Miguel Cane
El lugar es Connecticut: calles arboladas, casas amplias y luminosas, niños en el prado, mesas bellamente dispuestas. El tiempo es finales de los 50, principios de los 60: retrato del sueño americano en pleno, con la inocencia (quizá salpicada con ciertos resabios de puritanismo) del matrimonio joven, la idea de la familia ideal. Y luego, por debajo de esta capa de bonita pintura, yace subversivo, el desencanto. La inseguridad y los celos, el ansia. El odio que todo lo consume como incendio. Los sueños rotos.
Este es el mundo que Richard Yates explora, desenmascara y señala en su formidable novela (hoy de culto) Vía Revolucionaria – en realidad, es un juego de palabras: Revolutionary Road es el nombre de la calle donde los Wheeler, protagonistas de su historia, se instalan de recién casados. Y es también el camino a la transformación a la que van a dar los dos a lo largo de esos primeros, convulsos años de unión en un mundo en constante cambio.
En su más reciente filme, que llega a las pantallas mexicanas con el atroz y estúpido título Sólo un sueño (¿pero en qué están pensando, gente? ¡Esto no es una comedia romántica!) Sam Mendes toma esta trama e imprime en ella su segunda mirada a las complejas texturas de la vida de la clase media suburbana estadounidense, diez años después de su brutal debut con American Beauty. Así, crea imágenes extraordinarias, memorables, salvajes.
Kate Winslet (quien en la vida real es Mrs. Mendes, claro) hace una creación dolorosa y magnífica – que por momentos recuerda esas portentosas interpretaciones que solía hacer Liv Ullmann para Bergman, aún cuando ya no estaban enamorados- de April Wheeler, una mujer generosa y confundida, que trata de trascender a ser una simple ama de casa y nada más, mientras que ve cómo su marido, Frank (un Leonardo DiCaprio que poco a poco ha ido logrando madurez, aunque aquí a veces se le escabulle al director y cae en su vicio de estridencia y sobreactuación, especialmente en los momentos críticos) se revela como un hombre en quien se multiplica la angustia y desesperación al ver que los formulismos convencionales parecen crecer y asfixiarle.
Así, en manos de estos dos, que se reúnen, más de una década después de la horripilante (pero archipopular) Titanic –curiosamente, aquí también los acompaña, como en aquella ocasión, la imponderable Kathy Bates-, la película mantiene un tono y una forma; tiene la atmósfera de esos días perdido y así, es por turnos un homenaje al esperpéntico melodrama de Douglas Sirk, y una mirada desoladora de la condición humana, más allá del marco primorosamente bordado del melodrama de época – y es estupenda, vigorosa, brutal como una bofetada a la cara y enternecedora como una caricia, simultáneamente.
El truco aquí es ver trabajar a Kate Winslet y no perderla en ningún momento, de vista: su trabajo es incandescente y queda ahí, como Silvana Mangano en Arroz amargo o Anne Bancroft en El Graduado: para las épocas. Y eso, hay que verlo, por que en estos tiempos, en que el cine es casi siempre complacencia y no reto, esto ya no sucede con frecuencia.
Sólo un sueño/Revolutionary Road
Con Kate Winslet, Leonardo DiCaprio, Michael Shannon y Kathy Bates
Dirige: Sam Mendes
Estados Unidos 2008
El lugar es Connecticut: calles arboladas, casas amplias y luminosas, niños en el prado, mesas bellamente dispuestas. El tiempo es finales de los 50, principios de los 60: retrato del sueño americano en pleno, con la inocencia (quizá salpicada con ciertos resabios de puritanismo) del matrimonio joven, la idea de la familia ideal. Y luego, por debajo de esta capa de bonita pintura, yace subversivo, el desencanto. La inseguridad y los celos, el ansia. El odio que todo lo consume como incendio. Los sueños rotos.
Este es el mundo que Richard Yates explora, desenmascara y señala en su formidable novela (hoy de culto) Vía Revolucionaria – en realidad, es un juego de palabras: Revolutionary Road es el nombre de la calle donde los Wheeler, protagonistas de su historia, se instalan de recién casados. Y es también el camino a la transformación a la que van a dar los dos a lo largo de esos primeros, convulsos años de unión en un mundo en constante cambio.
En su más reciente filme, que llega a las pantallas mexicanas con el atroz y estúpido título Sólo un sueño (¿pero en qué están pensando, gente? ¡Esto no es una comedia romántica!) Sam Mendes toma esta trama e imprime en ella su segunda mirada a las complejas texturas de la vida de la clase media suburbana estadounidense, diez años después de su brutal debut con American Beauty. Así, crea imágenes extraordinarias, memorables, salvajes.
Kate Winslet (quien en la vida real es Mrs. Mendes, claro) hace una creación dolorosa y magnífica – que por momentos recuerda esas portentosas interpretaciones que solía hacer Liv Ullmann para Bergman, aún cuando ya no estaban enamorados- de April Wheeler, una mujer generosa y confundida, que trata de trascender a ser una simple ama de casa y nada más, mientras que ve cómo su marido, Frank (un Leonardo DiCaprio que poco a poco ha ido logrando madurez, aunque aquí a veces se le escabulle al director y cae en su vicio de estridencia y sobreactuación, especialmente en los momentos críticos) se revela como un hombre en quien se multiplica la angustia y desesperación al ver que los formulismos convencionales parecen crecer y asfixiarle.
Así, en manos de estos dos, que se reúnen, más de una década después de la horripilante (pero archipopular) Titanic –curiosamente, aquí también los acompaña, como en aquella ocasión, la imponderable Kathy Bates-, la película mantiene un tono y una forma; tiene la atmósfera de esos días perdido y así, es por turnos un homenaje al esperpéntico melodrama de Douglas Sirk, y una mirada desoladora de la condición humana, más allá del marco primorosamente bordado del melodrama de época – y es estupenda, vigorosa, brutal como una bofetada a la cara y enternecedora como una caricia, simultáneamente.
El truco aquí es ver trabajar a Kate Winslet y no perderla en ningún momento, de vista: su trabajo es incandescente y queda ahí, como Silvana Mangano en Arroz amargo o Anne Bancroft en El Graduado: para las épocas. Y eso, hay que verlo, por que en estos tiempos, en que el cine es casi siempre complacencia y no reto, esto ya no sucede con frecuencia.
Sólo un sueño/Revolutionary Road
Con Kate Winslet, Leonardo DiCaprio, Michael Shannon y Kathy Bates
Dirige: Sam Mendes
Estados Unidos 2008