Algunas veces, la sola presencia de Diane Keaton justifica la existencia de una película y el caso de Porque lo digo yo, no es la excepción. La que durante un tiempo fuera musa de Woody Allen, parece haber caído en los últimos tiempos en un loop del que le será difícil salir (suponiendo que quiera): después de la medio corrientona Club de divorciadas y de su participación nominada al Oscar en la espléndida Alguien tiene qué ceder, -- donde no permitió que Jack Nicholson le comiera el mandado- y la simpática La joya de la familia la película que aquí nos ocupa es una muestra clara de que a la actriz acepta ahora sólo un tipo muy determinado de papeles, claramente orientados hacia la comedia simple basada principalmente en la expresividad y carisma que son su principal atributo.
El problema es que intentar fundamentar toda una película sobre su personaje, cuando éste se hace insoportable (debido en partes iguales al argumento y a la interpretación de algunos personajes de soporte, como el interpretado por la insoportable Lauren Graham, instalada en su irritante personaje de Gilmour Girls) conlleva que la película le resulte algo indigesta al espectador.
Porque lo digo yo es una comedia romántica donde una madre se pone a la búsqueda de un novio estable para Milly (Mandy Moore), la menor de sus tres hijas. Durante los cinco primeros minutos de proyección se nos machaca la necesidad de la chica de encontrar pareja (por si algún espectador despistado no se acaba de dar cuenta), y en los cinco minutos siguientes la madre se dedica a entrevistar a posibles candidatos, a cuál más un aburrido cliché.
Eso sí, pronto conseguirá reclutar para la causa a dos buenos partidos para Milly, con lo cual debería establecerse en el público una especie de incertidumbre (que durara hasta el final) sobre con cuál de los dos candidatos se quedará finalmente la chicuela. O más bien, debería, porque la resolución se antoja tan obvia desde que nos presentan a los dos muchachos que ya sabemos cómo va a fluir todo para llegar al final tan mal disimulado. Viendo los rasgos de los dos individuos (un arquitecto frío, distante y prepotente versus un músico bohemio guapetón y alivianado) hay que estar desconectado para no saber en qué va acabar el asunto.
El desarrollo de Porque lo digo yo está repleto de supuestos momentos cómicos que sólo contentarán a los amantes de las caídas y los golpes telegrafiados con varios segundos de antelación (¿Dónde estás ahora, Blake Edwards?). Hay varios pays que se estrellan contra el suelo o contra la cara de algún personaje (slapstick bastante pasado de moda), un seudo niño precoz que habla de vaginas, un perro que se excita oyendo pornografía... y, ante todo, una madre manipuladora aunque bien intencionada que puede perfectamente hacerse merecedora de una de las pocas frases acertadas de la película (Si pudiera callarse, aunque sólo fueran cinco segundos..., dice una de las hermanas). Algo debían intuir los guionistas cuando decidieron que el personaje debía quedarse afónico durante un buen rato… y eso no es nada halagador para la mítica Annie Hall.
Lo más triste de esta producción es esperar que al menos haya un único chiste le de esperanzas de ser una buena comedia, pero no: lo único recordable será, quizá, el doble juego amoroso que mantiene Milly con sus dos pretendientes, y que se presenta con una naturalidad sorprendente en un Hollywood siempre tan mojigato y con doble moral. Fans de Miss Keaton, acudan con reserva… y otros, abstenerse.
Porque lo digo yo/Because I said so
Con Diane Keaton, Mandy Moore, Lauren Graham, Tom Everett Scott, Gabriel Macht y Stephen Collins.