31 dic 2008

Sunday, Bloody Sunday, de John Schlesinger

Acabará en lágrimas: Sunday, Bloody Sunday

Miguel Cane




Both of us know how hard it is

to love and let it go.
Both of us know how hard it is

to go on living that way.
When so few understand

what it means to fall in love.

And so few know how hard it is

to live without it.

Lord, I must have been blind.

I must have been blind.

-This Mortal Coil / D. H. Lawrence

Desde su debut como director, John Schlesinger dio muestras de una constante en su obra, la cuál tuvo altibajos notables – desde obras maestras como Midnight Cowboy o A Kind of Loving hasta cosas abominables como Ojo por ojo (en que la infumable Sally Field se disfraza de Charlie Bronson) o The Next Best Thing con Madonna y Rupert Everett (o sea: ¡dos, cuéntenlas, dos divas!)-: su compromiso de mostrar tal como son, las condiciones sociales y morales de su generación.

Esta película pertenece específicamente al nicho de películas que en su momento causaron sensación, pero ahora son consideradas “passé”. Sin embargo, eso no impide que sea una de las cintas británicas más interesantes de la historia – si tomamos en cuenta el clima histórico y el país. Filmada en el otoño de 1970, esta cinta la realiza Schlesinger cuando ya es un cineasta consumado: Midnight Cowboy había obtenido un Oscar como mejor película – algo inaudito, ya que era clasificación “X” y trataba (aún si lo hacía de un modo muy sutil) acerca de homosexuales-, y con filmes como Billy Liar y Darling había expuesto aspectos de Inglaterra que no habían conocido la crudeza de su cámara casi documental: en la primera, el tema son las inquietudes juveniles de un muchacho rebeldón y en la otra muestra cómo una trepadora social pasa de la clase media a la aristocracia de cama en cama... pero básicamente es una buena chica.

Basado en un guión de Penélope Gilliatt, celebérrima crítica de cine para el New Yorker y el London Observer y ex esposa del famoso dramaturgo John Osborne, Sunday, Bloody Sunday – y no, de ella no tomó U2 el título de su canción, sino de los disturbios del 30 de enero de 1972 en Irlanda del Norte- cuenta la historia de siete días en las vidas de tres personajes y cómo éstas se entrelazan. De hecho, el slogan de la película era: “It’s about three gentle people. They will break your heart.”

Cuando inicia la película, conocemos al doctor Daniel Hirsh (el formidable Peter Finch), un médico de cierta edad y buena posición social, que vive en un buen distrito de Londres. De ascendencia judía, Daniel es un profesional dedicado, correcto, bien educado. Le preocupan sus pacientes y cultiva diversos intereses. Es viernes por la tarde y él espera una llamada. En esa época existían “Answering Services” – servicios de recados- que eran utilizados por personas demasiado ocupadas para tomar llamadas. No existía la “llamada en espera”, ni el celular ni los correos de voz, ni los beepers: uno avisaba al servicio dónde estaría y ellos lo contactaban. Para alguien en la profesión médica era muy importante.

Luego, conocemos a Alexandra Greville. Vivaz y sensacional (así interpretada por la absolutamente fabulosa Glenda Jackson), esta es una mujer de carrera, divorciada, sexy, libre. Hija de una familia aristocrática, se rebeló a la cuchara de plata y vive su vida sin tanto privilegio y “corretea la chuleta” como cualquier mortal, aunque sigue en contacto con sus padres, a los que quiere, pero no comprende. Este viernes ella va a quedarse a casa de unos amigos, los Hodson, pareja moderna y progresiva de intelectuales, que tienen cinco hijos pequeños y tienen una conferencia fuera de la ciudad.

Alex va a cuidarlos acompañada por Bob Elkin, un artista creativo y escultor que es más joven que ella, con quien tiene una especie de “free” (él es interpretado por el actor y cantante Murray Head, que hace de Judas en Jesucristo Superestrella), aunque tal vez quiera algo más serio. La ciudad está congestionada y además, una crisis económica se aproxima: no son buenos augurios. El fin de semana transcurre normal: el sábado, los cinco niños son suficientes para enloquecer al más ecuánime, pero Alex y Bob se divierten. De hecho, aquí hay una escena casi genial: los dos adultos toman el desayuno en la cama acompañados de los engorros, cuyas edades fluctúan entre los siete años y un bebé de unos cuantos meses. Mientras chacotean, Alex descubre que uno de los niños ¡está fumando mariguana! y sigue el diálogo:

ALEX: ¿Están fumando mariguana, niños?

LUCY (7 años): ¿Eres burguesa?

ALEX: A mí no me molesta, pero ¿lo sabe su mamá?

LUCY: Bueno, sabemos que la esconden detrás de los discos.

