Miguel Cane
Bienvenidos a algún momento de los días del futuro por venir. Asómense a un mundo inquietante, hermoso e incomprensible. Con esa sensación, es que uno se adentra en la hermosamente fotografiada (por Alwin H. Kuchler y Marcel Zyskind) nueva cinta del cineasta británico Michael Winterbottom (autor de filmes fascinantes como Butterfly Kiss, 24 Hour Party People y Wonderland), que explora las posibilidades del amor en un mundo perfeccionado y emocionalmente estéril.
William Ged (el siempre espléndido Tim Robbins) es un investigador que es enviado a Shanghai a descubrir quién ha estado violando la ley y creando papeles apócrifos para que personas sin validez genética puedan traspasar fronteras. En estos tiempos, la ingeniería genética ha alcanzado su nivel más elevado. Ya no existen divisiones raciales, ni idiomas. Ahora hay gente de aspecto occidental con raíces en China y/o gente de origen hispánico que lucen más ingleses que Julie Andrews. En este mundo las fronteras se franquean mediante la presentación de documentos que acreditan la validez de la persona. Ahora es el código de ADN el que decide dónde debes vivir, y cómo. Nadie supone que William está infectado por un virus que lo hace diferente a los demás. Por su sistema corre la empatía, algo que no es contemplado en la estructura de los funcionarios como él.
Eso es también lo que lo lleva a identificarse y, en un momento dado, enamorarse de la enigmática María González (Samantha Morton, de Tierra de sueños y Minority Report, favor de no confundir con Samantha Mathis, de Punisher y American Psycho), una laboratorista que ha incurrido en el delito de falsificar identidades y papeles (pasaportes) para que otros puedan viajar. La química romántica que surge entre ellos sirve como marco para una historia por turnos conmovedora, intrigante, trágica y enternecedora, casi profética en sus percepciones del avance de la ciencia, la tecnología y la enajenación emocional, y revelar más de la trama y cómo ésta avanza en espiral, sería imperdonable.
Winterbottom, a lo largo de su prolífica carrera, se ha dedicado de manera incansable y metódica a tomar géneros establecidos y desglosarlos – ya lo hizo con el western en The Claim- y aquí lo hace con la ciencia ficción y la historia de amor. Las actuaciones son magistrales, especialmente por parte de la Morton, que da muestras vivas del por qué es genuino prodigio de la interpretación, donde Robbins se mete al corazón de quien lo ve con su trabajo cálido, lleno de emociones y si bien ésta no es la típica película futurista con armas chidas y secuencias de acción, compensa su independencia con su hermosura, su ritmo cuidadosamente armado, su infinita compasión por los prisioneros de la convención de este futuro en el que Cristo, Marx, Wood y Wei han llevado al mundo a vivir un largo día perfecto, aún si hay otros que sobreviven en los márgenes y existen para recordarnos que somos seres humanos.