Con su filme anterior, Dogville, Lars Von Trier dio inicio a una exploración inclemente a lo que él considera “el lado pesadillezco” del sueño americano, más cercana a una versión Brechtiana con escenarios teatrales casi desiertos y actuación visceral, que suscita la reacción del público de un modo instantáneo y emocional. Ahora, con la segunda parte de su propuesta trilogía, Von Trier vuelca su mirada y pone el dedo en la llaga en otro tema aún más polémico, pero siempre presente: la esclavitud a la que nos sometemos, muchas veces incluso de manera consensual.
Después de haber reducido a cenizas ese nido de mezquindad llamado Dogville y de masacrar a todos sus infames habitantes, Grace (Bryce Dallas Howard, en un rol originado por Nicole Kidman) y su padre (aquí interpretado por Willem Dafoe) continúan su andar por Estados Unidos en los años 30 y pronto se encuentran ante las rejas de la plantación de Manderlay, donde Grace interviene para evitar que un esclavo (sí, como si la guerra civil nunca hubiera tenido lugar) sea azotado.
Pronto, con la ayuda de los “persuasivos” - y armados hasta los dientes- gorilas de su papi, la princesa de la mafia con un bizantino código moral confronta a Mam (Lauren Bacall), el vejestorio que domina la plantación con mano de hierro e indirectamente contribuye a que su precaria salud se colapse.
Así pues, lo quieran o no, los esclavos de Manderlay ahora son libres y la joven decide permanecer temporalmente en la mansión (que, al igual que el resto de la locación, como en la película anterior es estrictamente imaginaria) para “enseñarles” a vivir con esta recién descubierta libertad… aún si los resultados no son lo que ni ella ni el resto de los habitantes locales hubieran previsto, más aún, conforme los elementos en la naturaleza de opresores y oprimidos (ahora con los roles invertidos) y los secretos de la familia comienzan a salir a la luz, demostrando que Grace podría arrepentirse cuando ya sea muy tarde, de lo que ha hecho.
El trabajo de Von Trier es, nuevamente, impecable y el drástico cambio de los principales en su compañía de actores no afecta el resultado: la muy joven Howard - primogénita del director de El Código DaVinci y que había realizado una estupenda interpretación como la heroína invidente de La Aldea- toma con naturalidad el personaje creado por Kidman (que en su momento le sirvió para redefinir su carrera) y lo interpreta con insólita valentía para alguien de su edad. Tiene oficio y el futuro de la actriz será brillante.
La cinta no pierde el interés en ningún momento, pero los espectadores deben estar advertidos: el fuerte de este trabajo son los diálogos y sus implicaciones: cada actor, en un reparto encabezado por el sólido Danny Glover, entrega perfectamente un aspecto de la humanidad que Von Trier plasma en palabras. Pronto, el horror de Manderlay se hace presente y queda tatuado en la mente del espectador.
Muchas veces nosotros mismos hemos estado en la posición de los personajes y muchas veces también, nuestras decisiones han sido similares. Si bien el efecto impactante del escenario desnudo ya no es igual que en Dogville, la segunda parte de esta trilogía presenta una visión tan o más perturbadora del mundo.
Mientras el peregrinar de Grace continúa, el director danés se prepara para seguir haciendo su vivisección del gigante, para mostrar sin sutilezas sus pies de barro. Sin duda, tanto admiradores del cineasta, como de esta saga estarán de plácemes, pero esta cinta no debería ser segregada: todo cinéfilo responsable debería asomarse a lo que ocurre más allá de las rejas de Manderlay. Sin duda será una experiencia inolvidable.
Manderlay
Con Bryce Dallas Howard, Lauren Bacall, Danny Glover, Chlöe Sevigny, Isaac de Bankòle y Willem Dafoe.
Dirige: Lars Von Trier.
Dinamarca/Suecia/Alemania/Francia/Reino Unido 2005