22 sept 2011

Partir / Leaving, de Catherine Corsini

Lo importante es amar

Miguel Cane





La directora y también guionista Catherine Corsini desarrolla en Partir (que llega con un par de años de retraso a México, es un filme de 2009) una historia conmovedora y emocionalmente intensa, que parte de una situación convencional, casi un cliché de telenovela, y sin embargo, lo eleva de una manera sorprendente.

Partir tiene un comienzo que atrapa: en la primera escena vemos a Suzanne (Kristin Scott Thomas) salir de la cama, mientras su esposo sigue durmiendo. La cámara acompaña a la protagonista hasta que sale de cuadro. La siguiente imagen muestra el exterior de la casa en plano general con la noche de fondo y ahí se escucha cómo suena un arma. La escena queda inconclusa y el film se transforma en un largo flashback que nos remonta a seis meses antes de ese momento.

Suzanne es una fisioterapeuta que tras retirarse de la profesión para criar una familia, decide abrir una clínica en su casa. Su apariencia es la de una mujer feliz, con un matrimonio armónico y dos hijos adolescentes que completan el cuadro que comienza a quebrarse cuando Suzanne se descubre invlucrada sexualmente con Iván (Sergi López), el albañil catalán que trabaja en la remodelación. Para ello decide enfrentar a su esposo, Samuel (Yvan Attal) y la relación se transforma en algo más que un affair. La posibilidad de consumar ese amor prohibido es el punto de inflexión que pondrá en crisis los valores y prioridades de la vida de Suzanne.





Partir, una mezcla de la clase de filmes que Douglas Sirk y Liliana Cavani solían hacer, espera algo de su espectador, y tal vez pueda llegar a incomodarle, pues exije una cierta complicidad con los protagonistas frente a las circunstancias y éstas pueden ser muy violentas para la gente convencional. Esto es lo que el film tiene de audaz, y convierte a Suzanne en algo más que una heroína común. El camino que decide emprender comienza a delinear el sacrificio arriesgando también la identidad.

La directora logra con una pertinente alteración de la estructura del guión, crear y mantener hasta el final el suspenso que ese disparo del principio despierta. La idea elíptica de retomar el comienzo al concluir el film no es novedosa, pero resulta eficaz. En este sentido, el título del film también colabora a abrir la ambigüedad y generar la incertidumbre en el espectador. Este inteligente giro hitchcockiano sumado a la audacia argumental convierten este melodrama, en una película interesante, lograda y que vale la pena ver.

Partir
Con Kristin Scott Thomas, Sergi López, Yvan Attal y Emmanuelle Riva
Dirige Catherine Corsini
Francia, Reino Unido, Italia, España
2009

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Edie Falco, ocupación: actriz

De Los Soprano a Nurse Jackie, la mejor actriz trabajando en el medio de la TV, es imparable.

Miguel Cane



Compacta, vivaz, de mirada inquisitiva y segura de sí, Edie Falco (Brooklyn, 1963) es una actriz de extracción teatral, que podría dar cátedra en lo que a lidiar ejemplarmente con la fama se refiere. En los últimos trece años – desde que el mundo la descubriera como Carmella Soprano, esposa neurótica (aunque buena madre) que le aguantó literalmente todo a su marido mafioso, encarnado por James Gandolfini – en la saga familiar Los Soprano, que supo mezclar Falcon Crest con El Padrino para convertirse en un hito televisivo, la actriz tuvo mucho cuidado de separar los aspectos profesionales de su carrera, de su vida íntima. De este modo, no se hizo figura asidua de las páginas de chismorreos en las revistas y el internet, donde Gandolfini recibió, por varios años, rutinarias golpizas mediáticas a causa de su mal temperamento, su gusto por el juego, el alcohol y un escandaloso divorcio.



Parecía que mientras más pública era la debacle de Gandolfini, más enigmática resultaba su compañera de reparto – aunque no es ninguna blanca paloma, y ella misma lo admite, en alusión a los once meses que vivió en adulterio con Stanley Tucci entre 2003 y 2004, mientras actuaban en Broadway y él estaba casado – habla poco con los medios y se concentra en su trabajo en teatro y televisión. Fue hasta mucho después que se supo que es madre soltera. En 2004 adoptó un niño al que llamaría Anderson (en 2008 adoptó a una niña, Macy) y que también ese año padeció un brote de cáncer de mama, que lleva cinco años en remisión. Así, discreta, pero directa.

“Si la gente me pregunta, yo contesto ponderando las preguntas, claro. Hay cosas que no son de la incumbencia de nadie y es entonces que tienes que recurrir a lo que es tu oficio y hacerte la que no oíste para salir del paso. Y es que, oye, hay mucha gente muy grosera. Te hacen preguntas que no tienen nada qué ver con tu trabajo, pero que tampoco tienen nada qué ver con tu imagen pública, es decir, la “fama”. ¿Qué les puede importar lo que una haga cuando no trabaja o no está en un acto público? ¡Siempre es la misma monserga, por el amor de Dios!” y se ríe.



Después de Los Soprano, Falco se embarcó en un nuevo proyecto: la comedia negra Nurse Jackie que estrena su tercera temporada en América Latina en televisión por pago. Parodia con mucho humor ácido de los melodramas de hospitales, tan populares en los Estados Unidos, es la historia de Jackie Peyton, una enfermera que trabaja en la sala de urgencias de un hospital de Nueva York, donde es muy buena en lo suyo, capaz de trabajar largos turnos, aunque claro, Jackie tiene un secreto que descubrimos en el primer capítulo: es drogadicta: se mete cuanto ansiolítico y analgésico cae en sus manos y los obtiene gracias a que se acuesta con Eddie, el farmacéutico del hospital, sin importar que además está felizmente casada y tiene dos hijas pequeñas... y eso, es solo el principio.

