Rocío Fondevila
Cambio de registro para el director de Notting Hill, Roger Michel. Se trata también de una historia de amor, pero esta vez, mete en la misma cama, con violencia, a una mujer de 60 años y a un hombre de 30, que, además, resulta ser el “novio” de su hija. Esta vez filma en Londres, con crudeza, un nido de egoísmos, frustraciones y llamaradas de deseos intempestivos. Al elegir este tema, tratado con una habilidad consumada por el guionista Hanif Kureishi, Roger Michel no se ha pasado del todo al campo del cine europeo. No renuncia a sus maneras hollywoodienses, pero tampoco huye ante el tema.
Resulta de ello una película valiente y desconcertante, curiosa a fuerza de dividirse entre dos tradiciones, servida por actores dispuestos a asumir riesgos. Y, en primer plano Anne Reid, pasando revista a todo un abanico de emociones que su personaje ya no creía poder alcanzar, nos deja consternados.
La razón de este cambio se llama Hanif Kureishi. El escritor inglés (Intimidad, adaptado por Chéreau) se ha ocupado a solas del guión de The Mother.
Empieza con la visita de una pareja de jubilados a su hijo al que parece haber sonreído la fortuna. Ni éste, ni su mujer, ni los hijos tienen tiempo ni ganas para ofrecer a los dos viejos una bienvenida civilizada. Se podría decir que son tácitamente invitados a dejar el territorio libre y a volver por donde vinieron para llorar en su casita de las afueras por la desaparición de los valores familiares.
Sin que haya una relación establecida causa-efecto, el abuelo muere justo después. Y ahí empieza el gran tema de la película: la resurrección de la abuela, invisible hasta entonces, y que pide instalarse en Londres, en casa de sus hijos, sine die.
The Mother es ella, May, sexagenaria, ocupa por turnos en casa de su hijo y de su hija (escritora frustrada).
Molestando en todas partes, teniendo que valerse por sí misma, May deja de vivir como un peso muerto al desear con violencia al joven carpintero que construye un salón de invierno en casa de su hijo y se acuesta con su hija...
El cuadro hiperrealista de esta familia no está carente de nervio. Se podría reprochar a Kureishi el presentar demasiada ropa sucia para lavar: sobre todo entre la madre y la hija. Pero la actriz Anne Reid con elegancia consigue su apuesta más difícil: mostrar la sexualidad de la abuela sin tabúes, no como la última maravilla que haya que aplaudir, sino como una realidad irrefutable, aunque eso signifique molestar seriamente a los demás.
Reflexiones sobre May (puede contener spoilers y fantasías personales):
Su vida era sencilla, girando alrededor de su marido. Colocar incansablemente las zapatillas que dejaba tiradas, no conocer otro placer que el de cocinar para satisfacer su estómago. Su alma, su cuerpo, todo era de él, de sus hijos que ya se habían hecho grandes, de un orden social demasiado voraz. ¿Y todo lo que conforma a una mujer, los deseos personales, la curiosidad de observar el vasto mundo que se extiende más allá de su hogar? Todo lo había olvidado, se había olvidado a ella misma, simplemente.
Los años de matrimonio habían terminado por encerrarla en automatismos poco estimulantes pero que la hacían sentirse segura... Todas las obligaciones que una se impone. La espada de esas reuniones familiares donde hay que extasiarse hasta con las cacas del pequeñín de la familia. Cada cual suelta su estribillo para intentar colmar la falta de comunicación. ¿Hay amor? Sí. Pero también celos, odios. ¿Uno no puede cambiar su propia vida? pues entonces se critica la de los demás. Todos parecen susurrar: “¡Ay, si yo fuera tú, lo habría hecho mucho mejor!”
Todos sonríen con beatitud, pero nadie se lleva a engaños. Una vez que cae el telón sobre el gran teatro familiar, cuando se sale de la representación, nos encontramos agotados frente a la soledad, frente a la acritud, a los rencores acumulados. Menos mal que los padres vuelven a su casa, menos mal que los niños se quedan en la nuestra...no nos engañemos, es un sucedáneo de felicidad. En verdad todos sufren por no poder ser ellos mismos y se asfixian en el molde en el que intentan fundirse para responder a lo que se espera de ellos. Todos, a la vez, víctimas y verdugos, cada cual intenta mentirse a sí mismo como puede, volviendo a su rutina tranquila y segura. Cada cual se traga cada día su ración de felicidad inventada.
Así, cuando el marido de May muere de golpe, sin avisar, todo el universo se desmorona. Ella esperaba morir con él o antes que él. Pero se queda ahí, incapaz siquiera de pensar en el día siguiente. Cuando ya no hay zapatillas que recoger, la vida se queda vacía...
Se encuentra frente a una vida completa, terrible... pero saludable. Pues toda esa vida que se olvidó de vivir, toda esa persona que ha olvidado ser, le remonta desde muy lejos, le remonta a la garganta como un grito de espanto, un grito de tristeza. Después, poco a poco, ese grito deja sitio a un sentimiento extraño: como hambre, apetito de vivir, de volver a aprender a amarse a sí misma, para sí, ya no más para los otros, atreverse a ser lo que es, asumirlo...
May es una mujer que se reencuentra, que se descubre, y que va a ser descubierta por todos los que la rodean. La veían acabada. Se sentían obligados a sostenerla, listos para llevarla como una carga abatida e inútil... Pero ella se endereza, va a avanzar hasta allí donde nadie se atreve a ir, barrer todo como si se tratara de un huracán. ¡May no ha dejado de sorprendernos!
En resumen, es una película bonita. Emotiva como un nacimiento... (o como un renacimiento). Y, al mismo tiempo, es una película que descoyunta, que desenmohece, que descascarilla todas las estratagemas de una sociedad frecuentemente castrante. Todos los personajes son justos, y sus relaciones son terribles, mezcladas de amor y crueldad. Volamos por encima de esta familia y si soportamos el hecho de reconocernos a nosotros mismos es gracias a ese humor “so british” que se atreve a decir las peores cosas pero, tan educadamente que se le perdona todo.
Color: 35 mm/ Drama
Nacionalidad: REINO UNIDO
Año de Producción: 2003
Duración: 112 minutos