Hay algo en la cartelera de los últimos años que no me gusta, la incesante reiteración de los títulos, las historias y las fórmulas exitosas, aunque gastadas. El Hombre-Araña llegó a tres entregas, Shrek ya llegó al mismo número, los Cuatro Fantásticos van en la segunda entrega, incluso las películas Bourne llegaron ya al tercer episodio.
Shrek, por ejemplo, en la primer película era refrescante ver el cómo abordaban los temas de Disney con tanta frescura e irreverencia, pero luego de dos entregas más ya no hay frescura y comienzan a repetirse mucho, el encanto se ha ido por completo.
Parece que en Hollywood ya nadie quiere apostarle a nada distinto, o son terceras partes o refritos de películas que alguna vez tuvieron éxito. Encontrar nuevos temas en el circuito comercial es tan raro como encontrar un político comprometido con México.
En fin, que sólo por no dejar me metí a ver Ratatouille, la más reciente producción de Pixar y Disney que se han vuelto a querer. Perdí al principio un poco la idea de quién hacía esta película y al ver el logo de Disney como que me dio flojera, animado al ver la lamparita de Pixar, sin embargo, me dispuse a ver qué traían de nuevo. Había leído tan poco sobre el proyecto que no tenía yo ni de dónde prejuzgar.
La historia es muy simple: ahí tienen que hay una rata que sueña con ser chef –o sea, en un mundo de humanos, no un mundo animalizado donde hay Mickeys Mouses– que se encuentra con un chavalo medio torpe que quiere ser cocinero, al encontrarse, encuentran la forma en que la rata, escondida en el sombrero de chef, puede ayudarle al chaval a cocinar.
El tema ya visto es el de la amistad, igual que en La Era del Hielo o en Toy Story, ya sea un mamut y un oso perezoso o un vaquero con un astronauta, en este caso también involucra el asunto de la familia o comunidad (la colonia de ratas) que ya vimos en Bichos.
Pero el tema nuevo, el asunto de la gastronomía, que he visto tan poco explorado en el cine (se le acerca un poco Un buen año), resulta encantador... hay un par de secuencias en que Remy –la rata protagonista– le trata de enseñar a su hermano Emile (una rata más promedio) sobre la comida el encanto de comer bien, que valen la pena; lo mismo con el asunto de cómo funciona un restaurante que pretende ser de alta cocina, ese mundillo me recordó un poco al mundillo de la moda de El Diablo viste Prada.
Y es eso, acercarnos a mundos que desconocemos, lo que de repente atesoro del cine. Ya sea un asomarnos al mundo de la moda o de la alta cocina, de cómo se hace vino e incluso a mundos que conocemos bien (en mi caso, por ejemplo, he disfrutado las películas de automovilismo deportivo como Le Mans o Grand Prix, aunque ahí uno se vuelve más crítico).
Y también, en las secuencias con las que abre la película, se nos brinda un espectacular recorrido por el mundo de las ratas. Eso no sé si es bueno, pero se ve de pocas pulgas.
Las situaciones cómicas, por cierto, son llevadas con sinceridad a lo ridículo, sin mayor pretensión, lo que los niños adoraron (la vi el viernes que salieron los niños de vacaciones de verano, doblada al español, así que les puedo hablar bien de la reacción infantil).
Los personajes de ‘soporte’, es decir, sobre los que recae el verdadero peso de la cinta, son extraordinarios. Hay dos villanos, el chef Skinner (doblado en México por Jorge Arvizu ‘el Tata’), que es más bien un malo abufonado... y el crítico culinario de apellido Ego, este sí un personaje tridimensional, oscuro, amargo hasta la saciedad como todos los críticos en este mundo.
El guía, el Obi Wan de la película, es un chef, o el fantasma de un chef (que siempre se presenta como producto de la imaginación de Remy), el gran Gusteau, un chef gordo que es doblado en México por Edgar Vivar con una efectividad impresionante.
Entre todos, se arma una buena y redonda trama... con acción para los niños, chistes un poco complejos para los adultos y tramas en distintos niveles para todos.
Hay, incluso, una historia ‘de amor’ protagonizada por el chico Linguini, el que quiere cocinar y Colette, quien ya es jefa de chefs en el restaurante donde Remy y Linguini llegan ‘a hacer de las suyas’.
Refrescante, con personajes nuevos, algo planos algunos (Ego es el más complejo, el más rico y el que le da con su discurso final un toque reflexivo a la película), resulta un buen pretexto para irse a distraer un par de horas al cine. Sin pretender mucho, logra ser una gran cinta (bonito paseo por París), una que apenas salga en DVD, no dudaré en comprar.