-¿Por qué una comedia, después de Oz y Los Soprano? ¿Te cansaste de la temática intensa?
Pues la verdad es que al principio yo no sabía que era una comedia. Verás, al leer el guión del piloto y el segundo capítulo, que fue lo primero que leí, la serie en sí se sentía como un drama con escenas graciosas. Me gustó, pero era muy oscuro. Se llamaba Nurse Mona. Lo cambiaron un poco y encontraron esta vena de humor sarcástico, de no tomarse en serio nada, y entonces me encantó. Vemos a Jackie como lo que es; una persona real, de carácter volátil y muy imperfecta, pero básicamente buena, con un código del honor y la justicia, un poco por los pelos, pero sí. En ella hay un equilibrio entre lo bueno y lo malo. Parece moverse con una especie de doble moral en la que todo se vale a la hora de ayudar a un paciente y todo se vale también a la hora de calmar sus dolores físicos para poder hacer frente a su vida tanto profesional como familiar. No la tiene fácil.



- Pero eso es lo que hizo el personaje atractivo para ti, supongo. Romper las reglas.
Claro. Jackie está llena de claroscuros y es un personaje que hace cosas tradicionalmente masculinas, pero creo que es hora de entender que eso no la hace un hombre, sino un tipo particular de mujer. Quiere ser una superheroina, trata de hacer todo por todos, pero le cuesta mucho. El precio lo paga en su vida personal, en su sanidad mental, y es demasiado alto, creo.

-¿Son muy distintas Carmella y Jackie?
No podrían ser más distintas. Son de planetas completamente diferentes. Claro que tienen en común que son mujeres fuertes que siempre consiguen lo que quieren. Pero Carmella era una mujer más bien ociosa y neurótica. Jackie no puede darse esos lujos. Aunque sean de un origen parecido, económicamente sus situaciones son muy distintas. Jackie no tiene los mismos patrones de pensamiento. Yo diría que Carmella es más pasional, mientras que Jackie, en su condición de adicta que siempre busca estar alerta, es mucho más astuta y hábil que Carmella.

-¿Cómo acepta el público a una heroína que es, como mencionas, una adicta?
Pienso que como están las cosas actualmente, a la gente le cuesta mucho vivir a la altura de la versión idealista del héroe y que está cansada de ver a personas que hacen las cosas a la perfección y de sentir que ellos fracasan. En cambio, cuando alguien es imperfecto, se puede entender mejor cómo piensa. Mira, yo soy alcohólica. Por eso entiendo perfectamente la situación de Jackie. Hace quince años que no bebo, y seguí los doce pasos de Alcohólicos Anónimos. Y me ayudó. Mucho. Por eso sé, que para alguien que trata de librarse de una adicción, una vida estable es imprescindible a su alrededor, porque un adicto tiene cada vez más problemas, y -tal como mi personaje- termina no queriéndose a sí mismo por todas las cosas que no puede poner de manifiesto. Ella genera caos adonde vaya, y sin embargo la gente la quiere. Ahí están la doctora Elinor, que es Eve Best, y Gloria, la administradora del hospital, que es la maravillosa Anna Deavere Smith, que hace un personaje fabuloso y Merrit Wever, que es Zoey, la enfermera estudiante que es tan excéntrica. Todas ellas le dan fuerza a Jackie cuando menos lo imagina y aunque actúa como si no las soportara a veces, lo cierto es que sin su gente en el hospital, estaría perdida.

-¿Por qué tan poco cine en vez de series de TV? ¿Te da más libertad de espacio?
Creo que es un momento interesante en la TV porque hay muchos programas protagonizados por mujeres que ya no tienen 20 años. Es fantástico porque creo que lo más interesante de la vida empieza a los 40. Le estamos dando una voz a la generación a la que pertenezco. No hago cine, mas que algunas cosas independientes, porque, te seré sincera, lo que me ofrecen en películas son estereotipos. Todos los papeles se parecen a algo que ya vi antes, algo que interpreté antes y algo que no me atrae demasiado. Por eso vuelvo a la televisión, porque me da lo que quiero y lo que necesito. Lo que me sorprende. En esta carrera nunca sabes qué va a pasar después, pero cada día me siento afortunada porque tengo muchos amigos que son actores de mi edad y que todavía no pueden ganar suficiente dinero para vivir. O sea que yo me siento muy, muy afortunada, porque no tengo que llamar a mi madre para que me eche una mano con la renta, porque puedo sostenerme a mí y a mis hijos. Trabajé mucho durante muchos años; tuve que ser mesera y hacer otros trabajos que no me gustaban nada. Pero de verdad, nada. Pero por el hecho de poder mantenerme y hacer lo que me gusta, cada día desbordo de gratitud y esa es la verdad. Tengo cuarenta y ocho años de edad, y lo mismo esto se termina mañana mismo, así que no me preocupo por lo que no tengo. Siempre verás el vaso medio lleno si eso es lo que realmente necesitas. Y en eso, mal que me pese, me parezco mucho a Jackie.

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20 sept 2011

No temas a la oscuridad / Don't be afraid of the Dark, de Troy Nixey

Algo que anda por ahí.

Miguel Cane







¿Se acuerdan de aquellos tiempos en que Guillermo del Toro era un director de cine? Sí, cuando innovó con La Invención de Cronos (1992), cruzó la frontera con Mimic (1997), y se coronó con El Laberinto del Fauno (2006). Todo antes de convertirse repentinamente en un diletante que cada mes, más o menos, anuncia una película que eventualmente abandonará, un proyecto que no llevará a cabo o que dejará en manos de otro, como sus presuntas novelas – que él no escribe – y la cinta que hoy nos ocupa, No le temas a la oscuridad, que después de una larguísima pre-producción y rodaje, llega a salas con publicidad engañosa que la muestra como película de del Toro cuando no lo es (pero las distribuidoras creen que el público no lee los carteles, y tienen razón), si bien por años fue un proyecto muy personal para el tapatío, ya que se trata del remake de una película hecha para la TV en los 70 que vio de niño y que lo obsesionó por años, al punto de que en cuanto pudo compró los derechos para hacerlo.




La historia original – protagonizada por Kim Darby, escrita por Nigel McKeand y dirigida por John Newland – gira en torno a un ama de casa neurótica que se muda a una mansión gótica y sin saberlo libera a unos monstruitos enanos del sótano, que la acosan, pese a la incredulidad de su obstinado marido, hasta que acaban por llevársela con ellos a su madriguera. El desenlace, abrupto y desolador, ciertamente dejó huella en generaciones de telespectadores y no es difícil imaginar a del Toro como prepúber fascinado ante la pantalla. Sin embargo, es reprochable que después de años de tomarnos el pelo con el “ya merito hago esto”, el Gordo vuelva a las andadas, no haga nada y deje todo en manos de Troy Nixey, un director novel e inexperto, al que la película acaba por írsele de las manos.



