30 oct 2014

Halloween, de John Carpenter

Terror en casa

Miguel Cane.



En esta época de video on demand, de múltiples opciones en blu ray y DVD y tantas alternativas, el reestreno en cine, es algo muy poco común ya. Por lo mismo, que en salas selectas de Cinépolis se reestrene, restaurada digitalmente la cinta de John Carpenter Halloween (1978) amerita una revisión de lo que es, en definitiva, un clásico que modificó el lenguaje cinematográfico para generaciones enteras.



Lo más perturbador de la cinta — realizada con un presupuesto mínimo y con un elenco de actores principiantes, salvo la presencia de Donald Pleasence — es precisamente el efecto de la irrupción del horror inexplicable, en la fibra armoniosa de una realidad cotidiana. Esto Carpenter lo consigue sin tener que dar explicaciones — todos los intentos por hacerlo en las múltiples, e inferiores, secuelas, así como en los diversos clones que hubo de esta cinta en años posteriores resultaron absurdos—: Michael Myers es un hombre aparentemente invencible y anónimo (el efecto más espeluznante es su máscara blanca, totalmente sin expresión) que cometió un crimen brutal en su infancia y ahora regresa al plácido vecindario de clase media en el que creció, para perpetuar su legado de violencia completamente al azar.

En el otro extremo de la historia tenemos a su desesperado cazador, el doctor Loomis (Pleasence, que ya tenía una carrera notable), un psiquiatra convencido que más allá de toda noción científica, esta criatura es el mal insondable. Y en medio, como representante de la creciente angustia del espectador, está la virginal, dulce y sensible Laura Strode (la increíble Jamie Lee Curtis en su debut en cine, con los mejores pulmones para gritar de la historia) adolescente con sentido común, voz de la razón para sus frescas, juveniles y divertidas (Nancy Stephens y PJ Soles) que como ella tienen el plan de hacer de niñeras durante la noche de brujas, sin saber que al amanecer el día de todos los santos, sólo una seguirá viva. El resto de la trama se desarrolla con una elegancia insólita para este tipo de tramas — finalmente estaba planeado como cine de la serie B — y así logra que trascienda, que de el salto de cinebasura a clásico.



Carpenter es un genio para establecer atmósferas y eso es lo que distingue esta cinta de las otras en la serie y similares: una atmósfera distendida que se va constriñendo hasta volverse asfixiante; Miss Curtis — de tan solo 19 años entonces — es el vehículo ideal para proyectar nuestra desazón que crece al punto del paroxismo. Nada aquí es verosímil, pero así lo aceptamos. Ese es el mérito de Carpenter; transgredir nuestros terrores más íntimos y plasmarlos sin pudor en la pantalla como lo más natural.

Hoy en día, que el público está tan saturado por otras cintas del género (y por la realidad que se vive, cuyo horror no rivaliza, sino que supera la realidad), volver a este clásico de modesto origen pero gran alcance, puede servir no sólo como entretenimiento y homenaje, sino incluso como catársis: esos gritos de Miss Curtis son terapia pura.

Afortunados son los que puedan darse el lujo de disfrutar esta joya de nuevo en pantalla grande.

Halloween
Con Donald Pleasence, Jamie Lee Curtis, PJ Soles, Nancy Stephens y Charles Cyphers
Dirige: John Carpenter
EU 1978.

Shirley MacLaine: Detesto las poses y el servilismo de Hollywood

Miguel Cane.



Tiene seis décadas de carrera a cuestas. Un sentido del humor inigualable. Una mente avispada, un Oscar, muchos libros (y muchas vidas pasadas) y es una leyenda; sin embargo, Shirley MacLaine (Arlington, Virginia, 1934) no se da aires de diva, aunque sabe perfectamente que lo es; lo suyo en realidad es hablar de lo que quiere, como quiere y cuando quiere, y es un privilegio que se ha ganado. Desde su debut en cine, dirigido por Hitchcock (en ¿Qué hacemos con Harry?) ha tenido una filmografía diversa, rica en roles cómicos y dramáticos.



Su hasta ahora único premio de la Academia precisamente fue por un rol que conjugó ambas vertientes: Aurora Greenway, la formidable matriarca texana en La fuerza del cariño (1983). Ahora la actriz regresa a las pantallas junto con Christopher Plummer y bajo la dirección de Michael Radford (1984, El cartero), en la versión en inglés de Elsa y Fred, la exitosa comedia argentino-española de Marcos Carnevale. Aquí MacLaine encarna a Elsa Hayes, una mujer con una desbordante alegría por vivir que contagia a su conservador vecino, Fred Balcroft, para vivir una aventura inspirada en su obsesión por la película La Dolce Vita de Fellini, y para demostrar que el amor y el sexo no son territorio exclusivo de la juventud.



Tiene grandes clásicos en su haber, ¿por qué sumar a ellos Elsa y Fred?
Porque me gusta. Ya llegué a un punto en el que puedo hacer las películas que yo quiera. No que antes no pudiera, siempre hice las películas que me parecieran más interesantes, pero llega un momento en el que todo lo que te ofrecen es rutinario, o papeles que no te interesan. Yo ya solo hago lo que me gusta. Leí este guión, vi que tenía chispa y pensé “¡qué bien, claro que la hago!”.

Nunca había trabajado con Christopher Plummer…
No, nunca. Fue estupendo que coincidiéramos en esta película.



¿Empataron bien durante el rodaje?
Claro. Y se nota. Verás, filmar una película es algo muy intenso. No importa si tienes un papel grande o pequeño. Si solo sales en una parte, o si, como en ésta, estás en prácticamente todas las escenas de la película. Cuando te llevas bien con tus compañeros y hay química, se pueden hacer cosas muy buenas. Se nutre el trabajo mutuo. Christopher Plummer es un actor maravilloso y un hombre maravilloso. No pude estar mejor, lo disfrutamos mucho.

Este año cumple 60 de carrera cinematográfica y ochenta de vida. ¿Cómo se siente?
Como un bebé (ríe). La edad no es algo relevante. Puedes ser una jovencita y no disfrutar la vida y es un desperdicio. Yo me siento de maravilla. Estoy de maravilla. Así que francamente no noto diferencia. Claro, el tiempo deja su huella y maduras en muchos aspectos, pero creo que es más relevante que madures en los aspectos intelectuales y espirituales. Es lo que realmente hace que sientas que ha valido la pena todo lo que has vivido, pero lo importante no es contar los años, sino vivir los días.



