Rocío Fondevila
Andrés Wood tenía 8 años en 1973, por lo que legítimamente se puede pensar que ha usado en partes sus recuerdos personales para esta crónica del ingreso en la adolescencia con el fondo de una revolución inminente.
Andrés Wood tenía 8 años en 1973, por lo que legítimamente se puede pensar que ha usado en partes sus recuerdos personales para esta crónica del ingreso en la adolescencia con el fondo de una revolución inminente.
Gonzalo es un chico de buena familia. Si su padre es más bien progresista, su seductora madre está bien instalada en su comodidad burguesa y en su condición de amante de un viejo con fuertes recursos. Gonzalo entabla amistad con Pedro Machuca, joven indio que ingresa en su colegio gracias a la política aperturista del padre Mc Enroe, el sacerdote que dirige ese colegio inglés.
Poco a poco se hacen inseparables, a pesar de las reticencias de sus respectivas familias y grupos sociales. Esta amistad sirve a Gonzalo, sobre todo, para un despertar político y emotivo. La supervivencia de Pedro y sus amigos de las chabolas pasa por una multitud de precarios trabajos, entre ellos la venta de banderitas y cigarrillos en las manifestaciones de uno y otro bando. En estos trabajos participa también Gonzalo, vestido con su uniforme de colegial, actividad a la que no ve peligro alguno, pero que, sin embargo, le granjeará las simpatías de Silvana y dará lugar a unos primeros tanteos “sexuales” con una timidez curiosa pero conmovedora.
Crónica dulce y bastante clásica sobre la visión de un mundo complicado para la mirada de un niño. La conjunción del golpe de estado contra Allende y la ruptura de la amistad entre los niños está acompañada de una serie de escenas demasiado previsibles que destruyen la impresión provocada por la primera parte de la película.
Es una película ambiciosa: hablar de una época que aun duele a Chile a través del prisma de estos niños, añadiéndole el descubrimiento afectivo, no era fácil. Quizás hubiera merecido un poco menos de clasicismo y cuidar más ciertos detalles: la escena en que los alumnos se levantan de uno en uno para apoyar al cura frente a los militares recuerda demasiado al Club de los poetas muertos. Sin embargo la interpretación y reconstrucción meticulosa de decorados y vestuario está muy conseguida.
La figura del “cura rojo”, el novio fascista de la hermana de Gonzalo, los compañeros del colegio, más imbéciles si cabe que sus padres, los acontecimientos políticos, la crisis económica, las tensiones entre partido, sirven de telón de fondo a las peripecias infantiles. Muestra con habilidad cómo, en el detalle de la cotidianidad de los niños, las elecciones políticas de los adultos se convierten en decisivas, cómo pueden defenderse más o menos contra los a priori ideológicos de sus padres para volver a la impotencia cuando todo cae y el ejército es el que dicta las nuevas reglas.
Filmado con sencillez, consigue la apuesta arriesgada de la reconstrucción del look años setenta, muy bien interpretada, sobre todo por los dos niños, Machuca contiene varias secuencias sorprendentes: Gonzalo, Pedro y Silvana besándose en la boca para intercambiarse leche condensada, los críos, pasando de una manifestación anti-Allende a otra de sus partidarios, los ciudadanos hambrientos cazando perros callejeros para comerlos, el padre McEnroe tragándose todas las hostias consagradas en señal de protesta contra la dictadura y la imposición de la ley marcial en su colegio.