Claudi Etcheverry.
Ante la inminente inauguración de la Exposición Mundial de Sevilla de 1992, la película “Grupo 7” muestra la limpieza de los mercaderes de la droga que organizaron las autoridades para presentar al mundo una ciudad internacional limpia, decente y sin riesgos. La policía se empleó a fondo para que esa tarea se llevara a cabo con las menores fricciones con la ley, pero haciendo la vista gorda si se trataba de acumular éxitos en razzias y redadas en las que policías y delincuentes indefectiblemente acaban por hacerse indistinguibles. En este cuadro y bordeando los operativos ilegales de apremios y ejecuciones de gatillo fácil, un grupo de cuatro policías se consolida con métodos propios que les lleva al umbral de la justicia, aunque al final de la película se entienda que pactos y componendas les hayan cerrado el paso para no haber acabado entre rejas sino integrados, finalmente, como funcionarios administrativos y que sus excesos quedaran como notas marginales en sus fojas de servicio. Todos sospechamos siempre que en las fuerzas de seguridad se entremezclan buenos y malos porque los métodos son los mismos, ya sea para obtener papelinas que puedan vender los dealers, o datos de confidentes para que las fuerzas de seguridad puedan cercarlos.
Al margen de que la película sea una fantasía, toda su trama es una muestra constante de universos paralelos, a veces iguales y a veces inversos. Las obras grandiosas se erigen opuestas a los barrios marginales más sórdidos que se hunden. Los dos protagonistas principales se encuentran en los dos extremos de la actitud frente a su trabajo, pero mientras el más áspero (Rafael) paulatinamente se humaniza, el otro se desborda cada vez más fuera de control. Otro universo paralelo son los traficantes y yonkis que discurren codo a codo con los métodos que aplica el grupo de los cuatro policías, tan brutales y salvajes que los hacen inseparables de aquéllos. Asimismo, mientras la ciudad se amplía y se limpia, el radio de acción de la guerra entre estos policías y sus perseguidos también se desplaza. Y mientras los yonkis buscan su dosis diaria, sus momentos para pincharse y padecen sus monos, uno de los cuatro (Ángel) vive exactamente lo mismo en su relación con la insulina que se inyecta con desesperación para tratar de contener una diabetes que le está quemando por dentro.
Los dos protagonistas van en paralelo en sus relaciones familiares, pero a la inversa: mientras uno se cierra sobre sí mismo y se corrompe cada vez más (Ángel), su mujer es la alarma que le marca que la vida que llevan pende de un hilo porque él la expone a riesgos de seguridad cada vez mayores a causa de las venganzas que se ciernen sobre los dos y ella acaba por dejarlo; por su parte, opuestamente el otro (Rafael) cada vez se ve más cercado por sus propios sentimientos en una apertura imparable, e intenta en cambio alejar a su compañera que ya está destruida por los peligros de la calle aunque ella sucumbe cuando él decide librarla a su suerte. El último paralelo es el desempeño de la policía que escatima escrúpulos con tal de obtener resultados rápidos y vistosos, en contrapunto con el control de los medios de comunicación que supervisan que aquellos métodos se encuentren en el marco que distinguen las leyes. No olvidemos que en esa época de gobiernos socialistas esta película es una fantasía, pero la llamada Ley Corcuera precisamente es de ese entonces y fue seriamente cuestionada por juristas de medio mundo por las fisuras discrecionales que mantenía y la posibilidad abierta de conculcar los derechos ciudadanos.
La colonización cultural de Hollywood es imparable, eso lo sabemos todos, y sus producciones destilan moldes de los que incluso no somos conscientes y que tienen fuerza universal para todos nosotros, igual que no siempre tenemos presente que hablamos en prosa. Por eso, una película como “Grupo 7” rodada en Sevilla, con un elenco de actores españoles y dirección local tiene mucho mérito porque no copia aquellos modelos y se abre paso de manera muy creíble. No podemos evitar tener claro que Hollywood es una maquinaria muy bien aceitada y que ofrece productos impecables: algunas escenas de la cinta (como la primera detención en las azoteas del traficante de barba) muestran que los especialistas locales tienen pequeños desajustes técnicos que levanta sospechas de cómo se giran las cartas y el policía acaba amenazado por el delincuente, cosas que las producciones norteamericanas no padecen casi nunca, mientras que la escena del linchamiento en el vecindario no es un problema de rodaje sino de guión, pues resulta una estampa de sainete y es simplemente inverosímil un amotinamiento vecinal de esa naturaleza y con esa compacidad porque en los barrios degradados no todos están de acuerdo con la vida que llevan. Sin embargo, y pese a esas notas discordantes, la realización mantiene un estilo propio, un buen ritmo y un ambiente general bien dado que lleva la atención de principio a fin.
Finalmente, “Grupo 7” se puede entender como una enorme parábola, una metáfora finalista del proceso de europeización de España poniendo muchas veces decorados vistosos a teatros en ruinas. La modernización de España en este ejemplo da cuenta de la diferencia de los métodos policiales (por otra parte, más o menos iguales en todo el mundo) ya sea que se den en el marco de sociedades convencidas de la preeminencia de las leyes, o si quedan libres en una sociedad tolerante con estos desvíos personales que permite que cuatro funcionarios organicen su propia ley y acaben encaramados a sus pistolas. Lo peor es que algunos puedan disponer de balas a su arbitrio mientras patrullan los arrabales con odio y el corazón lleno de balas podridas.
Grupo 7
España, 2012
Director: Alberto Rodríguez; con Antonio de la Torre, Mario Casas, Lucía Guerrero.
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