8 sept 2010

Darling, de John Schlesinger

Miguel Cane




Partiendo del slogan publicitario: "Shame, shame, everybody knows your name", la cinta comienza con una memorable secuencia de créditos: en una cartelera, vemos un mensaje que solicita ayuda para los niños de Biafra. Sus caritas desesperadas y ojos insondables, son de pronto cubiertos por una nueva pancarta que presenta un rostro divino y fabuloso: es la carita de Diana Scott, la Happiness Girl (interpretada de manera magistral por Julie Christie), rubia y hermosa, es la favorita del set social y más desde que se casó con un príncipe, literalmente.




El letrero que cubre los rostros de los niñitos ansiosos de comer algo, es para promover una revista que la lleva en su portada. Claro, Diana nos va a contar su historia, pero nosotros seremos testigos de ambas versiones...

Quizá, para empezar, debería de hacerse notar el punto de que en los años 60, Londres era otro universo, muy distinto al de ahora. Era un mundo glorioso de placeres carnales y consuetudinarios. Ahí trabaja Robert Gold (Dirk Bogarde), un escritor de documentales para la BBC, casado y atorado en una rutina doméstica.

En la calle un día conoce a Diana y la entrevista. De ahí surge una fuerte atracción. Diana es una chica convencional que gusta de jugar a que no es nada convencional. Ególatra, a veces estúpida, a veces bien intencionada, siempre deseable, la güera es casada (con un auténtico imbécil, aunque ella lo disculpa por ser "demasiado joven") y tiene demasiado tiempo libre en sus manos. Ustedes saben, el hombre es fuego, la mujer estopa, llega el diablo y sopla.




Aunque nadie podría culpar a Gold. La chica es una auténtica belleza, como pronto descubre el publirrelacionista Miles (Laurence Harvey), que comienza a ayudarla con su carrera, mientras se van a la cama para matar el ocio. Pronto, Diana va escalando hacia el mundo del jet-set. Va a todas las fiestas, incursiona en el cine y el modelaje, mientras que Robert alternativamente le hace berrinchitos y luego busca la reconciliación. Miles, en tanto, nomás juega con ella al "eso me gusta y eso me das". Como dice Robert: "Tu idea de la fidelidad es no meter a dos hombres a la cama al mismo tiempo, ¡puta!"




Como es natural, Diana se comienza a incomodar y acepta un viajecito a Italia para hacer un comercial. Ahí conoce al príncipe Césare Della Romita (Interpretado por el jet-setter español José Luiz de Villalonga) que queda prendado de las "virtudes" de aquella y rápido le propone matrimonio.

Como ninguno de sus dos galanes ingleses da su brazo a torcer (Robert es muy azotado y reaccionario y además, ella le ha hecho bastantes trastadas, incluyendo lo imperdonable: abortar nada más por caprichito), Diana acepta y antes de que puedas decir ¡Zúngulu! se casa con el príncipe, quien a su vez revela su secreta intención: lo que quiere es una mujer bonita que pueda usar y una madre instantánea para sus siete hijos (Ecos de la Novicia Rebelde). Como es natural, Diana se alborota y descubre que no es una mujer, tan sólo es un objeto y al descubrirlo, se siente destrozada y pese a su ropa bonita y maquillaje perfecto, llora y llora.

Ya es tarde para arrepentirse. Sus "pecadillos" los paga quedándose con lo que decía ambicionar, aunque acaba vacía por dentro, devorada por el estéril lifestyle que creía querer más que nada en el mundo.

Por su brillante actuación, que va más allá de la superficie de un personaje por naturaleza superficial y banal, la magnífica Julie ganó el Oscar de 1965 a la mejor actriz y demostró, con creces, que era mucho más que una cara celestial. Pronto seguirían algunas cintas que la coronaron como uno de los íconos más importantes de la cinematografía de los 60 y 70.



No se dejen engañar por el título. Esta no es una historia de amor y está claro desde las primeras escenas. Más bien se trata de un estudio frío y brutal, de la "gente bonita", la que se esfuerza por que todo sea perfecto y de buen gusto, pero que está atascada en la mengambrea de la hipocrecía y su propia vanidad. El que la heroína sea una mujer fatua, manipuladora y finalmente patética, da un cariz totalmente distinto a lo que uno esperaría fuera una película ordinaria de su momento histórico.

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