La trama, salvo la introducción ambientada en 1910, que busca “explicar” la presencia de los intrusos en la mansión (y que es una secuencia muy Gordo del Toro), y el cambio de la protagonista por una niña (Bailee Madison, que da buena réplica), es básicamente la misma, solo agregando la capa de angustia del niño al que nadie le cree. Katie Holmes, que es una actriz probadamente limitada, es la madrastra dulce y sensible llamada Kim (con ese apelativo, usted ya sabe lo que le pasará) y Guy Pearce, usualmente un sólido intérprete, es aquí el cliché andante del padre obtuso que se niega a creer que en la casa que está restaurando para sacarla en Architectural Digest y ser famoso, está infestada de monstruos acondroplásicos y perversos. Pese a que hay una atmósfera lograda y la actuación de Madison es notable para ser tan pequeña, la trama – reescrita por del Toro y Matt Robinson – es una serie de clichés que se apilan para llegar a un desenlace predecible y soso.



El compromiso con el género del horror no aparece por ningún lado: todo es convencional y sin encanto, no hay inversión emocional por parte del espectador en los demás personajes como para que le importe lo que les pasa y al final, lo que pudo ser un delirio pesadillezco, acaba siendo una película del montón, una oportunidad perdida que de todos modos sacará dinero gracias a su publicidad engañosa, mientras que del Toro sigue acumulando proyectos que no va a realizar. Ha dejado de ser una promesa que generaba entusiasmo, para convertirse en, como esta película, un lugar común, un estereotipo hinchado. Qué desperdicio.

No temas a la oscuridad / Don't be afraid of the Dark
Con Katie Holmes, Guy Pearce, Bailee Madison y Alan Dale
Dirige: Troy Nixey
Estados Unidos 2011



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Sólo con tu pareja: Amor + Histeria = Clásico de culto

A dos décadas de su estreno, el primer filme de Alfonso Cuarón permanece como un clásico moderno.

Miguel Cane

Han transcurrido (aunque no lo parezca) veinte años de que se estrenó este filme que vino a cambiar muchos aspectos de escribir, hacer y ver cine en el país. Inexpicablemente condenada al limbo del olvido por más de una década, Sólo con tu pareja, que en el interim alcanzó estatus de cinta de culto, fue finalmente resucitada hace algún tiempo por el DVD, que lo acerca ahora a nuevas generaciones de espectadores, amén de ser la cinta más accesible – y que mejor ha envejecido – de lo que en su momento se llamó “Nuevo Cine Mexicano”, oleada de cinema comercial de corte independiente que llegó a las salas a principios de los 90 después de casi dos décadas de “sexicomedias” que habían dominado el panorama del cine nacional, con películas con otros títulos como La Mujer de Benjamín, Como agua para chocolate, Ciudad de Ciegos y La Invención de Cronos, que llevaron a otro tipo de público a las salas y revelaron a cineastas como Alfonso Arau, Alberto Cortés, Carlos Carrera o Guillermo del Toro.




La cinta, ostensiblemente una comedia romántica con sarcasmo sexual, marca el debut en largometraje de Alfonso Cuarón, que ya tenía en ese entonces una extensa carrera como director de televisión – algunos de sus episodios en la serie Hora Marcada fueron memorables – y de su hermano Carlos como guionista (repetirían mancuerna en la indigesta Y tu mamá también, diez años más tarde), ambos asomándose a una cultura que había sido obviada en el cine mexicano de su momento – la clase media con aspiraciones, o bien, yuppies-, expuesta en celuloide con dosis de humor postmoderno, slapstick de otra clase, sano sarcasmo y desconcertantes brotes ternura. La trama gira en torno a las aventuras y desventuras del Tenorio amateur Tomás Tomás (Daniel Giménez Cacho) brillante creativo para una agencia publicitaria [uno de sus eslogans más célebres es “Chiles jalapeños caseros Gómez: p’a que soples mientras comes…”] que en sus horas de trabajo y de solaz esparcimiento, a manera de deporte, es un mujeriego compulsivo amén de un hipocondríaco empedernido. Este sujeto, que carece de los atributos del galán convencional de cine, pero los compensa con derroche de carisma, vive en medio del decadente esplendor decimonónico de un edificio de apartamentos en la colonia Roma y como a Mike, el héroe del poema de e.e. cummings, le gustan todas las chicas: rubias, morenas, flacas, gordas… todas, excepto las verdes.




Sus amigos y vecinos, casi beatos en su paciencia y tolerancia, son el rubicundo doctor Mateo Mateos (el hoy desaparecido Luis de Icaza) y su esposa Teresa de Teresa (Astrid Hadad), quienes fungen como una especie de coro griego para las correrías amorosas y hormonales de nuestro antihéroe. Las cosas se complican cuando aparecen en su vida, casi al mismo tiempo, dos jóvenes y tentadoras mujeres: la seductora Silvia Silva (la irresistible Dobrina Liubomirova), enfermera de lúbrica intención y la celestial Clarisa Negrete (una radiante Claudia Ramírez, en un rol hecho a la medida, ya que en esa época, además de ser la única modelo que había logrado tener cinco comerciales al aire simultáneamente, era compañera sentimental del director y su musa), una sobrecargo de – la hoy extinta – Mexicana de Aviación. Ambas le cambiarán la jugada a este neurasténico donjuán, cuando aparezca también el muy real espectro del SIDA.