TIMOTHY (5 años, con el porro en la boca): Detrás de Tristán e Isolda.

(BOB aguanta una carcajada)

ALEX: Bob...

BOB: Bueno, supongo que no importa

(ALEX le da una mirada entre el horror y enojo. A ella no la criaron así)

Por lo demás, es un día ajetreado con tanto chiquillo, pero todo va bien hasta que (un tanto ególatra) Bob comienza a dar muestras de estar inquieto y ella lo confronta. ¿Quiere salir? ¿Dejarla sola un rato con los niños? ¿O será que tiene algo más qué hacer? Bob dice que luego volverá y sale. Alex permanece enojada. Piensa en Daniel.

Un momento... ¿porqué Alex piensa en Daniel?

En su consultorio, Daniel consuela a una paciente que ha tenido una crisis nerviosa. Es generoso con ella, educado, como siempre. La acompaña a la puerta y luego, se sorprende – gratamente- de encontrar en su sala de espera a...

Bob Elkin.

Resulta ser que Bob y Daniel son amantes, del mismo modo que Alex y Bob son amantes. Y además, todos saben la existencia de los demás, es decir, no hay engaños de por medio, ni tapujos. Y aunque son muy “open mind”, la verdad es que tanto a uno como a otra les duele, pero el objeto de su afecto es más fuerte que ellos mismos.

Bob y Daniel planean un viaje a Italia, mientras que Alex come caramelo con los niños y se siente definitivamente miserable. Cuando Bob regresa, él le explica que lo que hay es lo que hay: la quiere, de verdad, pero también quiere a Daniel. No hay tal triángulo, es sólo que así están las cosas y no hay más que hacer. Al menos por el momento. Ella no tiene muchas opciones. Entre tanto, Daniel sale a cenar con amigos, y después se encuentra en la calle con un muchacho que alguna vez “alquiló” (por soledad, descubrimos en todos nosotros, a veces hacemos cosas de las que no nos sentimos muy orgullosos). El muchacho se lastima la mano al golpear su ventanilla y Daniel ofrece atenderle la herida, mientras hace una escala en una farmacia de guardia, donde lo maltrata el boticario pedante y hay un montón de jipis pasadísimos (era la época en que la National Health Board daba Metadona a los yonquis para que se salieran de la Heroína), el chavo literalmente lo desvalija. Daniel no tiene más que resignarse. Es, literalmente, una señora estupenda.

El domingo, mientras Daniel se relaja leyendo el periódico, Alex y Bob sacan a pasear a los niños al parque. En el camino, vemos a unos chamacos rayando con botellas un coche. Uno de ellos es nada menos que el futuro ganador del Oscar Daniel Day Lewis, en su primera actuación, a los trece años. El día en el parque es un deleite hasta que Lucy, la niña mayor, deliberadamente desobedece a sus mayores y en un arranque exhibicionista y caprichoso, se echa a correr seguida por el perro (un Rottweiler), que repentina y espectacularmente, acaba atropellado por un camionero, el cual por poco y pudo haber matado a la chiquilla. Alex, horrorizada, comienza a regañarla hasta hacerla llorar, por lo que se arrepiente y la conforta, aunque su histeria fue algo que la descontroló. Luego, cuando vuelven a la casa, tiene regresiones a un momento muy angustioso de su niñez, durante la Segunda Guerra Mundial. Su padre pudo haber muerto durante un bombardeo. Esto no sucedió, y la niña está bien, pero aún así, ya es demasiado estrés para Alex y decide tomar una siesta. Al despertar, los Hodson han llegado y todo parece estar bien. Bob sigue a su lado y esto la tranquiliza al volver a su departamento, donde trata de poner todo en orden, al menos por el momento.

En la semana ocurren cosas significativas para ambos: Alex cena con sus padres, una pareja madura y de alta sociedad (el padre es financiero, la madre señora de alcurnia) y discute con su mamá acerca de porqué ha aguantado tantos años la indiferencia de su papá. La señora Greville (interpretada por la extraordinaria primera actriz Peggy Ashcroft) le explica que muchas veces nos quejamos de lo que tenemos porque sentimos que no lo tenemos todo. Lo que aquí ocurre, explica la santa señora, es que cuando uno piensa que lo que tiene no es nada, en realidad es algo. Y algo, siempre será mejor que nada. Alex queda muy impactada: jamás había hablado con su madre de esto.

Finalmente, para darle un giro a su vida, Alex se corta el pelo y comienza un affair con un hombre maduro que la corteja, en tanto, Bob se pelea con Daniel y llega a casa de ella para encontrarla con el hombre. Alex le dice esto a Bob, cuando se quedan solos, en respuesta a una frase de él que parece encapsular su actitud personal, no le molesta que Alex se entienda con otros hombres: “Somos libres de hacer lo que queramos.”

