23 oct 2010

La Caída / Der Untergang, de Oliver Hirschbiegel (01) - Jacobo Bautista

Jacobo Bautista



Esta vez voy a comenzar con una cita de una miniserie… la Band of Brothers producida por HBO… la columna de la 101 División Aerotransportada en camino a Alemania se encuentra con una enorme columna de soldados alemanes que se han rendido, van caminando la gran gran mayoría y algunos oficiales van en una carreta tirada por caballos. Al ver a los oficiales, un soldado de la Compañía E, que iba sentado en un transporte anfibio se levantó enojado a gritarles:

“Oigan ustedes, sí ustedes, estúpidos alemanes bastardos. Saluden a Ford, saluden a General Motors. Estúpidos cerdos fascistas, ¡véanse! Ustedes tienen caballos ¿Qué estaban pensando? Arrastramos nuestros traseros medio mundo, interrumpiendo nuestras vidas ¿para qué? Ignorantes, escoria servil ¿qué carajos estamos haciendo aquí?”

Hey, you! That's right, you stupid Kraut bastards. That's right. Say hello to Ford, and General fuckin' Motors. You stupid fascist pigs. Look at you. You have horses. What were you thinking? Dragging our asses half way around the world, interrupting our lives. For what, you ignorant, servile scum. What the fuck are we doing here?


Casi toda la película de La Caída / Los Últimos Días estuve pensando en esa cita. ¿Pues qué estaban esperando los alemanes, qué demonios estaba pensando esa escoria servil e ignorante?

Cuando se publicó, hace más de tres décadas, el libro Yo Volé para el Führer del piloto de la Lufwaffe Heinz Knoke, los editores del libro, americanos, estaban contentos de al fin tener ‘un relato del otro lado’. Con el tiempo vimos libros de generales y soldados alemanes, pero al cine llegaban muy pocas versiones de la guerra, a los alemanes no les ha de gustar mucho porque no solamente se equivocaron de liderazgo, sino que hicieron barbaridad y media y al final lo que tuvieron fue su merecido.

El ejemplo del libro de Knoke no es muy brutal, el oficial de la fuerza aérea era de una élite educada, no vio el campo de batalla tal cual y peleó una guerra de caballeros, en un pasaje incluso comparte una botella de champaña con un piloto inglés al cual derribó y se congratula por haber derribado a su enemigo, pero que éste estuviera vivo.

En la única película alemán que me viene a la mente, Das Boot, la historia está también lejos de las atrocidades del campo de batalla, en la guerra de los submarinistas alemanes, que son tema aparte, caballeros en su propio estilo que aún antes de la guerra fueron y son respetados por sus rivales.



Por alguna razón, Oliver Hirschbiegel no sólo decidió hacer una película de la última guerra que perdió Alemania sino que la hizo sobre Adolf Hitler, la figura que el la historia universal encarna, más que nadie, al demonio mismo. Aceptémoslo, Hitler es el mal encarnado.

La figura de Hitler en el cine siempre ha sido la misma, la del maniaco que quiere conquistar al mundo, la figura obsesionada que vemos dando discursos demagógicos, tomando decisiones militares o gritando improperios a quien lo desobedece… a lo más, había sido una figura constantemente ridiculizada. Lo primero que llama la atención de esta película es el morbo (¿cómo podrían los alemanes lidiar con este personaje de su pasado reciente?).

Hirschbiegel reclutó a Bruno Ganz para su papel principal y decidió basarse en un par de libros que dan cuenta de los últimos días del dictador alemán. Y aunque la película nos sitúa primero en 1942, con la llegada de Traudl Junge (interpretadas por Alexandra Maria Lara) al puesto de secretaria del Führer, de inmediato la película da un salto a 1945, en el sitio de Berlín por el ejército soviético.