Hace años que dejó Hollywood para irse a vivir a Nuevo México. ¿Fue un cambio drástico?
No. Siempre he vivido en la periferia de Hollywood. Antes, por un tiempo, viví en Londres y me gustó mucho. Y siempre me sentí muy a gusto en Nueva York, donde empecé mi carrera como bailarina. La verdad es que nunca me sentí parte de eso que llaman Hollywood. Es decir, sí, claro, lo eres, pero no necesariamente adoptas ese estilo de vida.

¿A qué se refiere con ello?
A que siempre fui al ritmo de mi propio tambor y aún lo hago. No encajaba muy bien ahí en los sesenta y ahora mismo tampoco creo que lo hiciera: detesto las poses y el servilismo de Hollywood. Y nunca pude ser parte de ese jet-set o como le digan ahora. Es más, ni siquiera me drogaba. Una vez, hace muchos años, en una fiesta de Beverly Hills, ya sabes, muy llena de celebridades, lo que sea que eso signifique, pedí un café y con una cucharilla me serví dos cucharadas de lo que yo creía era azúcar. En ese momento, la anfitriona llega y me dice: “¡No te lo bebas!”, estaba alarmada y yo (ríe), yo me sentí muy confusa. Acababa de echar algo así como 200 dólares de cocaína a mi café. Te digo, no tengo madera para celebridad de Hollywood.

Sin embargo, ha sabido llevar muy bien eso mismo, la celebridad. ¿Qué opina de las chicas de hoy?
¿Como quiénes? Hay gente como Julia Roberts o Jennifer Aniston, que han sabido salir airosas de situaciones incómodas y lo hacen bien, separan su vida privada del ojo público, y no es fácil, pero ves que han logrado un lugar a base de esfuerzo y de dedicación. Ser actor, cantar, bailar, entretener, no es fácil. No es cosa de pararte frente a la cámara y ya está. Y muchas veces lo mejor es mantener lo privado en privado. Ahora ya no existe esa frontera y muchas chicas muy jóvenes se lanzan a la fama sin estar conscientes de lo que hacen y tienen que crecer en público. Es obvio que las más débiles se van a quemar.

Era distinto cuando usted empezaba, ¿no?
Oh, sí. Mucho muy distinto. Había un respeto de parte de la prensa con nosotros, y del público. A la gente le gustaba ver tu trabajo en pantalla, pero no les obsesionaba saber con quién te ibas a la cama cuando no trabajabas. Ahora ya todo es más sensacionalista. Es muy tedioso y yo no tengo nada qué ver ahí.

De todos los directores con los que trabajó
¡Y fueron muchos! ¡Muchísimos! ¿Qué tanta suerte se puede tener?

¿De quiénes tiene mejor recuerdo?
Oh, no sé. Está Hitchcock, claro, y yo nunca había hecho cine y fue muy, muy paciente conmigo. Y Vincente Minnelli. Y amo, amo a Billy Wilder y a Bob Fosse. Trabajar con Billy Wilder era sensacional… Jim Brooks… ¡Ay, sería muy injusto! La gran mayoría fueron maravillosos conmigo y aprendí tanto de ellos, que no puedo más que estar agradecida, porque no sólo aprendí mi oficio, aprendí cosas que tienen que ver conmigo misma. Fueron grandes maestros.

¿Seguirá actuando o ha pensado en retirarse y dedicarse solo a escribir?
Desde hace algún tiempo pienso, “bueno, ésta puede ser la última película que haga”, y entonces sí, dedicarme a escribir sobre lo que me interesa. La espiritualidad, el desarrollo humano, conocerse a cualquier edad, todo eso. Pero luego llega algo, un director joven con una película irresistible o un guión que me tienta y no puedo sacarme de la cabeza porque me conmovió mucho, o me hizo reír. Y entonces vuelvo. Ese fue el caso de Elsa y Fred.

Como le preguntaron alguna vez a Edith Piaf, ¿ha encontrado templanza con el pasar de los años?
¿Templanza? No sé…. puede que sea más complejo que solo templanza. He encontrado muchas cosas de mí, vidas pasadas, otras percepciones. He encontrado gente maravillosa, he visto cosas prodigiosas; he andado varias veces el camino de Santiago. He hecho películas de las que me siento orgullosa. Amo, he amado, he sido amada. Realmente no sé si eso me ha traído templanza, pero creo que lo que he encontrado con el paso de los años, es experiencia. Una experiencia rica en matices, y sobre todo una curiosidad por seguir aprendiendo, conociendo. Eso no se acaba jamás. ¡Y es maravilloso!

25 oct 2014

Elsa y Fred / Elsa & Fred, de Michael Radford

La edad de oro

Miguel Cane.


Elsa Hayes (una deslumbrante Shirley MacLaine) tiene 82 años, y por más de cincuenta años ha soñado con la escena de La dolce vita en la fuente de Trevi, en la que Anita Ekberg baila para Marcello Mastroianni. Por otro lado, Fred Balcroft (enorme Christopher Plummer), un viudo formal y reservado, que siempre hizo lo correcto, ahora se encuentra desorientado en su soledad. Así sigue el mando de su hija y se muda a vivir, casualmente, cerca de Elsa. A partir de este momento, todo se transforma. Elsa irrumpe en su vida con su desbordante alegría de vivir, siempre dispuesta a demostrarle que el tiempo que le queda de vida es precioso y puede disfrutarlo sin rendirle cuentas a nadie.



Esta coproducción mexico-británica-estadounidense se basa en el exitoso filme hispano/argentino del mismo título, dirigido por Marcos Carnevale en 2005. Ser un remake anglo de una cinta latina no desmerece, la historia original de Carnevale se traduce bien y las situaciones, que finalmente son universales, logran conectar con el espectador. Elsa y Fred es un filme sólido y cálido, dirigido con habilidad por Michael Radford (1984, El cartero) que sabe conducir a los personajes y la historia, esquivando la tentación de los lugares comunes. Las actuaciones centrales — complementadas por Marcia Gay Harden y Scott Bakula como los hijos de ambos — son excelentes. La MacLaine y Plummer, son pura química y magia, y se convierten en una mancuerna perfecta que ilumina la pantalla.



Ellos dos solos son capaces de cargar con todo el peso de la película en sí; Shirley MacLaine proyecta brotes de energía, espontaneidad, picardía, alegría de vivir y hace de Plummer un cómplice ideal. Algunos espectadores sonreirán al ver a Jaime Camil aparecer brevemente en una escena clave y sin duda disfrutarán de una trama que evita caer en los estereotipos; la cinta es para adultos y por lo mismo, tiene un humor adulto, más sofisticado que el promedio. Los que recuerdan la estupenda versión original no tendrán motivo de queja y quienes se acercan por primera vez, lo disfrutarán mucho: Elsa y Fred logra demostrar que el amor tiene entidad propia en la madurez: no es un asunto exclusivo de los jóvenes y por lo mismo, no tiene edad.