Piense usted esto: si Sólo con tu pareja se hubiera filmado en los años 60, obviamente el tema del SIDA, entonces inexistente, no habría sido tratado y posiblemente tocaría otro problema sexual, quizá menos letal y más jocundo (¿enfermedad venérea? ¿parásitos imposibles de combatir?) y el protagonista hubiera sido encarnado por Mauricio Garcés, Enrique Rambal y la siempre elegante Amparo Rivelles (¡esa dicción!) serían los vecinos y alguna tentación curvilínea y yeyé como Amadee Chabot o Jacqueline Voltaire podría ser la enfermera ardorosa, mientras la formidable Irma Lozano (nadie podía hacer señoritas virginales como ella) llevaría el papel de la joven sobrecargo que habita el apartamento de junto... ¿se imagina? Habría sido una monada... pero no la película que es. Por suerte, la sensibilidad de los 90 y las múltiples referencias que los hermanos Cuarón utilizan – se nota que son chavos que vieron con atención películas de Robert Altman y de la Nouvelle Vague, asi como del Free Cinema inglés, asi como comedias mudas de Harold Lloyd y leyeron con dedicación lo mismo a José Agustín, Carlos Fuentes y JD Salinger (no en balde el gran Juan Tovar participó en el libreto) - hacen que el material trascienda su ligereza natural y le hable a toda una generación en su idioma, con imágenes muy emblemáticas (desde el Santo hasta Ultramán) y creando sus propias tomas icónicas – la secuencia de Claudia, poseedora de una serena hermosura, haciendo ante un espejo con brazos y manos las señales de toda flight attendant para mostrar las salidas de emergencia, mientras Tomás la espía, enamorado, desde el balcón, tal y como, con algo parecido a la adoración, la capta la lente de Emmanuel “El Chivo” Lubezki, queda para la posteridad- para trascender de lo meramente pasable a convertirse en un pequeño clásico que hace al corazón pegar volteretas de puro gusto nada más aparecer en pantalla.

Con su frescor, ritmo y descaro, Sólo con tu pareja marcó un hito para un público que volvió por fin a las salas a pagar boleto por ver una película de factura nacional. Esto no detuvo a Cuarón, quien finalmente se arriesgó a dar un salto mortal sin red de protección y contando solamente con la anuencia del estadounidense Sydney Pollack – confeso admirador de la cinta-, se trasladó a Los Ángeles, donde dirigió un episodio de la serie de TV Fallen Angels y posteriormente, obtuvo la oportunidad de crear su segundo largometraje en la cinta La Princesita, donde nuevamente en mancuerna con Lubezki, pudo explorar sus inquietudes visuales como ojo detrás de la cámara, para contar una enternecedora y clásica historia basada en un libro de Frances Hodgson-Burnett. Cuarón ha logrado trascender como un director muy particular en su elección de temas y proyectos; lo mismo logró un gran éxito de taquilla con la tercera película en la saga de Harry Potter (espléndida para ser una película de encargo) que despertó un cariño entrañable en algunos círculos por su versión de Grandes Esperanzas (principalmente por el excepcional trabajo obtenido de Anne Bancroft y Gwyneth Paltrow, la banda sonora que incluía a Tori Amos y Pulp, así como la extraordinaria dirección de arte, toda en una gama de verdes, que asemeja un lienzo con vida). Su más reciente trabajo, la sublime e inquietante distopia Children of Men, con actuaciones de primera a cargo de Clive Owen, Julianne Moore y Michael Caine, lo colocó en un nivel más alejado de las complacencias comerciales de Hollywood – de las cuales su antecesor, Luis Mandoki, no pudo eludirse- y más cercano al llamado cinema de autor, sin sacrificar su interés en el cine de género (como se ve en su nuevo proyecto: Gravity, una Space Opera que actualmente está rodando, con Sandra Bullock y nada menos que George Clooney).

Avecindado en Londres, Cuarón es mucho más que la promesa hecha por su primer filme, sin embargo, éste existe para recordarnos que su voz tan distintiva para narrar, que se dejó oír por primera vez en el Cine Latino, en el corazón de la convulsa megalópolis que es la Ciudad de México y que en ella logró dejar una huella que permanece indeleble, pese al paso del tiempo.

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16 sept 2011

Don Gato: Cinco Décadas de Culto lo Avalan

En 1961 debutó una serie de TV de Hanna-Barbera que en México se convirtió en Leyenda.

Miguel Cane




Si a principios de los 60 alguien hubiera dicho a los inefables William Hanna y Joseph Barbera, ya por entonces universalmente famosos por creaciones como Los Picapiedra, El Oso Yogi, Huckleberry Hound o Tiroloco MacGraw, que una de sus series de televisión menos exitosas se iba a convertir en objeto de reverencial y obsesivo-compulsivo culto en México por décadas, muy probablemente se hubieran reído... sin embargo, años después, ellos mismos tuvieron que reconocerlo: de manera inexplicable, Don Gato y su Pandilla es una auténtica leyenda tatuada en las mentes de generaciones de mexicanos merced perennes retransmisiones de los 30 episodios de un experimento de comedia sofisticada para adultos que había fracasado con audiencias estadounidenses, pero gracias a un ingenioso doblaje, encontró un nicho cultural al sur de la frontera.



En su versión original, Top Cat era parodia de un popular sitcom de la época llamado The Phil Silvers Show, que básicamente presentaba las aventuras y desventuras de un grupo de conscriptos en un campamento militar, que buscaban la manera de escurrirle al bulto y hacer fortuna, con el mínimo esfuerzo posible. Si bien esto funcionaba con actores humanos, la versión animada, trasplantada a Nueva York, con un grupete de gatos callejeros como protagonistas que buscaban la manera de salir del arroyo mediante la estafa al prójimo, encabezados por el epónimo Don Gato, felino marrullero y sin pudor alguno, que manipulaba supremo a la sarta de botarates que lo seguían, pareció no gustar a la gran familia americana, que si bien había convertido a Los Picapiedra – gloriosos cavernarios clasemedieros – en un éxito sin parangón [hasta la llegada en 1989 de otros clasemedieros, Los Simpson], encontró que, por muy patrocinados por los cereales Kellogg's que estuvieran, estos gatos no les hacían gracia y después de una temporada (que se realizó en color, aunque se transmitiera en blanco y negro) la jubilaron, mandándola a hacer las rondas por los países vecinos en paquete con sus otras creaciones que habían tenido mayor aceptación, como Pixie y Dixie, Canuto y Canito (padre e hijo perros salchicha, severamente neuróticos, pero de buen corazón) o el Oso Casioso y la foca Achú (de quienes ya casi nadie se acuerda, por cierto).




