Paxton Hernández
El falso documental magnicida
En El asesinato del presidente (Death of a President, Reino Unido, 2006), largo 2 de Gabriel Range (El gran robo del domo 02), se detallan las circunstancias alrededor del fatídico 19 de octubre del 2007, fecha en que George Walker Bush, presidente 43 de Estados Unidos, recibió 2 heridas de bala, una no mortal y la otra sí, en medio del caos de una convención de economistas en Chicago, atrapados en el Sheraton por manifestantes, pacíficos o no.
El falso documental magnicida es la bifurcación casi lyncheana entre lo real y lo filmado, entre la verdad y la ficción más descabellada, sublimando su absorbente confusión y su ambigüedad malsana mediante la propositiva apertura de un boquete espacio-tiempo en la secuencia histórica, hacia el futuro, en las antípodas de un Forrest Gump (Zemeckis, 94) o Zelig (Allen, 83) donde sólo se releían hechos históricos del siglo XX ya vividos, aquí recreando una realidad paralela a la nuestra, como si se creyera el más elegante y sutil filme de ciencia ficción jamás creado.
El falso documental magnicida es un thriller arrasante y devastador que invoca el terror y el suspenso en frío desde su primer plano con la toma área de los suburbios de Chicago y lo mantiene perversa y calculadoramente, como con saña: ya sea en las barricadas de los manifestantes que no tienen reparo en lanzar invectivas al presidente en su limosina, o saltarse las barreras para tocar el automóvil presidencial, o en las cámaras de seguridad omnipresentes aunque por completo inútiles, o las amenazantes vistas en bottom shot o de nuevo áreas de la
Ciudad de los Vientos homicidas.
El falso documental magnicida es una pesadilla visualizada, gestada en la parte más perturbada y rota de la psique estadunidense, de la misma forma en que Hostal (Roth, 05) en su exploración de las posibilidades de otro género fílmico se aventaba provocadoramente otra fantasía en negativo; otra fábula del desancanto gringo que escupe al mismo tiempo los miedos y paranoias más profundas de la sociedad estadunidense enfrentada sin escapatoria a la mayor crisis moral de su historia, en que la conciencia frágil y totalmente vulnerada amenaza con derrotarlos. Y el falso documental magnicida es militancia pura jamás sermoneante ni aleccionadora, nunca, ni por un momento edificante, que también es vanidosa exhibición de estupendas actuaciones, todas memorables y a cargo de actores profesionales no famosos de Chicago y donde el que sufre el falso magnicidio nunca es sujeto de compasión ni de piedad pero tampoco motivo para regocijo, escarnio, satisfacción o venganza visceral consumada, tan absurda como estúpidamente inútil.