Miguel Cane
Surgida de los escenarios de Broadway, esta película, realizada en 1962 con un presupuesto mínimo y gran entereza por el cineasta Arthur Penn, ha sobrevivido a la prueba del tiempo, manteniéndose como un gran clásico del cine y como una de las cintas más conmovedoras y auténticas acerca de lucha por la vida, en este caso, contra la adversidad total. Por supuesto, se trata de la historia real de Helen Keller.
La cinta abre con impactantes tomas de una pequeña (Patty Duke, en una actuación galardonada), que vagabundea convertida en una especie de espectro salvaje, en las cercanías de la casa familiar. Es un tiempo difícil en el sur de los Estados Unidos. La guerra civil aún está reciente y la familia Keller ( Victor Jory, Inga Swenson y el joven Andrew Prine) no sabe qué hacer con ella. Es como un animalito que hace su voluntad sin que sus impedimentos físicos (es ciega y sorda, por ende tampoco habla) la detengan. La dinámica familiar entre ellos es de enorme frustración, hasta que, en un último intento desesperado por evitar que Helen sea recluída en un hospital, entra a sus vidas Annie Sullivan (Anne Bancroft).
Esta joven quedó ciega a la edad de 10 años, pero mediante una serie de operaciones, recuperó suficiente visión para poder subsistir sin ayuda. Helen es su primera alumna, su experimento para ayudar a otros. Annie no será condescendente ni paciente con ella. No le tendrá lástima ni temor. Su propósito es alcanzar a Helen en su isla de soledad y no se detendrá, por horrible que sea hacerlo, hasta lograrlo.
Las interpretaciones por parte de este dúo histriónico protagonista (que repiten los roles creados en los escenarios teatrales, desafiando al estudio, que deseaba llevar a Deborah Kerr, entonces una gran estrella, en el rol principal), son impactantes en su sinceridad brutal. La emoción se vuelve tangible para el espectador mientras una y otra se van despojando de sus defensas y aversiones para descubrir algo nuevo en ellas, el milagro al que hace referencia el título de la película.
La Bancroft brilla especialmente, al lograr su primer trabajo digno de respeto, tras años de trabajar incansablement como figurante y en películas de la serie B. Aquí proyecta la sensación de soledad y reto de Miss Sullivan. Uno la ve y siente que ella es la maestra que hará hasta lo imposible por romper el cascarón de ira y silencio que cubre a la pequeña Keller, volverla un ser humano.
La dirección de Arthur Penn (que seguiría este estatus clásico con Bonnie & Clyde) es soberbia y lleva a su reparto a niveles pocas veces alcanzado por un equipo de actores ante un proyecto con limitaciones que se ven superadas con creces -- como se rehusó a seguir los parámetros de la MGM, su presupuesto fue cortado a la mitad- y convierte su trabajo (una colaboración estrecha con el dramaturgo William Gibson, que elaboró con amor el guión basado en su obra) en una auténtica reproducción de un triunfo a la vida, transmitiéndolo todo con juegos de luz y sombra captados por el cinematógrafo Ernesto Caparrós (Cuba, 1907), que crea atmósferas lo mismo siniestras -- en el mundo silencioso y estéril donde Helen está atrapada al principio- y gloriosos al poder abrirse.
La Maestra milagrosa es un filme difícil, doloroso, pero cuya recompensa es un mensaje de optimismo ante el indomable impulso de la naturaleza humana, para lograr sus propósitos. Helen Keller dijo años más tarde, cuando ya se había convertido en una mujer extraordinaria "Aunque el mundo puede estar lleno de sufrimiento, también lo está de ganas de vencerlo." Y eso mismo es lo que nos muestra con estas preciosas imágenes uno de los filmes más memorables del siglo XX.