Pero, es en esta primera secuencia, en 1942, cuando la película toma su tono (o al menos el que debiera ser su tono)… hay un grupo de chicas que van por el trabajo de secretaria del Canciller del Reich y se tienen que entrevistar con Hitler mismo. Se abre la puerta, sale el Führer a ver a las candidatas e invita a pasar a una a tomar dictado… ¡oh sorpresa! Vemos a un viejito ya afectado por la enfermedad de Parkinson, bonachón, buena onda que le dice a la chica que no se preocupe si comete errores al escribir sus dictados, pues él se equivoca también cuando los redacta; más tarde Junge no le puede seguir el paso, el viejito amable le dice que lo intente de nuevo, que por él no hay problema.




Ya en 1945 lo volvemos a ver, más canoso, con el Parkinson más acentuado, más encorvado y –sí, hay que aceptarlo– más cándido… al menos en las primeras secuencias. El todo poderoso déspota dictador que los medios nos habían mostrado resulta que es un ser humano… todo el poderío y el miedo ha desaparecido, eso sale perfectamente en la cinta… y para dejarlo bien claro, ya situados en 1945 una de las primeras escenas en exterior (casi todo se sitúa en el interior del búnker de Hitler, bajo el Reichstag) nos deja casi sordos, cuando un obús ruso hace explosión frente al edificio de la cancillería… no es una bomba de un avión sino artillería rusa… los rusos ya tienen a la casa de Hitler a tiro de un cañón… ¿qué respeto se le podía seguir guardando al líder que prometió conquistar el mundo y un imperio que duraría mil años cuando ya los rusos están a la vuelta de la esquina queriendo cobrar la factura por todas las atrocidades que cometieron los alemanes en su tierra?




Vemos tres tipos de personajes, que además de la carga histórica, llevan impresas las distintas reacciones que tiene la gente cuando un proyecto se va a pique (podría haber símiles en la política mexicana, pero me da flojera hacerlos). Están los que son leales hasta el final, de ellos hay dos tipos, los que sencillamente son leales pero mantienen el juicio (son responsables de sus acciones, pero no toman acciones estúpidas sin razonar) y los que mas que leales son fanáticos, caso Goebbels y su esposa, quien prefiere asesinar a sus hijos antes de verlos crecer “en un mundo sin nacionalsocialismo”.



Los otros, como el caso de la joven Traudl Junge, parecen atrapado en medio de la locura. Esta chica lo único que quería era un empleo y ¿cómo resistirse a ser la secretaria del todopoderoso canciller del Tercer Reich? La curiosidad, admite, la metió en ese lío y como todos se habían portado muy bien con ella, la chica se quedó hasta el final o más bien, hasta que la situación ya era imposible.

Los terceros son los que ven primero por ellos. Goering, el incondicional de Hitler y Himmler, su brazo derecho fueron de los primeros en abandonar el barco y huir.. y no sólo eso, se vislumbraban como los sucesores de Hitler, quienes podrían negociar con los norteamericanos algo a cambio de detener la ofensiva rusa (en los últimos días de la guerra, muchos alemanes soñaban con una alianza con los americanos en contra de los rusos, incluso llegaron a pedirle a los americanos permiso para que la fuerza aérea pudiera seguir operando contra el ejército rojo; obvio, los americanos –aunque había a quienes les gustaba la idea– mantuvieron su palabra y fueron hasta el final aliados de los rusos).

La visión del Hitler bonachón, del viejito simpático es lentamente cambiada, con algo de maestría (y algunos segmentos aburridos que hacen la película muy larga, casi tres horas) a la de un dictador decrépito. Hitler, con los rusos ya encima, a unas cuantas calles de su cuartel, sigue mostrándose orgulloso de haber librado a su país de la amenaza judía, habla también de que la compasión es para débiles, que hay que aplastar a los mismos… su discurso es, efectivamente, el de un viajo decrépito, pero la tragedia es que el pueblo alemán le dio permiso de ejercer todas esas locuras.

