31 mar 2011

Encanto del Erizo. El / L'Herisson, de Mona Achache

Magia cotidiana


Miguel Cane




La pequeña Paloma Josse (Garance le Guillermic, brillante) es una niña parisina que usa anteojos y que detesta la vida que lleva su familia, a la que ve como si fueran unos peces encerrados en su pecera. Inteligente, sensible y cultivada, Paloma va a todos lados con su cámara de video y la utiliza para expresarse; así comunica que, para su cumpleaños número 12 acabará con esta farsa de vida y se suicidará.


Así arranca El encanto del erizo, cinta "libremente inspirada" en la exitosa novela La elegancia del erizo, escrita por Muriel Barbery, que ha sido una especie de fenómeno de ventas tipo Harry Potter. La historia de Paloma se complementa con el ir y venir cotidiano de la portera de su edificio, Renée (Josiane Balasko), viuda sesentona de mal carácter, que lleva una vida secreta en su apartamento y que ve alteradas sus pautas con la aparición de un lacónico caballero japonés (Togo Igawa) que llega a instalarse a uno de los departamentos del edificio; pronto, las existencias de estos tres personajes se verán intrínsecamente relacionadas: Renée se convierte en amistad y enigma para la niña y en objeto del deseo para el misterioso nipón; los encuentros y desencuentros alteran el tejido de la realidad, casi como si se tratara de magia.
Realizada con cariño y devoción por Mona Achache, esta cinta es casi un estudio de costumbres controlado al milímetro, más que un cuento de hadas al estilo de Amèlie ( Jeunet, 2001, cinta en la que muchos pensarán al verla, especialmente al principio). Este filme está cargado de referencias: a la literatura, al canon del cineasta japonés Yasujiro Ozu, a la animación, a una infancia que se declara    rebelde a los estereotipos. Un elemento que ayuda, además de de la ambientación estupenda, es la banda sonora: la música se adhiere de manera oportuna con las imágenes.
Para redondear tanta bondad artística en este filme, con su tratamiento particular sobre el tema de las almas gemelas, las actuaciones son imponentes, sobre todo la de Josiane Balasko, como una mujer que ve pasar su vida entre el trabajo, la literatura y sueña con lo que pudo haber sido y no fue.
Y claro, tenemos la amenaza de algo que puede ocurrir: si Paloma cumplirá o no su objetivo es cuerpo y alma de la trama de este buen filme. Ella se prepara de manera meticulosa, mientras graba en video los acontecimientos que la rodean de manera minuciosa y el espectador nunca tiene la certeza de nada. En tanto, la fábula poética se desarrolla vivamente, para llegar a un clímax que no decepciona.

L'Herisson/El Encanto del Erizo
Con Garànce Le Guillermic, Josiane Balasko y Togo Igawa.
Dirige Mona Achache
Fracia/Bélgica/Alemania/Japón
2009


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26 mar 2011

Juliette Binoche es auténtica... y punto.

Ganadora de un Oscar, con casi treinta años de sólida carrera, pasa de ser una diva para demostrar que es una gran actriz.

Miguel Cane


Juliette Binoche in Touchstone Pictures' Dan in Real Life

Desde sus primeras apariciones en pantalla, Juliette Binoche (París, 1964) dio muestras claras de ser una actriz de primer nivel, capaz de transmitir emociones o de ocultarlas, según fuera el caso. Así, por ejemplo, la vimos como una criatura amoral en Obsesión (Louis Malle, 1992) que era capaz de ser la novia de un hombre mientras sostenía un tórrido – y retorcido – affair con el padre de éste, (Jeremy Irons), sin perder en ningún momento su elegancia y serenidad.

Juliette Binoche in Sony Pictures Classics' Cache (Hidden)

También, a las órdenes de Krysztof Kieslowski, rodó la emocionante Azul (parte de su trilogía de los tres colores), en la que daba magistral cátedra sobre el dolor. En El paciente inglés (Oscar a la mejor actriz de soporte de 1996) es una mujer dulce y luminosa, mientras que en Caché, de Michael Haneke, es una madre confundida y expuesta a algo siniestro. Versátil y carismática, ha encontrado nichos tanto en el circuito de arte como en el cine de Hollywood – se dio el lujo de brillar en una bien realizada comedia familiar con Steve Carell – y en ambos se siente cómoda. Su trabajo más reciente es a las ordenes de Abbas Kiarostami, el aclamado director iraní creador de la excepcional cinta El Sabor de las Cerezas, que la invitó a trabajar con él en Copia Fiel, una de las cintas más notables y apreciadas por la crítica en 2010.

Juliette Binoche in Sony Pictures Classics' In My Country

Esta es la película más aclamada del último festival de Cannes. ¿Cómo te sientes al respecto? Muy honrada. Me sorprende, porque es una película muy sencilla, muy modesta. Pero también es verdad que Abbas Kiarostami es un genio y no necesitaba de un presupuesto millonario para contar una historia completamente humana, que le va a hablar lo mismo a una persona en Cannes, que en Chicago o en Madrid o en Taiwan. Es una película que resulta universal y entrañable por eso mismo. Y que haya sido tan reconocida no puede inspirarme más que admiración por su manera de trabajar.

Juliette Binoche Le Voyage du Ballon Rouge

¿Cómo se da el acercamiento con Abbas Kiarostami y la oportunidad de trabajar con él? Yo era su fan (sonríe). No. Soy su fan. Lo conocía de anteriores ediciones del Festival de Cannes, y siempre le decía que me encantaba su trabajo y que quería trabajar con él. De hecho, justo después de el Oscar, en Los Angeles me preguntaron si quería hacer carrera en Hollywood, y yo respondí: No, yo solo quiero trabajar con Abbas Kiarostami.(se ríe) ¡Y mira cuánto tiempo pasó!

Juliette Binoche

Esta es una cinta muy compacta, básicamente de dos personajes: ¿Dirías que tu personaje y el de William Shimell representan e cierta forma los arquetipos de lo femenino y lo masculino? Totalmente, yo los veo como si fueran una especie de version moderna de Adán y Eva. De hecho, cuando hablamos de la película, esa era la idea, que estuvieran lo más al natural posible en un terriorio paradisiaco y a la vez agreste para ambos, como es Toscana. También por eso mi personaje no tiene nombre, podría ser cualquier mujer. Con eso, yo siento que lo que Abbas nos quiere decir que las mujeres se exponen más emocionalmente que los hombres, se arriesgan más a hacer el ridículo, a arrodillarse y provocarles hasta que consiguen sacar algo de ellos. En cambio, los hombres son más protectores de sus emociones. Por eso Abbas quiso que él fuera un escritor, un narrador, que no se implicara emocionalmente tanto como ella.

