Miguel Cane
Uno de los personajes más controversiales del siglo XX, sin lugar a dudas es Alfred Kinsey, quien con la aparición en 1948 --tras varios años de investigación y trabajo de equipo- de su "Reporte sobre la conducta sexual del hombre", vino a ser la mecha para la consiguiente revolución sexual de los años 60 y 70, algo que él de ninguna manera había previsto. Ahora bien, la cinta realizada por Bill Condon (creador de la aclamada Gods and Monsters) es un trabajo fílmico que trasciende la categoría de "biopic" habitual, colocándose del mismo modo que la interesante Ray (Taylor Hackford) más bien como un retrato en celuloide sobre un personaje clave, siguiendo el desarrollo y las consecuencias de sus acciones.
El elenco de la cinta es un elemento muy importante: lo encabeza Liam Neeson (que quizá debió percibir, por lo menos, una nominación al Oscar) como Kinsey, también llamado "Prok" por sus alumnos, compañeros y por su esposa, Clara McMillen (una sensacional Laura Linney) a quien todo mundo conocía por el afectuoso mote de "Mac". Otros elementos importantes son los integrantes del infatigable equipo de investigadores que Kinsey conformó para establecer su estudio: ellos eran Clyde Martin (Peter Sarsgaard), Wardell Pomeroy (Chris O´Donnell) y Paul Gebhard (Timothy Hutton, ¿lo recuerdan en la brillante y conmovedora Gente como uno?). Los actores fueron seleccionados con sumo cuidado para, inclusive, tener un parecido físico con los personajes que encarnaban.
La titánica labor de Kinsey y compañía, surgida de una inquietud por establecer un estudio completamente científico sobre lo hábitos sexuales -- que sociedad y religión se habían encargado de convertir en tabú-, consistía en perfeccionar una técnica de entrevistas cuidadosamente elaboradas que permitían un asomo (confidencial) a los más íntimos secretos de personas de todos los estratos. En esta serie de montajes, como director y guionista, Condon establece un mosaico vibrante de interés humano. También maneja, con cuidado, la fina línea entre el humor y lo delicado del tema. Algunas escenas están armadas con humor muy fino, que invita al espectador a sonreír, sin dejar por ello de reflexionar.
La cinta, en forma de una de estas mismas entrevistas, que utiliza como ingenioso recurso narrativo, cubre todo el periodo de vida de Kinsey, desde su infancia a fines del siglo XIX, con un padre predicador, reprimido y prepotente (John Lithgow, estupendo como un ser patético y demasiado equivocado como para reconocerlo) y una madre estoica y gentil (la virtualmente irreconocible Veronica Cartwright de Los Pájaros y Alien), hasta los días previos a su muerte, en 1956, y se enfoca principalmente en el periodo que le tomó establecer lo que hoy es el Instituto Kinsey de Investigación Sexual en Bloomington, Indiana: desde 1940 hasta la aparición de su primer libro y posteriormente la debacle tanto de su prestigio ante el escándalo de publicar un volumen acerca de los hábitos sexuales de la mujer (era pleno MacCarthysmo y se le consideró un oprobio para las damas, aunque estas manifestaran traumas sexuales de consideración) y también el tambalearse de su complicado dominio sobre su equipo, que era más como una familia extendida y también, un núcleo de experimentación sexual de variopinta índole.
Condon, quien es abiertamente homosexual (aunque afirma, esto realmente no influyó en su percepción de este episodio histórico o de sus participantes), toca estos tópicos con una compasión notable: Kinsey no era de ninguna manera heróico ni tampoco irreprochable. Era un hombre confundido y confuso: de caracter obsesivo/compulsivo, intransigente y a la vez protector: el enfrentarse al escándalo, escarnio y desprecio de público y compañeros de trabajo, le mermó fuerzas, pero también le avivaba el deseo de investigar más, aún si la sociedad era "ingrata" y "ciega" por no querer ver la sexualidad y sus complicados matices como él la veía.
Hay una escena clave al respecto, que matiza al personaje en una escala de grises, mostrándolo como realmente era: un humano muy complejo (y donde Neeson brilla particularmente, dando visos de una sensibilidad muy particular). Kinsey, durante su investigación sobre la conducta homosexual, que lo lleva a los bares subrepticios de Chicago, donde lo mismo se encuentra con la cara afeminada y estridente que con un aspecto más centrado y acaso maltrecho del homosexual masculino de la época, inicia también una relación homosexual con su más estrecho colaborador, Clyde Martin. Acto seguido, lo confiesa directamente a Mac, quien se mortifica, naturalmente, al principio y posteriormente acepta y comprende la curiosidad homoerótica de su compañero, al que no deja de adorar, ni siquiera al involucrarse también ella y con la anuencia de él, en una relación sexual extramarital con el propio Martin, quien no perdió realmente nunca el respeto hacia ambos, pese a la extraña circunstancia.