Su misma locura es su perdición. Todos a su alrededor le piden dos cosas: primero, que huya de Berlín y la segunda, que haga algo para parar la masacre que los soviéticos están haciendo de sus tropas (la resistencia era tan feroz que los rusos perdieron muchísmos hombres en la ofensiva contra Berlín). La toma de la capital alemana por los rusos era obvia, cuestión de tiempo, pero el decrépito viejito estaba necio con ejércitos que no existían, con ofensivas irrealizables y con la idea de sacrificar al ejército y al pueblo en aras de algo que ya no existía.

Como película está algo larga, se ve que los realizadores, en aras de contextualizar el conflicto que se vivía al interior del búnker, incluyeron varias escenas de lo que pasaba en las calles de Berlín que no sólo alargan la película sino que le quitan realismo a la cinta pues los rusos marchan desordenados por las calles sin cubrirse, nadie les da órdenes, avanza o la infantería sola o un tanque solo por las calles (siendo así, jamás hubieran tomado Berlín) y la pieza de artillería alemana que sale a leguas se ve muy falsa... casi todo el presupuesto de la cinta se fue en decoración, el búnker quedó como suponemos que es, como se ve en las películas viejas del Ejército Rojo, pero los exteriores trataron de ser tan espectaculares que se ven muy raros… muchísimas tomas cerradas, lo cual se adivina es un set y uno un exterior, se ve, se siente falso.

Al final, son pecados menores porque la obra no es una película de guerra sino más bien como que de semblanza histórica, como tal no voy a decir que es una obra maestra como lo es el retrato que de Wolfgang Amadeus Mozart se hace en Amadeus, pero es un vistazo sincero, digno, de sus compatriotas al más terrible líder de todos los tiempos.

Es una buena cinta, pero antes de decir simplemente ¡váyanla a ver! (El estreno mundial fue en febrero no sé por qué en México se estrenó cuando ya había en las tiendas la versión en DVD región 1, es decir, ya la película habiendo pasado por cartelera y Pay per View), sí quiero hacer dos anotaciones…

La primera es un discurso de supuesta crueldad de Goebbels cuando le señalan del sufrimiento del pueblo alemán que está siendo aniquilado por los rusos, del ejército ya diezmado… y el genio de la propaganda responde que ellos se lo han buscado, fue el pueblo quien los eligió y ahí está su recompensa. ¿Saben qué? El tipo tiene razón, ellos eligieron a este loco, votaron por él y le apoyaron en todas y cada una de sus locuras… y ahí está Dresden, la guerra, los muertos, la ocupación. Ellos se lo buscaron ¿o creen que los americanos querían recorrer medio mundo para invadir Alemania, creen que los rusos querían ir a cometer barbaridad y media más allá de las fronteras polacas? No lo creo…

Al final de la película aparece Traudl Junge, la anciana, la que estuvo ahí, aquella en cuyo libro está basado en parte el guión de la película… ella se disculpa, dice que se siente culpable porque aunque tenía 22 años (su justificación hasta después de la guerra era su juventud) sabía que gente aún más joven que ella murió asesinada en los campos de concentración, en los bombardeos… jóvenes de su edad murieron en el sitio de Stalingrado, en los bombardeos de Londres, en las playas de Normandía… pero dice que ella y sus compatriotas, su círculo cercano ignoraban todo sobre el holocausto… el trato a los judíos.

Y yo digo, okey, pasemos de largo el holocausto (malditos ignorantes ¿pues qué creían que hacían con los judíos, llevárselos a Manchuria?)… PERO ¿cómo permitieron que su país se lanzara a hacer la guerra a absolutamente todo el mundo –menos a Suiza–, cómo permitieron creerse las estupideces de conquistar el mundo... y por eso no dejé de recordar las palabras de David Kenyon Webster, soldado raso de la 101 División Aerotransportada del Ejército Americano, Compañía E… “Oigan ustedes, sí ustedes, estúpidos alemanes bastardos. Saluden a Ford, saluden a General Motors. Estúpidos cerdos fascistas, ¡véanse! Ustedes tienen caballos ¿Qué estaban pensando? Arrastramos nuestros traseros medio mundo, interrumpiendo nuestras vidas ¿para qué? Ignorantes, escoria servil ¿qué carajos estamos haciendo aquí?”

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