Para Marichuy,
por su sensible inteligencia.
Caramelo es una cinta bonita, que se deja querer. Esta coproducción franco-libanesa trae el denominador de la comedia que encanta, de historias de mujeres que sienten, que vibran, que sufren. La cinta no ofrece ningún destello ni descubrimiento propiamente cinematográfico, es sólo el candor de lo que el cine de esas latitudes (léase el iraní, por ejemplo) nos entrega. La difícil tarea de retratar lo sencillo y lo cotidiano más allá del idioma que nos separa y de los recur$os con los que se cuenta. Caramelo es pues el universo cerrado de una peluquería y este grupo de damas que sufren los rígidos cánones por los que atraviesan las mujeres libanesas, sus desesperanzadas historias de amor y esa búsqueda (cada una a su manera) de una felicidad que se antoja lejana.
La protagonista y directora Nadine Labaki (guapísima, por cierto), lidera al quinteto femenino. Su personaje, Layale, es hija de familia y se encuentra sumergida en una relación prohibida que la absorbe y le tambalea el mundo provocando que su personalidad se vea afectada. Esta mujer vive esperando la llamada, el claxonazo del auto que la espera en la calle, se mete a hoteles de mala muerte para tratar infructuosamente de encontrarse con su amante y lo peor, es que tiene literalmente enfrente al verdadero amor encarnado en un tímido agente de tránsito y no lo percibe.
De hecho, uno de los momentos más delicados y sublimes en la cinta es el diálogo imaginario que sostiene este par: uno en la cafetería al otro lado de la calle mientras observa a la fémina hablar por teléfono, mientras ella conversa –en realidad- con su amante, el hombre casado. Uno ya no pide más y el momento paga el boleto pues la secuencia está tratada con una delicadeza (femenina y se nota la mano de Labaki, hay que decirlo) que uno termina contagiado del sentimiento que proyecta.
Así, vemos desfilar las otras historias secundarias, no menos importantes e igualmente seductoras: la mujer que se descubre homosexual; la madre de familia madura que infructuosamente se aferra a su deseo de volver a actuar y cuya vida transcurre entre castings irritantes y peinados especiales para verse más joven; o aquella que recurre al bisturí para recomponer su virginidad en una sociedad que no permite el deslíz pre-matrimonial y en cuyo tema Labaki pone los momentos más cómicos del entramado ridiculizando por completo esa mentalidad retrógrada que impera todavía en esas regiones.
La quinta dama pone el momento agridulce. Una costurera entrada en años que cuida a una hermana con trastornos mentales y que dentro de su locura mata de risa a los espectadores pero condena a su hermana a la soledad y a no permitirse una nueva oportunidad ante un amor maduro mientras la situación económica precaria que atraviesan, hace agua por todos lados.
Caramelo bien podría haberla refinado la mano de Almodóvar ó hasta la de Leconte, uno con experiencia en historias corales de mujeres y el otro retratando universos cerrados y sensibilidades. Sin embargo, Labaki saca adelante el proyecto decorosamente, de forma muy económica, casi irrelevante, poco llamativo…pero con la sensibilidad y la identificación que sólo una mano femenina puede imprimirle a historias de mujeres.
La cinta fue premiada en San Sebastián y no me extraña, creo que en estos tiempos este tipo de cine tiene que ser revalorado y premiado; me refiero a aquel que con pocos recursos y palabras, te deja algo…en tu interior.