Fue en México y gracias al excepcional doblaje que se hacía a mediados de los 60, que Don Gato tuvo su renaissance y se convirtió de gato de barrio, en auténtica superstar cuando se estrenó por primera vez con un doblaje impecable a cargo de actores como Julio Lucena (Don Gato), Víctor Alcocer (inconfundible como el oficial Matute), David Reynoso (que en algunos episodios suplió a Alcocer como Matute), Judy Ponte (habitualmente la voz de los escasos personajes femeninos como la madre de Benito, Shirley la novia de Panza o Melosa Melón) y especialmente Jorge Arvizu (años antes de crear su icónico personaje de “El Tata”, como Cucho y Benito B. Bodoque y B.), que ayudaron a dar una personalidad a cada personaje e incluso proporcionaron una idiosincracia a la serie completa: donde el público estadounidense no había encontrado gracia en los descabellados intentos de Don Gato y sus canchanchanes por hacerse del dólar nuestro de cada día de un modo rápido y fácil, el público mexicano sin duda dio un encanto casi Chava Floresco a esa filosofía de “A qué le tiras cuando sueñas Mexicano” y acogió a estos gatos con un fervor que raya prácticamente en la santidad doméstica.




La serie no solo se arraigó en México, sino que viajó rápido a otros países como Perú, Colombia y Argentina, donde “Matute” convirtióse en sinónimo de agente de la ley división peatona, mientras que Don Gato, Cucho, Espanto, Demóstenes, Panza (ostensiblemente inspirado, aunque usted no lo crea en el inenarrable Cary Grant) y Benito – cuya voz en español, aniñada y aguda fue tan emblemática, que es un shock oírlo hablar con su voz original, que es más similar a la de un taxista de Brooklyn, pasado de kilos – se convirtieron en auténticos ídolos de las masas hispanoparlantes (aunque en su nación de origen siguen siendo tratados con cordial indiferencia, como esa gente que va a fiestas y todo mundo sabe más o menos quienes son, pero nadie les habla) y, menosprecios aparte, su nicho fue tan grande, que no importó que no hubiese más temporadas de la serie: los 30 capítulos bastaban para recordar momentos claves de la infancia, y para atraer las carcajadas (lo reto a no reírse al recordar de dónde vienen frases como “Hábil y conspicuo ladrón internacional de joyas” o “¡Socooorrooo! ¡Dice que es Loretta Young!”). Esto se refrendó cuando en 2004 apareció la serie completa, con su doblaje original, se convirtió en un tumultuoso hito de ventas en DVD.




Ahora, 50 años más tarde, los estudios Anima (propiedad de Guillermo Cañedo White, Fernando De Fuentes, Fernando Pérez Gavilán, José Carlos García De Letona y Federico Unda, creadores de El Chavo Animado y El Agente 00P2 – no, no voy a comentar el angurriento doble sentido de ese título-) estrenan una versión cinematográfica en inevitable 3D, de los personajes. Esta nueva pandilla es, a decir de la critica invitada a verla por anticipado, una especie de tributo a la original – cuenta incluso con la voz de Arvizu como Benito y Cucho, si bien los años no pasan en balde y el histrión se oye fatigado – que en su afán de gustar a todos los públicos (la momiza que fuera chaviza y lo recuerda con amor y la generación Xbox que tiene muy escasa concentración y demanda efectos sobre trama o estilo) acaba por no gustarle a nadie. ¿Es este filme solo un vulgar intento por capitalizar la nostalgia para sacarle su dinero a la gente o un homenaje honesto? A estas alturas del culto resulta irrelevante: horrenda o no, de todos modos la gente irá a las salas a verla, principalmente porque en tierra de estafadores (y estafados) Don Gato es rey.






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10 sept 2011

Aún estoy aquí / I'm Still Here, de Casey Affleck

La verdad de las mentiras

Miguel Cane



Seguramente usted recuerda la anécdota, que salió en todos los periódicos y diversos portales en la red. En 2008 y por sorpresa, Joaquin Phoenix anunció en el programa de David Letterman que se retiraba de la actuación para seguir su “sueño” de de ser músico de hip-hop. Este “docudrama” es el testimonio de lo que pasó ese año; seguido durante su transición durante todo el día por una cámara, el actor se deja crecer una ostentosa barba de jipi, descuida su imagen pública e intenta convencer a Sean 'P. Diddy' Combs para que le ayude en su primer disco, mientras compone canciones, insulta a sus asistentes y con su comportamiento hace que su persona se convierta en el tema predilecto de las conversaciones en Hollywood, que no se explican qué le pasa al “niño”, que está “muy rarito”.




A partir de ahí podemos apreciar cómo se convierte en el hazmerreír de Hollywood, caricaturizado en multitud de ocasiones incluyendo la parodia que realizó Ben Stiller en la gala de los Óscares. El actor Casey Affleck, quien además es cuñado de Phoenix, no pierde detalle de todo: lo extravagante, lo humillante y hasta lo anodino.



La primera y gran pregunta que se plantea el espectador al entrar en materia, es si lo que se ven en pantalla es real o es una farsa. A estas alturas del poema, y si usted ha leído las noticias sabe que esto es una sofisticada y elaborada pieza de ficción completa pero con la agudeza de haber utilizado la propia persona del actor y su vida real como escenario.

Con un título que recuerda a la película de Todd Haynes “I’m not there” en la cual se componían diferentes personajes y vidas para intentar dar una imagen completa de la compleja figura de Bob Dylan para explorar qué es lo que hace al mito, Aún sigo aquí hace exactamente lo contrario: de manera implacable, destruye la imagen tanto pública como privada de Joaquin Phoenix. Mediante apariciones en TV, interacciones con otras estrellas de Hollywood y con un hermetismo total de lo que sucedía realmente, el mundo asistió a como el respetado y algo ambiguo actor dos veces nominado a un Óscar sufría una presunta crisis nerviosa y una transformación total como rapero.

Así, al Joaquin que vemos aquí, es un tipo egocéntrico y francamente insoportable, que se queja constantemente, a manera de disco rayado, de estar atormentado por ser un incomprendido y jura que sus intenciones son realmente serias, que su vocación de ser cantante de hip-hop es genuina, pese a que los diferentes conciertos que realiza son un monumental desastre, es ininteligible cuando canta y la mayoría de sus letras son sobre él mismo o su asistente personal al que trata con un irritante despotismo (el que a fin de cuentas sea fingido, no le quita lo chocante). Que él sea tal y como muestra la película es otro tema pero hay que admitir lo impresionante la entrega completa que ha puesto Joaquin Phoenix en hacer real este personaje tanto dentro como fuera de la pantalla.

