23 mar 2009

Oliver Twist, de Roman Polanski

Miguel Cane




La sola mención del nombre Roman Polanski sirve para conjurar una serie de obras maestras; desde su debut, Cuchillo en el agua, hasta El Pianista (Oscar al mejor director en 2002 y Palma de Oro del Festival de Cannes), pasando por perturbadores y memorables filmes como su siniestra e inquietante trilogía de los apartamentos (Repulsión, El bebé de Rosemary y El inquilino), su incursión en el neo-noir con Chinatown, las brutales Luna amarga y La muerte y la doncella e incluso, la adaptación del clásico literario, como son su macabra visión de Macbeth – la mejor muestra de esa obra shakespeareana en cine- y la sublime Tess.

Es precisamente a esta área de su canon personal que pertenece su más reciente filme, Oliver Twist, versión del clásico de Charles Dickens, cuyo guión corre a cargo de Ronald Harwood, con quien trabajó previamente en su adaptación de las memorias de Wladislaw Spilzman. Al contrario del colorido ¡Oliver! musical de Carol Reed (1968), el Oliver de Polanski le debe más a la versión oscura, triste y en blanco y negro, de David Lean (1948).



La atención puesta por Polanski a los detalles de ambientación influye en todos los aspectos; la escenografía es arrobadora y por un momento, el espectador siente que está ahí, en el taller, viendo a Oliver ser humillado por atreverse a pedir un poco más de comida. Pronto, llegará a Londres, donde encontrará protección y explotación en manos de Fagin (un fascinante Ben Kingsley quien, como es su costumbre, se mete en la piel de su personaje y cuya actuación no le pide nada al legendario estándar establecido por Sir Alec Guinness), que en esta versión mantiene iguales dosis de perfidia y patetismo, por lo que resulta más difícil odiarlo que compadecerlo: después de todo, uno razona, está ofreciéndoles a estas criaturas la única salvaguardia que conoce y su intención parece no ser tan canallesca.


Por otra parte, la joven Leanne Rowe, como la afable Nancy, tiene algunas escenas que le permiten brillar, mientras que su bestial encontronazo con el inmundo Bill Sykes (notable Jamie Foreman) atrae una sobrentendida y silente referencia al trágico sino de la hermosa Sharon Tate. De hecho, éste y otros detalles contribuyen a suponer que ésta es la cinta más autobiográfica que el genio polaco ha realizado en su carrera. Acaso él es Oliver Twist, o lo fuera un poco, en su infancia fugitiva del régimen Nazi.

El único pero que hay en esta cinta y que podría ser un error fatal si no tuviera tan buen soporte, es la elección del pequeño Barney Clark como Oliver. El niño da el tipo físico, pero su trabajo actoral es decepcionante y plano. Es casi imposible creer en él, identificarse en sus aventuras y desventuras. Si de él dependiera llevar la cinta en su totalidad, sería un fracaso doloroso.





Acaso esto no sea lo mejor que Polanski tiene para ofrecer de su obra (sin duda ese honor pertenece a Chinatown o El bebé…) sin embargo, se trata de un estreno interesante, de excelente factura y sobre todo, de una manera de acercar a una nueva generación de espectadores no sólo a una sumamente fiel mirada al clásico de Dickens, sino también al trabajo de uno de los grandes cineastas contemporáneos, que no ha perdido ni un ápice del estilo que lo hizo célebre, hace más de cuatro décadas.


Oliver Twist
Con Ben Kingsley, Barney Clark, Leanne Rowe, Jamie Foreman y Edward Hardwicke
Guión: Roland Harwood sobre la novela de Charles Dickens. Música: Rachel Portman
Dirige: Roman Polanski. República Checa/Gran Bretaña/Francia/EEUU (2005)

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