Elsa y Fred
Con Shirley MacLaine, Christopher Plummer, Marcia Gay Harden y Scott Bakula
Dirige Michael Radford
EU/Reino Unido/México 2014

Woody Allen: Ya no hay interés en el cine de arte

Miguel Cane.


Es una leyenda viva del cine, pero tener ese estatus no lo hace cesar en su trabajo. En 45 años, Woody Allen (Brooklyn, Nueva York, 1935) ha filmado prácticamente una película por año, algunas de ellas consideradas obras maestras de la cinematografía. Ganador de un Oscar a mejor película y mejor director (por Annie Hall en 1977), tiene una filmografía rica en títulos notables.


Para un recuento mínimo: Manhattan, La rosa púrpura del Cairo, Alice, Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo (pero temía preguntar), Todos dicen te amo, Los enredos de Harry, Interiores, Match Point; Vicky, Christina, Barcelon; Hannah y sus hermanas, Broadway Danny Rose, El dormilón, Balas sobre Broadway, Misterioso asesinato en Manhattan, Medianoche en París y Blue Jasmine.


A ésta distinguida lista se suma su más reciente filme, Magia a la luz de la luna, donde dirige a Colin Firth y Emma Stone en una comedia sui géneris. El cineasta habla vía telefónica desde Nueva York para relatar aspectos de su carrera y de esta película.

Sus últimas películas han sido filmadas ya no en Nueva York sino en diferentes ciudades. Ahora parece tener un interés por explorar otros matices de la tragicomedia humana. ¿Diría que esto refleja un cambio en su percepción del mundo que lo rodea?
No lo sé, no lo había pensado, pero tal vez sea cierto. Siempre pienso que me gustaría que el mundo, o yo mismo, fuésemos distintos. De ahí surgen algunas ideas que luego se convierten en filmes. Así fue con Blue Jasmine, o ahora con Magia a la luz de la luna. Aunque, siendo honesto, muchas veces las películas que hago poco o nada tienen que ver conmigo o con cómo yo pueda ver el mundo.


¿El cine siempre fue una de sus pasiones?
Supongo que es una de ellas, sí. Cuando era niño solía ir a ver películas todo el tiempo. Dos, tres, cuatro y hasta cinco veces por semana, en cines de Brooklyn o Manhattan. Había mucha más oferta de cines. Existían locales que exhibían películas que no eran de estreno. Yo pagaba mi entrada y podía estar horas enteras. Veía a Humphrey Bogart, Cary Grant, Ingrid Bergman y Katharine Hepburn y me olvidaba del mundo, era espléndido poder hacer eso. Y con el tiempo, descubrí que podía dirigir películas y empecé a hacerlas. No sé hacer otra cosa. Bueno, tocar el clarinete, pero no se puede ganar uno la vida solo con eso.



¿Cuál de todas sus películas considera usted que es la que más satisfacción le ha dado?
Ninguna. No es que menosprecie lo que he hecho, son películas que hice con amor, es solo que estoy siempre intentando hacer ese gran film. Verás, soy realista. No creo que mis películas sean malas, es más, creo que algunas de ellas, no todas, son realmente buenas. Pero si se organizara un festival con películas como Rashomon, Ladrón de bicicletas y El ciudadano Kane, y me llamaran a ver si quiero mandar una película a ese festival, diría que no. Siento que aún no he hecho una película de la que podría estar orgulloso como para ponerla junto a Las reglas del juego o Bella de día. Esto no quiere decir que odie mis películas, porque no es así, es solo que no podría señalar alguna de ellas y decir de buenas a primeras, “Oh, sí, tal o tal, es una gran película”, porque no lo siento así. Y no es falsa modestia, créeme, solo soy objetivo conmigo mismo.

¿Va a ver sus películas al cine?
La verdad es que no. Una vez que están terminadas, no las veo, ¿para qué? Ya no me pertenecen, son del espectador que las hace suyas en una butaca. Yo paso de inmediato a pensar en otra cosa.

¿Siente que, salvo excepciones, el cine actualmente está hecho para un público menos pensante?
Cuando leo que la gente habla de la estupidización de Estados Unidos, tengo la impresión de que es un oxímoron: la generación actual es mucho más inteligente que la mía, de muchas maneras diferentes. Es decir, yo no fui a la universidad y no tenía al alcance de mi mano toda la tecnología y la oferta cultural que hay hoy en día.

No obstante, sí hay una diferencia en las películas que se hacen, ¿no cree?
Sí, eso es verdad. En mis tiempos, nos fascinaba la nouvelle vague, Truffaut, Polanski y Bergman, las películas de Fellini, de Antonioni y El año pasado en Marienbad y lo que hacía Mike Nichols. Esta generación parece carecer de la paciencia que exigen las películas así. Ni modo. Aunque algunos hacen sus propias películas con un lenguaje y un ritmo propios, y algunas de ellas emocionan también. No son muchas, pero las hay. Ahora, no sé por qué, pero ya no hay interés en el cine de arte. Supongo que es porque los jóvenes de hoy no ven con interés estas películas que menciono, no quieren conocer a los cineastas que te dije. Es una pena, y resulta en que no haya un equivalente en la actualidad a esa era en la que yo crecí.

Hablando de jóvenes, y al trabajar con Emma Stone, ¿cómo ve esa generación?
Emma es alguien fuera de serie. Está interesada en el cine y es una actriz seria. Le pedí que viera películas como Gritos y susurros, y ella lo hace de una manera profesional. Es una de las mejores actrices jóvenes que conozco.

¿Eso le dio la confianza de llamarla a protagonizar su película?
Emma es una profesional y ya había hecho varias películas que yo no había visto y seguramente no veré; no es que sean malas, pero estaban dirigidas a un público distinto y no me interesa ese tipo de cine. Pero un día, accidentalmente la vi en una de esas películas y pensé: “Vaya, esta chica es hermosa y una actriz interesante”. Y mira, resultó serlo.

¿Su trato con los actores ha cambiado con el paso de los años?
Sí. He aprendido a confiar más en el instinto de los actores y dejo que adapten escenas y diálogos para que se sientan cómodos. O que agreguen cosas. Antes me rehusaba a aceptar eso, pero ahora encuentro que si hay más libertad de improvisar les gusta y eso a mí me funciona mejor, porque se sienten relajados y eso ayuda. El director no es dios en su set. Me tomó tiempo entender eso y ahora disfruto incluso más el proceso.

