29 ago 2009

Halloween (1978), de John Carpenter

Paxton Hernández







La maldición de algunos clásicos no es precisamente ese status sino, a veces, su condición de películas seminales, tan influyentes no sólo para una generación sino para varias. Es el caso de Halloween de John Carpenter, la contundente confirmación de que el terror se había americanizado por completo, después de Psicosis, La noche de los muertos vivientes y Masacre en cadena. Pero a diferencia de aquellas tres obras maestras, Halloween no ha envejecido nada bien. Se siente, por momentos, demasiado obvia, rutinaria y cansina. Lo dicho, pesa la maldición de ser uno de los filmes más influyentes en la historia del cine. Y también uno de los más exitosos.

Llama la atención las sutilezas formales que Carpenter se avienta: desde el insuperable, carísimo plano-secuencia inicial en primera persona, hasta los amenazadores planos muy abiertos del vecindario donde vive la niñera preparatoriana Laurie (Jamie Lee Curtis sensacional), llenos de color y luz solar. Es formidable: Carpenter consigue plasmar la Oscuridad del Mal puro a partir de la Luz, y la Angustia y Claustrofobia a través de los espacios abiertos. También una perspectiva dinámica, que cambia constantemente el punto de vista: de víctima a victimario, y viceversa, una y otra vez. Así mismo, la compactación de la acción en la unidad de espacio-tiempo. El colmo es esa perfección enfermiza para el encuadre: cada composición meticulosamente planeada hasta la obsesión, una elegancia narrativa a niveles casi patológicos. De tal manera que víctima y victimario pueden compartir el mismo plano sin necesidad de cortes. La cámara nunca esconde a Michael Myers, sino se regodea en su imponente presencia psicótica, como lo son esos acercamientos extremos a su figura corporal.

Es cuando los asesinatos inician que los mismos tics que se han visto hasta el cansancio en el slasher americano hacen perder la tensión malsana y la atmósfera amenazante de la primera parte el filme; pero Carpenter no es hallado aquí culpable, sino las centenas de películas que han copiado al carbón, casi plano por plano, secuencias que ahora se han vuelto parte del imaginario fílmico: persecución a través de la escalera con cámara en contrapicado, encierro irracional en el clóset de la habitación para "huir" del asesino, salir corriendo de la casa solo para llegar a la vivienda contigua. De igual manera, el trastorno psicosexual de Michael Myers no es nada original: son desechos de la psicosis incestuosa de Norman Bates.


Halloween es de esas extrañas películas que no pueden dejar de ser clásicos pero su influencia es tan dominante en el cine, que deja una sensación de ya haber sido vista tantas veces... aunque a pulso se haya ganado su derecho de ser "la que inició todo".










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