Miguel Cane
Surgida a mediados de los 70, era en que muchas cintas mostraban a la humanidad cada vez más desesperada ante la inminencia de un futuro incierto e inhumano, esta película, considerada un clásico de culto gracias a su director, elenco y elementos de realización, es vista hoy día más como una curiosidad de su tiempo, que como la auténtica obra de estilo y portento por parte de su director y protagonista que es, algo que no debería ser ignorado, ya que es su principal razón de existir.
Susan y Alex Harris son un matrimonio en crisis. Ella (Julie Christie) es una mujer dulce y sensible, psicoterapeuta especializada niños, en contacto con la esfera de sus emociones y sentimientos; él (Fritz Weaver) es una luminaria de la ciencia y la robótica, que antepone la razón antes de cualquier cosa, incluida su familia. Después de la muerte por leucemia de su única hija, una nena llamada Marlene (Michelle Stacy), los dos se encuentran más lejanos el uno del otro que nunca antes: ella busca sanar su inmenso dolor ayudando a otros pequeños, mientras él se vuelca en la creación de una inteligencia artificial que, al funcionar, podrá encontrar la cura a todas las enfermedades y desgracias que asolan al mundo moderno.
Ahora lo único que los Harris tienen en común es una hermosa mansión “inteligente”, donde una computadora realiza las funciones domésticas y los restos de su amor quebrantado, por lo que Alex decide mudarse a su laboratorio y dejar a Susan en libertad, aún si ésta se muestra reacia a la ruptura.
En el marco de este conflicto Alex crea a Proteus IV (con la tersa y amenazadora voz de Robert Vauhgn), una supercomputadora que, al tener una inteligencia incluso más avanzada que la de su creador, pronto establece su propia voluntad y al estar consciente de su propia “mortalidad” como aparato, resuelve de algún modo “encarnarse” para transferir su inteligencia a un cuerpo humano y así trascender a sus circuitos, garantizando su supervivencia. Es, mediante una terminal que Alex deja activa en su residencia, que Proteus descubre a Susan, la observa y decide utilizarla – del mismo modo en que los encantadores vecinos ancianos utilizan a Mia Farrow en El Bebé de Rosemary (Polanski, 1968)- para concretar su monstruoso plan.
Inspirada en una novelita pulp de ciencia ficción escrita por el hoy muy famoso Dean Koontz, la cinta fue concebida por Cammell como una forma de explorar visualmente un futuro a la par inmediato y alucinante. Esta era una especialidad del autor (que se suicidó en 1996), originalmente artista gráfico y experto en crear composiciones estremecedoras y fascinantes en sus escenas. Dio muestras de esto al realizar como su debut – de la mano del formidable Nicolas Roeg-, en 1970, la cinta Performance, que también generó un fuerte seguimiento de culto.
En Demon Seed, valiéndose de lo que entonces eran de los primeros diseños generados por computadora (los tatarabuelos, por así decirlo, de los efectos CGI) y de su propia imaginación, Cammell consigue establecer escenas vivamente visuales, ricas en detalles que construyen una atmósfera de angustia y claustrofobia, todo visto a través de los ojos de Susan y Proteus. Donde la visión de Proteus es calculadora y desapasionada, la percepción de la mujer está perneada por una sensación de angustia ominosa que nos coloca en su posición vulnerable.
En la época de estreno del filme, Julie Christie era una de las estrellas más célebres del mundo y su elección de realizar esta cinta causó desconcierto, sin embargo, es una actriz que se distinguió siempre por sus decisiones valientes y el resultado es notable; su sola presencia eleva la película de ser un experimento técnico y visual, proporcionándole más substancia al estilo: es por ella que la –por decirlo de alguna manera- inconcebible concepción que se lleva a cabo en el clímax de la cinta, se convierte una de las secuencias más extraordinarias, en todos los sentidos y por su implicaciones, filmadas hasta ese momento y si bien la cinta “ya dio el viejazo” en el aspecto tecnológico, gracias a sus innovaciones gráficas, al destacado trabajo de Christie – prácticamente esta es una pieza para mujer y computadora casi exclusivamente-, la dirección convulsiva de Cammell y un desenlace desconcertante, posee un efecto permanente que hace que todo aquel que la haya visto al menos una vez, no consiga nunca olvidarla del todo y el convertirse en un filme inolvidable es realmente un privilegio al que muy pocas cintas, de cualquier época, pueden acceder.