Magia a la luz de la lunatiene un tema recurrente en su filmografía: la magia. ¿Por qué hay este elemento fantástico en sus obras a veces? ¿Cómo surgió esta idea?
Pues tendrá mucho qué ver con que fui mago aficionado de niño. Todo lo que tenía que ver con la magia me volvía loco, y también me fascinaba la noción de que Houdini fuera por la vida desacreditando a médiums y otros espiritistas falsos, que estafaban a la gente. Entonces, un día pensé que podría ser interesante contar la historia de una médium y un mago científico y que él se enamorara de este fraude. Eso daría lugar a una buena situación, una screwball comedy al estilo de las de Howard Hawks, ya sabes, La fiera de mi niña, con la Hepburn y Cary Grant. Opuestos que se atraen, enredos, y humor. Pensé en dos grandes actores Colin Firth, que es un actor brillante, y Emma, que es, como ya dije, fabulosa. Los puse frente a la cámara y dejé que ellos hicieran lo suyo, y lo pasamos muy bien en el sur de Francia, filmando. Fue un rodaje muy placentero.

Lleva 45 años filmando prácticamente sin parar. ¿Cómo lo hace?
Te decía, yo creo que es porque no sé hacer otra cosa. Acabo de filmar otra película, ahora en Newport, Rhode Island (nuevamente con Emma Stone, con Joaquin Phoenix). Es solo una cuestión de suerte poder dedicarme a esto, nada más. Es lo que me gusta hacer y nunca pensé que me dedicaría a ello. Es un misterio del Universo cómo acaba uno haciendo lo que hace.

¿Qué lo mantiene tan inspirado para seguir creando a este ritmo?
Que me gusta mucho mi trabajo. Me gusta escribir. Me gusta tratar con gente como Emma Stone y Colin Firth, o Scarlett Johansson o Naomi Watts o Ewan McGregor. Es una buena manera de ganarse la vida y espero seguir haciéndolo. No puedo quejarme hasta ahora, de ello.

¿Le importa cómo recibe el público sus películas? Es un director muy querido por mucha gente…
Sí. Te mentiría y sería un petulante si te dijera algo como “oh, no, no me importa”. Claro que me importa. Cuando hago una comedia y quiero que el público ría, me mortifica el hecho de descubrir en el último minuto que el guión no tiene gracia más que para mí. Cuando rodamos una escena en la que deberían reír y los actores no lo hacen, entonces la cambio, la recorto, o en el peor de los casos, la tiro a la basura, y vuelvo a empezar. Si quiero que el público se ría, los tengo que hacer reír. Que gocen con lo que ven. Si no, ¿para qué me dedico a esto?

18 oct 2014

Keira Knightley: No soy cantante, pero aquí encontré mi voz

Miguel Cane.



Hija de una dramaturga y un actor, Keira Knightley (Teddington, Inglaterra, 1985) apenas tenía tres años cuando pidió que le consiguieran un representante. Sus primeros trabajos conocidos le llegaron con un rol pequeño y mudo en el film La guerra de las galaxias. Episodio I, y de ahí, mientras terminaba su bachillerato, pasó a filmes británicos como la cinta de terror The Hole (con Thora Birch) y Quiero ser como Beckham, una comedia de temática futbolera.



A los 20 años, mientras estudiaba literatura inglesa, se convirtió en la mujer más joven en ser nominada al Oscar como mejor actriz por su aparición en Orgullo y prejuicio —dirigida por Joe Wright—, y se convirtió en fenómeno de taquilla como una de las protagonistas junto con Johnny Depp de la exitosa trilogía Piratas del Caribe.



Ha trabajado además en cintas reconocidas por la crítica como Expiación (basada en la novela de Ian McEwan), Nunca me abandones (de la polémica novela de Kazuo Ishiguro), Buscando un amigo para el fin del mundo, Un método peligroso y la versión de Ana Karenina que obtuvo un Oscar por vestuario.

Ahora, además de ser imagen para la casa de modas Chanel, Keira incursiona en la comedia romántica musical en Volver a empezar, la reciente cinta del irlandés John Carney, donde interpreta a la joven cantante Gretta al lado de Mark Ruffalo y Adam Levine, el vocalista de la banda Maroon 5. Filmada en locaciones de Nueva York, la cinta se estrenó con buena crítica en el Festival de Toronto y en ella Keira demuestra su versatilidad al interpretar varios temas con una voz y un carisma que han sorprendido al público y la crítica internacionales.



¿Cómo fue que decidiste cantar? Nunca antes lo habías hecho.
Profesionalmente, no, pero siempre me gustó cantar. Con mi marido —el cantante James Righton, de la banda The Klaxons, con quien se casó hace dos años— a veces canto en casa, y de niña tomé clases para complementar mis estudios de teatro. No había pensado en hacerlo, y cuando John me buscó me quedé sorprendida. Estaba deseosa de hacer algo diferente, quería hacer una película que transmitiera un mensaje de esperanza, algo que no tenía ninguna de las películas que realicé durante los cinco años anteriores.



¿Nunca habías hecho una comedia romántica?
No, nunca me habían ofrecido una, no sé por qué. Verás, yo estuve feliz de hacer Ana Karenina y Nunca me abandones y de trabajar con David Cronenberg, aunque ninguna de ellas era como para salir con una sonrisa del cine (se ríe). Estuve un año entero haciendo teatro en el West End y leyendo guiones. Como actriz quiero cambiar constantemente. Quiero enfrentarme a nuevos retos y con el teatro entendí lo que es el terror escénico, pero lo superé. Así que pensé, lo que sigue es hacer en cine algo que no haya hecho antes, y algo que nunca había hecho en mi vida era una comedia romántica. Pasé mucho tiempo buscando esto. Las comedias románticas no son algo que me salga de manera natural, así que quise entrar en el género con algo que no fuera tan como se acostumbra, algo que tuviera sustancia, así que acepté hacer esta cinta con el extra de que tendría que cantar.



¿Ensayaste para encontrar la voz de Gretta?
Sí. Podían haberme doblado, eso pasa mucho, pero yo quise cantar y fue mi condición expresa. John estuvo de acuerdo y nos preparamos, aunque acabaron de escribir las canciones dos días antes de que entráramos en el estudio. No soy cantante, como te dije, pero aquí encontré mi voz, solo había tomado clases y no es mi forma habitual de expresarme, así que pasé mucho tiempo haciendo eso que dices, buscando mi voz, y lo intentamos bastante durante los cuatro días que pasamos grabando hasta que Gretta apareció, fue un tono perfecto y me sorprendí a mí misma. Sobre todo porque nunca he tenido oído musical.


