Autor de cintas controversiales como Boogie Nights o Magnolia, Paul Thomas Anderson, seguidor de la escuela de Robert Altman, siempre ha buscado innovar en sus técnicas narratias y con su más reciente filme, Petróleo Sangriento, parece alejarse de los experimentos formales y temáticos de sus anteriores obras para firmar una cinta de corte más clásico –aunque, como hiciera Altman con el Western en McCabe y Mrs. Miller, con mirada revisionista- centrada en temas como la avaricia, el fanatismo religioso y la ambición desedida. Permanece en ella, eso sí, su obsesivo interés por las complejas relaciones paterno-filiales y como éstas afectan siempre al posterior desarrollo de nuestras vidas. Los personajes de Anderson son huérfanos con cuentas pendientes que resolver. Ambientada en Estados Unidos a principios del siglo XX, esta es la historia de Daniel Plainview (un impresionante trabajo por parte de Daniel Day-Lewis), un minero miserable que, cueste lo que cueste, deviene en magnate petrolero, arrastrando a su familia y su propia humanidad en el camino.
La principal razón de acercarse a este filme, es precisamente observar a Day- Lewis, que da vida con aparente facilidad al hombre huraño que choca con las ideas y la incómoda verborrea de un predicador cínico e insolente, interpretado por Paul Dano, (el adolescente mudo de Little Miss Sunshine), que se sostiene con fuerza en el duelo interpretativo, y que culmina con una secuencia brutal, inesperada y memorable, algo que es parte básica del trabajo de Anderson (la lluvia de ranas en Magnolia, por ejemplo, o la crisis nerviosa de Amber Waves en Boogie Nights – secuencias que destacan dentro del todo de la cinta para permanecer en la mente del espectador por días enteros).
Si hay algo que podría resultar oneroso en ella, igual que en todo el canon de Anderson, es su larga duración, casi dos horas y media, que se recrea en el lento y meticuloso proceso de extracción del petróleo, un exceso que podrá aburrir a algún espectador poco paciente, aunque los conocedores del director y su obra, saben a lo que entran. Pese a esto, Petróleo Sangriento (con un excelente título original: There will be blood, algo así como ‘Correrá la sangre’ que resulta una acertada metáfora poética, mejor que la traducción torpemente impuesta para engañar al público) adaptación del propio Anderson sobre una novela de Upton Sinclair, se gana a pulso sus ocho nominaciones al Oscar (entre ellos mejor película, director y actor); es un trabajo maduro, hecho con mano firme, que maneja con soltura los saltos temporales que exige el relato, mueve los hilos de la historia, que en cierto sentido se hermana con la hoy clásica Gigante de George Stevens, aunque resulta bastante más oscura e inquietante, con un efecto devastador que trasciende las convenciones habituales del medio.
La película se atreve a batirse con el espectador; lo reta e incluso lo golpea, pero el resultado es más estimulante que decenas de otras películas hechas de manera calculada y automática. La diferencia entre esta cinta y esas otras, es que esta, en cada toma, cada plano, cada interpretación y hasta en la desoladora música (de Jonny Greenwood, guitarrista de Radiohead) es reflejo de una pasión por hacer cine, que se vuelve palpable.
Petróleo sangriento/There will be blood
Con Daniel Day-Lewis, Paul Dano, Kevin O’Connor, Colleen Foy y Ciarán Hinds
Dirige: Paul Thomas Anderson
Estados Unidos 2007