Juliette Binoche

¿Hay mucho de ti en el personaje? ¿Te identificas de algún modo con ella? ¡Pues claro! ¡No tenía otra opción! (rie) Cuando trabajas, usas todo lo que puedes de tu pasado, de tu imaginación, de tu intimidad. En este caso, mi personaje al principio de la película domina la situación, pero luego pasa por diferentes capas, se siente abrumada por lo que pasa. Abbas me dio carta blanca, a pesar de que teníamos un guión escrito que ensayamos durante un par de semanas. Eso me sirvió porque me sentía totalmente libre mientras rodábamos. Tanto que a veces provocaba a Abbas sin querer. A veces me saltaba lo escrito, y él se iba del set, pero antes de marcharse me decía: “Juliette, tengo que pensar en lo que ha pasado.” No se lo esperaba. Y al volver me decía: “Las mujeres usan mucho su intuición.” Y quedábamos bien. Yo iba descubriendo al personaje a medida que lo interpretaba, y Abbas me decía que en la sala de edición se vería si aquello funcionaba o no. Y que si no iba bien, al día siguiente volveríamos a rodar la escena. Pero no hizo falta. Fue maravilloso trabajar así con un genio.

Juliette Binoche at the Beverly Hills premiere of Miramax Films' Chocolat

Tienes una carrera en el mundo del cine 'de arte' y otra, muy lucrativa, en Hollywood. ¿Te compensa la combinación? Espero que sí. Yo no esperaba que esto iba a ocurrir. Yo siempre haré películas en Francia, porque me gusta cómo se trabaja allá. Y hago películas en Hollywood porque me permiten hacer cosas distintas a la larga. Me dan cierta independencia económica que aprecio. Hace muchos años que decidí no mudarme a Estados Unidos. No me hace falta. Estoy acostumbrada a elegir qué guiones quiero interpretar y los directores con los que quiero trabajar. Sí puedes decir que tengo lo mejor de ambos mundos.

Juliette Binoche in The Unbearable Lightness of Being

¿Y lejos de los sets de filmación? ¿Cómo ves la vida al apagarse el reflector? No soy una mujer unidimensional, tampoco me sé quedar quieta en un solo lugar (ríe). Cuando no “trabajo” hago muchas cosas. En mi casa soy la cocinera y la encargada del hacer la limpieza, de hacer la compra, los presupuestos, de pasar la aspiradora. Soy una madre, lo que es un trabajo de tiempo completo en sí mismo. Además soy mi propia secretaria y atiendo mis llamadas y contesto mis cartas, voy a las juntas de la escuela de mis hijos. También soy una hija. Y si tengo tiempo y me da la gana, me pongo algo bonito y me voy a tomar una copa o a cenar con amigos y amigas, disfruto a mi pareja y a nadie le importa, cosa que me hace inmensamente feliz. Soy como cientos de miles de mujeres, en cualquier lugar del mundo tenemos tantas vidas... no sólo una. Son muchos trabajos distintos. Muchas facetas. Tengo una vida muy rica y muy llena fuera del cine. Y francamente, eso es lo que más atesoro. Que puedo ser mujer y actriz, todo al mismo tiempo.


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19 mar 2011

Copia fiel / Copie Conforme, de Abbas Kiarostami

Encuentros y desencuentros

Miguel Cane



Un pequeño pueblo del sur de la Toscana es el escenario de encuentro entre un crítico de arte británico y la propietaria de una galeria de arte francesa Los dos vivirán un particular idilio, que trasciende las convenciones de cuaquier género. Copia fiel sorprende a primera vista porque se trata de una coproducción europea, entre Francia e Italia, y la primera que rueda fuera de su país del encumbrado y reputado (entre cierto sector de la crítica) director iraní Abbas Kiarostami, que ganó la Palma de Oro en 1997 con la excelente El sabor de las cerezas.



Prácticamente todos han señalado que se parece al clásico de Roberto Rossellini Viaje a Italia (1954) y no están lejos de la verdad. Kiarostami siempre ha realizado un cine muy natural, casi crudo, al no utilizar nunca ningún recurso artificial para adornar su mensaje. Prácticamente utiliza dos herramientas: actores y guión. Aquí retoma su estilo al contar lo que podría ser una típica historia de amor en la Toscana italiana, mostrándonos únicamente el punto de vista de su pareja protagonista, prescindiendo de los típicos paisajes con las que nos suelen regalar las comedias románticas ambientadas en la zona.




Ya en la primera secuencia, la fuerza de las miradas de los personajes, como la del hijo de Elle (Juliette Binoche), que es capaz de interpretar las miradas y gestos de su madre para predecir sus actos posteriores, nos introduce en el universo de la pareja formada por Elle y James (William Shimell). La sencilla puesta en escena permite que el espectador se centre en el discurso de los protagonistas, como el trayecto en el coche en el que se ven reflejados en el parabrisas los edificios, que incluso ellos mismos comentan, pero a los que Kiarostami no presta atención pues la historia no está en los edificios o el paisaje, sino en sus personajes.




Kiarostami saca el máximo provecho a la imagen que proyectan en la vida real los actores que dan vida a sus personajes: Juliette Binoche, auténtica diosa del cine europeo; William Shimell, cantante de ópera que interpreta al escritor que se cuestiona la validez de esas copias certificadas que encuentran en cada pareja que se cruza en su camino; o incluso Jean-Claude Carrière, colaborador y amigo de Buñuel, que interpreta a una de las piezas de otra pareja en la que se miran los protagonistas, igual que ellos mismos se enfrentan a su propia imagen en un espejo en dos de las secuencias más bellas de la película.



Los tres resultan ser las copias perfectas de cada una de sus nacionalidades, francesa la actriz, inglés el barítono e italiano el guionista, representando cada uno de ellos los tres idiomas que se hablan en la película, apuntando una crítica hacia el tradicional carácter anglosajón que como dice la camarera del restaurante, no suelen hablar otro idioma que no sea el suyo. Asimismo, la pareja que forman Elle y James no es la copia de una pareja universal, sino más bien de la pareja europea; el propio director iraní parece asumir una nacionalidad artística europea, auspiciada.

