Miguel Cane
Es bien sabido entre admiradores del género, que una película de suspenso y terror, para ser realmente efectiva, no necesita apoyarse en el exceso de gore y violencia, sino en la atmósfera. Muchas veces, sin este engañosamente simple elemento, la identificación entre espectador y tema no se da y el resultado es, las más de las veces, mediocre y vulgar.
La atmósfera es lo que vuelve plausible la situación que genera ansiedad, por más inverosímil que sea; ejemplos notables son la vida cotidiana de la heroína tal como la retrata Roman Polanski en la magistral El Bebé de Rosemary (1968), en que no tenemos dudas para creer que algo siniestro se gesta no sólo dentro, sino en torno a Mia Farrow, o las escenas de adolescencia suburbana de clase media creadas por John Carpenter en su clásico Halloween (1978) que desde entonces han sido [mal] imitadas hasta el cansancio, en clones baratos.
De hecho es el elemento que mejor funciona como anzuelo y trampa en Hotel sin salida, thriller de Nimrod Antal, su debut en Hollywood después de la inquietante Kontroll (2003), que generó buena respuesta en el circuito internacional de festivales y que fue realizada en Hungría, donde residió durante varios años; en esta rinde, de paso, homenaje (algo obvio) a clásicos del género como Psicosis (1960), de Hitchcock y El Resplandor (1980) de Kubrick.
El matrimonio de Amy y David Fox (Kate Beckinsale y Luke Wilson) [ella estupenda, como en casi todo y él bien, pero un tanto fuera de cancha] está literalmente en las últimas boqueadas.
Han pasado por cosas terribles, entre ellas, el trauma de la muerte de su único hijo y recién se han escabullido de una onerosa reunión familiar en la que sólo se ha elevado al tensión entre ambos, por lo que van de vuelta a Los Ángeles a aplicar, de plano, la eutanasia a ese constante flujo de dimes-y-diretes en el que se ha tornado su vida en común.
La trama recurre entonces a un elemento ordinario como detonante: el auto se descompone en la carretera y la pareja va a dar al motel Pinewood, donde el empleado de mostrador (un casi irreconocible Frank Whalley) hace parecer a Norman Bates como persona sensata, centrada y muy racional. La habitación donde pasarán la noche, a todas luces, es un mugrero, tan así que Amy de inmediato anuncia “esta noche duermo vestida” y uno, como espectador, se identifica: sí, alguna vez hemos tenido que parar por emergencia en un lugar así y la grima provocada por el sitio es completamente creíble. A esto me refiero yo por atmósfera. Las cosas no mejoran cuando descubren, para su creciente horror, la clase de películas (snuff films) que el motel ofrece por circuito cerrado… y lo peor, es que ellos son los próximos protagonistas de una de ellas.
El snuff, más allá de leyenda urbana, es algo real y perturbador (como lo abordó en 1996 Alejandro Amenábar en su propio debut en largometraje: Tésis) y aquí el director lo presenta sin artificios: el ritmo con que mueve a los personajes es implacable y si bien hay una sensación de que esta historia ya la hemos oído o visto antes, el trabajo de edición contribuye a que la atmósfera (de nuevo ese truco que realmente es el que valida la cinta) sea tensa, claustrofóbica y efectiva: nosotros sabemos desde el principio qué es lo que espera a estos dos gringos neuróticos, pero no podemos despegar los ojos de la pantalla. Quieres saber cómo va a acabar y puede que no sea como lo anticipas.
Eso es algo que Eli Roth, en sus dos espectacularmente guarras (aunque de culto) Hostal no pudo conseguir; aquí los personajes no son “castigados” – como dicta la añeja regla del slasher film- por su concupiscencia o irresponsabilidad. Aquí sólo son ratas atrapadas que cayeron en el lugar equivocado en el peor momento. Como Amy, Kate Beckinsale especialmente, transmite su angustia sin telegrafiarla; realmente parece sentir el agobio que proyecta, desde el principio. Acaso Vanessa Redgrave, en su hoy muy lejana juventud, pudo presentar una actuación de este calibre y Kate trasciende incluso la media del material que le proporcionan. Hotel sin salida no es una gran película, pero funciona bien al despojarse de esa pretensión; consigue que el espectador se pliegue a su irracional narrativa y esto es obra y gracia de ese pequeño detalle llamado atmósfera.
