Para mi amigo Felipe, de ‘regalo de cumple’ quién curiosamente nació en Día de Muertos.
Hay una imagen recurrente que tengo de mi niñez: a la hora de dormir, me arropaba completamente cubriendo en especial mi cuello pues soñaba frecuentemente que un personaje de inmensa capa negra, mirada penetrante y grandes colmillos, me iba a morder extrayéndome toda la sangre y eso me llenaba de mucho temor. Recuerdo también, que empecé a tener estas pesadillas y ‘cuidados especiales’ a raíz de haber visto en la tele una película donde este ser de la noche tenía asolados a los pobladores de una región y que como en un sueño tenebroso, la zona permanecía envuelta en una espesa niebla e inquietante oscuridad.
Años más tarde, supe que el actor que encarnaba al ser que me atormentaba en mis pesadillas se llamaba Germán Robles; que la película que me marcó la dirigió Fernando Méndez y que se trata de una reelaboración muy ‘a la mexicana’ del Drácula de Bram Stoker. Para mi sorpresa, y habiendo pasado al menos 2 décadas de haberla visto por última vez, me encuentro con que ha sido re-lanzada en DVD, remasterizada y con extras muy atractivos que dan cuenta de un inusual culto del que goza la cinta especialmente en países europeos. No puedo negar la emoción que me generó ver en los estantes aquella vieja película que me espantó tanto cuando niño, por lo que no pude resistirme a verla nuevamente y estar dispuesto a recordar sensaciones hoy prácticamente en el olvido.
Germán Robles
Y me encuentro con algo que pocas cintas logran transmitir y cuyo éxito de público casi se asegura si la plasman: atmósfera, ¡ahh que buena atmósfera tiene “El Vampiro”! La película filmada –naturalmente- en blanco y negro en 1957, goza de un despliegue visual que pocas veces he visto en cine de ese género y menos (sin menospreciar) en el cine mexicano. Neblina, mucha neblina que se esparce por doquier y que logra realzar y dar coherencia a las figuras del conde Lavud/Duval, encarnado por Robles y al de la nueva vampira: la enigmática -y a ratos siniestra- Carmen Montejo.
Con el personaje de la Montejo, Fernando Méndez (el director) se da ‘visualmente’ vuelo. Enfundada en un largo y bello vestido negro, aparece y desaparece ó camina envuelta en niebla y con un viento que le confiere una imagen de misterio hipnotizante. La Montejo es tía del personaje de Ariadna Welter (Marta), una hermosa joven que regresa a la ahora descuidada hacienda llamada ‘Los Sicomoros’ y en la que vivió prácticamente durante su niñez. Su regreso obedece a la agonía que padece una segunda tía llamada María Teresa (Alicia Montoya), quien diagnosticada como esquizofrénica es enterrada viva (eso lo sabremos después) por su hermano y la gente del pueblo en una procesión que ciertamente retrata de manera fiel la tradición tal como se estilaba en esas épocas en México.
El juego de luces y sombras que Méndez realiza sobre la figura de Germán Robles es sencillamente fabuloso. Los emplazamientos de cámara, los grandes planos, close ups que enfatizan la siniestra mirada del vampiro y una acertada iluminación (gran trabajo fotográfico de Rosalío Solano) dotan de especial profundidad tanto a personajes como a escenarios; particularmente éstos últimos que incluyen pasajes subterráneos, densos bosques y una hacienda con tintes góticos que envidiaría cualquier producción hollywoodense de la época; todos son elementos que realzan una trama bien elaborada, coherente y entretenida que únicamente se ve (a ratos) perjudicada por los hilos que se logran advertir del murciélago que sobrevuela la hacienda y por el personaje (para muchos fuera de contexto) de Abel Salazar, un ‘simpático’ médico que ha llegado casualmente con Marta (encubierto como agente viajero) a los Sicomoros tratando de confirmar la locura que supuestamente padece la tía María Teresa. Esta última parece regresar del más allá a combatir a la dupla de vampiros junto al escéptico, mujeriego e 'incipiente Sherlock Holmes', el Dr. Enrique (Salazar) que ha descubierto el hilo de la historia de los antepasados de Duval en registros de un viejo libro que cae misteriosamente de un estante en donde vienen plasmados los antecedentes de la muerte de otro vampiro ocurrida 100 años atrás.
Efectos visuales ingeniosos: libreros que ocultan pasadizos secretos ó espejos que no reflejan a los vampiros -pero si a los objetos que tocan-, todos los (ahora) clichés del género están presentes: matar al vampiro con una estaca clavada en el pecho, el temor a la luz del sol y a los crucifijos, la extraña sensualidad inherente a estos seres, los dedos del maligno sobresaliendo del ataúd cuando despierta ¡y por supuesto!, una música inusualmente perfecta compuesta por un prolífico compositor mexicano llamado Gustavo Carrión cuya banda sonora me recuerda insistentemente y para mi sorpresa, la que realizó el polaco Wojciech Kilar para el Drácula pero de Coppola.
Sí, sí… una verdadera sorpresa reencontrarme con éste clásico de culto que por su enorme éxito, hizo obligatoria la secuela “El Ataúd del Vampiro” con el mismo equipo de producción y realizada prácticamente al año siguiente. Ambas películas vienen incluídas en esta edición de lujo realizada por Casa Negra y aunque no me pagan un peso por publicidad, en serio la recomiendo ampliamente.
El Vampiro es pues la película que sembró en mí el gusto por éste género y hoy puedo decirles que el miedo ha desaparecido a tal grado que traigo el cuello descubierto por cualquier cosa que pudiera ofrecerse jeje. Sin embargo, como dato anecdótico les confieso que no hay película que un servidor deje pasar que aborde a este oscuro y tortuoso personaje y créanme que volver a ver el film de Méndez me hizo confirmar que, como dice una popular canción mexicana: las películas vampíricas "me asustan, pero me gustan".