Lo que el filme pretende, a todas luces, es hacer una ácida crítica a costa de Hollywood y sus estrellas, el trato que se les da y el espectáculo que se convierte un actor gracias a los medios de información. Es cuestionable si especialmente a Ben Stiller y Sean 'P. Diddy' Combs les habrá hecho mucha gracia ser patiños involuntarios de esta “vacilada”. El filme también muestra la degradación y colapso de una estrella, visto por dentro y sin ningún tipo de tapujos y eso ciertamente podría suscitar un interés morboso... por lo mismo, es decepcionante que no sume mucho más que una tomada de pelo. No faltarán los que afirmen que es una obra que se atreve a ir más allá del celuloide ya que ha sido hecha gracias a una exposición completa de un actor que no ha puesto ningún límite en dar verosimilitud al proyecto, haciendo en el fondo un chiste a costa de todo el mundo, y el precio, tal vez, sea demasiado alto. Usted decide.

I'm Still Here / Aún estoy aquí
Con Joaquin Phoenix, Sean “P. Diddy” Combs, Ben Stiller, Rain Phoenix y David Letterman
Dirige Casey Affleck
EU 2010.

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El año “perdido” de Joaquín Phoenix

El actor nominado a un Oscar le “tomó el pelo” a todo el mundo para rodar Aún sigo aquí, un falso documental sobre su carrera. ¿Cuáles serán las consecuencias de esto?

Miguel Cane


Joaquin Phoenix in Columbia Pictures' We Own the Night


En 2008, Joaquín Phoenix (1974), hermano menor del malogrado River – ícono de los 80 y 90 que se fuera “de repente” al otro mundo por “tontear” con las drogas en un sórdido nightclub del Sunset Boulevard, propiedad de Johnny Depp en 1993 – había logrado quitarse esa etiqueta y ser considerado un actor serio e interesante, con una carrera versátil y sólida. Así fue como, para promover una cinta, la interesante Dos Amantes de James Gray, acudió al programa de David Letterman, que diariamente transmite la cadena CBS, desde Nueva York. Ahí, Phoenix apareció desaseado, incoherente, con muy mal aspecto y anunciando que abandonaba el cine – donde había logrado dos nominaciones al Oscar – para entregarse de lleno a lo que llamó su “verdadera vocación”, ser un rapero estrella del hip-hop.




Estupefacto, Letterman, que es famoso por tratar de pescar todas las bolas curvas que le lanzan sus invitados (véase el caso de Madonna, que literalmente se lo sonó), le preguntó si se trataba de una vacilada. Ostensiblemente ofendido, Phoenix (que se rehusó a quitarse los lentes oscuros todo el tiempo que duró su entrevista) dijo que no, que nunca antes había hablado tan en serio. Su carrera actoral había llegado a su fin. Gracias.


Joaquin Phoenix in Strand Releasing's It's All About Love


Las reacciones fueron variopintas y no exentas de morbo. Los portales-tabloide como TMZ y Perez Hilton, se dieron vuelo especulando acerca de esta revelación: ¿había perdido la cordura Joaquin? ¿Serían (¡Ay qué miedo!) drogas? ¿Era verdad? Durante algunos meses, y hasta que otras celebridades se ocuparon de distraerlos, la presunta transformación del actor de Señales y Gladiador en un rapero barbudo y melenudo parecía tan genuina como desastrosa. Muchos acabaron por atribuirlo a un inevitable colapso mental. Fue tan irresistible el vacilón, que hasta en programas como Padre de Familia y la entrega de los Oscares, se parodió el incidente del show de Letterman.

Joaquin Phoenix se había convertido en un hazmerreír.

Pero... ¿era posible que esto fuera propositivo y no accidental?




Corte a: Festival de Venecia 2010. Casey Affleck y Joaquin Phoenix, que además de cómplices son cuñados – Affleck está casado con Rain Phoenix, la benjamina de la familia – presentan I'm still here, un “docudrama” acerca del año que Phoenix se tomó para “ser rapero” y declaran ante los medios reunidos para la Mostra que “todo era una broma” que “era ficción”.

El presunto documental retrataba la caída -sin paracaídas- de Phoenix, que lo llevaría a dar tumbos por los lobbies de los hoteles más lujosos de Hollywood a los antros más sórdidos de Nueva York. En teoría, todo esto se debía a la frustración del actor en el mundo del cine y, en teoría también, Affleck tendría permiso para filmar el proceso.




La presunta desintegración se inicia cuando el público descubre (al mismo tiempo que el actor, o esa era la teoría hasta que Affleck abrió la boca, en el Lido) que Phoenix tenía las mismas posibilidades de convertirse en una figura del hip-hop que un pepenador de cantar en la ópera de Milán. Su desesperación psíquica acababa contagiando a su cuerpo, y del tipo de mirada sexy y perdida que volvía locas a sus fans se pasaba a un obeso con problemas con su higiene personal y que apenas podía balbucear sus intenciones por andar hasta arriba de droga y alcohol. En escenas del filme, Phoenix aparecía metiéndose rayas de coca del escote de una prostituta, gritando sandeces a su pobre secretario y conversando de manera incoherente con Ben Stiller sobre un proyecto que este le ofrecía y que Phoenix declinaba con un rebuzno disfrazado de "no". Lo más humillante se guardaba para el final, cuando uno de sus asistentes se vengaba de sus malos tratos defecando en la cara del actor. (Sí, con esto le acabamos de ahorrar el costo de un boleto de cine. De nada.)




Después de la proyección, Affleck soltó la verdad de sus mentiras y ardió la proverbial Troya, mientras que el debutante director (que también es actor y hermano de un actor más guapo que él, el inefable Ben) se trataba de justificar, diciendo que su “gracia” obedecía a un interés meramente artístico, hacer metaficción: "Joaquin da aquí la interpretación de su vida".


Joaquin Phoenix in Touchstone's Signs


Los medios y la industria no se lo perdonaron. Como broma, se pasó de tueste o quizá fuera demasiado sofisticada para una industria que se sostiene principalmente de humor estrictamente rudimentario. Esto fue más allá del interés sobre si la actuación de Phoenix era real o el extremo de la pose, muestra de la descomunal capacidad del actor para meterse en los zapatos de su propio yo y hundirse en el fago hasta el cuello en un tour-de-force interpretativo que no se recordaba desde los tiempos de Marlon Brando, o una “puntada” que se les fue de la mano a los involucrados.