Hotel sin salida/Vacancy
Con Kate Beckinsale, Luke Wilson y Frank Whalley
Dirige: Nimrod Antal
Estados Unidos, 2007
Es bien sabido entre admiradores del género, que una película de suspenso y terror, para ser realmente efectiva, no necesita apoyarse en el exceso de gore y violencia, sino en la atmósfera. Muchas veces, sin este engañosamente simple elemento, la identificación entre espectador y tema no se da y el resultado es, las más de las veces, mediocre y vulgar.
La atmósfera es lo que vuelve plausible la situación que genera ansiedad, por más inverosímil que sea; ejemplos notables son la vida cotidiana de la heroína tal como la retrata Roman Polanski en la magistral El Bebé de Rosemary (1968), en que no tenemos dudas para creer que algo siniestro se gesta no sólo dentro, sino en torno a Mia Farrow, o las escenas de adolescencia suburbana de clase media creadas por John Carpenter en su clásico Halloween (1978) que desde entonces han sido [mal] imitadas hasta el cansancio, en clones baratos.
De hecho es el elemento que mejor funciona como anzuelo y trampa en Hotel sin salida, thriller de Nimrod Antal, su debut en Hollywood después de la inquietante Kontroll (2003), que generó buena respuesta en el circuito internacional de festivales y que fue realizada en Hungría, donde residió durante varios años; en esta rinde, de paso, homenaje (algo obvio) a clásicos del género como Psicosis (1960), de Hitchcock y El Resplandor (1980) de Kubrick.
El matrimonio de Amy y David Fox (Kate Beckinsale y Luke Wilson) [ella estupenda, como en casi todo y él bien, pero un tanto fuera de cancha] está literalmente en las últimas boqueadas.
Han pasado por cosas terribles, entre ellas, el trauma de la muerte de su único hijo y recién se han escabullido de una onerosa reunión familiar en la que sólo se ha elevado al tensión entre ambos, por lo que van de vuelta a Los Ángeles a aplicar, de plano, la eutanasia a ese constante flujo de dimes-y-diretes en el que se ha tornado su vida en común.
La trama recurre entonces a un elemento ordinario como detonante: el auto se descompone en la carretera y la pareja va a dar al motel Pinewood, donde el empleado de mostrador (un casi irreconocible Frank Whalley) hace parecer a Norman Bates como persona sensata, centrada y muy racional. La habitación donde pasarán la noche, a todas luces, es un mugrero, tan así que Amy de inmediato anuncia “esta noche duermo vestida” y uno, como espectador, se identifica: sí, alguna vez hemos tenido que parar por emergencia en un lugar así y la grima provocada por el sitio es completamente creíble. A esto me refiero yo por atmósfera. Las cosas no mejoran cuando descubren, para su creciente horror, la clase de películas (snuff films) que el motel ofrece por circuito cerrado… y lo peor, es que ellos son los próximos protagonistas de una de ellas.
El snuff, más allá de leyenda urbana, es algo real y perturbador (como lo abordó en 1996 Alejandro Amenábar en su propio debut en largometraje: Tésis) y aquí el director lo presenta sin artificios: el ritmo con que mueve a los personajes es implacable y si bien hay una sensación de que esta historia ya la hemos oído o visto antes, el trabajo de edición contribuye a que la atmósfera (de nuevo ese truco que realmente es el que valida la cinta) sea tensa, claustrofóbica y efectiva: nosotros sabemos desde el principio qué es lo que espera a estos dos gringos neuróticos, pero no podemos despegar los ojos de la pantalla. Quieres saber cómo va a acabar y puede que no sea como lo anticipas.
Eso es algo que Eli Roth, en sus dos espectacularmente guarras (aunque de culto) Hostal no pudo conseguir; aquí los personajes no son “castigados” – como dicta la añeja regla del slasher film- por su concupiscencia o irresponsabilidad. Aquí sólo son ratas atrapadas que cayeron en el lugar equivocado en el peor momento. Como Amy, Kate Beckinsale especialmente, transmite su angustia sin telegrafiarla; realmente parece sentir el agobio que proyecta, desde el principio. Acaso Vanessa Redgrave, en su hoy muy lejana juventud, pudo presentar una actuación de este calibre y Kate trasciende incluso la media del material que le proporcionan. Hotel sin salida no es una gran película, pero funciona bien al despojarse de esa pretensión; consigue que el espectador se pliegue a su irracional narrativa y esto es obra y gracia de ese pequeño detalle llamado atmósfera.
Hotel sin salida/Vacancy
Con Kate Beckinsale, Luke Wilson y Frank Whalley
Dirige: Nimrod Antal
Estados Unidos, 2007