ALEX: Otras personas seguido hacen lo que no quieren.

¿Qué quiere decir?

Bob, sin que lo sepan ninguno de los dos, ha decidido irse a Nueva York. La situación le causa muchas complicaciones y eso le choca. Como no puede crecer verticalmente, decide hacerlo horizontalmente.

Daniel asiste al Bar Mitzvah de su sobrino y es abrumado por su familia, que le pregunta porqué está solo, debería casarse... en cuanto lo llaman, abandona la fiesta para salvar la vida de una paciente y esto lo hace percatarse de lo frágil y fugaz que es la vida. En tanto, Alex se da cuenta de que si hay alguien responsable de su predicamento es ella. Hay veces, decide, que nada es mejor que algo. No puede compartir a Bob. No es justo para ella y no es justo para Daniel. Además, Bob se va y ella tendrá que seguir su vida de un modo u otro. Confronta a Bob y le dice que, aunque lo ama, no puede sacrificarse como lo ha hecho su madre.

Es domingo, el “maldito domingo” del título: ya viene el invierno. Alex y Daniel se encuentran a la puerta de la casa de los Hodson, los papás de los niñitos que conocimos al principio. Bob se ha ido, sin despedirse. Ambos han hablado con él. Sus nexos se han disuelto. Se saludan, hasta parece que se caen bien. Alex parece genuinamente preocupada por los sentimientos de Daniel y vice-versa. Ninguno puede evitar la tristeza del otro. Tampoco pueden compartirla, pero son hermanos de la misma lesión.

Bob le dejó a Alex su tucán para que lo cuidara, una mascota tan exótica como él. Alex lo encuentra y lo mira. El animalito merece ser libre, como ella.

Daniel regresa solo a su casa y reflexiona sobre la situación. Luego, mira directo a la cámara, a nosotros, y nos dice:

DANIEL: Decían que no me haría feliz, pero fui feliz. Y soy feliz, excepto por el hecho de que lo extrañaré. Toda mi vida he buscado a alguien valiente, con recursos. Él no lo era. Pero era algo. Fuimos algo.

FIN.

Ahí está. Una película para adultos, con adultos, escrita y realizada por adultos. Sensible, inteligente, texturizada, dolorosa. Schlesinger logra actuaciones magistrales por todos los implicados, especialmente Miss Jackson, que le da vida total a su personaje y nos permite entrar en su mundo. Para Finch es un poco más difícil, ya que entró como relevo, en el último minuto, de Alan Bates (el actor preferido de Schlesinger), quien era veinte años más joven que él y por lo mismo, a veces su presencia no es del todo congruente con el personaje. Sin embargo, lo logra sacar adelante, incluso en las (muy bien realizadas y de gusto exquisito) escenas de alcoba con Murray, quien extrañamente, da una actuación competente pero fría, es imposible entender sus motivaciones, la raíz de su egoísmo.

Aunque es cierto, de alguna manera, todo bisexual es ególatra y desea tener lo mejor de ambos mundos. Daniel logra, con gran dignidad, asumir su homosexualidad y su condición de vida, mientras Alex encara por fin su miedo a ser ella misma, no la esposa, la hija, o la amante de alguien más sino ella: lo que tiene es algo y algo es mejor que nada. Los tres comprenden que un momento hermoso no puede durar para siempre y es con dolor y gracia que lo dejan ir.

Algunas veces, sentimos que es mejor la filosofía del vaso medio vacío o medio lleno. Pero en esta ocasión, es más sorprendente encontrarse con esta película que ilumina todos los rincones del corazón y es hermosa de tan humana. En Sunday, Bloody Sunday encontramos la comunicación como parte de nuestro universo. El amor como un elemento, el sexo y la identidad como parte indeleble de nosotros mismos. Alex y Daniel están enamorados. Bob no. Pero en la soledad, a veces aceptamos un mendrugo cuando no hay otra cosa.

Toda vez que el mendrugo se acaba, es el momento de empezar a preparar otra mesa. Eso hacen nuestros personajes y uno, como espectador, no puede más que compartir estas escenas de vida con ellos, preguntándose acaso, ¿qué podría hacer yo?

Y ese es el triunfo de la cinta. Su profunda empatía con el ser humano

Posiblemente éste sea uno de los mejores filmes de John Schlesinger y sin duda es uno de los 10 mejores filmes de los 70. Hoy en día, es una joya que merece ser redescubierta por los cinéfilos de todo el mundo y su historia amerita ser contada, interpretada, sentida. Toda vida humana es una novela, cuando llega alguien que la sepa contar. Miss Gilliatt (fallecida en 1998), pudo hacerlo. Todos deberíamos ser tan afortunados.


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