Joaquin Phoenix at the LA premiere of 20th Century Fox's Walk the Line


El precio ha sido muy alto. En este tiempo, su estatus en Hollywood se ha ido al caño y muchos/as de los que forman parte de ese ente tan maleable y de gustos cambiantes llamado "audiencia" le han dado (tal vez merecidamente, eso lo decide usted) la espalda. A pesar de ello y según su agente, Patrick Whitesell, las ofertas vuelven a llegar. Para hacer control de daños, Joaquin, bañadito, en forma y sin esos pelos en la cara, volvió con Letterman a ofrecer una profusa disculpa, con el nada sutil interés por resucitar ahora sí que como ave Fénix, de sus cenizas, habiendo demostrado estar bastante afectado de sus facultades mentales (o tal vez no), como para seguir dándole al trabajo en la Meca del Cine.

Por lo pronto, Paul Thomas Anderson lo ha “perdonado” y lo ha incorporado al reparto de su muy anticipado filme The Master, con Philip Seymour Hoffman, Amy Adams y Laura Dern: una historia acerca de un hombre que se inventa una religión muy lucrativa (no del todo ajena su anécdota a la de L. Ron Hubbard y la polémica Cientología). De este filme depende que la audiencia pueda perdonar o no a Phoenix, o en todo caso, olvidarse de su ausencia y sus motivos. Si bien, el estreno de Aún estoy aquí en México sirve para que el público pueda ver de primera mano en las salas cinematográficas y juzgar por sí mismos, si esta es una vacilada, una estafa o una obra de arte.

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2 sept 2011

Noche de Miedo / Fright Night, de Craig Gillespie

Un poco de tu sangre

Miguel Cane




Sorprende que después de hacer un filme tan logrado y diferente como Lars y la chica de verdad, Craig Gillespie, un director con talento notable, haya decidido filmar un remake – que en Hollywood es lo de hoy – y que sea de una película de culto de los 80. El resultado no es malo, pero sí es algo que estaba por debajo de las expectativas que generaba el director. No puede reclamársele a esta película su afán de entretenimiento, ni su intención de hacer reír y asustar a base de los elementos y estereotipos típicos del género del terror y de los vampiros como son los crucifijos, agua bendita y diversos símbolos sacros, alergia a la luz solar, una tenebrosa mansión repleta de reliquias y armas y unas víctimas que se dejan morder con facilidad. Pero el problema es que tiene una crisis de identidad: no sabe qué quiere ser realmente.




En la parte que corresponde al terror, cuenta con un par de escenas de sustos y alguna otra de suspense que no llega a provocar la tensión esperada, y solamente se compensa con la excelente interpretación de Colin Farrell (Jerry, el vampiro), quien gracias a su carisma consigue que el espectador celebre sus salvajadas. En cuanto al territorio cómico, tiene algunos momentos chistositos, gracias sobre todo a la aparición de Peter Vincent (David Tennant), una suerte de mago-caza-vampiros con aires de rockero alcohólico y mujeriego, y de Ed (Christopher Mintz-Plasse), el amigo del protagonista, que es bastante obvio. Pero tanto el humor como los diálogos ocurrentes, que prometen bastante al principio, van decayendo a medida que avanza la cinta.



Lo más notable aquí es la actuación de Colin Farrell que consigue crear un personaje perverso a la vez que encantador. Por su parte, Anton Yelchin (que interpreta a Charley), insiste en interpretarse a sí mismo como siempre (es inexplicable que siendo una nulidad le sigan dando papeles protagónicos). El resto de actuaciones están correctas, con Toni Collette espléndida y virtualmente desperdiciada en el ingrato rol de madre del protagonista.




La banda sonora, creada por Ramin Djawadi (Juego de Tronos), es uno de los aciertos, mezcla violines con órganos de iglesia y convirtiendo así a la propia música en uno de los elementos que más nervio le imprimen a la película, que es visualmente es llamativa, con unos buenos efectos especiales, un maquillaje (obra de Greg Nicotero, creador de The Walking Dead), que consigue unas transformaciones en los vampiros escalofriantes y una preciosa fotografía cortesía de Javier Aguirresarobe, el cinefotógrafo de Amenábar. Con todo esto a su favor, Noche de Miedo entretiene, y su director Craig Gillespie le proporciona un ritmo ágil, pero no acaba de definirse, si bien logra sostenerse gracias a las buenas actuaciones de Farrell y David Tennant, que compensan lo insulso de su héroe, y además porque consigue reírse de ella misma, lo cual siempre es de agradecer, aunque sin lugar a dudas, pudo ser un producto mucho mejor de lo que es.




Noche de Miedo/Fright Night
Con Colin Farrell, David Tennant, Anton Yelchin, Imogen Poots y Toni Collette
Dirige Craig Gillespie
EU 2011

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Colin Farrell, Vampiro estilo Hollywood

El actor regresa a las pantallas con el papel de un chupasangre en el remake de Noche de Miedo.

Miguel Cane


Colin Farrell as Sonny Crockett in Universal Pictures' Miami Vice


Hace unos pocos años, Colin Farrell (Irlanda, 1976) saltó a la fama casi como si hubiera aparecido de la nada, con participaciones en filmes como Minority Report (al lado de Tom Cruise y dirigido por Steven Spielberg) y a las planas de escándalos en los periódicos, principalmente por su comportamiento rebelde, sus fiestas constantes y su abuso de sustancias. Sin embargo, esto no pareció afectar su trabajo: se trata de un actor sólido y versátil, muy solicitado por grandes cineastas, como Peter Weir, Neil Jordan, Terrence Malick y Oliver Stone. Los últimos años, los pasó alejado de Hollywood, rodando títulos independientes como Escondidos en Brujas (2008), Ondine (2009) y Camino a la Libertad, y ahora regresa al circuito comercial con una cinta de terror salpicada de elementos cómicos basada en un filme de los 80 Fright Night, en el que encarna a un seductor vampiro que llega a instalarse en un tranquilo vecindario, para horror de su joven vecino.


