Paxton Hernández
Sid Haig en La casa de los mil cuerpos es la antítesis de Masacre en cadena, ya que es un filme donde el artificio visual es desatado, incluso demencial. En él, el tono dominante ya no es naturalista sino surrealista)
El hallazgo del horror onírico
La casa de los 1000 cuerpos (House of 1000 corpses, EU, 2003), trepidante debut del rockero, videoclipero y sorprendente estilista fílmico Rob Zombie (Los renegados del diablo 05, el remake de Halloween 07), se adentra en territorio propio y narra las oscuras peripecias a las que se verán sometidos cuatro chicos citadinos buena/mala onda, Jerry (Chris Hardwick) y Dennise (Erin Daniels), Mary (Jennifer Jostin) y Bill (Rainn Wilson), primeramente al conocer al Capitán Spaulding (Sid Haig) y su Museo de Asesinos y Monstruos, luego ansiosamente deseosos de conocer al Dr. Satán (Walter Phelan) ser manipulados/seducidos/capturados por la curiosa familia atípicamente sureña y demente, encabezada por Mother Firefly (Karen Black), la ninfómana hiper cachonda-violenta Baby (Sheri Moon), el quemado-retrasado gigante Tiny (Mathew McGrory), y el ojete Otis (Bill Moseley), y progresivamente ser humillados, torturados, y acabar en un ritual que los llevará a las profundidades del mismísimo Subsuelo para conocer al Dr. Satán himself, sólo para confirmar sus sospechas: el Coco existe y lo han encontrado.
Hallazgo de un virtuosístico progreso dramático del relato que toca los nervios de forma audaz, dura, valiente, que transita desde el tedio-nerviosismo hasta el más vertiginoso clímax del que se tenga reciente memoria.
Hallazgo de una estructura narrativa a primera vista simple, pero inteligentemente fragmentada e incrustada por falso footage, visual y/o sonoro, que sirve las veces de representaciones plásticas de la Memoria, la Fantasía, el Sueño, la Pesadilla, o la Realidad física, formidablemente estilizadas a base de fotografía granulosa reventada, negatividad fotoquímica del rollo, pantalla dividida, inversión cromática de filtros en el mismo plano, todo para la creación de texturas, atmósferas y ambientes dentro del filme-pastiche.
Hallazgo de una nueva revisión total de los terrores, fobias, y tendencias criminales de la América más Profunda, ya audazmente visitada por el Camino hacia el terror (Schidmt, 2003), y la magistral 29 palmas (Dumont, 2003), que plasma sin pudor los pálpitos psicóticos, la maldad en su estado más puro y destilado, pero ahora consciente de sí mismo y de sus posibilidades destructivas-placenteras, todo con vocación nihilista-destructiva.
Hallazgo de la perfecta antítesis a la enajenación maquinesca de Jason (Cunningham, 1980-?) o Michael Myers (Carpenter, 1978-?), siendo una perversidad ahora sí atada a la voluntad humana, a la razón y al cálculo.
Hallazgo del establecimiento de dicotomías esenciales para el conocimiento, el crecimiento y la simpatía ganada de los protoganistas-víctimas: por un lado Carisma/Anticarisma en Jerry y Bill y por otro, Virginidad/Cachondez en Denise y Mary, sólo con el fin de volver sus torturas algo escalofriante y hasta insoportable.
Hallazgo de una devastadora leyenda urbana límite, a la vez inmoral y amoral, nutrida golosamente a su vez por antiguas leyendas urbanas ("¡Ese apestoso Yeti fornicó con mi esposa!", las porristas desaparecidas, la antropofagia sureña) y disparando un universo interno asombrosamente coherente y lógico, para la delicia de los fabricantes de nuevas leyendas urbanas o rurales.
Hallazgo de un pesimista y aniquilador relato con aparente final feliz con virgen-sana-y-salva-de-los-asesinos, pero al final de cuentas "sin esperanza, ni redención, ni futuro", lanzando para ultimarse no una palabra, sino un grito tan demencial como sus verdugos.