Juan Carlos Gea.
Europa hace memoria. Vuelve a mirar insistentemente hacia atrás, hacia su fondo más oscuro, no tanto para hacer justicia (o hacer política) como sucede en España, sino en busca de un trasfondo moral que permita enjuiciar el presente. De ahí la insistencia en la literatura o el cine en repescar el nazismo como referente negativo, un cero absoluto de la vesania del que partir para narrar historias con una fuerte carga crítica y, a menudo, mucho de advertencia sobre el peligro de deslizamiento hacia otra sima histórica. El francés Nicolas Klotz también lo ha hecho también en la hipnótica –y, para quien suscribe, espléndida- “La question humaine”, un largometraje que tiene todos los mimbres para convertirse en la más controvertida película a concurso de este año.
Basándose en una novela de François Emmanuel, Klotz parte de una tesis dura y cristalina: existe una línea de continuidad ininterrumpida en los procedimientos y estrategias ideológicas, técnicas y propagandísticas que articuló el nazismo para activar su ingenieria del exterminio y las que hoy se aplican en la organización del trabajo (es decir: de la sociedad) o en el control de la inmigración. No es éste, sino el laboral, el ámbito que escoge el realizador como punto de partida para una historia construida sobre la falsilla del “thriller” detectivesco, o incluso sobre la del relato de terror en el que el investigador acaba perdiendo su distancia y siendo contaminado por la negrura de aquello que investiga.
Así le sucede al personaje magníficamente compuesto por un Mathieu Amalric que encarna, entre la gelidez, el cinismo y la angustia, a un psicólogo de empresa de una gran multinacional cuyo prestigio se debe a un masivo ajuste de personal y al que se le encomienda un informe confidencial sobre la presunta incapacidad del director general de la empresa (igualmente impresionante Michael Lonsdale).
En el curso de la investigación, bajo los ternos de los grandes directivos y de los ejecutivos acaban apareciendo los rastros vivos del nazismo en su permanencia ideológica o en la de sus heridas, del mismo modo que las debilidades humanas, las miserias, el deseo y las frustraciones. Pero no es el mundo nihilista de un Houllebecq; aquí hay un intenso recado político y, aún más, moral, que se resume en la equiparación literal de textos reales: un informe técnico sobre el transporte de la “mercancía” humana en los camiones de exterminio nazis; un informe técnico sobre la detección de ilegales en los vehículos que entran en Europa, y el discurso y las técnicas que permiten desechar de la cadena de producción a miles de trabajadores de un plumazo. Y, tras ellos, la demoledora tesis de Kemplerer: el lenguaje es capaz de disfrazar esas monstruosidades, darles un aspecto meramente procedimental, y segmentar aparentemente la responsabilidad diluyéndola en un puro taylorismo del mal.
Klotz empieza por un frío tono documental y poco a poco va caldeando la película mediante la fragmentación narrativa, va soltando poco a poco licencias, empapándola de referencias a la música que aparece a la vez como contrapartida y encarnación de la brutalidad, y deja calar “La question humaine” de un frío lirismo hasta llegar a un final en absoluto frío que recuerda la imaginería del cine más militante de los setenta, rematado por una sobrecogedora negrura de varios minutos sobre la que Almaric trenza su discurso final, reivindicando el nombre de aquellos seres humanos que fueron vertidos en las fosas comunes como si sus únicos atributos fuesen los estrictamente físicos.
“La question humanie” entra así en liza en una sección oficial que mantiene un buen nivel medio gracias al apasionado ingenio cinematográfico, hagiográfico (y nostálgico) de Julian Temple en su retrato coral de Joe Strummer y parte de su tiempo; al brío narrativo y, sobremanera, actoral de la belga “Ben X”, un bienintencionado y algo truculento alegato contra el “mobbing” escolar que explota ejemplarmente recursos del mundo de los videojuegos y traspone con solvencia la percepción del mundo de un joven autista (y que debería en realidad debería haberse pasado en “Enfants Terribles”), y cortos tan hermosos y espléndidos como “Alumbramiento”, de Chapero-Jackson. Algo por debajo de la media queda la igualmente bienintencionada, pero al final demasiado sentimental, visión de la guerra de Irak que “Grace is gone” plantea estrictamente desde el ámbito de la intimidad destrozada de un padre y sus hijas, a pesar de que John Cusack esté tan espléndido como suele y las actrices infantiles lo secunden a la misma altura.