Ahora bien, la obra de Kiarostami no llegará ni se interpretará de la misma por todos los sectores del público cinematográfico que se dividirá en dos sectores muy pronunciados, aquellos que sólo verán en ella un trabajo “aburrido” y “pretencioso”, y aquellos que descubran en ella un interesante relato que estimulará su imaginación, lo cuál es, a final de cuentas, el propósito del cine.

Copia certificada/Copie Conforme
Con Juliette Binoche, William Shimell y Jean-Claude Carrière
Dirige: Abbas Kiarostami
Irán/Francia/Italia/Reino Unido
2010


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Adios, Ojos Violeta. En memoria de Elizabeth Taylor (1932 - 2011)

Miguel Cane




No había otra como ella y siempre lo supo, desde que dejó de compartir pantalla con Roddy McDowall y la inefable Lassie, para ser la adolescente que irradiaba carisma en National Velvet, la historia de una chica y su poni: sus ojos violeta, las facciones clásicas, la melena ala de cuervo, capturaron el mundo. Ella nació —en abril de 1932— para ser estrella.




Hija de un matrimonio inglés mal avenido que emigró a América en pos de fortuna, tuvo en su madre siempre una mezcla de apoyo y presión que la lanzó a la fama muy pronto; haberse desarrollado rapidísimo, con figura despampanante, fue la llave que le permitió ascender en un parpadeo a ser la más grande estrella de su generación y la última gran leyenda del cine (ni Angelina Jolie le llega, señoras y señores) por derecho propio.




La mala racha que tuvo en sus matrimonios no significa que Elizabeth Rosamund Taylor Hilton Wilding Todd Fisher Burton-Burton Warner Fortensky no hubiera sido dichosa o que no conociera el amor; la cosa es que siempre quiso más, al saber que no era como las demás; lo mismo a los 18 años con el pobrecito niño rico Nicky Hilton (que la golpeó durante su luna de miel en Roma, situación de la que la salvó la oportuna intervención de Deborah Kerr, mientras rodaba Quo Vadis?, que literalmente la sacó de la suite nupcial con un ojo morado) que a los 60 con el obrero Larry Fortensky (se les rompió el amor, como decía la D’Alessio, de tanto usarlo). Y toda la admiración de sus fans (así, en plural) que la amaron tiernamente y le perdonaron todo: desde las malas películas (como la esperpéntica Cleopatra, que, por donde se le mire, es una bellísima calamidad) hasta haberle robado sin miramientos, prácticamente en las narices, el marido a su mejor amiga de la infancia (la dulce y sensible Debbie Reynolds, que a la larga aceptó que Liz le hizo un favor al quitarle a ese piojo llamado Eddie Fisher de encima y se reconciliaron ya maduritas), sin dejar de lado las borracheras, los berrinches elefantinos y los kilos de más.




La Taylor era, evidentemente, una fuerza de la naturaleza. Donde fijaba sus ojos violeta nada volvía a ser igual; y era mucho más valerosa de lo que la gente cree: hay que ver su trabajo en las dos cintas que hizo seguidas, basadas en obras de su íntima comadre Tennessee Williams: La gata sobre el tejado caliente (en la que su hermosura y temple opacaron al mismísimo Paul Newman) y De repente el verano pasado, donde ella y aquella cosa formidable conocida como Katharine Hepburn se pusieron al tú por tú frente a las cámaras y detrás de ellas se sonaron a Joe Mankiewicz por torturar al muy fregado Monty Clift. Cuando Dick filmaba La noche de la iguana en Puerto Vallarta en 1963, ella lo fue a visitar y juntos agarraban pedales sensacionales con John Huston, Ava Gardner y Gabriel Figueroa (la Kerr nomás se tapaba los ojitos con las manos) y armaban la pachanga. De día se la podía ver jugando a las cuicas con la chamacada del pueblito y comiendo tlacoyos. Le gustó tanto el lugar, que una casa se compraron ahí en Mismaloya. Hay que reconocerle que ninguna actriz de su estatus se atrevería a engordar veinte kilos de golpe y mantenerse ebria durante un rodaje (si eso no es el método, yo no sé qué es), como hizo para interpretar a la enormísima Martha en ¿Quién le teme a Virginia Woolf? (1966), donde ella y Burton —el más grande amor de su vida después de las piedras preciosas y sus hijos— le dieron la vuelta a su imagen chic de “Liz y Dick” (es imposible pensar en el zeitgeist de la década de los sesenta sin ese elemento) para mostrarse como dos criaturas heridas, descarnadas y brutales: que sólo ella obtuviera un Oscar por ese trabajo es una gran injusticia.



Adicta a los chocolates y a muchas otras cosas, entre ellas la atención y el amor de su público, la Taylor deja huella indeleble. No sólo era la diosa que todos conocen, también fue, desde los años 80, una incansable luchadora en la lucha contra el VIH/sida. Tras perder a numerosos amigos muy queridos, como Rock Hudson, y a su nuera, Aileen Ghetty, la Liz trabajó de manera incansable para reunir fondos para la investigación, algo que nadie le agradecerá los suficiente. Ya no hay estrellas como ella; es la última de su clase. Por eso nos regaló su vida en celuloide: testimonio fiel de su existencia.


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Ispansi / Españoles, de Carlos Iglesias

Claudi Etcheverry



La película de Carlos Iglesias Españoles (Ispansi) expone con realismo y sin golpes de efecto el auténtico drama de los españoles huidos de una guerra local (la Guerra Civil), para ir a dar de barriga con una internacional, la Segunda Guerra Mundial, huyendo de la sartén para caer a las brasas.

Ese solo hecho hace que uno tenga que tratar con respeto el contenido de semejante desgracia abatida furiosa e inclemente sobre un montón de inocentes, auxiliados por otro montón de perseguidos de almas generosas que soñaban con un regreso imposible para saldar llagas abiertas. Que haga mucho tiempo de eso no supone tratarlo con ligereza, ni histórica, ni crítica, ni política, ni tratar a la pasada la estaca clavada de la nostalgia y el extrañamiento. Desde la perspectiva humana de los que tuvieron que pasarlo y en nombre de los que no lo consiguieron, todo respeto es obligado y debe ser solemne si no queremos confundir las responsabilidades políticas con el oprobio de las heridas infligidas en un drama humano descomunal del cual muchas personas vivas lamen heridas indelebles todavía. Este introito resulta imprescindible para abordar tres o cuatro ideas sobre el continente formal de esa odisea macabra, sobre la manera de contarla de esta película, pero jamás frivolizar con ligereza sobre su contenido o sus ribetes desgraciados.