¿Nada?
No, en serio (se ríe). La verdad es que no escucho mucha música, o no tanta como mi personaje. Nunca ha sido una gran parte de mi vida. Y eso que mi marido es músico (sonríe) y ha sido con él y con mi hermano, que es baterista, con quienes recientemente me he acercado más a la música, y por lo mismo me interesaba saber qué veían en esa forma de expresión.

La película es una amarga reflexión sobre el precio de la fama y cómo destroza a una pareja.
Es uno de los aspectos más duros. Personalmente a mí no me ha dejado ninguna pareja por tener éxito ni yo lo he hecho, así que lo que le pasa a Gretta es algo que me interesaba explorar. Ahora bien, aparte de eso, si hay algo real en la película, es la interpretación de Adam Levine: él sí que conoce la industria discográfica y sus sinsabores. Aprendí mucho viéndolo trabajar y su visión particular me ayudó a construir mi personaje. Cuando estaba leyendo el guión, que también es de John Carney, lo comenté con mi marido y sus consejos también fueron muy valiosos. Para ninguno de nosotros la fama o la búsqueda del éxito es algo que domine nuestras vidas; somos esa clase de personas que prefieren quedarse el domingo en pijama y leer el periódico, pero también somos profesionistas, y la carrera de él me ayudó a entender mejor este personaje.

¿Hay diferencia entre el cine de Inglaterra, donde vives casi todo el tiempo, y el de Hollywood?
Desde luego que la hay. Como me imagino que hay diferencias en hacer cine en Italia, en México, en España o la India. Cada país es diferente y hay creadores distintos, modos de trabajar y de producir que son contrastantes. En Francia, por ejemplo, se hace un tipo de cine muy particular que no veo que se haga en otra parte; pero también es distinto en Dinamarca o en Alemania. Yo feliz filmaría en cualquier país, si el proyecto me resultara atractivo y me aportara algo. He tenido suerte con las películas que he filmado dentro y fuera de Hollywood. Lo importante realmente es la historia, no importa si tengo que interpretar a una mujer polaca o rusa. Ya he interpretado rusas (se ríe) o alemana, o brasileña —si el director cree que le doy el tipo, y el personaje está ahí, adelante. Supongo que lo que pasa con Inglaterra es que hacemos producciones más modestas en cuestiones de presupuesto. Buscamos contar historias más cercanas a como somos nosotros, o recurrimos al rico acervo de nuestra literatura, hay tantas historias que contar. Y eso hace que mucha gente piense que en Inglaterra se hace este cine que es o totalmente indie o totalmente de época. Y creo que hay de todo. Solo que en una escala menos vistosa que en una superproducción estadunidense.

¿Qué te mantiene con los pies sobre la tierra en medio del estrellato?
Creo que la verdad, no sé bien qué me mantiene con los pies puestos en la tierra, siempre he sido así, mis padres siempre fueron modestos con sus logros y me enseñaron que este era un oficio y una disciplina no distinto a ser un carpintero o una enfermera. Creo que la actuación es una excelente terapia, particularmente cuando puedes meterte en la piel de otra persona; una chica del siglo XIX, una caza-recompensas, una futbolista, un clon, una cantante de rock, un ama de casa… cada rol te aporta un matiz nuevo: puede ser muy oscuro, o muy vibrante, o muy trágico… no hay nadie más trágico que Anna Karenina (se ríe) o muy optimista, como Elizabeth Bennet. Lo importante es lo que aprendas y que te la pases genial, ¿sabes? Es maravilloso hacer una interpretación dramática o cómica, o en este caso musical, porque todo es catártico. Luego, lo que yo hago es dejarlo en el estudio y volver a casa a dar un paseo con mi esposo, o escucharlo tocar el piano, mientras tomo una cerveza. Después de tanta tensión, hacerlo es relajante y disfrutas mucho más de tu vida real.

Magia a la luz de la luna / Magic in the Moonlight, de Woody Allen

Milagro y Magia

Miguel Cane.


En su película número 47, estrenada a cuarenta y cinco años de Robó, huyó y lo pescaron, Woody Allen retoma un tema que le apasiona desde la infancia, la magia: Magia a la luz de la luna se ambienta en los años 20, y gira en torno al célebre Stanley Crawford (Colin Firth), uno de los magos más respetados de su tiempo que como Harry Houdini, ha hecho su misión en la vida desenmascarar a los farsantes — como el impresionante ilusionista chino en la primera escena — a los que considera estafadores.



Es con este fin que Stanley viaja al sur de Francia a encontrarse con Sophie Baker (Emma Stone), una hermosa joven que posa como médium y que posiblemente tenga el plan de sacarle hasta la risa a una familia de millonarios. A pesar de su habilidad para descubrir fraudes, al conocerla, Stanley no podrá resistirse a su encanto y se enamorará de ella, aunque represente la posibilidad de su propia ruina — tema que Allen ya había presentado en cintas como Manhattan, Hannah y sus hermanas o el clásico La rosa púrpura del cairo.


El filme es ágil, simpático, realizado con una inusual ternura, después de la brutal golpiza que representó Blue Jasmine: Los personajes son esos románticos empedernidos y esperpénticos que le gustan al director, son inteligentes y a la vez, entrañablemente extravagantes; ciertamente este es un territorio cómodo para Allen y aquí no hay nada rompedor: no está la ironía ni la crueldad de su última cinta; aquí Firth y, sobre todo, Miss Stone, se mueven con solvencia y un excelente sentido de la comedia. Allen ya es mayor y este es un obvio trabajo de madurez y cierta nostalgia, en el que abundan preciosas vistas de la campiña francesa (cortesía de la impresionante cámara de Darius Khondji) y primeros planos de su actriz protagónica, que sabe encantar, como es natural.


Para Allen la magia, que lo obsesionó tanto como el jazz, cuando era niño, es el tercer elemento central después de los personajes y la locación. Con guiños a las raras comedias de Bergman — Un verano con Mónica y, evidentemente, El Mago —, a las fabulosas screwball comedies de Howard Hawks y Billy Wilder, y al cine de Jean Renoir, el director celebra y se celebra en un año récord; su filmografía es rica y contrastante y sigue contando lo que quiere contar. El público promedio quizá encuentre la cinta lenta o un poco anticuada (propositivamente es así) mientras que aquellos que aman su trabajo, saben que les espera una velada deliciosa.


Magia a la luz de la luna / Magic in the Moonlight
Con Colin Firth, Emma Stone, Eileen Atkins, Jacqui Weaver y Marcia Gay Harden
Dirige Woody Allen
EU/Francia 2014

10 oct 2014

Rosamund Pike: Siempre es difícil sacarte un personaje de la cabeza

Miguel Cane.