Europa hace memoria. Vuelve a mirar insistentemente hacia atrás, hacia su fondo más oscuro, no tanto para hacer justicia (o hacer política) como sucede en España, sino en busca de un trasfondo moral que permita enjuiciar el presente. De ahí la insistencia en la literatura o el cine en repescar el nazismo como referente negativo, un cero absoluto de la vesania del que partir para narrar historias con una fuerte carga crítica y, a menudo, mucho de advertencia sobre el peligro de deslizamiento hacia otra sima histórica. El francés Nicolas Klotz también lo ha hecho también en la hipnótica –y, para quien suscribe, espléndida- “La question humaine”, un largometraje que tiene todos los mimbres para convertirse en la más controvertida película a concurso de este año.
Basándose en una novela de François Emmanuel, Klotz parte de una tesis dura y cristalina: existe una línea de continuidad ininterrumpida en los procedimientos y estrategias ideológicas, técnicas y propagandísticas que articuló el nazismo para activar su ingenieria del exterminio y las que hoy se aplican en la organización del trabajo (es decir: de la sociedad) o en el control de la inmigración. No es éste, sino el laboral, el ámbito que escoge el realizador como punto de partida para una historia construida sobre la falsilla del “thriller” detectivesco, o incluso sobre la del relato de terror en el que el investigador acaba perdiendo su distancia y siendo contaminado por la negrura de aquello que investiga.
Así le sucede al personaje magníficamente compuesto por un Mathieu Amalric que encarna, entre la gelidez, el cinismo y la angustia, a un psicólogo de empresa de una gran multinacional cuyo prestigio se debe a un masivo ajuste de personal y al que se le encomienda un informe confidencial sobre la presunta incapacidad del director general de la empresa (igualmente impresionante Michael Lonsdale).
En el curso de la investigación, bajo los ternos de los grandes directivos y de los ejecutivos acaban apareciendo los rastros vivos del nazismo en su permanencia ideológica o en la de sus heridas, del mismo modo que las debilidades humanas, las miserias, el deseo y las frustraciones. Pero no es el mundo nihilista de un Houllebecq; aquí hay un intenso recado político y, aún más, moral, que se resume en la equiparación literal de textos reales: un informe técnico sobre el transporte de la “mercancía” humana en los camiones de exterminio nazis; un informe técnico sobre la detección de ilegales en los vehículos que entran en Europa, y el discurso y las técnicas que permiten desechar de la cadena de producción a miles de trabajadores de un plumazo. Y, tras ellos, la demoledora tesis de Kemplerer: el lenguaje es capaz de disfrazar esas monstruosidades, darles un aspecto meramente procedimental, y segmentar aparentemente la responsabilidad diluyéndola en un puro taylorismo del mal.
Klotz empieza por un frío tono documental y poco a poco va caldeando la película mediante la fragmentación narrativa, va soltando poco a poco licencias, empapándola de referencias a la música que aparece a la vez como contrapartida y encarnación de la brutalidad, y deja calar “La question humaine” de un frío lirismo hasta llegar a un final en absoluto frío que recuerda la imaginería del cine más militante de los setenta, rematado por una sobrecogedora negrura de varios minutos sobre la que Almaric trenza su discurso final, reivindicando el nombre de aquellos seres humanos que fueron vertidos en las fosas comunes como si sus únicos atributos fuesen los estrictamente físicos.
“La question humanie” entra así en liza en una sección oficial que mantiene un buen nivel medio gracias al apasionado ingenio cinematográfico, hagiográfico (y nostálgico) de Julian Temple en su retrato coral de Joe Strummer y parte de su tiempo; al brío narrativo y, sobremanera, actoral de la belga “Ben X”, un bienintencionado y algo truculento alegato contra el “mobbing” escolar que explota ejemplarmente recursos del mundo de los videojuegos y traspone con solvencia la percepción del mundo de un joven autista (y que debería en realidad debería haberse pasado en “Enfants Terribles”), y cortos tan hermosos y espléndidos como “Alumbramiento”, de Chapero-Jackson. Algo por debajo de la media queda la igualmente bienintencionada, pero al final demasiado sentimental, visión de la guerra de Irak que “Grace is gone” plantea estrictamente desde el ámbito de la intimidad destrozada de un padre y sus hijas, a pesar de que John Cusack esté tan espléndido como suele y las actrices infantiles lo secunden a la misma altura.