Una fábula siniestra
Miguel Cane
El año es 1976, en la ciudad de Richmond, Virginia, hogar de los Lewis, Norma y Arthur (Cameron Díaz y James Marsden) un matrimonio típico de clase media, que han estado viviendo más allá de sus medios y ahora les crecen los problemas: la escuela de su hijo es carísima, ella necesita una operación y a él, que es ingeniero de NASA, le niegan un ascenso. La cosa no pinta bien, hasta que un día reciben la visita de un misterioso hombre (interpretado por Frank Langella, con un maquillaje impresionante) que les entrega una caja con un botón. La explicación es sencilla: si lo oprimen, recibirán un millón de dólares a cambio de que una persona ajena a su entorno muera. Si no, él se irá y la caja será entregada a otras personas. Así de simple. Pero las consecuencias pueden ser espantosas...
Richard Kelly, director del éxito de culto Donnie Darko, adapta el clásico relato de Richard Matheson, Button, button, y de este modo, deliberadamente retoma el género setentero de la ciencia ficción con estilo, que tuvo su auge con títulos como La invasión de los usurpadores de cuerpos (Kaufman, 1978) o Oestelandia (Crichton, 1973) donde el propósito final trascendía mucho más allá de lo moral y lo fantástico. Kelly ha querido hacer algo similar a esas cintas, pero se engolosina y el paso lento de la película hace que vaya perdiendo fuerza y que el desenlace resulte anticlimático para el espectador. Lo que en un principio es un ensayo sobre la pérdida de ética y de principios, de humanidad en definitiva, y sus terribles consecuencias, da paso a una lucha por la supervivencia donde el bien y el mal parecen no importar si triunfa el amor... lo que vuelve el conjunto muy forzado y poco creíble.
Los actores no son del todo acertados, aunque cumplen. Díaz está muy bien como un ama de casa y madre de familia de su época, pero no tiene quimica con Marsden , cuyos limitados recursos actorales resultan un lastre, más que un acierto. Resulta imposible identificarse con él y sus desventuras nos dejan indiferentes. Lo mejor y más logardo, además de la ambientación perfecta de la época post-Watergate, es la atmósfera angustiosa que se respira al inicio de la cinta, que oprime tanto a los actores como al espectador, el temor ante lo desconocido. Y, por supuesto, hay que reconocer los efectos especiales (como la efectivísima e inquietante prótesis facial de Langella).
El propósito de Kelly con La Caja ostensiblemente, es obtener un equilibrio entre el cine comercial de suspenso y terror, con un producto fiel a su sensibilidad artística, y se nota: los aficionados al género estarán encantados con sus detalles siniestros y alucinantes, pero el desequilibrio entre el tenso y calmado ambiente de fantástico de los setenta y los disparates que tiene que soportar el matrimonio protagonista por lo que es básicamente una fábula con moraleja, acaba por hacer la película más pesada de lo que realmente es: este desequilibrio de tono y ritmo entre sus dos mitades va implícito desde su planteamiento, pero aunque el resultado es una película interesante y con momentos notables e inquietantes – la secuencia de la fiesta haría sentir muy satisfecho al mismísimo David Lynch, por ejemplo-, pero tener disciplina y algo de cohesión narrativa no le habría sobrado, aunque con Kelly ya se sabe que es propenso a esta clase de excesos (véase su esperpéntica, ambiciosa y fallida Southland Tales, que causó desconcierto en Cannes 2006), sin embargo, aunque no es un logro como su cinta debut, tampoco puede decirse que defrauda.
La Caja/The Box
con Cameron Diaz, James Marsden, Holmes Osborne y Frank Langella.
Dirige Richard Kelly
Estados Unidos 2009