'Un largo y doloroso camino'
- ¿Lloras? – pregunté a mi hermana.
- Sí – respondió.
-¿Sabes que director hizo esta película? – contesté.
- No.
- Es de Zhang Yimou, el mismo que hizo ‘El Camino a casa’ y ‘Ni uno menos’. Es experto en hacer llorar, como puedes ver. – Le dije.
- Sí, eso veo – me dijo, mientras se dibujaba una tímida sonrisa en su rostro.
Y es que, me precio de no cocerme al primer hervor en esto de que una película me haga llorar. Incluso, en el caso del cine de Yimou siempre estoy a la expectativa de ver, en qué momento ó secuencia, este estupendo director hará esta jugarreta que me provocará la lágrima e insisto, sabiéndolo de antemano, siempre lo logra. Su penúltima cinta ‘Un largo y doloroso camino’ no es la excepción.
Todos sabemos que Yimou ha tomado a partir de ‘Héroe’ dos vertientes en sus realizaciones: el cine intimista y el de las grandes superproducciones. Hay entre sus adeptos una polaridad muy marcada entre quienes gustan del primer estilo y a los que les atrae el segundo. Yo estoy en el punto medio: me gusta el Yimou que se da el lujo de entrarle a ambas vertientes, las disfruto por igual aunque no dejo de reconocer que siendo sentimental –como soy-, posiblemente me produzca mayor placer ‘emocional’ y estén mejor instalados en mi memoria los emotivos momentos de sus películas ‘sencillas’; aunque no desdeño los logros visuales de ‘Héroe’ ó ‘La casa de las dagas voladoras’ que sí me han quitado el aliento. Es más, ahora y después de haber visto ‘Un largo y doloroso camino’, espero con ansias ‘La Maldición de la Flor Dorada’ que ha generado en el mundo sentimientos encontrados pero personalmente confío en que Yimou saldrá de nuevo bien librado.
Pero califiqué de ‘sencillas’ sus películas más intimistas porque están plagadas de situaciones que por ser cotidianas, no les damos el justo valor. Yimou si lo hace en sus cintas, es uno de sus sellos distintivos y lo que provoca la mirada nostálgica de quienes asistimos a ver sus filmes. La vasija rota en la que Ziyi Zhang le lleva alimento a su amor platónico (el maestro) en ‘El Camino a Casa’, los gises de colores que hay que cuidar en ‘Ni uno menos’, la flauta que desaparece el amo de Gong Li en ‘La Linterna Roja’ ó el silbato con el que despide un niño a Ken Takakura en ‘Un largo y doloroso camino’, todos elementos sencillos que son dotados de gran carga emotiva en las historias que nos cuenta.
En el caso de esta última, Yimou trabaja con esa leyenda del cine japonés, Ken Takakura (Antarctica, Lluvia Negra), que personifica a un padre japonés cuya relación con su hijo (adulto) se rompió diez años atrás. Podríamos decir que gran parte de la premisa principal es la imposibilidad de la comunicación y cómo afecta la vida de los protagonistas. Es la actualidad y este padre intenta reconciliarse con su hijo enfermo, quién lo rechaza sin darle la mínima oportunidad de verlo. La nuera, le entrega al papá un video en donde el hijo (Kenichi, gran admirador de la cultura china, en especial de la ópera tradicional) intentó que un artista de ópera cantara sin conseguirlo. Gouichi (Takakura) encuentra en esta anécdota, el pretexto para intentar reconciliarse con su hijo: buscar a ese cantante y filmarlo cantando y decide ir a buscarlo a China, encontrándose con demasiadas complicaciones (empezando por el idioma) para lograrlo.
Todas las anécdotas del filme funcionan como alegoría de la incomunicación. Gouichi, con voz en off, explica lo difícil que es para él reestablecer la comunicación con su hijo (a quien nunca vemos pues su importancia radica en ser una especie de pivote que desatará toda la travesía del título). Ya en China, necesita el apoyo de una traductora que lo conduzca hasta el cantante (ahora preso). Un guía de turistas (Lingo) hace las veces de conexión entre Gouichi y los altos mandos de los que se requiere autorización para grabar al artista. El drama personal de éste último que obliga a Gouichi a buscar al pequeño hijo del cantante (que no conoce) en un lejano pueblo; la eventual desaparición de ambos en una zona montañosa con cuyo acercamiento (dadas las circunstancias) Gouichi pareciera redimirse pues no recuerda haber sentido el deseo de proteger tanto a su hijo como a este pequeño desconocido y hoy lo hace. Todo pues, reforzando la premisa principal.
Tonos ocre y azules claros permean buena parte de la cinta. No hay exceso de paisajes espectaculares (brillan por su ausencia valles llenos de flores que en ‘El camino a casa’ eran un personaje más) plenos de color que de repente han catalogado de manierista a su director; todo muy matizado, sutil…pero siempre sin perder ese encanto visual tan característico del cine de Yimou.
Es curioso que en México aún siendo Zhang Yimou un director ya muy conocido, su cinta haya salido en DVD sin llegar siquiera a exhibirse en corrida comercial. Hay pues que buscarlo y regocijarse con su trabajo. Ahora no resta más que esperar pacientemente ‘La Maldición de la Flor Dorada” con la idea en mente que, el trabajo de Yimou nuevamente, no nos defraudará.