5 dic 2008

Responsorial para un maestro: Ira Lewin

Miguel Cane

La noticia me impacta como si fuera algo personal, me deja anonadado, como una pedrada a la cara. Siento que esta pérdida ya la pasé antes, que la pasaré de nuevo -- mis ídolos son casi todos ya mayores y son humanos, ninguno tiene la vida comprada- pero esta es peculiar, porque realmente me duele.

Ha muerto en Nueva York Ira Levin.

Quizá algunos se pregunten, ¿y esa señora quién es?

No es señora: es un gran maestro narrador -- o bien, lo era- que ayudó a recrear el género del terror, respetando las reglas del gótico tradicional y reconvirtiéndolo en un género moderno, urgente, totalmente real pese a sus ambiguas posibilidades sobrenaturales. Sus dos más grandes obras maestras son dos de las novelas más populares dentro del género y la cultura popular: me refiero a El Bebé de Rosemary (1967) y Las Mujeres de Stepford (1972).






Ya en ocasión había escrito acerca de mi amor tan especial por El Bebé de Rosemary. De hecho, esa es una de las primeras novelas que leí. Queda bien clara la influencia de ese libro sobre mí y cómo fue que gracias a su autor, realmente yo comencé a escribir, hace exactamente 20 años -- sutil (y sublime) ironía.

Rosemary Woodhouse y Joanna Eberhart -- sobre quien escribí amorosamente en el texto Androide Paranoide-, las protagonistas de sus novelas, son dos de mis más grandes figuras icónicas. Las dos, heroínas trágicas, fueron el molde para que yo pudiera concebir cualquier historia, por inverosímil que ésta fuera, y buscara plasmarla, volverla real.

Porque así de reales se sentían sus obras para mí.

Yo lo quería. Y admiraba su trabajo y traté, por muchos años -- e inútilmente-, de emularlo.

Tuve la suerte de conocerlo en septiembre de 2003, en Nueva York.

Lo llamé directamente por teléfono y le pedí una entrevista. Él se rió de buena gana y me dijo que fuera a tomar un café a su apartamento. Así de sencillo. Así de accesible.

La entrevista se publicó en el suplemento Laberinto del diario Milenio, en octubre de ese año.


Aquí la reproduzco, tal cual.

"Ira Levin: El Arte de hacer temblar"

Por Miguel Cane


Nueva York.- Se le considera uno de los “grandes maestros”, y principal influencia detrás de una oleada de escritores como Stephen King, Bret Easton Ellis y Chuck Palahniuk; desde hace medio siglo es autor de best-sellers que se han incorporado bajo la piel de la cultura popular por su estilo subversivo y perturbador en un marco de realidad polifónica. Es a él que se debe el que en el siglo XX haya vuelto la palabra “natural” al término “Sobrenatural”.

Nacido en esta ciudad, de la que no se ha separado en décadas, Levin es egresado de la Horace Mann School y la Universidad de Nueva York. En 1952, a los veintidós años, publicó “Un Beso Antes de Morir”, que ganó el premio Edgar Allan Poe como mejor novela de misterio ese año – de hecho, es la persona más joven en tener uno- y en 1956 comenzó a escribir obras de teatro, convirtiéndose en un auténtico fenómeno en Broadway (algunos títulos: “La Habitación de Verónica”, “Trampa Mortal”, “El Jardín del Dr. Cook”), con obras que han durado años en escena, sin embargo, es más célebre como autor de historias góticas contadas a plena luz del día en un mundo moderno y asequible, como sucede en sus dos novelas más celebradas: El Bebé de Rosemary y Las Poseídas de Stepford.

¿Cómo nace una historia de horror a plena luz del día, como El Bebé..., es por alguna imagen, algún sueño?

“Es curioso. Comencé a escribir El Bebé de Rosemary en 1965, cuando mi ex esposa estaba embarazada de nuestro tercer hijo. Vivíamos en Wilton, Connecticut y estábamos en el proceso de establecernos como una familia suburbana convencional (como sucede en “Las Poseídas...”). Yo estaba en los ensayos para el estreno de una obra mía y un día, en el tren, miré a mi mujer y pensé, en cómo sería tener un embarazo normal con un desenlace extraordinario. Es algo tan común... y al mismo tiempo tan aterrador para una pareja: es cuando los nervios de la mujer están más vulnerables. Empecé a hacer notas y a observar a mi familia, a otras parejas. Por esa época fue cuando estalló la controversia sobre la “Muerte de Dios” como un acontecimiento histórico, así que decidí situarlo en ese contexto histórico.”

Rosemary (inmortalizada en las pantallas como Mia Farrow en la cinta que hizo Polanski en 1968) es una heroína memorable, ¿a qué se debe esto? ¿Porqué decidió contarlo desde el punto de vista de la madre todo el tiempo?

“Rosemary fue un personaje que me gustó mucho crear y volver a visitar (en la secuela “El Hijo de Rosemary” – 1997), en su momento. Me gustó poder explorar a una mujer de carne y hueso, que vive y respira y se angustia y va y hace shopping y ama a su marido y a su bebé y no sospecha por un instante que él o los vecinos – que a propósito son trabajados como entes simpáticos, perfectamente ordinarios, unos abuelitos bastante ordinarios, nadie los imaginaría como lo que son- pudieran hacer algo, “complotear”, en su contra. El resultado para ella es devastador, sí, pero Rosemary es un ser humano y como tal, no es perfecto. Por eso en la novela no hay final feliz, pero sí uno congruente: ella amará a su hijo como lo hacen todas las madres, sin importar quién – o en este caso,- qué sea. Me gustó mucho crear la visión femenina bajo tanta tensión, fue un ejercicio muy interesante para mí. ”

En Las Poseídas... sucede algo similar y fue muy criticado por eso por las feministas en su momento (1972). Decían que era como un chiste cruel...

