8 mar 2010

La Dulce Vida / Happy-Go-Lucky, de Mike Leigh

David Guzmán


Llevo muchas horas pensando en Happy-Go-Lucky de Mike Leigh. No dejo de pensar, con cierta ironía y gracia que cuando empecé a verla, sentí que me habían timado y que la cosa no era para tanto. Y es que La Dulce Vida (el título en español) empieza sencillita, sencillita. Uno no se percata de la fuerza del mensaje, simplemente te dedicas a ver las correrías de la protagonista, Poppy (una deslumbrante Sally Hawkins) una maestra de primaria que tiene una peculiar forma de comportarse y que nada parece hacerla enojar encontrando motivo de risa hasta en el robo de su bicicleta. Su desparpajo o relajamiento es tal que uno termina a ratos confundido con esa personalidad y no sabes si detestarla o quererla, pues su conducta se sale de todo lo normal, pareciendo a veces que la cordura no es precisamente una de sus cualidades.




Es obvio que a su edad (30 años), le han sucedido cosas que pudieran haber minado su forma de ser. El film de hecho parece un extracto de su vida, un periodo corto que se nos muestra en donde vemos que la gente a su alrededor tiene problemas, que tiene actitudes que a nosotros ‘los mortales’ nos son cotidianas. Soltera y sin prospecto en puerta, con un empleo ‘modesto’ y con dinero que seguramente no sobra, Puppy pudiese tener razones suficientes como para guardar una actitud tal vez menos optimista de la vida, pero es todo lo contrario.

Su vida transcurre entre los niños de la escuela y sus idas a los bares (la borrachera inicial es de antología), las conversaciones con Zoe -su rommie- y sus clases -hilarantes- de flamenco; pero será en sus lecciones de manejo y con su instructor (un amargado que parece no soportar ni su trabajo) con quién se pondrá a prueba toda su personalidad y actitud ante la vida.


Así es Happy-Go-Lucky, se te va metiendo poco a poco y te vas dando cuenta que a pesar de su apariencia, es una cinta profunda. No hay nada más placentero y gratificante que adivinar las respuestas de un personaje como el de ella. Y no es adivinar como quién sabe lo ‘predecible’ de un cliché. Se trata de haber entendido la psicología con la que fue bordado un personaje, entenderlo y conocerlo. Sally Hawkins hace crecer a Poppy sutilmente y ese crecimiento es tal que conforme avanza el metraje uno puede prácticamente ver a esta chica más bella que al inicio; belleza -en todos sentidos- que por supuesto rinde sus frutos para beneplácito de los que también desean acabar con sensación agradable al ver un film de esta naturaleza.


Poppy elige ser feliz y percatarnos de ello crea el momento más iluminador de la película de Leigh y el que me tiene todavía pensando, como autómata, sobre la facilidad de lograrlo aunque los vientos soplen en contra y existan personas que simplemente no te quieran ver así.



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