Angélica Ponce
Tan prolífico como diverso e irregular, el trabajo cinematográfico de Gilberto Martínez Solares tuvo de todo. Tanto que, de sus 173 películas una de ellas abordó el tema taurino.
Con un guión de José María Fernández Unsáin y Eulalio González Piporro, Martínez Solares filmó en 1963: Torero por un día. Un melodrama donde la afición de un payaso de rodeo, lo lleva a crear ante su hija y amigos, la imagen de un exitosísimo matador: El Mil Faenas.
A través de mentiras y compra de apéndices, Rufino Díaz El Mil Faenas (interpretado por Lalo González Piporro) se mete en un complejo entramado que pone en peligro su estabilidad familiar.
Una vez que se descubre su verdadero oficio, El Mil Faenas tendrá que enfrentarse a sus más grandes amores y temores: su hija y los toros. Las medias verdades y las fantásticas historias de triunfos serán derruidas cuando Rufino Díaz parta plaza y uno de sus comparsas (David Reynoso) le grite: “¡acuérdate que no eres Gaona, báilale, báilale…!” Mientras, desde las gradas, su hija Lolita (Elizabeth Dupeyrón) mira con horror y frustración el engaño del que fuera presa.
¿Pero, de dónde nace la mentira? De la pasión, los sueños y el miedo juntos. Rufino Díaz es un gran aficionado taurino, que tuvo un par de oportunidades de convertirse en matador mas nunca dejó las tablas: le temía a los astados. Y como sabiamente afirma don Florencio Castelló —en la propia cinta— “el toreo se hace en la plaza y con hechos, no con cuentos por ahí”.
La tragedia se desata con la desilusión que sufre la niña Dupeyrón, de su padre. Abandona el hogar y El Mil Faenas no haya como restituir el daño, hasta el punto de pedir apoyo a Humberto Moro para presentarse como alternante en la plaza de toros.
La trama, si bien tiene todos los tintes de un lacrimoso dramón, nunca se aleja del principio de la comedia. A veces casi rayada en la parodia, la película de Martínez Solares explota al máximo al Piporro como Rufino Díaz. A través de una falsa inocencia, que juega abiertamente con el cinismo, El Mil Faenas se reprocha su mentir y lo expone tanto como lo justifica, tanto como lo refrenda, y así se consiguen momentos memorables en la cinta; como aquel en el que le reprocha a su compinche el coste de dos orejas de un astado que no lidió y que habrá de llevar a Lolita: “¡Cómo cuestan los triunfos!, ¡con tanto éxito voy a quedar en la ruina!”, dice mientras se guarda los trofeos.
O aquella otra instantánea donde Rufino Díaz muestra sus dotes de cantaor para entonar Olé, ajúa y olé (compuesta por el propio Eulalio González), un retrato de su vida en el ruedo, que no es otra cosa que una burla de sí mismo, hecho que resulta evidente en estrofas como ésta: “Los faroles de rodilla / Olé ajúa y olé / No los hace ni en cuclillas / Por lo que ya sabe usted / Y no pone banderillas, pues si corre se nos cansa / Por su panza tan caída…”
Si bien Torero por un día no es exactamente una cinta taurina, ni mucho menos un clásico del cine mexicano, cabe señalar que esta obra significó la consolidación de Eulalio González Piporro como guionista.
Tras dos colaboraciones argumentales en De tal palo tal astilla (1960) y Ruletero a toda marcha (1962); más su debut en solitario, en 1963, con El rey del tomate, Eulalio González se abrió un espacio para crearse sus propios argumentos cinematográficos que le significaría un total de 14 filmes. Pero, sobre todo, le representó la posibilidad de hablar y actuar una de sus grandes pasiones: el toreo.