12 dic 2013

Romain Duris: Michel Gondry tiene un fantástico sentido de la elipsis

Miguel Cane.



Jovial, versátil y apuesto, en pocos años se ha convertido en uno de los actores más populares del continente europeo, no obstante Duris (París, 1974) no se ha creído aún el cuento de ser una movie star al uso y se ha dado el lujo de, pese a haber sido uno de los protagonistas de Le Divorce, dirigida por James Ivory, decirle que “no” a Hollywood, manteniéndose firme en la escena fílmica francesa, donde ha tenido éxitos notables como El albergue español – y su secuela, Muñecas rusas –, Los seductores, Tu historia entre mis dedos (Populaire) y ahora colabora con el cineasta Michel Gondry (Eterno resplandor de una mente sin recuerdos) en Amor índigo, una cinta totalmente anticonvencional basada en la novela de Boris Vian La espuma de los días, en la que interpreta a Colin, un hombre rico y despreocupado que encuentra el amor de su vida en Chlóe, una bella chica (Audrey Tautou, Amélie) aunque su amor se ve amenazado por circunstancias totalmente surreales en uno de los filmes más peculiares en memoria reciente.



Amor índigo se basa en La espuma de los días y es algo muy peculiar para cualquier actor. ¿Cómo reaccionaste ante el ofrecimiento del guión?
¡Estaba anonadado! ¡Tuve algo de miedo! (se ríe). No, no, no. La verdad es que desde el principio me atarjo mucho la idea central de la película y del personaje de Colin, que es, prácticamente, un trasunto de Boris Vian, filtrado por su propia imaginación. Además, trabajar con Gondry era algo que me intrigaba: había visto sus películas, sus videoclips, y pensé, tiene mucho estilo. Este hombre seguro tiene la visión para adaptar a Vian. Porque, como te darás cuenta al ver la película, no es en absoluto sencillo hacer una adaptación de una obra así, al cine.

¿Dirías que la película es una comedia romántica surrealista?
No he hecho muchas comedias románticas, y nunca había hecho algo como esto, así que más allá de haber leído la novela y el guión, no tenía referencias. Me pareció que la opinión del director era muy importante, porque la estética de Gondry juega un papel fundamental en esta película. Él se reunió con nosotros y nos dijo cómo pensaba hacer la película. Nos invitó a un diálogo y a medida que íbamos hablando, me di cuenta de que es una persona muy abierta, siempre dispuesta a recibir propuestas y trabajar en equipo. Michel Gondry es del tipo de artista que no peca de un orgullo excesivo, pero sabe muy bien adónde quiere llegar. Tiene aplomo y visión.



¿Qué cosas le proponían ustedes?
Yo comenté que al crear esta realidad aumentada al principio, habría que extrapolar al máximo el aspecto romántico de la película, por ejemplo la emoción del encuentro entre mi personaje y el de Audrey. En cierto modo, muy al principio, esta película es un poco como las comedias románticas del Hollywood de los 60 que nos gustan tanto, tipo Desayuno en Tiffany’s, en las que estamos deseando que los protagonistas se besen, y, aunque sabemos que lo van a hacer, nos emocionamos cuando llega el momento, pero al mismo tiempo, Gondry aplica su visión muy particular de todo y crea un universo muy suyo, en el que me encantó participar. Y la película va cambiando, va cambiando el tono, incluso se pierde el color. Fue algo fascinante.

¿Cómo trabajó Gondry contigo en particular?
¡Realmente trabajamos como un equipo! Desde el principio estuvimos de acuerdo en que mi personaje tenía que tener una soltura innata. Siempre que yo dudaba y esa soltura desaparecía, él me lo hacía notar y enseguida la recuperábamos. Él era el timón que permitía mantener el rumbo de la película y no perder nunca de vista la personalidad de Colin. Y, aunque el guión estaba muy definido, nos daba libertad para interpretar las escenas. Por último, una de las cosas más importantes es que tenía todo el filme en mente a la hora de rodar. Quería un principio y un final para cada escena, por cuestiones de ritmo y eficacia. En el material que rodamos no hay nada superfluo. Gondry tiene un fantástico sentido de la elipsis.

¿Cómo definirías a Colin, tu personaje?
Es un bon vivant feliz, un haragán de buenos sentimientos que también es listo. Es un hombre que ha fracasado en sus relaciones, pero que descubre el amor al encontrarse con el personaje de Audrey y descubre que es capaz de literalmente cualquier cosa por amor a ella. La verdad es que me gustó mucho hacer este personaje, porque llevaba varios años de hacer películas bastante oscuras, como De latir, mi corazón se ha parado (De battre mon coeur s’est arrêté), Persécution o París, en las que he intentado aportar cosas de mí mismo y he pasado mucho tiempo reflexionando profundamente. Aquí, tenía que hacer el mismo trabajo pero en otro tono. No quería que Colin fuera una caricatura excéntrica. Tenía que ser, como en la novela, un tipo entrañable, que se ve arrastrado por amor a una situación que no controla. Sin haber hecho esa reflexión, no me habría sentido tan libre y espontáneo durante el rodaje. Frente a la cámara de Gondry, me lo pasaba en grande. Me dejaba llevar por mi instinto. Por eso pudimos rodar tan rápido, sin repetir demasiadas tomas. Lo único en lo que realmente tuve que esforzarme fue en el baile, para la escena en que todos bailamos y que luego se altera con animación. Fue algo difícil porque no bailo nada bien.

¿Cómo fue trabajar de nuevo con Audrey Tautou?
Somos muy amigos, nos queremos fraternalmente, porque nos conocimos muy jóvenes. Yo tenía muchas ganas de trabajar con ella de nuevo, porque me encanta como actriz y persona. Durante el rodaje, me gustó mucho cómo dibujó a su personaje, tan luminoso, tan adorable. Su interpretación es finísima, pero eso no te sorprende cuando la has visto trabajar. Además, Audrey es una persona muy generosa: toda la película ha sido un diálogo con ella, volviendo una y otra vez sobre lo que el otro proponía. Es una actriz y una amiga como hay pocas.

También sorprende la complicidad que hay desde la primera escena con Gad Elmaleh y Omar Sy. ¿Cómo se construyó ese efecto de camaradería?
¡Pues muy fácil! (se ríe) ¡Nos hicimos amigos! ¡Así surgió la química! Partiendo, claro está, del éxito del casting. Esta capacidad para unir a personalidades diferentes demuestra la inteligencia y la fuerza del director. ¡Por eso, nuestro encuentro fue algo memorable! Pero no estábamos en el set de fiesta. Estábamos totalmente centrados en el trabajo, porque era el principio del rodaje. Estábamos pendientes de Gondry, de su manera de trabajar, de estar en nuestro sitio, porque sabíamos que no disponíamos de mucho tiempo para las tomas. Pero el ambiente que se generó entre los tres nos hizo ganar mucho tiempo. La camaradería que nos traíamos en la vida real se tradujo rápidamente en complicidad frente a la cámara.

¿Cómo presentarías Amor índigo al público que no conoce este tipo de cine?
Como una película de amor, hecha con amor. Como una oportunidad de entrar en el mundo visual y atmosférico de Gondry, de ver todo desde otra perspectiva. De escuchar el jazz en las palabras de Boris Vian. De ver una película fuera de serie que no podrán olvidar. Creo que eso es lo que hemos hecho. Y estoy muy orgulloso.



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