Evidentemente se trata de un tema subjetivo (más aún si se busca recrear situaciones auténticas) y Condon, junto con su director de fotografía, Frederick Elmes, consigue una consistente reproducción de una atmósfera y una época. El guión, del mismo director, es inteligente, sensible y genuinamente simpático. Los personajes adquieren una tercera dimensión que los eleva de meras reproducciones a ser una auténtica compañía de intérpretes.
Algunos otros rostros familiares que redondean el reparto, son Oliver Platt, Tim Curry (que saltó a la fama como un estrambótico científico travestista en El Show de Terror de Rocky), Dylan Baker y Lynn Redgrave (que ya había trabajado con el director en su biografía ficcionalizada sobre el cineasta James Whale), en un cameo especial como la última persona que el profesor entrevista antes de su muerte y que, de modo inesperado, le devuelve la fe que podría ir perdiendo no sólo en su proyecto, sino en sí mismo. La música de Carter Burwell se presta muy bien para la recreación temporal y el diseño de producción, a cargo de Richard Sherman, revive a todo color un periodo decisivo de la historia estadounidense.
Kinsey es una cinta que trasciende, por mucho, cualquier tipo de convención, al igual que los personajes que retrata. Es un filme que plantea preguntas importantes que todo espectador, de un modo u otro, se ha hecho a lo largo de su vida y, al tratarse de una película para adultos, trata a sus espectadores como tales. Hay risas en la cinta, sí, pero también momentos conmovedores y crispantes: se trata de una mirada a una vida, que invita a expresarse toda vez se deja la sala y a hablar seriamente, sin tapujos ni traumas, como adultos, del sexo, que, como bien indica, es un elemento importante inclusive en el amor. Aún si es imposible medir o estudiar científicamente a éste último, tal como se lo demostraron a Kinsey los seres que, sin importar cuán grave su crisis o las denuncias y oprobios en su contra, lo amaron. Eso mismo, es esta cinta. Un trabajo hecho con una gran carga de amor.
Kinsey/Kinsey
Con: Liam Neeson, Laura Linney, Peter Sarsgaard, Chris O’Donnell y Timothy Hutton.
Dirige: Bill Condon. Distribuye: 20th Century Fox.
Uno de los personajes más controversiales del siglo XX, sin lugar a dudas es Alfred Kinsey, quien con la aparición en 1948 --tras varios años de investigación y trabajo de equipo- de su "Reporte sobre la conducta sexual del hombre", vino a ser la mecha para la consiguiente revolución sexual de los años 60 y 70, algo que él de ninguna manera había previsto. Ahora bien, la cinta realizada por Bill Condon (creador de la aclamada Gods and Monsters) es un trabajo fílmico que trasciende la categoría de "biopic" habitual, colocándose del mismo modo que la interesante Ray (Taylor Hackford) más bien como un retrato en celuloide sobre un personaje clave, siguiendo el desarrollo y las consecuencias de sus acciones.
El elenco de la cinta es un elemento muy importante: lo encabeza Liam Neeson (que quizá debió percibir, por lo menos, una nominación al Oscar) como Kinsey, también llamado "Prok" por sus alumnos, compañeros y por su esposa, Clara McMillen (una sensacional Laura Linney) a quien todo mundo conocía por el afectuoso mote de "Mac". Otros elementos importantes son los integrantes del infatigable equipo de investigadores que Kinsey conformó para establecer su estudio: ellos eran Clyde Martin (Peter Sarsgaard), Wardell Pomeroy (Chris O´Donnell) y Paul Gebhard (Timothy Hutton, ¿lo recuerdan en la brillante y conmovedora Gente como uno?). Los actores fueron seleccionados con sumo cuidado para, inclusive, tener un parecido físico con los personajes que encarnaban.
La titánica labor de Kinsey y compañía, surgida de una inquietud por establecer un estudio completamente científico sobre lo hábitos sexuales -- que sociedad y religión se habían encargado de convertir en tabú-, consistía en perfeccionar una técnica de entrevistas cuidadosamente elaboradas que permitían un asomo (confidencial) a los más íntimos secretos de personas de todos los estratos. En esta serie de montajes, como director y guionista, Condon establece un mosaico vibrante de interés humano. También maneja, con cuidado, la fina línea entre el humor y lo delicado del tema. Algunas escenas están armadas con humor muy fino, que invita al espectador a sonreír, sin dejar por ello de reflexionar.
