Miguel Cane
Este filme del exhibicionista pero brillante Tony Scott (que por cierto, y para seguir con la tendencia del Hollywood actual es una especie de remake de una película casi desconocida de 1987 y que irónicamente iba a ser dirigida por Tony, por lo que se obsesionó con la idea de hacer su versión) John Creasy (Denzel Washington) es un ex operativo de la CIA que ha caído en desgracia: es alcohólico y suicida.
Su cuate Rayburn (Christopher Walken), ahora retirado y residente en México, le consigue chamba como guardaespaldas/ niñera de Lupita "Pita" Ramos (la niña prodigio Dakota Fanning, que es como Jodie Foster versión post-moderna) sensacional y vivaz hijita del matrimonio conformado por el estúpido junior de Las Lomas Sam Ramos (el boricua-neoyorquino Marc Anthony, en la clase de papel que, sin esforzarse, alguien como Jaime Camil podía haber hecho mucho mejor) y su bella esposa gringa, Lisa (Radha Mitchell), que tienen pánico ante una ola de secuestros: 24 en tres meses (ojo, la película se rodó entre abril y julio de 2003, así que lo que sonaba exagerado entonces, hoy día es realidad).
Por supuesto que Creasy no es el mejor candidato para ser como una versión empistolada de Julie Andrews en Mary Poppins, pero el truco funciona: los dos actores tienen una química excelente y se nota, juntos son casi los únicos personajes humanos en un mundo saturado por seres repelentes y ambiciosos, empezando por el vulgar abogado familiar, interpretado por lo que queda de Mickey Rourke (prácticamente irreconocible después de una espantosa cirugía plástica —la vanidad sale muy cara y a él le costó la carrera).
En vista de que la película se llama Hombre en Llamas y no El Guardaespaldas II, es evidente que las cosas se van a poner feas rapidísimo y sucede cuando a la primera hora, Pita es secuestrada (nada menos que por Roberto Sosa y Carmen Salinas) y asesinada. Ahora sí que literalmente arde Troya, y Creasy se lanza como poseso a acabar con todo aquel que se haya beneficiado o haya participado en el rapto: lo mismo criminales que policías corruptos (entre ellos Chucho Ochoa, que se roba —como ya es su costumbre— todas las escenas que hace) e incluso gente muy, muy cercana a la güerita.
Aunque la trama es bastante predecible, el guión tiene suficientes matices y sus evidentes limitaciones son rebasadas con creces por su elenco, especialmente Dakota y Denzel —uno no puede sino creer que efectivamente se quieren y significan algo en sus solitarias vidas de pobrecita niña rica y borrachín consuetudinario con ganas de matar(se). Igualmente bien está Angelina Peláez en su papel de monjita, que con una sola línea, logra establecer todo el leit motiv de la cinta y no se puede olvidar aun si desaparece en el impresionista mural mexicano que es el aspecto mexicano de la película.
Es de admirar el trabajo de Scott para crear una cinta larga que corre como agua, con un estilo visual único y suntuoso, aprovechando sus locaciones —que van de la Condesa y el Parque México a Las Lomas de Chapultepec a las ciudades perdidas de Santa Fe y Neza—, en las que contó con el apoyo del equipo de Hartos Indios (Carlos Taibo y amigos) que aportaron mucho para crear esta imagen convulsa y espeluznante de una pesadilla estadunidense que es el pan nuestro de cada día, justo aquí. Queden advertidos, ésta no es su película palomera habitual, pero al verla tampoco será tan fácil que puedan sacársela de la cabeza.