Para su mal, el director Carlos Iglesias no recuerda la propia caída de los alemanes a quienes perdió meterse en más de un frente. Lamentablemente hace lo mismo, y apunta a varios registros a la vez sin deberse a aquello de que “Quien mucho abarca, poco aprieta”, y la cinta se lanza a tantos que apunta al drama histórico, al melodrama familiar, al patetismo personal, el retablo costumbrista y a la tragedia romántica. Con tanto en danza, alguna pata cojea, y a veces, más de una, porque la escena familiar es floja por todas partes con unos diálogos entre dos hermanos que no solo expresan mal las desavenencias políticas que los separan sino el desamor que los pierde. El retablo costumbrista no se aguanta y el Madrid de los vencedores se presenta únicamente en unas criticonas tópicas que recitan lo que no saben ni creen. Y la tragedia romántica se queda tirada tan pronto sale y va pinchada con alfileres. Al final, lo que se expresa mejor es el drama humano, la masacre histórica, porque uno sabe en el fondo que aquello fue verdad, pero de eso da más cuenta la crónica histórica y la nieve de la tundra rota por el vapor de un tren que avanza como puede por la estepa que el talento del rodaje.

Iglesias tiene el mérito indiscutible de ponerse a contar una historia que cada vez que sale levanta ampollas y enfrenta opiniones. Elude con habilidad el debate yermo de una etapa tan difícil de España con algunas de esas heridas todavía abiertas. Desde esta perspectiva, lo hace con mucha dignidad y no escabulle llegar a tomar posición al respecto, cosa que presenta sin declamaciones en una medida a la vez categórica y respetuosa, sin moralizar, porque entiende que ante el desastre al que se enfrentó toda esa gente no necesita sindicar a quien lo causó, pero sí que no se ahorra ni un solo cuadro para ponernos en clave de superproducción con señalamientos a la vez de grandes paisajes nevados y pequeñas escalas, para mi gusto, sacadas de un libro de texto, de un manual de secundaria, transformando algunas escenas en pura reducción a la anécdota dejándolas en algo que se parece bastante a los relatos de un anciano que cuente sus memorias sin que nadie le haga ya demasiado caso. Que se hayan contado mil veces esas penurias no hace menos reales aquellos días, y la película pierde el lance al evitar meterse en los sentimientos de sus protagonistas que serían, por definición, nuevos siempre y ricos como aportación escénica. Todos los personajes resultan tópicos y conocidos, y ninguno de ellos levanta de la mediocridad general, especialmente grave en el caso de Paula / Beatriz, en la actriz principal Esther Regina, que confunde emoción con exoftalmia, abriendo los ojos mucho más que lo que era necesario olvidándose de que el espectador está allí para abrir los suyos y no perder detalle.

A pesar de sus loables pretensiones, la película es casi ampulosa aunque no llega a ser pedante. Iglesias lo advierte, y en muchos pasajes mete una voz en off para no quedarse con las ganas de que el mensaje resulte alambicado y dejar patente lo que sospecha que podría perderse o no quedar claro, cosa que hubiera podido mostrar en las vicisitudes de sus propios personajes, en los que estaba la simiente para hilar una historia a la vez personal y universal. Así, lo que realmente pierde es la oportunidad de mostrar aquellas desgracias antiguas con unas voces que tenía a mano para hacerlas nuevas en el simple relato de un puñado de escapados que hunden los pies en la nieve mientras los verdugos vienen detrás pisándoles los talones.


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Rango, de Gore Verbinski

Claudi Etcheverry



Quien crea que Rango es una película infantil a secas, se equivoca mucho, si piensa que por ver unos monigotes en 3D de factura impresionante estamos ante una historia para hacer que los chicos no se peleen en casa encerrados un domingo y nada más. Rango tiene varios niveles y desciende mucho en una reflexión sesuda y brillante, sin ser compungida ni intelectualoide. Es una razón sobre la identidad que podemos aprovechar para que los nenes no alboroten en casa mientras nosotros leemos entre líneas en un despliegue visual hermoso con relleno (sobre todo en esta época en que los recursos gráficos son uno de los personajes principales en muchas producciones, incluso en algunas en las que no hay ni otros personajes o ni siguiera una trama decente que las sostenga). Muchas personas creen que pensar sobre uno mismo equivale a accesos de llanto, sentimientos desbordados, crisis de ansiedad o sesiones psicoanalíticas devastadoras.



Hay otras vías mucho más simples -y no menos sensibles- de darnos cuenta de que todos estamos determinados por nuestra propia historia y lo que hace la personalidad es dirigirse a los hechos de la única manera que sabe: repitiendo modelos, incluso arropándolos bajo reflexiones que se nos antojen más elaboradas o mejor argumentadas para hacernos creer que hemos superado a nuestros padres -esos a quienes muchas veces señalamos como los artífices de nuestros moldes- aunque visto desde arriba, es probable que estemos haciendo lo mismo que ellos cambiando de bote la mermelada. No hay que ser un cráneo para ver que lo cierto es que sin historia no hay identidad, y que seguramente repetimos modelos aunque estemos convencidos de habernos reencarnado en una instancia superadora de nuestros orígenes. El zorro pierde el pelo aunque no pierde las mañas, y Rango, un camaleón urbanita tirado en un desierto remoto, es una metáfora literal de muchos de nosotros.



El viaje de este camaleón resulta verdaderamente heroico, no porque se enfrente a las balas, sino porque se pone cara a cara ante algunas preguntas de vértigo: ¿Quién soy? ¿Me conviene? ¿Me hace bien seguir siendo quién soy?, aunque la cinta no sea una secuencia de silencios a lo Bergman ni se presente bajo una factura intimista ni oscura. Podemos ver la peli como un filme pasatista sin pensar en nada más (ya se sabe que el mundo no muestra nada a unos ojos sin mirada). Ha habido muchas películas de animación para adultos, como “Fritz, the cat”, que vi ya en 1975, un entrañable retrato crítico y corrosivo de la cínica sociedad americana metido en la piel de un gato que marcaba las fronteras con eso que llamaríamos hoy lo políticamente incorrecto, y que acaba muerto a manos de su amante avestruz que se lo carga machacándole el cráneo con un picahielo tras mucho sexo inter species. Pero sin meterse mucho más allá, aquellas estampas eran inocuas y proponían apenas unos gatos follando en una bañera y poco más, que es mucho más fácil de tratar que la idea de quiénes queremos ser y la frustración de enfrentarnos cada día con quienes somos sin remedio.



