En los años 80, Michelle Pfeiffer se convirtió en una de las estrellas más populares de la pantalla, no sólo por su belleza, sino por su innegable talento interpretativo. Desde 2002, no había protagonizado una película, y sólo tuvo breves participaciones en Stardust y Suéltate el Pelo/Hairspray, por lo que el estreno de su primera cinta como protagonista desde hace tanto tiempo, es causa de expectación para sus admiradores. Así pues al llegar Nunca podría ser tuya, puede decirse que la espera ha valido la pena, aún si le resultado es más bien tibio. Esto se debe a que, pese a las intenciones de un guión que a primera vista parece original, el producto al final es rutinario.
¿Por qué las comedias románticas siempre tienen que ser todas iguales? Esta es la pregunta que se debía formular Amy Heckerling, la directora antes de rodar. Su intención aparente, era cambiar rotundamente esta costumbre de que todas las películas de este género producidas en Hollywood, obedecen a una misma fórmula. Será por eso que, como hiciera hace algunos años con la comedia para adolescentes (en Ni Idea, de 1995, que fue una sorpresa refrescante en su momento) decidió filmar una película innovadora, con gags inteligentes e interpretaciones de primera calidad, algo similar a lo hecho por Nancy Meyers en Alguien tiene que ceder (2003), que supo utilizar las convenciones del género – y el radiante carisma de Diane Keaton- para su beneficio.
Sin embargo, pese a este buen propósito, y a la presencia luminosa de la Pfeiffer, la película se queda a medio camino. Al principio, la química aparente del romance mujer madura/treintañero que se da entre Rosie(Michelle) y Adam (Paul Rudd) funciona y el guión parece sólido, por lo que, junto con las actuaciones de la brillante actriz juvenil Saoirse Ronan (Expiación) y Tracey Ullmann (como la mismísima Madre Naturaleza), parece apuntar a una comedia brillante. Desafortunadamente, a la mitad, la película se sumerge en los típicos clichés del género – acaso esto sea obra de esos temibles focus groups, que los estudios utilizan para ‘darle gusto al consumidor’ y acaban arruinándolo todo- con amores y desamores, engaños y desengaños que no llegan a ninguna parte. A medida que avanza la película, el guión sufre una lobotomía e inexplicablemente se estupidiza, aunque las actuaciones siguen siendo de primera, por lo que es más evidente el desperdicio.
El principal pretexto para ver la película, Michelle Pfeiffer en su retorno estelar, funciona perfectamente: la actriz conserva su naturalidad y belleza intactas; esto es un punto interesante, sobre todo, porque la película, posiblemente sin su presencia, no hubiera existido. Se come literalmente en sus escenas a Paul Rudd y establece un buen vínculo con Ronan como su hija, Issie. Realmente, es verla lo que justifica la cinta; su carisma relumbra y no parece muy lejana de esos momentos de gloria que tuvo con Relaciones peligrosas (¡en 1988!) o La Edad de la Inocencia (en 1993), sin haber perdido un ápice del sex appeal que exudaba ya para Tim Burton en Batman regresa (hace más de quince años).
Por lo demás, la Heckerling – que es una directora capaz y lo había demostrado antes con otros filmes como la clásica Fast Times at Ridgemont High (1982) que le dio una carrera a Sean Penn- aquí cumple y entrega una película que resulta del montón, salvada sólo por su reparto y algunos diálogos realmente divertidos y situaciones un poco menos comunes de lo habitual, sin embargo, no es lo que pudo haber sido si no se hubiese esforzado tanto en complacer. Esta es para aquellos que – tal vez con nostalgia- recuerdan cariñosamente a Michelle Pfeiffer y los que van al cine a ver una comedia romántica, pensando en salir a cenar inmediatamente después, para olvidarse de lo que han visto antes que llegue el postre.
Nunca podría ser tuya/I could never be your woman
Con Michelle Pfeiffer, Paul Rudd, Saoirse Ronan, Sally Kellerman y Tracey Ullman
Dirige: Amy Heckerling
Estados Unidos/Reino Unido, 2007