Claudi Etcheverry.
Emilio de la Cruz García es un hombre mayor que deja la tranquilidad de su hogar para pasar a una residencia gradual a la que entran personas que debutan de un Alzheimer donde los ancianos se mantienen hasta que algunos casos empeoran y pasan a una planta especial en que se encuentran los que ya no pueden vivir solos. En el hogar de ancianos compartirá habitación con Miguel, un argentino que dará un toque de humor negro y frescura a muchas de las miserias que Emilio encaja mal en su aprendizaje al ver que cada día su cabeza va a menos. Al llegar, lucha por no aceptar lo que le pasa, pero al final no tiene más remedio que entender que el deterioro avanza. Un plan de huida con Miguel y otra interna acaba devolviéndoles al centro tras una breve aventura por el mundo exterior, y al regresar los dos hombres ya no compartirán habitación pero quedan unidos en un acompañamiento tan dulce como sentido, porque Emilio ingresa a la temida planta de los que no pueden seguir solos mientras Miguel acepta la separación y se vuelca a estar a su lado a fin de acompañarlo todo lo que puede.
Una película fresca, respetuosa y tierna que consigue emocionar, aunque con algunos baches de ritmo. Algunas historias accesorias (como la explicación de Magdalena sobre la palabra “tramposo”)no se integran bien, y salen del eje central sin una relación orgánica, y no suman. Sin embargo, el contenido de la película y la manera de presentar la realidad de quienes esperan un final triste desarbolados por una enfermedad así tiene mucho mérito, porque no miente, no exagera, y no edulcora. En algunos casos podemos ver el cuidado de los ancianos como la industria de la vejez, con programas de entretenimiento, cuidado y atención que parecen autónomos porque no tienen la posibilidad de paliar la realidad de la muerte, la soledad, o la pérdida del ser, y parece que fueran programas puramente sanitarios pese a los esfuerzos personales de los cuidadores. Los centros de cuidado son eso, centros de cuidado, incluso cuando la angustia existencial no tenga remedio, sea por el abandono de las familias, el aislamiento, o la entrega de la persona que ya no puede seguir luchando porque siente que la fuerza vital se le acaba. En ese punto, el argentino representa una posición frente a la vida que es lo contrario de plañir y quejarse: sabe lo que hay en ciernes, espera lo que se viene, es plenamente consciente, y se ríe a la cara del destino para bien de todos, empezando por él mismo.
Las películas de animación necesitan algunas consideraciones diferentes porque la parte gráfica también tiene un papel importante en lo que se quiere comunicar. En ese sentido, la gráfica de “Arrugas” encaja bien con el tono y clima del relato, pero no parece intencional. La relativa quietud de algunas animaciones “a la japonesa” (figuras fijas en primer plano que dan la impresión de avanzar mientras el fondo se reduce en perspectiva) no son hijas de la propuesta general de la cinta, con otras animaciones plenas o imágenes fijas. Sin embargo, la relativa lentitud general de la cinta casa bien con el repertorio de personajes y de situaciones.
Una película interesante para seguir apostando porque la animación se haga un hueco en pantalla cada vez mayor gracias a temas de más y más calado. Una reflexión para quienes no quieren mirar esta posibilidad teniendo ejemplos cercanos, cuando no, hasta incluso antecedentes familiares que muchos evitan entender como propios. Todos los mayores recaen en tres dudas principales: ¿Tendré salud? ¿Tendré medios? ¿Estaré solo?
La película se cierra con una canción en off cantada por una anciana de 101 años a quien grabaron cantando “Adiós, que me voy” durante los créditos, un detalle que casi pasa desapercibido si no se está atento a los créditos de la banda sonora, una vocecita cascada de edad y melodía que llena de emoción por quien saluda, qué dice, y como se planta ante ello: cantando, incluso alguien que sabe que pronto será la hora de despedirse. Benditos quienes puedan hacerlo así, cantando, porque hay que tener suerte hasta para morir.
Una película que trae con delicadeza una realidad para todos los que seremos mayores alguna vez. Es decir, todos.
Arrugas
España, 2012
Director: Ignacio Ferreras; animación sobre una novela gráfica de Paco Roca.
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