El recurso de esconder las reflexiones un poco más atrás de una simple anécdota aparente tiene siglos, y ya lo ensayaron Esopo, Samaniego o Lafontaine, con animalitos ingenuos que explican la naturaleza humana y sus desvíos. Para quien quiera mirar por las rendijas de esta historia, el director Gore Verbinski presenta unlargometraje de animación que anima, nunca mejor dicho, a ver el paso de un camaleón que se inventa a sí mismo saliéndose de quien es, no como un acto de enajenamiento o alienación sino como búsqueda de su persona porque lo hace atento a su verdadera naturaleza en un diseño personal, lúcido y tozudo, dirigido hacia quién quiere ser, respetándose a sí mismo. Un hecho fortuito lo deja literalmente tirado en la carretera, donde pierde todas sus referencias (como en las crisis de identidad, je… je…) y la primera metáfora ya es que se trate de un camaleón, un bicho que por definición entra en mimesis con todo lo que toca. Pero pronto se da cuenta de que los tiros no van por ahí, y se ve cara a cara con quién tiene que ser sin ambages para entrar en equilibrio, como diría Ortega y Gasset, entre él y sus circunstancias.

El pensamiento de repetir modelos se le hace patente y pronto se le adivina inútil. El escamoso bichito advierte que si sigue repitiendo lo que hizo hasta este momento no va a ser realmente feliz nunca, por muy convencidos que resulten sus argumentos. Entonces se pone serio para determinar quién es, dónde tiene el depósito, y qué combustible lleva. Más allá aun, la cinta presenta a la vez el origen de una identidad personal en paralelo al origen de una nación en la que el Oeste fue usado como símbolo heroico del tesón colonizador que, después de conquistar el territorio y contar muchos muertos, vemos aquí cómo fragua y se deshace en un capitalismo salvaje en el cual quien retiene los recursos económicos tiene el poder sobre los demás. Aquí el contrapeso de héroe y villano no solo va de matices morales, sino que incluso el guionista llega mucho más lejos al mostrar el cambio del paisaje físico que supuso ese ir del desierto natural que encontraron los colonos a las praderas cuajadas de hormigón en medio de campos con riego artificial con que nos saturan los ojos los folletos inmobiliarios mientras nos vacían los bolsillos a golpes de hipoteca. La película se redime feliz inundando de agua fresca el pueblo seco de esta historia de 400 años mostrada en 110 minutos.

Verbinski se revela cinéfilo reeditando los mariachis de Babe y las batallas de Apocalypse now en clave de sol, y mientras todo esto parece un pasatiempo y los chicos creen que se trata de otra de Disney o puro 3D, el rato pasa en pantalla y los nenes nos han dejado tranquilos. La que no nos deja tranquilos es esta peli, salvo que nos hayamos decidido a verla poniéndole barreras al campo y la miremos con ojos pueriles tapando el sol con las manos. Pero ya se sabe que uno puede ver hasta donde su propia historia lo permite, y mirar la foto con uno mismo dentro es una virtud poco frecuente porque el ojo nunca se mira a sí mismo. En este camaleón de garabato los ojos divergen divertidos, si bien en lo que para él es la escenografía aparente de una de cow-boys, el tipejo tiene los santos güevos de preguntarse a sí mismo quién quiere ser.

Y lo consigue.

(Gore Verbinski, EUA, 2010, con Johnny Depp en la voz de un camaleón desastrado y vacilante)

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13 mar 2011

Keira Knightley, Carey Mulligan y Andrew Garfield: los jóvenes dioses

Por separado, Keira Knightley, Carey Mulligan y Andrew Garfield, son tres de las estrellas más prometedoras en el panorama del cine. Juntos, encabezan el reparto de Nunca me abandones, una inquietante mirada al amor en el futuro.

Miguel Cane
Basada en la aclamada novela homónima de Kazuo Ishiguro (autor de Lo que queda del día), que cosechó un enorme éxito de ventas y crítica, Nunca me abandones es una extraordinaria historia de amor, pérdida y verdades ocultas. En ella, el autor planteó la pregunta fundamental: ¿Qué es lo que nos hace humanos? Ahora, el director Mark Romanek (Retratos de una obsesión), el guionista Alex Garland (Exterminio y Sunshine) la presentan como un drama futurista y desolador.


Keira Knightley at the Beverly Hills premiere of Focus Features' Atonement


Kathy (Carey Mulligan), Tommy (Andrew Garfield, de La Red Social) y Ruth (Keira Knightley) pasan su infancia en Hailsham, un sobrio internado inglés aparentemente idílico y completamente aislado del mundo, donde descubren un tenebroso e inquietante secreto acerca de su futuro. Cuando dejan atrás el refugio que les brinda del colegio y se aproximan al devastador destino que los aguarda en su edad adulta, tienen también que hacer frente a los profundos sentimientos del amor, los celos y la traición que amenazan con separarlos.



En persona, Keira Knightley (1985) es expresiva y directa, donde Carey Mulligan (1985) es igual de encantadora, aunque más sosegada y serena. Sentado entre ambas, Andrew Garfield (1983) da al principio la impresión de estar abrumado, pero pasa rápido y ptonto, los tres no pueden parar de reír despojándose de su condición de estrellas rápidamente [los tres saludan cortésmente a la prensa, de mano, hacen preguntas, rompen el hielo], aunque tienen bien aprendido que las puertas de su vida privada permanecen cerradas: jamás hablan de ello y es una alianza que han tenido a lo largo de su gira de promoción; pareciera parte de la complicidad que plasman en pantalla con sus personajes.



Los tres tienen muy buena química juntos ¿Pasaron mucho tiempo juntos para prepararse antes del rodaje…?
Keira:
Carey y yo ya nos conocíamos, de Orgullo y Prejuicio, en la que éramos hermanas.
Carey: Sí y nos veíamos en Londres todo el tiempo, en clubs y con amigos, cosas así.
Keira: Pero no conocíamos a Andrew. No realmente.
Andrew: Digamos que yo era el extraño. (Risas)
Carey: Entonces lo que Mark hizo, fue ponernos a convivir de cierta forma antes de filmar. Keira y yo estudiábamos juntas nuestro guión y compartimos una casa en locación.
Andrew: A mí me tuvieron aislado dos semanas. En un sótano. A pan y agua. (Risas) No, en serio. A mí me tuvieron aparte un tiempo, y luego me integré a la dinámica con ellas. Fue interesante, porque ya había un vínculo entre ellas y yo venía de fuera. Entonces, Carey se mudó a mi hotel y yo conviví una semana con Keira a solas. Casi como sucede en el libro.
Keira: A la larga eso nos sirvió de mucho para establecer la dinámica de la relación entre los personajes.