La cinta, en forma de una de estas mismas entrevistas, que utiliza como ingenioso recurso narrativo, cubre todo el periodo de vida de Kinsey, desde su infancia a fines del siglo XIX, con un padre predicador, reprimido y prepotente (John Lithgow, estupendo como un ser patético y demasiado equivocado como para reconocerlo) y una madre estoica y gentil (la virtualmente irreconocible Veronica Cartwright de Los Pájaros y Alien), hasta los días previos a su muerte, en 1956, y se enfoca principalmente en el periodo que le tomó establecer lo que hoy es el Instituto Kinsey de Investigación Sexual en Bloomington, Indiana: desde 1940 hasta la aparición de su primer libro y posteriormente la debacle tanto de su prestigio ante el escándalo de publicar un volumen acerca de los hábitos sexuales de la mujer (era pleno MacCarthysmo y se le consideró un oprobio para las damas, aunque estas manifestaran traumas sexuales de consideración) y también el tambalearse de su complicado dominio sobre su equipo, que era más como una familia extendida y también, un núcleo de experimentación sexual de variopinta índole.
Condon, quien es abiertamente homosexual (aunque afirma, esto realmente no influyó en su percepción de este episodio histórico o de sus participantes), toca estos tópicos con una compasión notable: Kinsey no era de ninguna manera heróico ni tampoco irreprochable. Era un hombre confundido y confuso: de caracter obsesivo/compulsivo, intransigente y a la vez protector: el enfrentarse al escándalo, escarnio y desprecio de público y compañeros de trabajo, le mermó fuerzas, pero también le avivaba el deseo de investigar más, aún si la sociedad era "ingrata" y "ciega" por no querer ver la sexualidad y sus complicados matices como él la veía.
Hay una escena clave al respecto, que matiza al personaje en una escala de grises, mostrándolo como realmente era: un humano muy complejo (y donde Neeson brilla particularmente, dando visos de una sensibilidad muy particular). Kinsey, durante su investigación sobre la conducta homosexual, que lo lleva a los bares subrepticios de Chicago, donde lo mismo se encuentra con la cara afeminada y estridente que con un aspecto más centrado y acaso maltrecho del homosexual masculino de la época, inicia también una relación homosexual con su más estrecho colaborador, Clyde Martin. Acto seguido, lo confiesa directamente a Mac, quien se mortifica, naturalmente, al principio y posteriormente acepta y comprende la curiosidad homoerótica de su compañero, al que no deja de adorar, ni siquiera al involucrarse también ella y con la anuencia de él, en una relación sexual extramarital con el propio Martin, quien no perdió realmente nunca el respeto hacia ambos, pese a la extraña circunstancia.
Evidentemente se trata de un tema subjetivo (más aún si se busca recrear situaciones auténticas) y Condon, junto con su director de fotografía, Frederick Elmes, consigue una consistente reproducción de una atmósfera y una época. El guión, del mismo director, es inteligente, sensible y genuinamente simpático. Los personajes adquieren una tercera dimensión que los eleva de meras reproducciones a ser una auténtica compañía de intérpretes.
Algunos otros rostros familiares que redondean el reparto, son Oliver Platt, Tim Curry (que saltó a la fama como un estrambótico científico travestista en El Show de Terror de Rocky), Dylan Baker y Lynn Redgrave (que ya había trabajado con el director en su biografía ficcionalizada sobre el cineasta James Whale), en un cameo especial como la última persona que el profesor entrevista antes de su muerte y que, de modo inesperado, le devuelve la fe que podría ir perdiendo no sólo en su proyecto, sino en sí mismo. La música de Carter Burwell se presta muy bien para la recreación temporal y el diseño de producción, a cargo de Richard Sherman, revive a todo color un periodo decisivo de la historia estadounidense.
Kinsey es una cinta que trasciende, por mucho, cualquier tipo de convención, al igual que los personajes que retrata. Es un filme que plantea preguntas importantes que todo espectador, de un modo u otro, se ha hecho a lo largo de su vida y, al tratarse de una película para adultos, trata a sus espectadores como tales. Hay risas en la cinta, sí, pero también momentos conmovedores y crispantes: se trata de una mirada a una vida, que invita a expresarse toda vez se deja la sala y a hablar seriamente, sin tapujos ni traumas, como adultos, del sexo, que, como bien indica, es un elemento importante inclusive en el amor. Aún si es imposible medir o estudiar científicamente a éste último, tal como se lo demostraron a Kinsey los seres que, sin importar cuán grave su crisis o las denuncias y oprobios en su contra, lo amaron. Eso mismo, es esta cinta. Un trabajo hecho con una gran carga de amor.
Kinsey/Kinsey
Con: Liam Neeson, Laura Linney, Peter Sarsgaard, Chris O’Donnell y Timothy Hutton.
Dirige: Bill Condon. Distribuye: 20th Century Fox.