De facciones clásicas y educada artísticamente desde la infancia por sus padres cantantes de ópera, Rosamund Pike (Londres, 1979) hizo su debut en 2002, a los 21 años, en una película de James Bond —como la tremenda Miranda Frost en Die Another Day — y desde entonces ha tenido una sólida carrera cinematográfica, principalmente en roles de soporte muy variados; así la vimos en Orgullo y prejuicio (2005), Una educación (2009), Mujeres enamoradas (2010), La versión de Barney (2011), al lado de Tom Cruise en Jack Reacher (2012), y ahora alcanza el rol protagónico en una de las cintas de suspenso más esperadas del año: Perdida, de David Fincher.



Basada en el exitoso best seller de Gillian Flynn, esta inglesa interpreta en la cinta el complejo rol de Amy Dunne, un ama de casa sexualmente frustrada cuyo matrimonio con Nick (Ben Affleck) pasa por un momento de crisis, la cual se recrudece al desaparecer ella sin dejar rastro el día de su aniversario de bodas, lo que coloca a su esposo en el centro de una investigación como el principal sospechoso de un crimen violento.

Jovial, inteligente y muy directa, madre de un niño de dos años y embarazada de su segundo hijo, Rosamund se acerca al estrellato con modestia “soy inglesa”, señala, “me hice en teatro y en la BBC, antes de hacer cine formalmente. He ido aprendiendo el oficio y estoy muy orgullosa de las enseñanzas que recibo en cada proyecto. Pero no pierdo el piso. No tendría sentido, finalmente soy la misma persona cada noche cuando me desmaquillo y me meto en la cama. No me interesa la fama, lo que me interesa es hacer bien mi trabajo”.



Empezaste en grande con James Bond pero luego regresaste a los papeles de soporte, ¿por qué?
No hay papeles pequeños, dicen. Y es verdad. Tuve mucha suerte cuando me eligieron para esa película. Acababa de salir de la universidad y solo había hecho algo de teatro. Fue una enorme responsabilidad tener un papel así en una película tan grande. Me sentí abrumada al principio. Por eso decidí que aunque era una gran oportunidad ser una chica Bond, quería aprender bien mi oficio; empecé entonces a hacer otras cosas en el escenario y en televisión. Aprendí mucho. Cada papel que hice hasta ahora me enriqueció de algún modo.



¿Podrías haber interpretado a Amy Dunne sin haber hecho todo lo que hiciste antes?
No lo sé. Pero creo que no. Cada personaje que hice antes me dio matices que no había conocido. Amy requería un cierto toque, que no creo que hubiera podido lograr sin haber trabajado tanto antes, lo mismo en drama que en comedia. Además, David (Fincher) es un genio. Su manera de concebir cada escena, desde la toma hasta la manera de decir los diálogos, es única. Creo que éste ha sido el trabajo más difícil que he hecho hasta ahora y me sentí muy feliz de ser Amy, y muy feliz también de dejar de ser ella.



¿Tuviste que luchar muy duro para obtener el papel? ¿Cómo te sentiste al saber que serías Amy?
Sí, es un papel maravilloso y muchas actrices soñaban con algo así. No pensé, la verdad, que fueran siquiera a considerarme; había muchos nombres en la lista antes que yo (se barajaron los de Naomi Watts, Gwyneth Paltrow, Charlize Theron, Amy Adams, Reese Whiterspoon y Jennifer Connelly, entre otras) y todas ellas eran contendientes muy fuertes, grandes mujeres con grandes carreras. Pero igual me presenté y audicioné, porque es parte de este trabajo. La competencia. Y la competencia es buena. Es un honor que te consideren con colegas tan distinguidas, tan formidables. ¿Que cómo me sentí? ¡Como si me hubieran hecho el mejor regalo del mundo! Estaba en Escocia cuando David me mandó un mensaje de texto “Eres Amy”. ¡Me emocioné tanto que lo borré! ¡Fue absurdo! (se ríe). La única prueba que tengo de mi alegría es una selfie que me tomé ese día saltando en la lluvia como una niña. Pero también es algo que asusta. ¿Recuerdas que te hablaba de que cada papel es una responsabilidad? Pues Amy debe ser la responsabilidad más grande que he tenido a nivel actoral hasta ahora.

Fincher es muy afecto a repetir muchas veces las tomas. ¿Cómo fue esa experiencia para ti?
Es cierto que David es exigente, perfeccionista. Eso es lo que hace que sus películas siempre dejen algún tipo de huella. Sí, puede ser agotador hacer muchas tomas, sobre todo de escenas con un margen emocional muy extremo, y mi personaje a veces las tenía aunque no lo demostrara a simple vista. Repetíamos para que Amy no dejara entrever sus reacciones más íntimas. No la ves perder el control, ni siquiera en los momentos en los que parece más histérica o descontrolada. Amy es una máscara muy compleja y gracias a David pude llegar a lugares en mí misma que ni imaginaba que estuvieran ahí. Fue agotador, pero cada toma repetida, como cada ensayo, lo valió.

¿No te importó ensayar tanto?
Para nada. Me eduqué en el teatro. No ensayar para mí sería algo menos común. Y aun con los ensayos y tomas, encontrábamos cosas nuevas. Fue algo que me dejó pasmada. No había trabajado así antes, pero tampoco había hecho un personaje así. Tuve que trabajar todo: la voz, el acento de Nueva York, el acento del sur que adopta después, el lenguaje corporal, la ansiedad que es su motor… no creo que vaya a tener un personaje como Amy nunca más.

¿Fue difícil sacártela de la cabeza?
Sí. Siempre es difícil sacarte un personaje de la cabeza. Tuve la suerte de tener el apoyo de Ben, de David y de Gillian Flynn. Fue fantástico que me ayudaran a ser Amy. Y también fue fantástico poder dejarla de lado. Después de rodar mi última escena, todo lo que quería era abrazar a Solo (su hijo de dos años) y meterme en la cama durante una semana entera y dormir. Tienes que desintoxicarte después de cada personaje que haces, y de uno como éste, más aún.

¿Cómo te sentiste al compaginar tu papel de madre con la actuación? ¿Qué harás al respecto en el futuro?
Sí, soy mamá, y pronto de mi segundo hijo. No había trabajado después de nacer Solo. Estaba con él todo el tiempo, así que lo llevé conmigo a las locaciones. Pero aun así fue muy difícil. Ahora es un bebé y es fácil llevarlo a todos lados. Un día crecerá, irá a la escuela, requerirá su propio espacio. Yo crecí acostumbrada, porque mis padres, ambos, son profesionistas del arte. No sé si mis hijos podrán aclimatarse a esto, porque es muy pronto. Pero quiero que ambos lo vivan con naturalidad. En realidad lo que hago no es muy diferente a lo que hacen otras madres. Y por supuesto pienso estar pendiente de ellos siempre, estar involucrada en todo. No quiero perderme de nada y si esto significa que tal vez tenga que trabajar más selectivamente mientras son niños, así lo haré. Amo a mis hijos como amo mi profesión. Una cosa no tendría por qué cancelar o excluir a la otra, ¿no crees?

