Los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 nos tocaron a todos de un modo u otro; es un acontecimiento histórico inescapable cuyas aterradoras consecuencias siguen vigentes, aún en inquietantes encabezados actuales. Por lo mismo, no tardaría mucho el arte en replicarlo, en reinterpretarlo y mostrárnoslo como espectadores.
Esto sucede a casi cinco años de distancia, a través de la lente del cineasta británico Paul Greengrass (responsable del impresionante docudrama Bloody Sunday y de la exitosa cinta de intriga internacional La Supremacía Bourne), que aborda la historia del “vuelo perdido” para mostrarnos una estremecedora viñeta, totalmente desapasionada y sin melodramas, de lo sucedido esa mañana a bordo del vuelo 93 de United Airlines, que salió del aeropuerto de Newark (New Jersey) y se estrelló dos horas más tarde, en las cercanías de Shanksville, Pennsylvania.
Partiendo de escenas aparentemente inconexas y de un estilo casi totalmente documental para acercarse a la situación, Greengrass muestra a los terroristas de Al Qaeda sin caer en la caricatura: son jóvenes trémulos, ansiosos, al borde de cumplir una gran misión – para ellos-, se despiertan en moteles cercanos al aeropuerto y se preparan para su camino sin retorno, mezclándose con la tripulación y los pasajeros, que llevan a cabo la rutina de abordar un vuelo mañanero con la misma actitud que hemos tenido muchos otros antes y aún después de los hechos: la imitación de la vida se vuelve algo casi tangible en pantalla. Somos pasajeros en la nave, estamos presentes en las oficinas de control de tráfico aéreo; esto está sucediendo.
Con maestría y sutileza, Greengrass incorpora todos los elementos de una cinta de suspenso: algo está mal y de antemano lo sabemos, los pasajeros no. Pronto, la tragedia será inevitable y es precisamente el terror del puñado de sobrevivientes lo que hace que la segunda mitad de la cinta sea de una vertiginosa angustia: la tensión se vuelve tangible mientras los terroristas tratan de cumplir con su “supremo sacrificio” y los pasajeros se comunican con sus familias, se despiden amorosamente en medio de un caos de confusión y horror – estas son algunas de las secuencias más impactantes de la cinta, y más aún porque Greengrass y su elenco, compuesto principalmente por profesionales del teatro que, al carecer de stardom, se vuelven más inmediatos al espectador, son gente como uno-.
Aunque ya conocemos el desenlace, es imposible que el efecto devastador de la película no nos afecte, removiéndonos las emociones más recónditas, sin importar la posición que se adopte ante el momento histórico. Greengrass es imparcial en su visión: aquí no hay lugar para un heroísmo cliché (esto no es una película de Steven Seagal), la sensación de ansiedad es genuina y compartida por los espectadores que siguen los ires y venires de la narración.
La posición del director es crítica y se despoja de apasionamientos, mostrándonos su visión en tiempo real (o casi), sin chantajes emocionales ni estridentismos: el efecto es devastador, pero al mismo tiempo extrañamente fascinante; Vuelo 93 – no confundir con el telefilme del mismo nombre, que es una recreación más melodramática de los hechos- es una cinta importante; no sólo es una manifestación fílmica de un episodio crucial en la historia reciente, también es una película conmovedoramente interpretada por un sólido reparto y magistralmente dirigida.
Es algo que debe ser visto, tanto por admiradores del buen cinema, como por estudiosos de la historia y aquellos que recuerdan y que más allá de la amnesia selectiva que ha hecho presa de nuestra cultura, buscan seguir recordando. Éste es el primer estreno para adultos de la temporada que amerita la importancia con que se considera y anuncia, no sin un dejo de desolación, que el verano del 2006 ya se ha terminado.
Vuelo 93/United 93
Con: David Alan Basche, Cheyenne Jackson, Trish Gates y Polly Adams.
Dirige: Paul Greengrass
Estados Unidos 2006