Keira Knightley at the LA premiere of Walt Disney's Pirates Of The Caribbean: The Curse of the Black Pearl


¿Ya conocían el libro?
Keira:
Sí, lo leí cuando salió.
Carey: Sí, me gustó mucho. Por eso acepté de inmediato cuando me lo propusieron.
Andrew: Er... yo.. (risas) Yo lo leí cuando me llamaron para la audición. Volé de Los Angeles a Londres y antes de salir, compré el libro. No pude soltarlo. Me pareció una de las cosas más fascinantes que había leído en mi vida.
Carey: Sí, eso. Es fascinante. Y Alex hizo un gran trabajo al adaptarla.
Keira: Supongo que eso es porque Alex, en sí, es un novelista también. Y además, Kazuo Ishiguro nos visitó en el set y eso fue maravilloso, porque pudimos hacerle preguntas.
Carey: Personalmente, yo odio cuando adaptan mal un libro en cine. Alex y Mark nos lo dijeron claramente, querían mantener la esencia de la historia. Y creo que lo logramos, hasta mi mamá dice que esta película resultó una excelente oportunidad para hacer eso.



En el filme, sus personajes son presentados como seres creados específicamente para el cultivo de órganos. ¿Dirían que son humanos?
Carey:
Desde luego que son humanos. Como se hayan concebido no importa. Lo son.
Keira: Siempre lo tuve claro. Esto, desde luego es la controversia de la trama.
Andrew: Es el aspecto que más me atrajo de Tommy. La idea de que los sentimientos y las emociones son lo que realmente nos hacen humanos, aún pese a las reglas o situaciones: en el microcosmos del internado y en el macrocosmos de la vida exterior. Son humanos, que viven para que vivan otros humanos. Suena siniestro, pero extrañamente me parece también una gran expresión de amor.
Keira: Es el amor que sienten lo que los hace humanos, creo yo.
Carey: Definitivamente. Son los sentimientos y los pensamientos los que los hacen humanos, aunque no nazcan así.



Los tres se han convertido no sólo en promesas, sino en verdaderas estrellas, siendo aún muy jóvenes. ¿Cómo ven eso ahora?
Carey:
Yo no lo siento así. Llegué a estar sentada en medio de un cine con gente que ya me había visto en cine, pero no me reconoció, aunque los escuché hablar de mi película. Por eso no me siento como una estrella, cuando todavía puedo sentarme a ver una película frente a alguien que ya me vio antes. Todavía soy relativamente anónima. Simplemente hago mi trabajo, me maquillo y vengo a entrevistas como éstas, pero por ahora, nadie invade mi vida en ningún modo alguno.
Keira: Depende de cómo lo tomes. ¿Qué es una estrella para ti? Para mí, una estrella es Leonardo DiCaprio, o Meryl Streep, o Johnny Depp. Yo soy una actriz que trabaja. Tuve suerte de participar en dos proyectos muy populares, pero si me preguntas qué prefiero, te diré que me gusta más trabajar todo el tiempo, como Charlotte Rampling (que interpreta a la directora del instituto). Creo que es increible que ella siempre haya hecho lo que ha querido, no lo que es obligatorio. Creo que eso hace la diferencia entre una estrella y un actor. Poder hacer ambas cosas, es una oportunidad de oro.
Andrew: No soy una estrella. No quisiera pensar que lo soy, porque no he hecho méritos, ¿me explico? Hice La Red Social y fue genial todo lo que pasó. Ahora tengo el compromiso de Spider-Man. Pero no sé qué va a pasar mañana. No me gusta anticipar vísperas. Como dijo Keira, lo mejor es poder trabajar en lo que te gusta. Ya todo lo demás es un extra que puedes disfrutar si quieres, o pasar al siguiente proyecto que tengas y seguir así.
Carey: Algunas veces creo que ser una estrella debe ser una lata. Espero no serlo. Al menos no en el sentido que tiene ahora, con tantos paparazzi persiguiéndote y cosas así. Eso no es lo que quiero.
Keira: Si no es lo que quieres, entonces siempre tienes la opción de evitarlo. Hay quienes le hacen la pelota al juego de la celebridad. Pero siempre tienes la opción de evitarlo. Después de todo por eso somos actores, ¿no? Podemos hacernos invisibles a voluntad. ¡Y a veces es un alivio!


Keira Knightley at the LA premiere of Walt Disney's Pirates Of The Caribbean: The Curse of the Black Pearl






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Ojos de Julia, Los / Julia's eyes, de Guillem Morales

Claudi Etcheberry



Cuando de una película queda demasiado presente algún detalle marginal, la cosa ya no pinta bien. Y después de ver “Los ojos de Julia” no puedo dejar de recordar la admirable habilidad atlética de la Rueda corriendo los 100 metros llanos en plena penumbra calzada con unos tacones de vértigo. Pero la película debería dejar margen para otras consideraciones, claro.



Cuando uno ve mucha promoción, sospecha, como el santo ante la limosna demasiado grande del refrán castellano. Si nos presentan los trailers hasta en la sopa, no puedo evitar andarme con pies de plomo y buscando trazas de delito en cada rincón. Efecto perverso del exceso de publicidad en que uno sospecha de qué será que adolece aquello de lo que tanto se alardea.





