Vidas paralelas
Miguel Cane
Desde la revolución islámica de 1979, el código civil iraní vigente está inspirado en la sharia o ley islámica, y en lo que respecta a la disolución del matrimonio, dice así: “El hombre puede divorciarse de su mujer siempre que lo desee”.
Sobre los derechos de su compañera no dice nada.
Hace diez años, el Parlamento iraní aprobó una reforma en la que se contemplan tres posibles casos – adicción, violencia intrafamiliar y abandono – que podrían facilitar a la mujer obtener el divorcio en un tribunal. Asghar Farhadi comienza su filme usando un recurso poco común: dos de sus protagonistas, Simin y Nader miran y hablan directamente a cámara donde se supone debería estar el juez interlocutor de quien sólo podemos escuchar su voz. Una voz cuestiona sin cesar y pregunta a Simin sus motivos para pedir el divorcio sin entender por qué lo solicita si su marido no se droga, no le pega ni es vago.
Con esta maniobra de percepción, coloca al espectador literalmente en la posición de juez a todo lo largo de la cinta, mientras exploramos la tragedia doméstica de Nader (Peyman Moaadi) y Simin (Leila Hatami) quienes forman un matrimonio de clase media-alta en Teherán quienes tienen planeado mudarse al extranjero para proporcionarle a su hija Termeh (Sarina Farhadi, hija del director) una vida mejor. Al enterarse de que su padre sufre Alzheimer, Nader se niega a abandonar el país y surge el conflicto; que a su vez sirve de marco para albergar una historia más compleja.
La ley no apoya a Simin por lo que se muda a casa de sus padres dejando solo a Nader con su carga familiar. Y éste contrata a una mujer, Razieh (Sareh Bavat), para que cuide al anciano. Es a partir de este momento cuando la historia, que parecía incidir en la estructura típica del melodrama social, cambia completamente y se torna en un drama oscuro, realizado con mano de hierro, que no suelta al espectador hasta el último momento.
Como en su filme anterior, A propósito de Elly (2009), Farhadi dispone a sus personajes en situaciones cotidianas que van complicándose poco a poco de manera natural hasta desembocar en atmósferas asfixiantes y opresivas a las que el espectador casi ni es consciente de haber llegado. Y es a través de ese contexto que el director aprovecha para ejecutar una radiografía de la sociedad iraní en la que conviven y a menudo chocan los sectores liberales con los más conservadores.
Es así como nos muestra un tema recurrente en su filmografía: el peso actual de la religión, de las creencias en un país como Irán, las dos caras de un país que trata de modernizarse, sometido a lo más tradicionalista del mundo árabe. Los personajes de Farhadi son muy complejos, desesperados, capaces de renunciar a los principios por los que se guían con tal de sobrevivir. Irán es un país de grandes contrastes, la cinta no es muy favorable con el sector más ultra del país, como es el actual gobierno iraní. Pese a que es difícil burlar la censura, esta historia, ganadora de muchos premios internacionales logra salirse con la suya, para mostrar una historia urbana y relevante, que rompe el molde de paso detallista y sereno de otros cineastas co-nacionales suyos como Abbas Kiarostami o Bahman Ghobadi, para demostrar que Fahradi tiene su propia voz y los espectadores celebrarán ver cómo la plasma en imágenes, en un filme poderoso y conmovedor, pero que no da cuartel.
Una separación / Jodaeiye Nader az Simin
Con: Peyman Moaadi, Leila Hatami, Sareh Bayat, Shahab Hosseini, Sarina Farhadi, Kimia Hosseini, Babak Karimi, Ali-Asghar Shahbazi y Shirin Yazdanbakhsh.
Dirige: Asghar Farhadi
Irán, 2011