trata de servir a dos amos y con uno queda mal, en el sentido de que se compromete demasiado y la gran verdad es que aunque muy creativo, le tiembla aún la mano como director. Sin embargo, vale mucho la pena ir a ver 300 – no en vano es un fenómeno de taquilla actualmente- y con ella, se declara oficialmente inaugurada la temporada de event movies que este año tratará de sacudirse el polvo de otros, menos afortunados o prometedores.

Habrá que ver.


300
con Gerard Butler, Lena Headey, Dominic West y Rodrigo Santoro
dirige: Zack Snyder
Estados Unidos, 2007

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Nine, de Rob Marshall

La Vida es mejor cantando

Miguel Cane


Antes que nada, hay dos razones de peso por las que no se debería caer en la comparación entre Nine y la inenarrable 8 ½, el clásico de Federico Fellini que le sirve de punto de partida. El primero es que la película de Rob Marshall está en realidad basada en el musical de Broadway del mismo título, por lo que es una heredera de segunda generación del film protagonizado por Marcelo Mastroianni. El segundo es que Nine no puede (ni pretende) equipararse a 8 ½ limitándose a ser un homenaje, como demuestra el hecho de que en lo argumental simplemente intenta esquematizar el manantial creativo de Fellini.



Una vez vista, la pelicula de Marshall sabe ser una producción lujosa y lustrosa. Los actores – especialmente el cabal femenino en el que deslumbran Judi Dench, Nicole Kidman, Kate Hudson, la Cotillard (aunque no le llega ni de lejos a Anouk Aimée) y hasta Penélope Cruz- están perfectos en sus papeles del primero al último (cualquier oportunidad de ver, aunque sea sólo por unos minutos, a la legendaria Sophia Loren en pantalla bien vale una misa), y Daniel Day-Lewis se avoca a hacer suyo el personaje de Guido con presteza. Esto junto con las labores más artísticas (maquillaje, vestuario, dirección artística) como las más técnicas (montaje, iluminación) están resueltas con envidiable solidez.


Es por tanto imposible apartar los ojos de la pantalla ante tal derroche de atractivo, de belleza, tanto en las personas y su entorno como en el existencialista trasfondo. Pero la película tiene problemas, y en este caso, se deben sin duda la labor de realización. Rob Marshall no es Bob Fosse, tiene limitaciones de visión que han sido siempre muy claras, sin embargo, se empeña, como hiciera hace seis años en Chicago, en no derribar la cuarta pared, filmando los números musicales como si se estuvieran produciendo en un teatro. Además, todos ellos están montados de la misma manera, mezclando a los personajes en su emplazamiento real y en ese otro espacio simbólico y oscuro donde dominan las canciones. Esto acaba por resultar terriblemente rutinario y cansado para el espectador.



Hablando con cinismo, Nine es un producto muy bien empaquetado, y es ahí precisamente donde encontramos sus mayores virtudes y sus peores defectos. Y es que es innegable que todo ha sido muy bien pensado, y que son muy pocos los puntos flacos (más allá de los mencionados) que hay en su planteamiento. Sin embargo, a posteriori se acaba extrañando la visceralidad y las imperfecciones de ese elogio del esbozo que es 8 ½, una obra maestra de tal calibre que seguramente es la única razón por la que podemos calificar a esta Nine de, al menos, interesante.

Si pueden verla, véanla, al menos para deleitarse con las actrices, pero, si tienen oportunidad de asomarse a la maravilla fellinesca, no lo piensen dos veces. Es mucho más significativa que cualquier cosa que Hollywood podría manufacturar.


Nine
Con Daniel Day-Lewis, Marion Cotillard, Kate Hudson, Penélope Cruz, Judi Dench, Fergie, Sophia Loren y Nicole Kidman
Dirige: Rob Marshall
Estados Unidos, 2009


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