David Guzmán
No es fácil visitar clásicos del cine, al menos no para gente de mi generación. Ayer vi El cuchillo en el agua de Roman Polanski y hoy me he decidido por Jules & Jim de Francois Truffaut. Encontré un tanto simple la película de Polanski (ya comentaré sobre ella), pero últimamente y a falta de algo nuevo de interés, he andado con el gusanillo de adquirir clásicos de la cinematografía. Y es que parafraseando a Filiberto López “mi instrucción no estará completa si no veo ciertos títulos representativos del cinema mundial”
Pero decía yo que no es fácil acercarse a esas películas porque antes hay que hacer un trabajo de ambientación y auto-conscientización; básicamente porque estamos acostumbrados a una narración más rápida, repleta de color, acción vertiginosa ó al menos historias con muchos más giros y vueltas de tuerca que logran acaparar fàcilmente nuestra inquieta atención. Creo que todo el éxito o fracaso de una visita de éstas radica en el click que se pueda llegar a tener con la película en cuestión y si éste es inmediato, será mucho mejor.
Así que le concedo un espacio (con bastante expectación además) a la cinta que consagró a Jeanne Moreau. Rodada (intencionalmente) en blanco y negro en 1961 y cobijada en esa corriente denominada Nueva Ola Francesa (de la que Truffaut era uno de sus más grandes exponentes) Jules & Jim detalla la amistad surgida entre los dos amigos del título, sus discusiones filosóficas, sus relaciones sentimentales y como el universo de ambos se transforma cuando aparece Catherine (Moreau), con una personalidad radiante, mentalidad libre y desparpajada logrando atraer a estos dos personajes hacia ella como ninguna otra mujer lo había hecho.
Por citar un referente actual, Bernardo Bertolucci realizó un ejercicio similar en Los Soñadores (The Dreamers) que siendo honestos, hace un notorio y extenso homenaje a la película de Truffaut en este film. Entrando de lleno al estilo de narración, me vino de inmediato a la mente la Amelié de J. P. Jeunet (que por supuesto también le hace sus guiños a la cinta de Truffaut) y detalla las correrías de los protagonistas (en la primera mitad, el film se mira como una bella postal sobre la amistad) y el director logra meternos de lleno al encanto de la película adicionando una exquisita partitura compuesta por George Delerue; basta ver en las secuencias iniciales el encuentro entre Catherine y Jim con una sublime música que la acompaña. Es aquí donde la magia del cine empezó a aparecer e irremediablemente me hizo pensar: “¡Ah, que belleza de película!” como exclamaría el más inocente de los cinéfilos.
Es admirable la cantidad de elementos cinematográficos que Truffaut utilizó en el film y que hoy pueden parecernos de lo más usuales (travellings, imágenes congeladas, paneos, etc.). Los gestos de infelicidad/alegría de Catherine son congelados por la cámara del realizador con claros fines narrativos; su sonrisa y su gracioso canto, provocan que uno como espectador termine también enamorado de ella y compenetrados con los sentimientos de todos los personajes.
Coincido plenamente con Paco Peña que señala en su crítica del film la fuerte influencia/homenaje que le brinda el cineasta a otro coterráneo: Jean Renoir, pues muchas de sus imágenes en exteriores nos remiten al estilo que desplegaba el creador de La Bella y la Bestia y Un día de Campo. Sobresale en la cinta el brillante trabajo fotográfico en blanco y negro y contrario a lo que pudiese pensarse, pareciera que el tiempo no ha pasado por ella regalándonos bellos cuadros convirtiendo así varias secuencias del film en momentos clásicos per sè. Todo un deleite visual.
Catherine hace gala de su libertad sexual, mental (se avienta verdaderas disertaciones filosóficas con Jules y Jim por demás interesantes) y esas características -en mi opinión- son las que ejercen especial fascinación en los hombres que la rodean. Nadie es siquiera capaz de retenerla y a la vez consienten sus libertades con tal de no perderla.
Truffaut logra convertir una historia a ratos escandalosa (una mujer casada que se acuesta con el amigo en la misma casa que comparte con el esposo ante la complacencia de éste último) en una atractiva y tierna película sin que podamos juzgar a los personajes más allá de lo que se nos muestra volviéndonos sólo atentos observadores de lo que ahí ocurre, aunque en el fondo todos estemos conscientes que lo que mal empieza, mal acaba.
Leía con especial atención a Miguel Cane decir que cuando una actriz y un director hacen química, pueden lograr trabajos sobresalientes que pueden permanecer en el imaginario colectivo por largo tiempo y coincido en su ejemplo de Jeanne Moreau y Francois Truffaut que aquí en Jules & Jim parecen perfectas almas gemelas logrando este resultado.
En resumen, Jules & Jim es todo un clásico continuamente referenciado en el cine actual. Es un deleite ver las películas que sembraron la semilla de muchas de las temáticas que vemos hoy día, identificar las influencias en estilo de los nuevos directores y aunque hay que ponerse a tono para verlas, al final uno siente que la visión ha sido enriquecida y seguramente este bagaje adquirido, emergerá cuando veamos cosas nuevas pues seguramente habremos de exclamar: “¡Ah, Jules & Jim nuevamente!”