La ciencia ficción minimalista
En Primer (EUA, 2004), ópera prima ultraindie del aventadazo ingeniero hombre-orquesta sudcarolineano Shane Carruth rodada con ¡7,000 dólares americanos!, dos socios de una microempresa de garage especializada en invenciones tecnológicas y física aplicada, Aaron (Shane Carruth) y Abe (David Sullivan), parecen haber inventado un dispositivo para mandar objetos físicos al pasado inmediato, por lo que ocultan la invención a sus otros dos socios Robert (Casey Gooden) y Philip (Anand Upadhyaya) y a sus respectivas esposas no sin levantar sospechas entre ellas y la familia política; pero al no encontrar una aplicación benéfica del artefacto en el mundo real, la debacle moral y el juego esencial de traiciones inician para no detenerse, cual bola de nieve.
La ciencia ficción minimalista equilibra con perfección insólita sus austeros planos fijos hiperrealistas y sus asfixiantes planos posexpresionistas, para hacer surgir la aventadísima obra maestra intimista y pensante dentro del género, como hace 10 años las trampas mortales de El cubo (Natali, 97) y hace 4 décadas exactas 2001: Odisea del espacio (Kubrick, 68).
La ciencia ficción minimalista se desquicia perturbadoramente en un laberíntico mindfuck, a imagen y semejanza de la paranoia que genera el hecho de saber que se tiene un doble viviendo en el mismo espacio físico sólo unas horas antes, refiriéndose a y entendiendo los hechos ocurridos sólo por medio de la intuición, nunca emitiendo rollazos seudocientíficos aunque sí acompañado de la poesía áspera de una confesión espontánea en primera persona, única e irrepetible, que es la génesis de la película misma ("Si es que tuvieron la suerte de grabar todo esto").
La ciencia ficción minimalista revela poco a poco, por sus elipsis arrasantes, las acciones como consecuencia de "la falta de una aplicación del invento en el mundo real", al interior de dilemas morales ambigüos, a veces insalvables: el puñetazo a la cara del jefe insoportable, la manipulación de la bolsa para hacerse ricos, las apuestas en los partidos deportivos, el ocultamiento de la verdad a(los) socio(s), el librarse del suegro castrante para siempre, el tiroteo dentro de la fiesta de cumpleaños con el violento ex de la novia, el sabotaje de dobles contra sus "originales" y así.
La ciencia ficción minimalista audazmente da al traste con décadas de teorías fílmicas de que el viaje en el tiempo se da en líneas que corren paralelas entre sí, o "niveles", para darle una correspondencia con la estructura infinita de los fractales de la naturaleza.
Y tras un éxito sin precedentes en festivales de todo el mundo (la película se estrenaría mundialmente en el Festival de Sundance para llevarse el premio principal, en un certamen conocido por su propensión para premiar melodramas edificantes del siglo pasado o cine de "denuncia" "social" pretendidamente realista), la ciencia ficción minimalista resulta ser una anomalía formidable, no sólo dentro del cine estadunidense de hoy, sino del indie más económicamente austero, y en donde se hace necesaria verla una y otra y otra y otra y otra vez, hasta empezar, sólo empezar, a explorar el abismo de sus enigmas y secretos.