3 jun 2009

Derrumbe, de Ricardo Menéndez Salmón - por Miguel Cane

Miguel Cane

Que no los engañe la imagen inocente que ilustra la cubierta de la nueva novela de Ricardo Menéndez Salmón, Derrumbe (Seix Barral, Barcelona, 2008).




Debajo de esta visión dulce y enternecedora de una niña que juega ante piedras exhumadas por una bajamar, se oculta, como sierpe, a manera de epígrafe, una frase -- una cita- de Dostoievski: El terror es la maldición del hombre. Esta es la llave, que al dar vuelta al cerrojo, revela una novela oscura y prístina (sin que sea oximorón); afilada cual estilete, obligadamente letal cuando rasga el corazón o alguna otra arteria, suscitando una hemorragia.

Menéndez Salmón (1971), enfant terrible/child prodigy literario oriundo de este Finisterre, ha publicado hasta la fecha seis novelas (entre ellas Los arrebatados, La noche feroz y más recientemente el best-seller sorpresa que fuera La ofensa, misma que causó furor entre la crítica, catapultándolo al reconocimiento internacional y que además, trascenderá a la pantalla de plata en Italia próximamente) y tres libros de relatos (el más reciente, un artefacto explosivo titulado Gritar) y se ha ganado en el campo de batalla las medallas que se cuida de no ostentar y que, no obstante, se ciñen a una obra sólida y una voz personal que de manera subersiva y a la vez consistente, ha logrado hacerse oír, o bien, leer.

En las vertiginosas 190 páginas de Derrumbe, Menéndez Salmón transubstancia con maestría esta ciudad junto al mar en su territorio inventado, Promenadia, lo que devendría su propio Arkham con aires europeos, su Macondo de luz extraña. Ahí, un grupo de personajes que conforma un microcosmos de la sociedad local en sus muy diversos estratos y generaciones, se verá confrontado con varias manifestaciones del terror: desde el encarnado por un asesino en serie que deja un rastro de sangre, miembros mutilados y zapatos impares, hasta la inquietud de un policía llamado Manila, cuya amante esposa está encinta con su segundo hijo, y cuya primogénita es el objeto lo mismo de su adoración que de sus miedos más intrínsecos.

La novela se desdobla, a manera de una navaja, y cuando el lector se percata de lo que está sucediendo, es demasiado tarde para volver atrás; la sensación acaso es similar a la que experimentamos tantos ante la televisión al percatarnos de que lo que estaba ocurriendo en el bajo Manhattan el 11/9 no era el efecto especial del rodaje de una cinta de acción, si no la irrupción del terror en la esencia de la vida misma. No se pueden despegar los ojos de lo que ocurre, quedándose las huellas del lenguaje exquisitamente usado por el autor, de manera indeleble en retinas y memoria sensorial.

¿Es Derrumbe una novela de horror? Por supuesto.

Pero es mucho más que eso; al igual que las otras obras de Menéndez Salmón, es imposible de clasificar en un solo género o tendencia. Hay tantos matices en su trama, desarrollo y ejecución, que no se puede poner el dedo en una sola llaga. Lo cierto es que brilla como un portento y estremece como un fenómeno. Esto es el propósito, claramente, del autor: su reflexión sobre los banales orígenes del mal opuestos a sus devastadoras consecuencias, es atmosférica y genuina, tanto como si de Cumbres Borrascosas se tratara. De hecho, no existe tanta distancia entre la pálida y temblorosa Emily Brontë y este agente provocador, aún con casi dos siglos de distancia entre uno y otro.

"El fantasma de Bolaño se cierne sobre todos nosotros," me dijo uno de mis más leales adláteres al enterarme de la inminencia del libro, poco antes de que se posara en mis manos y me mantuviera despierto hasta las tantas para dejarme al final tirado sin poder sostenerme a la vera del camino, con ojos desorbitados, enrojecidos de desvelo, de llanto y sí, por supuesto, de terror.

Coincido. Bolaño -- esa vena sangrante de la que tantos hemos bebido, como lo he revelado antes aquí- se manifiesta en esta obra, pero también lo hacen otras voces como la de Ian McEwan, la de Joyce Carol Oates, la del mismo Faulkner en su Santuario. No lo sé de cierto, sólo lo supongo. Aunque seamos vecinos de la misma ciudad (esa Promenadia inquietante que zozobra al borde del caos), ni nos conocemos ni hemos sido socialmente alternantes, menos aún amigos. Como lector, desconozco las filias y las fobias del narrador, aún si reconozco entre líneas una cultura y un legado común que se refleja en este espejo distorsionado y lo contemplo al releer algunas de las frases que cautivan. Quisiera no estar maniatado y poder hablarles más a fondo de la trama, sus implacables y muy complejos mecanismos, de sus sorpresas monstruosas, pero siendo éste un libro aún muy joven ante el mundo, apenas con una semana de vida y con toda la posibilidad de tocar aún a más lectores que la mismísima Ofensa, hacerlo sería arruinar algo que el lector debe descubrir por sí mismo en una lectura importante, satisfactoria, despiadada.

Valga la advertencia: sean bienvenidos a Promenadia y abandonen toda esperanza al entrar aquí.
Tendrán una estancia infernal.

Pero ustedes sabían a lo que venían.

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