2 may 2009

Cargo 200, de Alexander Balabanov - por Juan Carlos Gea

Juan Carlos Gea



Cuando las cosas empiezan a ponerse realmente duras en la estremecedora “Cargo 200”, el instinto de supervivencia de espectador con unos cuantos festivales de Gijón a la espalda (y sus esporádicos tremendismos rusos) te recomienda dar un salto de lo realista a lo simbólico, distanciarte y empezar a leer las demoledoras imágenes de Alexander Balabanov (De monstruos y hombres) en clave alegórica; lo que se está contando no es sólo un suceso terrible: es un retablo sobre el desmoronamiento de la Unión Soviética en clave de “thriller” faulkneriano (referencia literaria que, partiendo de pasajes casi calcados de “Santuario” y trasladada a la Madre Rusia, lleva en línea recta a Dostoievsky).



Pero la verdad, la de la película y la de lo que se narra, no se compadece por completo con esa lectura simbólica. Los sucesos (en el significado más periodístico de la palabra) que narra “Cargo 200” están basado en hechos reales, por lo que cualquier posible interpretación en clave ha de tener en cuenta inevitablemente el lastre de realidad monda y sin sublimaciones en que se funda la recia película de Balabanov.



Su gran virtud está en soldar ambos planos de modo que resulten inseparables. En el más pegado a tierra, “Cargo 200” relata un caso policial en el que se funden el secuestro y violación de una menor, la corrupción de las estructuras de poder soviéticas, la sangría de la guerra de Afganistán, el desfondamiento moral de la sociedad y el desmoronamiento del andamiaje ideológico del régimen, con absoluta naturalidad: pegando la cámara a una realidad terrible y filmándola con buen pulso. Con ese documento, en clave realista, bastaría.


Pero además “Cargo 200” se deja ver como una alegoría tan absolutamente subyugante de ese cuadro de colapso histórico que resulta difícil pensar que Balabanov no lo tenía en mente. Para no destripar la película, me limito a sugerir a quienes la vean que intenten mirar a la joven raptada como a la sufrida Rusia, y que ajusten el resto a tenor de ese símil. Y que pongan todo lo visto sobre el trasfondo las conversaciones entre el expresidiario utopista y el catedrático de ateísmo científico que al final, corre a la iglesia esperando que Dios acuda a poner orden en el apocalipsis de una utopía.

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