Con casi dos años de retraso – después de haber figurado en el pasado circuito de cine francés - se estrena comercialmente en México la segunda cinta de Isabelle “Zabou” Breitman, coescrita con Agnès de Sacy, El Hombre de su vida. La cinta, que ha cosechado críticas favorables en su peregrinar por Europa y América, es un melodrama que explora la relación de un matrimonio convencional y su vecino, que es todo lo contrario.
Un verano, la pareja compuesta por Frédéric (Bernard Campan), y Frédérique (Léa Drucker) pasa las vacaciones en su finca campestre, con su hijo pequeño (Antonin Chalou) y algunos amigos. Es el retrato del descanso burgués: música, comida al fresco, carreras por el bosque... esta rutina es rota por la aparición de su vecino de al lado, Hugo (Charles Berling), un diseñador gráfico exitoso, que vive solo, nada desnudo en su piscina y es abiertamente homosexual.
Una noche, durante las vacaciones, Fréderic y su mujer lo invitan a cenar y la velada se extiende hasta el amanecer, con ambos hombres sosteniendo una larga charla que toca todos los temas, incluso la sexualidad, la inercia de la vida familiar de uno y la exclusión del compromiso por parte del otro, mediante una serie de aventuras casi compulsivas. Ambos tienen muy poco en común, no obstante, a partir de esa conversación surge entre ellos una intensa relación que trasciende incluso los formulismos de la amistad, para sorpresa de ambos y de la esposa de Fréderic, que se descubre a sí misma al principio desconcertada, posteriormente algo desconfiada y después asombrada ante cómo el vínculo la toca a ella y cambia su percepción de ciertas cosas.
Desafiando toda expectativa, la cineasta opta por mostrar las entretelas de la amistad entre dos hombres sin que importe su preferencia sexual con un trato sutil y profundo; de este modo se contraponen los simbolismos del código masculino. En la vida real, la amistad entre heterosexuales y homosexuales suele ser vista con sospecha, como si no fuera posible que ésta se diera sin ningún tipo de interés de seducción o dominio oculto por parte del gay para con el hetero.
Aquí, aún siendo una narración ficticia mediante imágenes, se desmiente ese cliché para mostrar a los personajes con sus defectos intactos y sus ansiedades manifiestas. Esto se ve en una de las escenas más conmovedoras de la cinta: cuando ambos hombres hacen jogging por el bosque uno se lastima el tobillo y el otro lo lleva en su espalda de vuelta a casa, en una espléndida toma situada en un campo de girasoles entre el que apenas se vislumbra la figura de los hombres, volviéndose una escena icónica que resume el nexo entre los protagonistas.
Donde sería fácil, en otras manos, extrapolar el melodrama con recursos baratos y ordinarios, Isabelle Breitman conforma su película con un ritmo pausado y un profundo respeto por sus personajes y la situación que representan. Acaso esa misma sobriedad puede resultar empalagosa para el espectador que no está acostumbrado a la ambigüedad o la sutileza, pero el resultado es más allá de esto, satisfactorio del todo.
Se trata de un intento sincero de retratar a dos hombres en un punto de sus vidas, que encuentran un punto de toque con alguien que no tiene nada en común con quienes son. Bellamente realizada e interpretada, es una película que debe ser vista y comentada, más allá de lo ‘controversial’ de su temática, como un espejo lleno de posibilidades para desbancar prejuicios. Si lo consigue, su objetivo de mostrar que el afecto no sabe de etiquetas y preferencias, habrá sido alcanzado con creces.
El hombre de su vida / L'Homme de sa vie
Con Bernard Campan, Charles Berlina y Léa Drucker
Dirige Isabelle ‘Zabou’ Breitman
Francia/Bélgica 2006