La Hija de Moctezuma, de Iván Lipkies

El triunfo de la carcajada

Miguel Cane.



Desde su aparición a mediados de la década de los 60, el personaje de María Nicolasa Cruz, o bien, “La India María” se convirtió en el personaje cómico femenino más perdurable en la historia del cine nacional. María Elena Velasco, su creadora, supo capitalizar este personaje y desde 1972 lo convirtió en una figura irónica que rivaliza con Cantinflas, Tin-Tán, Clavillazo y otros memorables personajes cómicos que protagonizaron sus propias series de películas; un reto aún más notable, si se toma en cuenta que doña María Elena no sólo fungió como actriz, sino también como productora, guionista y en ocasiones, directora.



En este filme dirigido con buena mano por su propio vástago, Iván Lipkies, volvemos a una aventura que es territorio conocido: la peripecia de la cándida aborigen, que es tonta, tonta, pero no tanto, por deshacer un entuerto: en este caso, debe encontrar en un sitio inaccesible y secreto, El Mágico Espejo Negro de Tezcatlipoca, pues el espíritu de su antepasado, el mismísimo tlatoani Moctezuma Xocoyotzin (Rafael Inclán) lo requiere para evitar la destrucción de México. En su aventura, se cruza en el camino de un arqueólogo español llamado Alonso (Ernesto Pape), Bianchi y la siniestra gobernadora Brígida Troncoso – Raquel Garza, en plan de villanaza estupenda tipo Cruela DeVil—, que desean encontrar el tesoro perdido.



No hay grandes pretensiones en la cinta, pero hay un humor astuto. Quizá un poco añejado — la cinta se rodó en 2011 y tardó dos años en el limbo para estrenarse —, y con alusiones políticas que ya están algo pasadas de moda (“Cállate Chachalaca”, “Y yo por qué”, alusiones al desencanto post-Fox, etcétera), pero esto no afecta el propósito general, que es hacer una cinta familiar que arranque risas (el don de doña María Elena para el slapstick sigue intacto y cumple bien con esta función) y que satirice con mordacidad las formas sociales. El personaje se pasa la corrección política por un tubo, y si bien no olvida que gran parte de su público cautivo no es muy sofisticado, tampoco cae en la simpleza o la estupidez, ni mucho menos en el molesto regaño de tinte moralino, en el que Cantinflas se regodeaba hacia el final de su carrera.



La Hija de Moctezuma no es arte. Es una cinta familiar, comercial, bien hecha, con ingenio y sobre todo, anclada en el carisma de su protagonista, que no ha perdido ni un ápice de simpatía con los años transcurridos. Aquí hay una mujer para admirar en su empresa y una de las escasas figuras iconicas (e irónicas) que le quedan al cine mexicano.

La Hija de Moctezuma
Con María Elena Velasco, Rafael Inckán, Raquel Garza, Ramón Sevilla, Irma Dorantes.
Dirige: Iván Lipkies
México 2014

2 oct 2014

Perdida / Gone Girl, de David Fincher

La esposa perfecta

Miguel Cane.


Amy Dunne (Rosamund Pike) es un ama de casa que desaparece sin dejar rastro una mañana. Su marido, Nick (Ben Affleck) empieza a despertar sospechas con su actitud pasiva. Pronto, la policía y su familia empiezan a dudar si este hombre, aparentemente el marido perfecto, sería capaz de haber asesinado, después de cinco años de matrimonio, a la mujer que ama. La trama se complica más, cuando elementos que nadie había previsto se hacen evidentes y esta pareja se revela como algo mucho más complejo.



Tomando una novela popular — Perdida, de Gillian Flynn, que es también la autora del guión — como base, David Fincher explora el género cinematográfico que más le gusta y que más satisfacciones le ha dado: el cine de expectación y angustia. De este modo, explora el tejido social de un poblado norteamericano y la naturaleza de un matrimonio en crisis. La violencia parece al principio un elemento externo, pero pronto queda claro al espectador, que hay más motivos para desconfiar absolutamente de todos los personajes de lo que se creía y el resultado es una comedia de humor negro, con escalofriantes dosis de sangre fría, una trama cuidadosamente armada y actuaciones de primera.



Si bien Ben Affleck hace un trabajo eficiente como Nick, un antihéroe que no carece de interés, pese a la tibieza de su primera aparición, la verdadera estrella de este filme es, sin duda, Rosamund Pike, que aborda con elegancia y valentía un papel sumamente incómodo, difícil y pleno de facetas; cada una de ellas queda perfectamente asentada y el personaje de Amy, cuya desaparición es el motor que impulsa el argumento, es uno de los más memorables que han cruzado la pantalla en lo que va del año.

Fincher siempre ha sido un experto manipulador — basta recordar Se7en, El juego o Fight Club — y aquí no hay excepción a su regla: los tonos de la película se suceden: lo mismo nos hace reír (con un dejo de nerviosismo) que nos eriza la piel. El espectador encontrará suficientes vueltas de tuerca para no perder la atención y si bien la cinta hubiera funcionado mejor con 15 minutos menos en la última parte, el resultado es notable. Es igualmente seria que entretenida; no tiene grandes pretensiones artísticas, pero consigue mantenerlas, al mismo tiempo que llega a nuevos niveles de suspenso. En suma, es un golpe contundente al espectador, sí, pero es además uno que disfrutará enormemente.

Perdida / Gone Girl
Con Rosamund Pike, Ben Affleck, Neil Patrick Harris, Carrie Coon y Kim Dickens
Dirige: David Fincher
EU 2014

Mark Ruffalo: En la actuación nadie te regala nada

Miguel Cane.



Aunque contaba ya con más de diez años de trayectoria y había compartido pantalla con grandes estrellas como Gwyneth Paltrow, Meg Ryan, Leonardo DiCaprio, Laura Dern y Joaquin Phoenix, y con directores como Jane Campion, Lisa Cholodenko, Ang Lee, David Fincher y Martin Scorsese, Mark Ruffalo (Wisconsin, 1967) realmente alcanzó la notoriedad después de ser Bruce Banner, el Hulk de Los vengadores, no obstante que ya desde antes era considerado uno de los mejores actores de su generación.
Fue nominado al Oscar por Los chicos están bien en 2010 y su carrera ha tenido intereses diversos entre el cine independiente y el más comercial. Con estos antecedentes protagoniza ahora Volver a empezar, una película en la que comparte créditos con Keira Knightley y que muchos consideran ya la gran sorpresa del año. Ruffalo encarna a un productor musical que recibe una nueva oportunidad al descubrir a una talentosa cantautora, con las vicisitudes que este ámbito implica, no muy distintas a las de la industria del cine.



