Miguel Cane
Existen películas que por algún elemento, acaban convirtiéndose en auténticos clásicos y son punto de referencia de la época en la que fueron realizados. Bajos Instintos, de Paul Verhoeven (1992) es un ejemplo: aún si el guión de Joe Eszterhas tiene inconsistencias, la dupla Michael Douglas/Sharon Stone captura la imaginación del espectador, quien después de la memorable escena del interrogatorio (con la Stone cruzando y descruzando las piernas sin ropa interior bajo su glacial atuendo) pasa todo por alto, embelesado por esa rubia letal, lo que le valió convertirse en auténtico objeto de culto en la década de los noventa.
Existen películas que por algún elemento, acaban convirtiéndose en auténticos clásicos y son punto de referencia de la época en la que fueron realizados. Bajos Instintos, de Paul Verhoeven (1992) es un ejemplo: aún si el guión de Joe Eszterhas tiene inconsistencias, la dupla Michael Douglas/Sharon Stone captura la imaginación del espectador, quien después de la memorable escena del interrogatorio (con la Stone cruzando y descruzando las piernas sin ropa interior bajo su glacial atuendo) pasa todo por alto, embelesado por esa rubia letal, lo que le valió convertirse en auténtico objeto de culto en la década de los noventa.
Ahora, tras una lerda pre-producción, llega la innecesaria secuela a ese célebre thriller erótico, nuevamente con Sharon Stone al frente y con la dirección de Michael Caton-Jones, responsable de Escándalo (1988), cinta muy lograda que retrataba circunstancia y consecuencias del famoso caso Christina Keeler en el Londres de los sesenta.
Pero – y pese a- las capacidades de estrella y cineasta no sirven para sacar a flote algo que no es ni thriller, ni resulta, pese a sus pretensiones, remotamente erótico.
El fláccido guión, de Leora Barish (quien, extrañamente, escribió la simpática y muy grata comedia de culto Desesperadamente buscando a Susana en 1985) y Henry Bean, presenta a la desinhibida novelista Catherine Tramell, en la capital británica, aún con cuerpazo, el rostro paralizado con Botox (¿Por qué, Miss Stone?) y metida en líos con la justicia, al involucrarse en la primera toma, en la muerte de un futbolista con quien tenía una relación candente y que acontece bajo circunstancias misteriosas (el tipo está muy drogado al momento de que su coche deportivo cae al Támesis, por lo que no fue accidental).
Es entonces que aparecen en escena dos hombres que desean desentrañar la verdad: el detective Roy Washburn (David Thewlis) y el psiquiatra Michael Glass (el muy acartonado David Morrissey). Éste último rápidamente la diagnostica como “adicta al riesgo” y eso da pie a que la rubia se convierta en su paciente (¡con sesiones diarias!), pese a las advertencias de su amiga y mentora, Milena Radosh (Charlotte Rampling, hermosa y radiante de carisma, pero desperdiciada, aunque funciona – involuntariamente, supone uno- como ejemplo para que la Stone sepa lo que significa envejecer con gracia) de que la mujer podría ser “peligrosa”, término que se enuncia de manera ominosa, pero se ejecuta de modo muy frívolo, cuando los dos acaban en la cama en un parpadeo.
Pronto, una serie de asesinatos violentos hacen que todos los ojos se vuelvan hacia la Tramell (¿será o no será? ¿Ustedes qué creen?), mientras la película se tambalea hasta que por fin, acaba por desplomarse.
No hay suspenso alguno, la Stone, que es una actriz de talento probado, aquí parece estar en otra frecuencia y ni siquiera ofrece la tentación sexual de la cinta anterior, amén de que entre ella y Morrissey la química es nula; por otra parte, cualquier vestigio de lógica o coherencia que la cinta pudo tener en un principio, al entrar al tercer acto se ha disuelto por completo y se nota que el propio director en algún momento, igual que los actores, perdió el interés.
Quizá el único momento revelador sucede poco antes del desenlace, cuando el personaje de la Rampling, con aristocrática voz que denota fastidio, afirma “todo esto es increíblemente aburrido,” y esto hace que el espectador se percate de que esa es la cruda verdad, lo que nos lleva a esto: existen películas que acaban convirtiéndose en auténticos clásicos y hay otras que uno acaba preguntándose, para qué se filmaron, si no justifican la superficial y vulgar pérdida de dos horas de su vida.
Bajos Instintos 2: Adictos al riesgo/Basic Instict 2
Con: Sharon Stone, David Morrissey, David Thewlis, Hugo Dancy y Charlotte Rampling.
Música: John Murphy Guión: Leora Barish y Henry Bean, sobre personajes creados por Joe Eszterhas. Dirección: Michael Caton-Jones.Estados Unidos/Gran Bretaña 2005
Con: Sharon Stone, David Morrissey, David Thewlis, Hugo Dancy y Charlotte Rampling.
Música: John Murphy Guión: Leora Barish y Henry Bean, sobre personajes creados por Joe Eszterhas. Dirección: Michael Caton-Jones.Estados Unidos/Gran Bretaña 2005