Los impactantes horrores del campo de batalla durante la primera guerra mundial son el panorama descarnado al que el director de Amélie nos arroja, en las primeras escenas de esta cinta, para dejarnos, como los cinco hombres que vemos han sido juzgados por traición y condenados a muerte, solos en medio del fragor en las trincheras. El efecto de la anécdota es confuso, devastador, y en un modo inexplicable, extraordinario. A partir de ahí, en un impecable trabajo narrativo que le permite ir y venir a tiempos perdidos, pero sin perder al espectador, esta adaptación de la fascinante novela del extinto escritor francés Sebástien Japrisot (en realidad Jean-Baptiste Rossi, 1931-2003) trata con exquisita ternura e implacable aplomo la historia de Mathilde Donnay (la Tautou, radiante de carisma), literalmente pobrecita niña rica, confinada a una silla de ruedas, que recibe algunos años después del fin de la guerra, noticias acerca de la desaparición de su prometido, Manech (Ulliel), uno de los cinco hombres que vimos al principio.
Es así que el espectador no tiene más remedio que seguir, sin poder apartar la vista el largo éxodo que, como los héroes épicos, Mathilde debe llevar a cabo para encontrar al hombre que ama, que le prometió matrimonio desde que eran niños. Es así como entramos no sólo a una Francia que ya no existe, sino también al intrincado mundo interior de la heroína, en el cual ella literalmente está libre de su cuerpo paralizado por la polio, y se permite no sólo explorar el misterio que rodea a Manech, sino también asomarse a las historias de sus compañeros en desgracia, a cuyas viudas y novias (entre ellas la luminosa Jodie Foster) visita para encontrar las piezas del rompecabezas. El desenlace, sorprendente e inesperado, nos dirá si los esfuerzos de esta entrañable mujer rinden fruto y si éste es dulce o espantosamente amargo.
Dirigida con tacto de artesano por Jeunet (que suscitó el descontento y – dicen la envidia,- de algunos colegas suyos al obtener financiamiento de la WB para su cinta, lo que resultó en que fuera vedada del festival de Cannes), esta historia de amor oscila con la gracia de un vals (la espléndida música de Angelo Badalamenti es un lujo añadido) entre el gozo y la oscuridad, la elación y la angustia, mostrándonos cómo una sin la otra no puede ser. La ambientación es regia, y por momentos, el espectador se oculta en las trincheras de la tierra de nadie o lo mismo se pasea por las calles de París en 1920: observa, siente, escucha, todo a través de la lente del cinefotógrafo Bruno Delbonnel (responsable también del look tan particular de Amélie), para descubrir una cinta formidable como las que ya no se hacen.
Sin que sea hipérbole decirlo, Un long dimanche de fiançalles es la razón por la que existe el cine; para ver películas que nos conmueven y transportan, como este viaje de 134 minutos hacia el corazón de una jovencita, a lo largo de un camino de abrojos. ¿Qué importa el decididamente horrendo título con el que se le ha pisoteado gracias al Marketing internacional del estudio? Esta no es una “chick flick” (estúpido término peyorativo acuñado por algunos sabihondos para menospreciar cintas protagonizadas por mujeres)… este es un retrato en celuloide de un universo vivo, más allá de los horrores de las armas y la muerte sin sentido; una de las mejores películas que se han hecho en mucho tiempo y que devuelve la fe a los que cada vez le pierden un poco más de respeto al séptimo arte. Que sirva para recordarnos por qué se le llamó así.
Amor Eterno (Un long dimanche de fiançalles)
Con Audrey Tautou, Gaspard Ulliel, Jèrôme Kircher, Tchéky Karyo y Jodie Foster
Dirigida por Jean-Pierre Jeunet. Distribuye: Warner Brothers.