Colin Farrell at the Hollywood premiere of Warner Bros. Alexander


Es una sorpresa que decidieras volver a Hollywood en una cinta de género...
Se me antojó mucho cuando me la ofecieron, ¿sabes? Pensé, ¿por qué no? No iba a ser un rodaje muy largo y era divertido. Tenía ganas de divertirme, llevaba una época haciendo muchos dramas con personajes muy extremos y complicados. Todos los filmes que hice estos últimos cinco años trataban temas profundos y serios. Eso está muy bien y me encantó hacer cada uno de esos filmes, pero también tenía ganas de hacer algo distinto a lo que había hecho en los últimos años. Tenía la confianza para ello y dije que sí. Me dio la gana hacer algo loco.


Colin Farrell at the New York premiere of 20th Century Fox's Phone Booth


Tu vampiro, Jerry, es muy distinto a los de Crepúsculo...
Oh, sí. Es que esos no son vampiros. Son para nenas. (se ríe) ¡Este es un vampiro de sangre caliente! Un verdadero monstruo. Esta película no tiene nada qué ver con Crepúsculo y creo que no le va a gustar a las chicas que son su público. No tengo nada en contra de esas películas, la verdad. A la gente a la que le gusta eso, eso es la clase de cosa que les gusta, pero aquí quisimos hacer una historia de vampiros que metiera miedo de verdad. Es decir, es una película de terror, pero también tiene otros elementos: hay mucho humor negro, mucha ironía. Jerry es un gran personaje.


Steve Granitz, Wireimage.com


¿Cómo te sentiste al interpretarlo?
Me encanta el trabajo que hizo Chris Sarandon, en la versíón original. Él le dio el visto bueno al proyecto e incluso se animó a participar en una escena como guiño a los fans. Su vampiro era digno, elegante y amenazador, pero yo no quería que fuera igual. Mi vampiro es más cruel y malévolo, muy sexual y arrogante. Con mucho carisma. Sin miedo, sin remordimientos y nada romántico. Que el personaje fuera distinto resultó liberador. Estaba harto de ver a los vampiros como tú dices, al estilo Crepúsculo. Quise sacudirlo un poco. Le dije a Craig (Gillespie, el director) que quería darle la vuelta y me dio carta blanca. Eso es algo que se aprecia, el poder colaborar en la creación de tu personaje.

Pero además, un factor decisivo para que la hicieras, fue trabajar con Gillespie, ¿cierto?
Es verdad. Soy su admirador desde que vi Lars y una chica de verdad. Me encantó, creo que es una gran película. Así que le dije, “oye, si haces otra pelicula, la que sea, yo quiero participar.” Por eso fue que me hizo llegar el guión de esta versión de la película. Es muy fiel al tema original, que cuando era yo chico me encantó. Hablé mucho con Craig sobre cómo quería hacerlo. Lo vi como una especie de adicto en crisis.

¿Un adicto?
Claro. Así como hay quienes tienen una adicción al alcohol o a las pastillas – y eso es algo de lo que sé de primera mano, Jerry es un adicto a la sangre humana. Siente una fascinación enferma por los humanos. Es algo parecido a cómo mira un niño pequeño a una mariposa antes de arrancarle las alas. Su conflicto es ese y lo comprendo. Yo no bebo una gota de alcohol desde que hace seis años fui a rehabilitación. Es por mis hijos, ¿sabes? (James tiene siete años, y Henry, dos). Es dificil al principio, pero lo consigues. El vampiro, en este caso, es dominado por su adicción. Y estar así es algo terrible, por eso encontré en él una serie de características que me interesaron. Por eso te digo, no tiene nada que ver con los “vampiros” de ahora, que ves en la tele y en otras cosas. No tiene nada de romántico.

Eres un actor famoso ahora, pero tampoco fue un camino fácil.
Al comienzo de la carrera de un actor no existen las opciones. Vas a todas las audiciones que puedes y simplemente esperas una respuesta. Así me ganaba la vida, pero ahora sé que soy un afortunado. Tuve suerte muy pronto y desde hace años he podido elegir lo que quería hacer. Mi intención es buscar experiencias dispares. Cuantos más contrastes pueda tener en lo que hago, mejor.

¿Por qué buscar el contraste, desafiar lo cómodo? Otros estarían felices con tener algo seguro.
Yo soy así. Yo no hago esto o lo otro por llevar la contraria, es solo que me gustan los retos y hacer cosas que me sorprendan y que sorprendan al público también. En mi vida soy así también: Yo soy como soy, vivo mi vida, no hago daño a nadie, trabajo en lo que me gusta y perfecciono mi talento -mucho o poco- para disfrute de los demás. ¿Por qué despistar a la gente con otras cosas? Soy afortunado, pero tampoco me quiero quedar estancado. Si hiciera el mismo tipo de películas todo el tiempo, a la segunda ya estaría muy aburrido. Además, no soy tonto. Sé lo que puedo hacer y lo que no. Yo no pagaría por verme en una comedia romántica, porque no tengo el tipo, la ligereza para hacer una. Admiro a los que pueden, pero yo no. No me sale.

Pero la ciencia-ficción sí, ¿por eso aceptaste hacer la nueva versión de Total Recall?
Claro. Fue una buena oferta. Económicamente me viene bien y me gusta ese tipo de películas, para romper un poco el molde. ¿Quién sabe qué haré después? He hecho otras películas a cambio de casi nada... y no me importa. Si quedo satisfecho, lo vale.

Irlanda sigue siendo importante para ti.
Siempre. Muchísimo... y duele estar tan lejos. Soy irlandés hasta lo más profundo y echo inmensamente de menos mi tierra. Es el precio que tengo que pagar por dedicarme a esto. El teléfono es mi cordón umbilical con mis orígenes, con mi familia, con mi gente... Llevo más de un año sin pisar Irlanda y empiezo a pensar que estoy pagando un precio desgraciadamente elevado.

¿Dejarías lo que tienes por volver atrás?
No, no. Ni un paso atrás. ¡Sería una idiotez retroceder! Me has costado mucho lograr mi sueño de ser actor y, ahora que he conseguido que me respeten y valoren, no voy a tirarlo por un golpe de nostalgia. Quiero disfrutar de lo que tengo, pero me gustaría poder gozar más de las cosas que realmente me hacen feliz.



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