17 dic 2008

Desayuno con diamantes / Breakfast at Tiffany's cumple 45 años

Aunque han transcurrido cuarenta y cinco años desde que su gracia brilló en pantallas de todo el mundo, la protagonista de Desayuno con diamantes aún luce tan fresca, juvenil y divertida como el primer día. Figura icónica de primer orden, este personaje creado por Audrey Hepburn es de esas raras interpretaciones que, al igual que la partitura musical de Henry Mancini, llegó para quedarse.






Miguel Cane / Cortesía de Milenio.

Cuenta la leyenda –aunque nadie sabe si esto sea verdad al cien por ciento, como sucede con tantas cosas que tienen que ver con él, que solía enjoyar sus anécdotas como si no hubiera un mañana, fabulador por naturaleza como era - que el ilustre Truman Capote hizo un berrinche espectacular y se salió furibundo y taconeando de la sala de proyección cuando vio la versión fílmica de Desayuno con Diamantes (Breakfast at Tiffany’s) la noche que se estrenó, el 5 de octubre de 1961.

La película, que hoy día es un genuino clásico de culto para varias generaciones, fue dirigida por Blake Edwards, con un guión adaptado de George Axelrod y música de Henry Mancini (incluyendo la inolvidable canción Moon River, que marcó un hito en la historia del cinema y le valió al maestro Mancini el primero de sus tres Oscares), y transforma de manera notable su noveleta tan popular, una aguda observación de la vida neoyorquina en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, en una auténtica comedia romántica Hollywood style, protagonizada por las eximias Audrey Hepburn y Patricia Neal y el entonces muy joven y apuesto George Peppard.





Capote estaba emberrinchado porque según él, no sólo se habían atrevido a “simplificar” la trama, sino que también le parecía que la Hepburn no era ideal para el papel de Holly – supuestamente, él quería se había encaprichado con que fuera Marilyn Monroe-... sin embargo, aquí se dio el caso de que el personaje trasciende no sólo al medio, sino inclusive a su autor y se convierte en una figura icónica por mérito propio.

La primera vez que vemos a Holly Golightly (nombre real: Lula Mae Barnes), es desveladísima y muy chic, de pies a cabeza en Givenchy, con espectacular bisutería, asomándose a los legendarios aparadores de la joyería Tiffany & Co., en la esquina de la calle 57 y la 5ª Avenida. Holly “desayuna” un bagel y un vaso de cocoa: ésta es la actitud que da título a la historia y de un pincelazo muestra al personaje de carne y hueso. Con sus lentes oscuros, larguísima boquilla, joyas “regaladas” y peinado de salón intacto a las seis de la mañana, Holly es la encarnación de la Good-Time girl, la amiguita de los ricos que se rehúsa a recibir diamantes hasta que no haya cumplido cuarenta, ya que antes son de lo más vulgar; la muchachita que escapó de la miseria, la mediocridad y la ignorancia, reinventándose en pleno corazón de Manhattan.



Naturalmente, Audrey Hepburn se convirtió en Holly y no existe ninguna otra forma de imaginársela. Su trabajo es impecable y dota al personaje lo mismo de un carisma radiante que de una extraña fragilidad, que oculta bajo un barniz cuidadosamente aplicado de chic y cinismo. Es precisamente esto lo que atrae – como llama a la palomilla- a su vecino, Paul Varjak (el güero Peppard), que a su vez es el juguetito de la sexualmente frustrada esposa de un magnate (la incomparable Neal, quien pese a tener sólo cuatro escenas, se las roba con la mano en la cintura) y hace que quede prendado de ella, mientras ella lo que quiere es encontrar a un hombre con abundante billetiza que se case con ella y le garantice un futuro asegurado, no le hace que no lo quiera. Con que le de $50 para ir a “polvearse la nariz” basta.

Podría ser que lo que ofendió la inflada sensibilidad del enfant-terrible de las letras estadounidenses, no fue tanto el que se adaptara su historia original a la floreciente década de los sesenta – de hecho no se perdió nada al hacerlo y esto ayudo a dar mayor impacto a la cinta- sino que el personaje del narrador, ostensiblemente inspirado en él mismo se mostrara aquí como un galán heterosexual idóneo para cambiar el curso de la vida de Holly y retirarla de la aristocrática prostitución (esto nunca se menciona, pero se sobreentiende que Holly es puta, aunque Edwards lo maneja con gran elegancia).

Cierto es que el happy ending fue impuesto por la Paramount Pictures, pero eso es lo de menos. El verdadero valor de la película (y de la narración que le da origen, por supuesto) es darnos a tanta gente, una imagen qué adorar: la espigada chica que fuma y suspira, que cruzará el Moon River con estilo algún día.

Dios te bendiga, Holly Golightly... ¿qué habría sido de nosotros sin ti?



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