En la literatura anglosajona existe una vertiente narrativa muy popular aún hoy, conocida como el gótico (surgida en 1794 con El Castillo de Otranto, de Horace Walpole) que utiliza como regla general los siguientes elementos: heroína joven y vulnerable llega a un lugar extraño y hostil (habitualmente un castillo) y debe enfrentar una situación siniestra – aunque no necesariamente sobrenatural - en la que el pasado se vuelve más poderoso que el presente y no nos deja vivir.
Algunos ejemplos de este tipo de literatura son clásicos, como La Vuelta de Tuerca de Henry James – filmada como The Innocents en 1961 por Jack Clayton con Deborah Kerr y guión de Truman Capote- la memorable Jane Eyre, de la señorita Charlotte Brontë o, más apegada al siglo XX y las reglas de la modernidad, Rebecca, de Daphne DuMaurier, que vino a revolucionar el género.
En la época contemporánea el género fue “resucitado” por el neoyorquino Ira Levin, con su magistral El bebé de Rosemary, que en 1968 Roman Polanski convirtió en obra maestra del cine y de paso, trajo el género del gótico moderno a la pantalla, sucediéndose una serie de cintas a lo largo de los 70 como The Sentinel (con Cristina Raines y Ava Gardner), El inquilino (Polanski también) y Burnt Offerings (Karen Black y Bette Davis).
Así pues, a este género literario y algunas de estas cintas, es que filmes más recientes, como la espléndida Los Otros de Alejandro Amenábar -- con Nicole Kidman y Fionnula Flanagan-, Agua turbia -- con Jennifer Connelly-, La Llave Maestra (Kate Hudson y Gena Rowlands), deben su existencia, y en el caso de El Orfanato, ópera prima de J.A. Bayona, producida por Guillermo del Toro, existen casi todos los componentes que son menester... si bien el problema no yace en la fantasmagoria, sino en la ejecución.
Partiendo de una secuencia de créditos que hace total referencia a la creada por Saul Bass para la inquietante cinta de Otto Preminger Bunny Lake ha desaparecido (1965), que en cierto modo establece el tono y tema de la cinta, conocemos la historia de una mujer llamada Laura (Belén Rueda, a quien vimos en Mar Adentro con Javier Bardem) que cuando niña, creció en un orfanato en la costa verde de Asturias.
Treinta años después de haber sido adoptada, convertida en esposa y madre, Laura regresa a la casa donde transcurrió su infancia junto con otros seis huérfanos, para transformar la propiedad en una residencia para niños discapacitados. Desde la primera escena, se establece que su hijo de seis años, Simón (Roger Príncep) es un pequeño especial, con amigos imaginarios que ve muy vívidamente y con otras particularidades que se van revelando a raíz de la inesperada visita de una mujer llamada Benigna (la veterana actriz catalana Montserrat Carulla), que perturba a Laura y su entorno.
Pronto, el niño desaparece sin dejar rastro aparente y esto da pie a que Laura y su marido, Carlos (Fernando Cayo) inicien una búsqueda frenética que pondrá a prueba incluso a su matrimonio.
Pronto, ella recurre con desesperación, ante la falta de respuestas y las manifestaciones misteriosas en la casa, a la ayuda del parapsicólogo Balaban (Edgar Vivar, despojándose con éxito del estereotipo adquirido tras tantos años en la troupe de El Chavo del 8) y de la médium llamada Aurora (Geraldine Chaplin, cuya presencia en pantalla, aunque breve es luminosa), quienes advierten la presencia de fantasmas en el antiguo orfanato.
Es así que Laura busca la resolución no de uno, sino de tres misterios, y se precipita de manera vertiginosa a un desenlace que -- para mala suerte del director y del guionista, Sergio G. Sánchez- no resulta ni tan satisfactorio, ni tan inesperado como ellos quisieran creer.
Es una verdad como un templo que en una película de suspenso y terror, para ser realmente efectiva, no es necesario apoyarse en el exceso de gore y violencia, sino en la atmósfera. Muchas veces, sin este engañosamente simple elemento, la identificación entre espectador y tema no se da y el resultado es, las más de las veces, inane.
La atmósfera es lo que vuelve plausible la situación que genera ansiedad, por más inverosímil que ésta sea. Pero en el caso de El Orfanato, dicha atmósfera, aunque muy buscada, no logra consolidarse del todo: hay momentos en que sucede (especialmente en el 'segundo acto'), pero no se sostienen; no consiguen que el espectador pase por alto terribles defectos de dirección y de guión; imperdonables errores de lógica, numerosos boquetes en la trama por los que podría atravesar un tren y personajes desdibujados, por mencionar algunos.
Siendo el único personaje "logrado", Laura lleva demasiado peso sobre sus hombros y la Señorita Rueda hace lo que puede, pero llega un momento en que se fractura la empatía con ella y resulta muy difícil recuperarla. Eso y la sensación de dejà vu respecto a otras películas -- es imposible pensar que Bayona no rinde homenajes a veces brillantes, a veces torpes, a cineastas como Kubrick, Tobe Hooper (hay una secuencia incómodamente familiar a otra en Poltergeist: Juegos Diabólicos), David Cronenberg o el mismo Narciso Ibáñez Serrador, que es de por sí, un referencial obligado en el cinema de angustia español.
La cinefotografía de Óscar Faura es uno de los puntos fuertes, y las locaciones asturianas --en Llanes- ayudan muchísimo; sin embargo, estos buenos elementos no hacen que, por arte de magia, la película sea realmente buena y pierda el aire derivativo que la carga. Conforme pasa el tiempo después de verla y se analiza con detenimiento, más y más interrogantes aparecen y esto es en detrimento de una proyección que contrapuntea un desarrollo a veces tedioso (sobre todo en el medio), con dos o tres sustos bien colocados y algunas cuidadas set-pieces, pero que no sabe realmente lo que quiere hacer o ser.
En su cinta de 2001, Amenábar había explorado una situación temáticamente similar, y sus resultados fueron notables: Los Otros es una cinta casi impecable. El propio productor de ésta, Del Toro, logró un trabajo magnífico con El Laberinto del Fauno el año pasado... pero El Orfanato, pese a todas sus honrosas intenciones y méritos, se queda más bien corta y eso es una pena, ya que uno siente que sin duda, con una repasada más al guión, con una mano más firme en la dirección y sin un cúmulo de elementos superfluos, habría sido una mucho mejor película de lo que realmente es.