“Es verdad, pero fue totalmente malinterpretada: mi idea era burlarme de los hombres, no de las mujeres. Las Poseídas… primeramente se me ocurrió como una obra de teatro (un musical, de hecho), que iba a satirizar la oleada de crisis matrimoniales de la década de los 70. Mi propio matrimonio se había disuelto en esos días y yo había vuelto a la ciudad con mis tres hijos y no era un muy buen momento emocional en América, con Nixon en la Casa Blanca y los últimos golpes de la Revolución Sexual (insisto: ellas ganaron). Así pensé que habría en algún lugar, quizá en un idílico pueblo suburbano de clase media alta, un grupo de hombres que serían capaces de hacer lo que fuera por someter a sus mujeres a su voluntad. De este modo nació la historia de Joanna Eberhart y sus amigas, que desde un principio ya están en la trampa – algo que pasa con Rosemary también-... pero mi intención era condenar a los hombres. Siempre he sido un gran admirador de la mujer, eso espero que quede claro.”

¿Y qué hay con sus influencias? ¿A quién lee Ira Levin hoy en día?

“Leo todo lo que hay. Acabo de leer Diary de Chuck Palahniuk (“Club de la Pelea”) y creo que es la mejor novela de horror que he leído en mucho tiempo. Es una historia inquietante que demuestra que los mejores y más impactantes efectos especiales no los hace una compañía de alta tecnología sino el estilo de escribir de alguien con talento. Puedes describir una situación claustrofóbica, pero si no logras hacer que el lector se olvide de que la está leyendo y la sienta, entonces podrás escribir muy bien, pero no estás narrando nada. Y para contar una historia de miedo es necesario saber qué quieres narrar y cómo quieres hacerlo.”

¿Porqué historias de suspenso y no comedias? Aunque el humor está siempre presente en su obra (Minnie Castevet es una de las más notables creaciones cómicas de la literatura del siglo pasado, pero al mismo tiempo es siniestra), casi todo es con una vena muy oscura...

“Siempre me ha intrigado lo que nos da miedo y el horror y el humor no podrían ser nada sin el otro. La fuente de nuestros temores puede estar perfectamente enraizada en nuestro inconsciente y formar parte de nuestra vida cotidiana: supongamos esto. Estas solo en tu departamento. No estás acostumbrado a vivir solo. Te inquieta estar separado de tu ambiente natural: ya sea tu ciudad, la casa de tu familia, tu pareja, dilo tú. De pronto, hay algo en las sombras de la habitación. Puede que no sea nada, pero estás seguro de que lo viste. Un movimiento. Algo. Una rata. Un pájaro. Algo que vino de afuera. ¿Qué puede ser? Usa tu imaginación, piensa. ¿Lo ves? Sientes que se te acelera el pulso, pero tampoco quieres acercarte al rincón. Vas corriendo a prender la luz y por tu cabeza corren, como una película si tú quieres, todos los escenarios posibles: desde los miedos de tu niñez hasta algo más factible (un ladrón o un intruso) o inconcebible (¿Podría ser Satán?)... finalmente prendes la luz y todo lo que hay es un sobre que cayó de un mueble al suelo. Nada. No es nada, pero te provocó unos instantes de pánico espantoso y pudiste perder (de hecho perdiste por unos segundos) el control de tu vida como lo tienes. ¿Qué te hace temer? ¿Porqué te asustas? A mí me entretiene enormemente especular con eso y si no fuera de este modo, créeme, no escribiría así.”


Todas (o casi todas) sus novelas han sido llevadas – con éxito- a la pantalla. ¿Cuál es su favorita? ¿Porqué siente que se ha dado esto? ¿Siente que son de interés para los nuevos cinéfilos?

“Mi favorita sin duda es “El Bebé...” con Mia. Creo que ella es Rosemary y nadie más podría hacer ese papel. Me gusta mucho también la primera versión de “Un Beso Antes de Morir” porque fue la primera de mis novelas en ser llevada al cine. “Las Poseídas de Stepford”, en su primera versión con Katharine Ross y Paula Prentiss me gustó muchísimo. Creo que Bryan Forbes – que es un director inglés, aplicándose a un tema cuya quintaesencia es totalmente americana- hizo un trabajo estupendo. Ahora la están filmando de nuevo, con Nicole Kidman como Joanna. Será muy interesante, creo yo, ver cómo adaptan esta historia al mundo moderno, donde la ficción especulativa con la que jugábamos como escritores (como la clonación en “Los Niños del Brasil”, también) ya es una realidad tangible.”






Levin fue mucho más que el autor de El Bebé de Rosemary.

Escribió obras de teatro excelentes, letras de canciones y una obra magistral de la ciencia ficción: Este día perfecto (1969).

Era un hombre jovial y atento. Todo el tiempo estuvo escuchando mis palabras, siempre con un comentario pleno de humor. Con buena voluntad.

No lo volví a ver nunca.

Pero él me tocó. Lo hizo cuando yo era un niño que lo leía clandestinamente, literalmente metido en el closet de mi mamá, con una linterna. Lo hizo cuando yo era un adolescente que quería soñar que escribía. Lo hizo cuando fui un adulto y me presenté ante él -- sin atreverme a pedirle que me firmara un libro... y ya es tarde para arrepentirse.

Me dio mucho, y se lo dije. Al menos lo supo. Le debo lo que hago, en buena parte. Era uno de mis ídolos.

Y lo que me dejó, igual que las imágenes de Rosemary ante su hijo y de Joanna ante su marido, son permanentes. Indelebles.

Y el dolor.
El dolor es tan real, que se siente.

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