La emoción desprovista: Párpados azules
David Guzmán
Párpados Azules es dolorosa, incómoda. Es la soledad de dos perfectos extraños unidos por la necesidad de estar con alguien. Dos seres desprovistos de romanticismo, arrojados a una zona en donde el Amor no desea aparecerse; son los olvidados, los que tienen que vivir como simples espectadores de un sentimiento que les parece negado o no otorgado.
Ver a Marina y Víctor convivir, es quitarle el edulcoramiento a la comedia romántica, es la ausencia de temas de conversación, es la atención puesta en otro lado estando juntos, es deshilar ella un mantel mientras él pareciera perdido en una conversación sin eco y sin embargo, la inercia de la soledad los empuja a estar juntos.
Es Párpados Azules porque una película que ven juntos les restriega en el rostro que el amor con sus diálogos cliché, pareciera dar felicidad. Marina, intenta copiar el semblante de la mujer enamorada maquillando de azul sus párpados, mientras Víctor al espejo, repite el diálogo seductoramente trabajado por el actor que vio en pantalla, tratando de hacerlo suyo.
Párpados Azules es abrir los ojos mientras se besa a ese desconocido, es la ausencia de música mientras los cuerpos desnudos se entrelazan torpe y fríamente sólo porque la carne lo demanda, es ser vistos como extraños en un antro en el que todos parecen divertirse, menos ellos.
El “premio” de Marina al ganar en su trabajo un paseo a Playa Salamandra, se convierte en la odisea de encontrar acompañante; pero hay un “viaje” que deberá hacer antes de subirse al camión que la lleve a ese lugar y ese viaje es áspero y desagradable: supone encuentros desafortunados con la estupidez de una hermana que ve en el tour la solución -mezquina y egoísta- para salvar su matrimonio; familiares que parecieran haber desaparecido de la faz de la tierra y el encuentro inesperado con Víctor, “un compañero de secundaria” que ella no recuerda ni mínimamente.
La Marina de Cecilia Súarez es un personaje inolvidable, hecho que contrasta con el deseo de Marina de querer pasar desapercibida; la actriz borda su personaje en forma extraordinaria, llena de detalles que la hacen real, tangible y cercana al despojarse literalmente de su belleza, armando a una Marina desgarbada y con semblante implorante. Enrique Arreola (Víctor), actor de extracción teatral la complementa a la perfección.
Hay pues que ver este viaje a la soledad que ha filmado Ernesto Contreras con un reloj en mano que marca un tempo más lento que el habitual para mostrar la compleja incapacidad de encajar. Es probable que Párpados Azules desencante a más de uno por lo álgido y agrio del tema pero lo que es innegable es su estupenda realización de primer nivel y magnífico trabajo actoral; algo muy, muy pocas veces visto en el cine mexicano.
David Guzmán
Párpados Azules es dolorosa, incómoda. Es la soledad de dos perfectos extraños unidos por la necesidad de estar con alguien. Dos seres desprovistos de romanticismo, arrojados a una zona en donde el Amor no desea aparecerse; son los olvidados, los que tienen que vivir como simples espectadores de un sentimiento que les parece negado o no otorgado.
Ver a Marina y Víctor convivir, es quitarle el edulcoramiento a la comedia romántica, es la ausencia de temas de conversación, es la atención puesta en otro lado estando juntos, es deshilar ella un mantel mientras él pareciera perdido en una conversación sin eco y sin embargo, la inercia de la soledad los empuja a estar juntos.
Es Párpados Azules porque una película que ven juntos les restriega en el rostro que el amor con sus diálogos cliché, pareciera dar felicidad. Marina, intenta copiar el semblante de la mujer enamorada maquillando de azul sus párpados, mientras Víctor al espejo, repite el diálogo seductoramente trabajado por el actor que vio en pantalla, tratando de hacerlo suyo.
Párpados Azules es abrir los ojos mientras se besa a ese desconocido, es la ausencia de música mientras los cuerpos desnudos se entrelazan torpe y fríamente sólo porque la carne lo demanda, es ser vistos como extraños en un antro en el que todos parecen divertirse, menos ellos.
El “premio” de Marina al ganar en su trabajo un paseo a Playa Salamandra, se convierte en la odisea de encontrar acompañante; pero hay un “viaje” que deberá hacer antes de subirse al camión que la lleve a ese lugar y ese viaje es áspero y desagradable: supone encuentros desafortunados con la estupidez de una hermana que ve en el tour la solución -mezquina y egoísta- para salvar su matrimonio; familiares que parecieran haber desaparecido de la faz de la tierra y el encuentro inesperado con Víctor, “un compañero de secundaria” que ella no recuerda ni mínimamente.
La Marina de Cecilia Súarez es un personaje inolvidable, hecho que contrasta con el deseo de Marina de querer pasar desapercibida; la actriz borda su personaje en forma extraordinaria, llena de detalles que la hacen real, tangible y cercana al despojarse literalmente de su belleza, armando a una Marina desgarbada y con semblante implorante. Enrique Arreola (Víctor), actor de extracción teatral la complementa a la perfección.
Hay pues que ver este viaje a la soledad que ha filmado Ernesto Contreras con un reloj en mano que marca un tempo más lento que el habitual para mostrar la compleja incapacidad de encajar. Es probable que Párpados Azules desencante a más de uno por lo álgido y agrio del tema pero lo que es innegable es su estupenda realización de primer nivel y magnífico trabajo actoral; algo muy, muy pocas veces visto en el cine mexicano.