Belén Rueda parecería quedar encantada si pudiera escapar de este registro fóbico y aterrado en la línea de saga de “El Orfanato” en la misma medida en que la película cae en la trampa de no tener en cuenta los innumerables ejemplos y antecedentes sobre invidentes que se han tratado en el cine. Ya hemos visto muchas veces un punzón (o una gota de ácido metido en un frasco-gotero de colirio) acercándose a una pupila ¿ciega? para estremecer al respetable público, pero el cine ya nos lo ha contado demasiadas veces para pedirle al espectador que vuelva a cambiar oro por abalorios. El director no cuenta con la inundación de secuencias que guarda el séptimo arte en todos los registros posibles, porque la ceguera ha sido recurrida desde todos los ángulos a lo largo de la historia del celuloide. Me vienen ahora a la cabeza una Barbara Stanwick ciega en “Disculpe, número equivocado”, hasta Rock Hudson ayudando a su amada Jane Wyman para expiar su sentimiento de culpa ante la ceguera de ella. Pero también otras cintas de tono festivo para maldecir a los snobs de Hollywood con un director que se queda ciego en pleno rodaje (Woody Allen) a quien su mujer (Tea Leoni) le hace de lazarillo para acabar lo que filma en “Hollywood ending”; o filmes de tono oscuro y angustioso del calado de la muy sobria e intensa Björk en “Bailando en la oscuridad”.




La ceguera fue motivo de heroicidad y conmiseración para los heridos de ambas guerras, con soldados de ojos vendados en muchísimas escenas de películas de guerra y posguerra. Y hasta Mary Ingalls queda ciega en “La casa de la pradera” pero demuestra que ciego y todo, se puede ser feliz. O también que ser ciego puede ser una desgracia si te roban en una barriada mexicana de mala traza como en “Los olvidados”, de Buñuel, en que el protagonista de la escena, a más de ciego acaba apaleado por no llevar calderilla a mano para contentar a los rateros. Todos estos registros existen y ya se explotaron suficientemente antaño. Cuando todo está dicho, no se puede pretender inventar la sopa de ajo, o el silencio debería alzarse como una alternativa original junto a algún registro nuevo e inexplorado todavía. Parece hora de empezar a hacer un cine inédito que vaya más allá de lo que se ha expuesto hasta ahora suficientemente bien.

Sin embargo, Morales dirige su película haciendo caso omiso (o igual es por desconocimiento) de lo que uno trae en la pupila, precisamente. La heroína que no parpadea ante el psicópata de aúpa que amenaza con pincharle el cristalino para medir si es ciega o si se hace, da al traste tanto con la escena como con la anécdota del hijo pródigo que regresa a una madre que se hacía la ciega para reconquistarle, máscaras burdas de locos demasiado planos. Huy, huy, huy… Esto huele a patraña en una ficción asaz atropellada que se balancea tópica entre el thriller coagulado y el melodrama de la vida nueva que brindan los donantes de órganos mientras la trama -previsible toda ya en la primera media hora- gotea espesa y hace que sobre la mitad de la película que se desinfla mientras intenta sobrecogernos con primeros planos hieráticos y otros sustos de atrezzo. Por desgracia, uno sabe enseguida que el asesino es el mayordomo, y así se corre el peligro de dormirse comiendo las palomitas.

Parece que el director tenía una lista de objetivos que quería narrar y va cumpliéndolos sin saber muy bien dónde colocarlos ni cuándo. Pero los mete con calzador y uno siente que los euros de la entrada se están quemando en taquilla: la madre que miente la ceguera… los ojos donados… el amor redentor… la intervención de la policía… En medio, el relato de un terror ancestral: perder la vista.

Tratado con todo respeto, hemos de decir que quedar ciego es una desgracia verdaderamente terrible, pero según lo cuenta el Director en esta película, parece que para la protagonista, la pretensión de una ceguera apenas pasó de ser los escozores superficiales de una conjuntivitis apenas fuerte. Y que además, finalmente se le cura.

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Nunca me abandones / Never let me go, de Mark Romanek

Vidas breves

Miguel Cane



Han pasado casi ocho años antes de que Mark Romanek retomara su carrera cinematográfica después de la sorprendente Retratos de una obsesión, y numerosos videoclips de excelente factura. Nunca me abandones constituye su tercer trabajo hasta la fecha (debutó, en 1985, con Static), y como en toda progresión profesional lógica apunta más alto.



Así, presenta un filme basado en la aclamada novela de Kazuo Ishiguro: en 1978 un grupo de niños convive en un selecto internado inglés; al cabo de los años, acabarán convirtiéndose en Carey Mulligan, Andrew Garfield y Keira Knightley. El espectador es testigo de su crecimiento, de cómo surge el triángulo amoroso entre un chico y dos chicas (la tímida Kathy y la voluntariosa Ruth) en un ambiente estrictamente controlado y forzados a verse día tras día durante toda su vida. Claro que, también, descubriremos el secreto inenarrable que esconden los muros del colegio, y que condicionará de manera inapelable las vidas de los protagonistas y a partir de esta revelación, la película afectará al espectador de manera totalmente distinta a lo esperado.



Obviamente, una bomba argumental de este tamaño (aquí no encontrarán spoilers) puede alterar la percepción de la cinta y en el caso de Nunca me abandones es muy claro. Durante los primeros veinte minutos se juega a un juego concreto y tan sólo el prólogo permite entrever algo tenebroso e inquietante que se irá dejando ver conforme avanza la trama, demostrando que ésta no es una película romántica cualquiera, sino que es una historia sobre algunas facetas insólitas del amor.

Una mención especial merecen la aparición de Charlotte Rampling (esa diva de lo poco común) en sus contadas escenas como la directora del colegio, y la prodigiosa Sally Hawkins, como Miss Lucy, una profesora de artes que se compadece de sus alumnos. De hecho, es ella quien sirve como detonador del gran secreto de la trama.

La película sigue el tránsito de la infancia a la juventud, con una mirada muy genuina y triste a la aparente 'normalidad' de la niñez, (ecos de Cría Cuervos de Saura) y de hecho, para estas secuencias, Romanek utiliza un estilo frío y restringido; esto ha resultado en el disgusto de algunos críticos que lo acusan de falta de riesgo artístico; sin embargo, más allá de esta rigidez ostensible, en el filme hay algo más, un brote de angustia ante lo inevitable que lucha por salir y que evita que la cinta pueda considerarse estéril.




Esta es una fábula, de amor y pérdida, de terror y ciencia especulativa, fiel a los planteamientos de la novela; un drama monumental y gélido (como Gritos y susurros de Bergman, por ejemplo), como se ve en el tercer acto del film. A partir de ahí, es inevitable que que el espectador sienta una oleada de pánico y tristeza por lo que ve: las secuencias se despojan del refinamiento inicial y la cinta adquiere una nueva dimensión: Kathy, por amor, entra en una carrera desbocada contra reloj, destino y horror. Así la vive el espectador que sigue todo desde su butaca, deseoso por abandonar este juego lúgubre al que ha llegado sin percatarse.