¿Por qué comentaste que no fue fácil interpretar a un productor musical?
Es un hombre complicado, alcohólico, con una vida familiar difícil —está distanciado de su esposa y su hija— y una carrera que no va a ningún lado hasta que conoce a Gretta (Knightley). Siempre pensamos en las figuras del negocio del espectáculo como jugadores sin escrúpulos, que ganan millones y viven de modo extravagante, pero Dan Mulligan, mi personaje, no tiene nada de eso. No es un fracasado en su ramo, pero está a punto. Siente que ésta es su última oportunidad... Y bueno, entrar en un personaje así, llegar al estado mental que se necesita, fue algo muy difícil porque realmente no tiene nada qué ver conmigo. Y eso es lo que hace atractivos a los personajes para quienes los interpretamos… Dan lo ha perdido todo o casi todo, le queda apenas un poco de su dignidad y entusiasmo; pensé, qué duro llegar a un punto en tu vida, a mitad de tus cuarentas, y estar así, tener que arriesgarlo todo por un último chance de anotar… eso es lo que lo hace humano y muy atractivo.



Lo que parece una historia trillada de fracaso y triunfo, es aquí mucho más que eso…
Exacto. El guión de John Carney está muy bien escrito; es muy duro y al mismo tiempo cálido, está lleno de una verdad que nos sorprende porque no estamos acostumbrados a ella, a ver que las cosas se desarrollen así, mucho menos en una cinta de este corte. Pero esa es la especialidad de John, mostrar el lado más luminoso de la humanidad. Cuando vi su película anterior, en realidad su debut, Once, me dejó impresionado no solo su estilo al dirigir, que es muy directo, muy involucrado, como vine a descubrir cuando trabajé con él en esta cinta, sino también su enorme capacidad narrativa y la manera en que hace que todos los elementos —en este caso no solo la historia de interés humano, sino también la música, que es un elemento indispensable— se incorporen a lo que quiere contar y cómo lo consigue. John es un artista completo y su trabajo en la película lo deja muy claro.



Uno de los grandes atractivos de la película es precisamente la música.
Y que lo digas. Me sorprendió mucho ver que Keira podía cantar tan bien. Adam Levine, que también aparece en el filme, es un rock star en la vida real, así que su interpretación se nutre de ello, pero yo nunca pensé que Keira tuviera eso en ella, John sí. Apostó por ella y logró que diera no solo una gran actuación, que era de esperarse, sino que hace que Gretta sea una cantante totalmente creíble, y toda la atmósfera del filme se beneficia con ello: la banda sonora es tan buena que funciona por sí sola.

Después de Los vengadores, ¿puede decirse que ahora sí te das el lujo de hacer lo que quieres?
Sí, la verdad, tengo que reconocer que soy muy afortunado. Estuve trabajando en lo que podía hasta los 27 años, luego conseguí un papel en una serie de televisión y eso me llevó a hacer papeles pequeños en cine, y así pude dejar de servir mesas. Desde entonces he tenido la suerte de poder mantenerme con mi trabajo como actor. Llegué a Los Ángeles con 18 años y hasta que cumplí los 28 no conseguí algo que se pareciera a un trabajo estable. Estoy seguro de que nunca voy a olvidar esos años de inseguridad, de no saber si iba a poder pagar el alquiler de mi apartamento. Para los actores esta profesión es una lucha constante. Y créeme, podrás tener una película de éxito, pero nada está escrito, y el día de mañana nadie te llama. Así que, sí, poder elegir tus papeles es un lujo, pero esta carrera para nadie es un regalo.

¿Eres capaz de hacer una autocrítica y reconocer tu mejor trabajo?
Soy muy exigente conmigo mismo, Una de las películas que más me gustan es Puedes contar conmigo (2000), pero la hice hace mucho tiempo. Me parece una gran película. Desde entonces estoy tratando de hacer algo parecido. Le tengo un gran cariño a Kenneth Lonergan, su director, que ha luchado siempre por la integridad de su obra. Eso es admirable. Me siento muy orgulloso también de Zodiaco, con David Fincher y de La isla siniestra. También, mucho, de mi próximo filme, Infinitely Polar Bear, dirigido por Maya Forbers. Interpreto a un hombre bipolar, un personaje basado en el padre de la directora. Es una película con mucho sentido del humor. Como actor me gusta ver mi trabajo para mejorar mis interpretaciones, quiero seguir aprendiendo constantemente porque la actuación es un músculo que no hay que dejar de ejercitar.

Dices que en realidad no te consideras estrella de Hollywood. ¿Sigues pensando así?
No he cambiado de opinión. Sí, me reconocen más ahora y el dinero es bueno, pero al final todo es una ilusión, como la magia de la película. Las cosas cambian a tu alrededor rápidamente y todo se vuelve humo de un día para otro. En Hollywood todo está cambiando constantemente, subes y bajas, la gente transforma su cuerpo y la industria sigue su rumbo. Personalmente prefiero la vida real. La fama y todo eso es algo muy veleidoso y yo no tengo ningún control sobre ello. Como tú mismo decías antes, el éxito de Los vengadores me brindó la oportunidad de poder elegir los proyectos que quiero interpretar y éstos suelen estar dentro del cine independiente. Me gusta vivir la vida a mi manera, ¿sabes? Mi estilo de vida no es costoso, no voy a fiestas, no tengo que mantener un equipo de 20 personas a mi alrededor. Me gusta estar en casa con mi familia y mis hijos cuando no estoy rodando. Todo lo demás me parece una afectación.

¿Qué es lo mejor de trabajar en una franquicia grande como Los vengadores?
¿Aparte del reconocimiento del público, quieres decir? Eso siempre es bueno, pero tampoco puede ser la razón de un trabajo… Te diría que hacer películas que mis hijos pueden ver me gusta (se ríe), piensan que papá es cool porque es Hulk (risas). Eso, y trabajar con Robert Downey. Somos muy amigos hace años. Soy un gran fan de su trabajo, creo que es lo más cercano a un genio que voy a conocer nunca. Es un tipo que se apasiona con lo que hace, es divertido, generoso, encantador, profesional… Me encanta trabajar con él. Para mí, es uno de los mejores de su generación, que es la mía. Y trabajar con él, en lo que sea, es un privilegio.