El título de El luchador / The fighter resulta intencionalmente ambiguo, porque se trata de dos hermanos en sendas luchas desde una personalidad muy diferente y el título no deja claro a cuál de los dos hace referencia. Pero como pasa en tantas casas, en cada hijo se han depositado cargas diferentes y cada uno de ellos las procesa en su lucha a su manera. Uno, en la piel de un excelente Christian Bale (Dicky) trastornado por un antiguo éxito efímero, por los golpes recibidos que le han dejado tocada la CPU y por la adicción a los estupefacientes que le permiten pasar de puntillas sobre las ascuas de una vida en permanente tormento. El otro, en un menos convincente Mark Wahlberg (Micky), se ve un tesonero luchador que encarna el emergente de una familia plenamente disfuncional hasta la náusea, un nido de afectos torcidos con una madre que atiza la ansiedad permanente por salir adelante y conseguir el éxito que les haga salir del pozo existencial en que viven, sin medir que semejante objetivo supone un altísimo riesgo de destrucción de sus retoños.
Pero no solo el crack hace estragos en la gente, sino que la frustración, un medio hostil, el empobrecimiento espiritual creciente, son los lastres que se llevan a los vivos al fondo de la oscuridad como zapatos de cemento. La película no moraliza, aunque al verla nos sobrecoja la violencia de este deporte elevado a la categoría de un arte del sacrificio personal, físico y psíquico. David Russell evita la anécdota moral y propone un filme de pugilato y superación puro y duro, que tiene de Cinderella man, de Rocky y de Million dollar baby, pero con una aportación propia muy aguda sobre todos los personajes principales y secundarios a quienes invariablemente presenta con sus almas tullidas.
Porque si algo queda claro en esta historia es que todos, absolutamente todos los que convergen en este vórtice que rompe personas están heridos en su existencia, a la vez ateridos y desesperados por salir de sus miserias proletarias sin saber bien cómo ni con qué otros instrumentos como no sean los puñetazos certeros de quien se encuentra en la disyuntiva entre seguir siendo quien ha sido hasta ahora o ser quien podría llegar a ser. En este personaje que lleva Mark Wahlberg, se barrunta apenas y con muy relativa claridad que hay una puerta para escapar de una máquina familiar irrespirable, pero quien le señala la salida, aunque tenga alguna pista mejor que seguir, también le lleva a profundizar más la permanencia en un ambiente que destruye a la gente mientras ponga la cara para que se las partan a golpes en un rol a la vez de deportistas y de carnaza de un espectáculo sin escrúpulos. Melissa Leo compone una madre excelente en su papel de nodriza -a la vez nutricia y tóxica- en la explicación más clara de que hay personas que han caído en nuestras vidas sin que sea fácil apartarlas de ellas. Es la madre insoslayable en medio de unos vínculos familiares a la vez imprescindibles y destructivos sin remedio. Esa otra esperanza apenas mejor para Micky es encarnada con convicción por Amy Adams en el papel de Clarice, otra derrotada por las circunstancias de una sociedad nada generosa que no da demasiadas salidas para vivir una vida serena. Un rasgo fugaz difícil de advertir y que el director incluye en una toma muy breve es la manera tan extraña de Clarice de coger el lápiz para apuntar el teléfono de Micky, como si fuese el signo externo de un problema estructural de su personalidad. Al final, ella también cuaja sus frustraciones manteniendo a Micky expuesto al riesgo de lo que ha… ¿elegido?, y por eso su papel no supone un cambio de sistema.
Así, el entrenamiento y la lucha de The fighter se presenta como reflejo simétrico de una vida que reparte golpes rectos y bajos, una vida deshecha tras el sueño obsesivo de salir de pobres, vida que nadie hubiera pedido pero que está allí, con todas sus razones y toda su inercia demoledora atropellando lo que se le ponga al paso. Ambos hijos son la secuencia de un recambio casi indistinto ante la perentoriedad de un deseo ciego por dar el golpe, una ceguera torpe por encaminarse a un futuro mejor aun al precio de ver que el primero haya quedado en el camino casi babeante y tarado por los golpes, y todos vayan a por el segundo sin calibrar que corre el riesgo cierto de repetir el cuadro o el derrumbe. La película no da respiro en la encerrona que supone una sociedad densa y cruel. Hasta los presos que ven el documental en la prisión a la que ha caído Dicky hacen inexplicable el motivo de su hilaridad cuando se ríen por un documental que les pasan, no solo por la desgracia propia y ajena que les muestran en esa sala de proyecciones, sino por la porquería en la que viven o la que van a volver a encontrar al salir de entre rejas en un sistema que tiene mecanismos de castigo engrasadísimos, pero casi ningún recurso para prever la reinserción. El espectador no puede menos que preguntarse de qué diantres consiguen reírse.
Pero como parecía desde un inicio, el director no quería elevar la cinta a la categoría de una arenga por o contra el deporte pugilístico, y por eso lo presenta plenario como una subcultura sin más, unas razones aceptadas por todos sus concurrentes para estar en él y mantenerse allí, en un sistema de valoraciones distinto a la vida normal. En esto inscribe el final de su película que remata bien sin que éste haya sido previsible en ningún momento. Russell traía la trama de tal manera que cualquier desenlace era posible aunque opte, sin ningún triunfalismo ingenuo, por una de boxeo clásica pero bien cerrada.
El peleador / The Fighter
(David Russell, EUA, 2011, con Christian Bale, Mark Wahlberg, Amy Adams, Melissa Leo)