Nunca me abandones es una de las grandes novelas del siglo XXI y la cinta, adaptada con devoción por Alex Garland (Exterminio, Sunshine) alcanza sus objetivos con maquiavélica crueldad, valiéndose de un gran trabajo a cargo de Carey Mulligan, que no solo es una actriz: tiene carácter y se nota. Romanek vuelve a plantear las ambigüedades que le gustan y lo hace con solidez y oficio: esta es una película que perdura en la víscera y en la consciencia, y eso mismo es lo que hace de ella una cinta muy notable, que merece más crédito – por sus muchos elementos que sobrepasan sus defectos- del que algunos le han dado.

Never let me go/Nunca me abandones
Con Carey Mulligan, Andrew Garfield, Keira Knightley, Nathalie Richard, Sally Hawkins y Charlotte Rampling
Dirige Mark Romanek
Gran Bretaña/EEU 2010



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10 mar 2011

El peleador / The Fighter, de David Russell

Claudi Etcheverry



El título de El luchador / The fighter resulta intencionalmente ambiguo, porque se trata de dos hermanos en sendas luchas desde una personalidad muy diferente y el título no deja claro a cuál de los dos hace referencia. Pero como pasa en tantas casas, en cada hijo se han depositado cargas diferentes y cada uno de ellos las procesa en su lucha a su manera. Uno, en la piel de un excelente Christian Bale (Dicky) trastornado por un antiguo éxito efímero, por los golpes recibidos que le han dejado tocada la CPU y por la adicción a los estupefacientes que le permiten pasar de puntillas sobre las ascuas de una vida en permanente tormento. El otro, en un menos convincente Mark Wahlberg (Micky), se ve un tesonero luchador que encarna el emergente de una familia plenamente disfuncional hasta la náusea, un nido de afectos torcidos con una madre que atiza la ansiedad permanente por salir adelante y conseguir el éxito que les haga salir del pozo existencial en que viven, sin medir que semejante objetivo supone un altísimo riesgo de destrucción de sus retoños.




Pero no solo el crack hace estragos en la gente, sino que la frustración, un medio hostil, el empobrecimiento espiritual creciente, son los lastres que se llevan a los vivos al fondo de la oscuridad como zapatos de cemento. La película no moraliza, aunque al verla nos sobrecoja la violencia de este deporte elevado a la categoría de un arte del sacrificio personal, físico y psíquico. David Russell evita la anécdota moral y propone un filme de pugilato y superación puro y duro, que tiene de Cinderella man, de Rocky y de Million dollar baby, pero con una aportación propia muy aguda sobre todos los personajes principales y secundarios a quienes invariablemente presenta con sus almas tullidas.




Porque si algo queda claro en esta historia es que todos, absolutamente todos los que convergen en este vórtice que rompe personas están heridos en su existencia, a la vez ateridos y desesperados por salir de sus miserias proletarias sin saber bien cómo ni con qué otros instrumentos como no sean los puñetazos certeros de quien se encuentra en la disyuntiva entre seguir siendo quien ha sido hasta ahora o ser quien podría llegar a ser. En este personaje que lleva Mark Wahlberg, se barrunta apenas y con muy relativa claridad que hay una puerta para escapar de una máquina familiar irrespirable, pero quien le señala la salida, aunque tenga alguna pista mejor que seguir, también le lleva a profundizar más la permanencia en un ambiente que destruye a la gente mientras ponga la cara para que se las partan a golpes en un rol a la vez de deportistas y de carnaza de un espectáculo sin escrúpulos. Melissa Leo compone una madre excelente en su papel de nodriza -a la vez nutricia y tóxica- en la explicación más clara de que hay personas que han caído en nuestras vidas sin que sea fácil apartarlas de ellas. Es la madre insoslayable en medio de unos vínculos familiares a la vez imprescindibles y destructivos sin remedio. Esa otra esperanza apenas mejor para Micky es encarnada con convicción por Amy Adams en el papel de Clarice, otra derrotada por las circunstancias de una sociedad nada generosa que no da demasiadas salidas para vivir una vida serena. Un rasgo fugaz difícil de advertir y que el director incluye en una toma muy breve es la manera tan extraña de Clarice de coger el lápiz para apuntar el teléfono de Micky, como si fuese el signo externo de un problema estructural de su personalidad. Al final, ella también cuaja sus frustraciones manteniendo a Micky expuesto al riesgo de lo que ha… ¿elegido?, y por eso su papel no supone un cambio de sistema.



Así, el entrenamiento y la lucha de The fighter se presenta como reflejo simétrico de una vida que reparte golpes rectos y bajos, una vida deshecha tras el sueño obsesivo de salir de pobres, vida que nadie hubiera pedido pero que está allí, con todas sus razones y toda su inercia demoledora atropellando lo que se le ponga al paso. Ambos hijos son la secuencia de un recambio casi indistinto ante la perentoriedad de un deseo ciego por dar el golpe, una ceguera torpe por encaminarse a un futuro mejor aun al precio de ver que el primero haya quedado en el camino casi babeante y tarado por los golpes, y todos vayan a por el segundo sin calibrar que corre el riesgo cierto de repetir el cuadro o el derrumbe. La película no da respiro en la encerrona que supone una sociedad densa y cruel. Hasta los presos que ven el documental en la prisión a la que ha caído Dicky hacen inexplicable el motivo de su hilaridad cuando se ríen por un documental que les pasan, no solo por la desgracia propia y ajena que les muestran en esa sala de proyecciones, sino por la porquería en la que viven o la que van a volver a encontrar al salir de entre rejas en un sistema que tiene mecanismos de castigo engrasadísimos, pero casi ningún recurso para prever la reinserción. El espectador no puede menos que preguntarse de qué diantres consiguen reírse.





Pero como parecía desde un inicio, el director no quería elevar la cinta a la categoría de una arenga por o contra el deporte pugilístico, y por eso lo presenta plenario como una subcultura sin más, unas razones aceptadas por todos sus concurrentes para estar en él y mantenerse allí, en un sistema de valoraciones distinto a la vida normal. En esto inscribe el final de su película que remata bien sin que éste haya sido previsible en ningún momento. Russell traía la trama de tal manera que cualquier desenlace era posible aunque opte, sin ningún triunfalismo ingenuo, por una de boxeo clásica pero bien cerrada.

El peleador / The Fighter
(David Russell, EUA, 2011, con Christian Bale, Mark Wahlberg, Amy Adams, Melissa Leo)



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